sábado, 31 de agosto de 2013

“TODOS LOS FIELES TIENEN EL DERECHO DE GOZAR DE ESTA LITURGIA (LA MISA TRADICIONAL CON EL MISAL DE SAN PÍO V)”: Monseñor Luigi Negri, Arzobispo de Ferrara-Italia.



El 19 de mayo pasado, domingo de Pentecostés, con ocasión de la Peregrinación tradicional al Santuario de Nuestra Señora del Poggetto (Ferrara), en agradecimiento a  la Santísima Virgen por su protección en el terremoto que sacudió la región, el obispo de Ferrara, Monseñor Luigi Negri, pronunció una homilía en la que elogió el tesoro de la santa misa tradicional, misma que celebró en esa ocasión con la asistencia de fieles católicos que aman la liturgia tradicional de la Iglesia. A continuación transcribimos la parte sustancial de su sermón:

“Así pues, vosotros empleáis esta liturgia, y me alegra que lo hagáis en esta arquidiócesis donde soy arzobispo desde hace poco. No lo hacéis contra alguien o para afirmar opiniones, sino para vivir el misterio de la Iglesia con la profundidad y la verdad que consideráis que es vuestro deber y vuestro derecho. Y la Iglesia permite también esto...los fieles tienen el derecho y el deber de gozar de esta liturgia. La tenéis al alcance de la mano y la Iglesia os permite su práctica con total libertad…Nadie, ninguna diócesis de Italia o del mundo podrá deciros que no. Ante un hipotético «no», debéis dirigiros al obispo... Os sigo con afecto, os animo a seguir vuestro camino… Estad seguros de que ni mi escucha ni mi sostén os faltarán”

+Monseñor Luigi Negri,
Arzobispo de Ferrara-Italia.

Ver (haz click): EL PORQUÉ DE LA MISA CATÓLICA CON EL MISAL DE S.S. SAN PÍO V

jueves, 29 de agosto de 2013

DOS CLASES DE PREDICADORES: LOS QUE ENDULZAN EL OÍDO Y LOS QUE CONVIERTEN PECADORES

  • Los hay que ya no hablan del pecado, ni de la muerte, ni del Juicio de Dios, ni del infierno.
  • Sólo buscan llenar el templo de adeptos que les aplaudan.
  • Hablan de política, ciencia, progreso, etc., pero no de la Palabra Divina ni de la necesidad de conversión.

¿Con qué clase de predicador asistes tú?
Nos advierte el papa San Pío X:

"Otra manera de hacer daño es la de quienes hablan de las cosas de la religión como si hubiesen de ser medidas según los cánones y las conveniencias de esta vida que pasa, dando al olvido la vida eterna futura: hablan brillantemente de los beneficios que la religión cristiana ha aportado a la humanidad, pero silencian las obligaciones que impone; pregonan la caridad de Jesucristo nuestro Salvador, pero nada dicen de la justicia. El fruto que esta predicación produce es exiguo, ya que, después de oirla, cualquier profano llega a persuadirse de que, sin necesidad de cambiar de vida, él es un buen cristiano con tal de decir: Creo en Jesucristo.
"¿Qué clase de fruto quieren obtener estos predicadores? No tienen ciertamente ningún otro propósito más que el de buscar por todos los medios ganarse adeptos halagándoles los oídos, con tal de ver el templo lleno a rebosar, no les importa que las almas queden vacías. Por eso es por lo que ni mencionan el pecado, los novísimos (o postrimerías: muerte, juicio, infierno y gloria), ni ninguna otra cosa importante, sino que se quedan sólo en palabras complacientes, con una elocuencia más propia de un arenga profana que de un sermón apostólico y sagrado, para conseguir el clamor y el aplauso; contra estos oradores escribía San Jerónimo:
“Cuando enseñes en la Iglesia, debes provocar no el clamor del pueblo, sino su compunción: las lágrimas de quienes te oigan deben ser tu alabanza” (Ad Nepotiam).
"Así también estos discursos se rodean de un cierto aparato escénico, tengan lugar dentro o fuera de un lugar sagrado, y prescinden de todo ambiente de santidad y de eficacia espiritual. De ahí que no lleguen a los oídos del pueblo, y también de muchos del clero, las delicias que brotan de la palabra divina; de ahí el desprecio de las cosas buenas; de ahí el escaso o el nulo aprovechamiento que sacan los que andan en el pecado, pues aunque acudan gustosos a escuchar, sobre todo si se trata de esos temas cien veces seductores, como el progreso de la humanidad, la patria, los más recientes avances de la ciencia, una vez que han aplaudido al perito de turno, salen del templo igual que entraron, como aquellos que se llenaban de admiración, pero no se convertían".
San Pío X, Motu Proprio Sacrorum Antistitum.

-BUSCA SACERDOTES QUE SEAN REALMENTE FIELES A LA DOCTRINA DE LA IGLESIA, QUE NO DIGAN HEREJÍAS NI CONTRADIGAN LA MORAL, QUE NO HABLEN DE POLÍTICA O CIENCIAS HUMANAS EN LUGAR DE RELIGIÓN; EN FIN, QUE REALMENTE TE ACERQUEN A DIOS Y TE AYUDEN A TU SUPERACIÓN ESPIRITUAL.


miércoles, 28 de agosto de 2013

EL MAYOR ACTO DE CARIDAD


La máxima del Cura de Ars "el mayor acto de caridad, hacia el prójimo, es salvar su alma del infierno" tiene un valor universal, hacia cualquiera que sea nuestro prójimo y como tal debemos siempre practicarla y tenerla muy presente; pero adquiere una singular significación e importancia con nuestros hijos, que hemos recibido de Dios para poblar la Casa del Padre y no para hacerlos reos de la condenación eterna.

El primer acto de amor sobrenatural que debes a tus hijos es bautizarlos cuanto antes, para que se conviertan en hijos de Dios y miembros de su Iglesia. 

Edúcalos en el amor a Dios, instrúyelos constantemente -no sólo para la primera comunión- en la fe y la moral católica, guíalos para que practiquen frecuentemente los sacramentos (confesión y comunión), cuida lo que ven (cine, t.v., internet, revistas, libros, etc.) y superviza que tengan buenas amistades. Acostúmbralos a orar diariamente (al despertar, en las comidas, el rosario y al dormir), enséñales a hacer un examen diario de conciencia y su respectivo acto de contrición perfecta. Indúcelos a practicar deportes y aficiones positivas, educa sus buenos sentimientos, ámalos mucho, pero no los consientas ni los sobreprotejas. Obsérvalos y atiende sus problemas y necesidades pero sé objetivo(a) para conocer y analizar sus defectos. Siembra virtudes en sus corazones (combate particularmente el egoísmo, el orgullo, la lujuria y la deshonestidad). Fórmalos en la virtud del pudor en sus costumbres, vestimenta y diversiones. Recuerda que la educación no consiste en que sólo cumplan reglas y disposiciones cuando son vistos sino, fundamentalmente, que adquieran convicciones para toda su vida, para ello es indispensable predicar con el ejemplo y orar constantemente por ellos. El máximo acto de amor es que los lleves y dirijas hacia el cielo. La educación y formación integral de los hijos requieren un complejo programa que no puede estar siendo improvisado diariamente. ¡Cuántos padres inconscientes pierden de vista todo esto para sólo avocarse a las necesidades físicas y materiales de su prole, descuidando su alma y poniendo en gravísimo peligro su salvación!

Recuerda que la mayor caridad es salvar almas del infierno y llevarlas a Dios. ¡Practiquemos este verdadero amor con todos, pero primero que nada con nuestros propios hijos!

martes, 27 de agosto de 2013

EN MÉXICO SÓLO EL 10 % DE LOS JÓVENES APRUEBA EL ABORTO, SEGÚN ENCUESTA



De toda Iberoamérica, los jóvenes mexicanos son los que menos aprueban temas controvertidos como la despenalización de las drogas, las bodas gay o el aborto.

La primera encuesta que la Organización Iberoamericana de la Juventud aplicó en la Península Ibérica, Centroamérica, México, Región Andina, Cono Sur y Brasil, y cuyos resultados fueron presentados el 22 de agosto de 2013, señala a los brasileños como los más liberales.

Revela por ejemplo, que la legalización de la interrupción del embarazo (Nota de Catolicidad: eufemismo que emplean para no llamar las cosas por su nombre: asesinatos de no natos. ¿Cómo es eso que lo "interrumpen"?, ¿acaso luego lo reanudan?) es aprobada sólo por 10 por ciento de los jóvenes mexicanos mientras en la región andina está de acuerdo el 15, y el 20 en Centroamérica, Cono Sur y Península Ibérica.

"En contraste, México es el que da muestras de ser el más tradicional, estando la Región Andina muy cerca", señala el reporte.

En cuanto a legalización de la marihuana, la aprobación de los países es similar, de entre 10 y 15 por ciento, en tanto que en Brasil es alrededor de 34 por ciento.

Respecto a las opiniones de recibir a inmigrantes, el 10 por ciento de los jóvenes de México está de acuerdo; la proporción en la Región Andina y el Cono Sur es tres veces mayor, y en Centroamérica y Brasil se cuadruplica.

En México, más del 60 por ciento manifiesta estar de acuerdo con sus padres en religión, sexualidad y política; sobre este último tema obtuvo la respuesta más alta de la región.

La encuesta se aplicó a 20 mil 488 jóvenes en 20 países que concentran una población de 158 millones de entre 15 y 29 años. En México se entrevistaron a mil 200 jóvenes.

Durante la presentación del informe ejecutivo de la primera Encuesta Iberoamericana de Juventud en la sede de la ONU México, la coordinadora residente, Marcia de Castro, señaló que si en México hay más de 37 millones de jóvenes, representan una cuarta parte de los 158 que hay en la región.





Fuente: Noticia publicada en el diario "Reforma", firmada por el reportero Itxaro Arteta, del 23 VIII 13.

lunes, 26 de agosto de 2013

EL SILENCIO por Mons. Fulton J. Sheen

  • "Yo os digo que hasta de cualquier palabra ociosa que hablaren los hombres han de dar cuenta en el día del juicio" Mt. XII, 36.
Señor, guarda mi boca y pon un candado a mis labios
para que no se deslice mi corazón a palabras
maliciosas, que sirven de pretexto al pecado.
(Oración durante la incensación en la Misa).

Un filósofo chino ha dicho: “Los americanos no son felices; ser ríen demasiado.” Una risa ruidosa es disipación; una sonrisa es comunión. La risa es chillona y sale de fuera del corazón; la sonrisa es tranquila y sale del interior del corazón. ¿Por qué tiene tanto atractivo el ruido en la moderna civilización? Probablemente porque las almas carentes de dicha y desilusionadas tienen necesidad de él para no fijarse en su insatisfacción. Ninguna casucha es tan pequeña ni está tan oscura, tan húmeda ni deteriorada como el interior de un modernista. El bullicio y el ruido externo apartan al alma de la contemplación de las heridas íntimas y retrasan su cicatrización.

Cuanto más nos aproximamos al espíritu, tanto más aumenta el silencio. A cada paso que da la criatura hacia el Creador, disminuyen las palabras. En los comienzos, el amor habla; luego, al profundizar en su abundancia, desaparecen las palabras. Al principio está el Verbo hecho carne; después, el Espíritu, que es demasiado profundo para las palabras. Al principio, el Verbo se “expresa” en Galilea; luego vienen los nueve días de silencioso retiro, en espera de Pentecostés. 

El silencio es la condición ambiental que
 mejor favorece el recogimiento, la meditación,
la oración y la escucha de Dios; porque Él habla
en el silencio y hay que saberlo escuchar.
Son tontos los que dicen que sólo se quieren porque les gustan las mismas cosas: los paseos de otoño, la música de Wagner, la poesía, los valets o los objetos raros. Estas predilecciones “exteriores” no les servirán para nada si no se quieren entre sí en silencio. El amor aumenta y se despierta con el silencio. La amistad nace con las palabras; el amor proviene del silencio.

También tiene el silencio armonías y equilibrio. Se precisan cuando menos dos personas para producir verdadero silencio. En el desacuerdo puede existir silencio, pero no comunidad de paz. El conferenciante que no se ha preparado habla más que el que se preparó. Cuanto más clara es la intuición de la verdad, menor es el número de palabras que se necesitan. En Dios sólo existe una Palabra que resume todo lo que se conoce o debe ser conocido.

La clave del misterio de María, Madre de Jesús, la tenemos en su silencio. Los Evangelios solamente nos recuerdan hablando siete veces a lo largo de los treinta y tres años de íntima convivencia con Su Divino Hijo. Esto desmiente a los que atribuyen locuacidad a la mujer. La Virgen se calló aun en momentos en que creemos que debiera haber hablado. ¿Por qué no descubrió a José cuando pensaba repudiarla que el Niño lo había concebido en el templo de Su Cuerpo por el amor del Espíritu Santo? Tal vez le impulsara a frenar su lengua un sentido de pudor femenino, pero parece más probable que callase por saber que Dios, que había empezado el milagro en ella, aclararía también el misterio.

Es una regla absoluta de santidad no justificarse nunca ante los hombres. El Evangelio nos dice sencillamente que, acusado falsamente ante los jueces, “Jesús callaba.” El Señor nunca contestó a una mentira.

Mons. Fulton J Sheen - Nuestra Madre: “La Virgen del Silencio”

domingo, 25 de agosto de 2013

LA FIDELIDAD CONYUGAL por S.S. Pío XII



La luz tan pura que brilla en vuestros ojos, amados recién casados, manifiesta a todas las miradas la santa alegría que inunda vuestros corazones, el contento de haberos dado el uno al otro para siempre.

¡Para siempre! Nos hemos insistido ya sobre esta idea cuando hablábamos a otras parejas de recién casados, que os han precedido en torno a Nos, de la indisolubilidad del matrimonio.

Sin embargo, lejos de haberse agotado el tema, se puede decir que no hemos rozado todavía la superficie. Por eso querríamos entrar en él más profundamente, más íntimamente, hablando de aquella piedra preciosa que es la fidelidad conyugal, de la cual hoy nos limitaremos a haceros ver la belleza y haceros gustar el encanto.

Como contrato indisoluble, el matrimonio tiene la fuerza de constituir y vincular a los esposos en un estado social y religioso, de carácter legítimo y perpetuo y tiene sobre todos los demás contratos la superioridad de que ningún poder en el mundo –en el sentido y con la extensión ya por Nos explicados– es capaz de rescindirlo.

En vano una de las partes pretenderá desatarse de él; el pacto violado, renegado, roto, no afloja sus lazos; continúa obligando con el mismo vigor que el día en que fue sellado ante Dios con el consentimiento de los contrayentes; ni siquiera la víctima puede ser desatada del sagrado vínculo que la une a aquel o a aquella que le ha traicionado. La atadura no se desata, o más bien, no se rompe sino con la muerte.

A pesar de eso, la fidelidad dice todavía algo más poderoso, más profundo y al mismo tiempo más delicado y más infinitamente dulce. Porque, uniendo el contrato matrimonial a los esposos en una comunidad de vida social y religiosa, es necesario que determine con exactitud los límites dentro de los cuales obliga, que recuerde la posibilidad de una coacción exterior, a la cual una de las partes puede acudir para obligar a la otra al cumplimiento de los deberes libremente aceptados. Pero mientras estas determinaciones jurídicas, que son como el cuerpo material del contrato, le dan necesariamente como un frío aspecto formal, la fidelidad es en él como el alma y el corazón, la prueba abierta, el testimonio patente.

Aunque más exigente, la fidelidad cambia en dulzura lo que la precisión jurídica parecía poner en el contrato de más riguroso y más austero.

Sí, más exigente; porque ella juzga infiel y perjuro no sólo al que atenta con el divorcio, por otra parte inútil y sin efecto, a la indisolubilidad del matrimonio, sino también al que, sin destruir materialmente el hogar por él fundado, aun continuando la vida conyugal, se permite establecer y mantener paralelamente otro vínculo criminal; infiel y perjuro el que, aun sin establecer una ilícita relación durable, dispone, aunque sea una sola vez, para el placer ajeno o para la propia, egoísta y pecaminosa satisfacción de un cuerpo –para usar la expresión de San Pablo (1)–, sobre el cual, solamente el esposo y la esposa legítima tienen derecho.

Más exigente todavía y más delicada que esta estricta fidelidad natural, la verdadera fidelidad cristiana señorea y alcanza más allá; reina e impera, como soberana amorosa, en toda la amplitud del dominio real del amor.

Porque, efectivamente, ¿qué es la fidelidad sino el religioso respeto del don que cada uno de los esposos ha hecho al otro, don de sí mismo, de su cuerpo, de su mente, de su corazón, para toda la vida, sin otra reserva que los sagrados derechos de Dios?

I.- La frescura de la juventud en flor, la honesta elegancia, la espontaneidad y la delicadeza de las maneras, la bondad interior del alma, todos estos buenos y hermosos atractivos, que plasman el encanto indefinible de la joven cándida y pura, han conquistado el corazón del joven y le han elevado tanto hacia ella, con el empuje de un amor ardiente y casto, que en vano se buscaría en la naturaleza una imagen que ni por comparación pueda expresar un encanto tan exquisito. Por su parte, la joven ha amado la hermosura viril, la mirada valiente y noble, el paso firme y resuelto del hombre, sobre cuyo brazo vigoroso apoyará, puesta junto a él, la mano delicada a lo largo del áspero camino de la vida.

En esa primavera brillante el amor sabía ejercitar sobre los ojos el poder fascinador, dar a los actos más insignificantes un esplendor deslumbrante, cubrir o transfigurar las más evidentes imperfecciones. Cuando la promesa, al realizarse, ha sido mutuamente hecha delante de Dios, los esposos se han otorgado el uno al otro en la alegría natural, pero santificada, de su unión, con la noble ambición de una lozana fecundidad. ¿Es esto acaso ya la fidelidad en todo su fulgor? No; todavía no se ha probado.

Pero los años, pasando sobre la belleza y sobre los sueños de la juventud, le han arrebatado un tanto de su frescura, para darle, en cambio, una dignidad más austera y reflexiva.

La familia, con su crecimiento, ha aumentado la fatiga del peso que carga sobre las espaldas del padre. La maternidad, con sus penas, sus sufrimientos, sus riesgos, pide y exige valor: la esposa, sobre el campo del honor del deber conyugal, no ha de ser ni mostrarse menos heroica que el esposo sobre el campo del honor del deber civil, en donde ofrece a la patria el don de su vida.

Si a esto se añaden las lejanías, las ausencias, las separaciones forzadas, de las cuales igualmente hace poco hablábamos, u otras delicadas circunstancias que obligan a vivir en la continencia, entonces, recordándose que el cuerpo del uno pertenece al otro, los esposos cumplen sin vacilar su deber con sus exigencias y consecuencias, y mantienen con corazón generoso y sin debilidades la austera disciplina que impone la virtud.

Cuando, finalmente, con la vejez se multiplican las enfermedades, los achaques, las decadencias humillantes y penosas, todo el cortejo de miserias que sin la fuerza y el sostén del amor harían repugnante aquel cuerpo antes tan seductor, se le prodigan con la sonrisa en los labios los cuidados de la más delicada ternura. He aquí la fidelidad del mutuo don de los cuerpos.

II.- En los primeros encuentros durante el noviazgo, con frecuencia todo era encantador: el uno prestaba al otro, con ilusión tan sincera como ingenua, aquel tributo de admiración que hacia sonreír, con indulgencia complaciente, a los que lo veían. No reparéis demasiado en aquellas pequeñas disputas que, según el poeta latino, son más bien señal de amor: “Non bene si tollas praelia, datur amor“. “No hay de veras amor si no hay riñas”. Era la plena, la absoluta comunidad de ideas y de sentimientos en el orden material y espiritual, natural y sobrenatural, la armonía perfecta de los caracteres. La expresión de la alegría y del amor daba a sus conversaciones una espontaneidad, una viveza, un brío que hacían chispear las almas, brillar agradablemente el tesoro de los conocimientos que podían poseer, tesoro a veces bien escaso, pero al que todo contribuía para hacerlo valer. Es el atractivo, es el entusiasmo; no es todavía la fidelidad.

Pasa esta estación; las faltas no tardan en aparecer, la disparidad de los caracteres en manifestarse, aumentarse; acaso hasta la pobreza intelectual, en hacerse más patente. Se han terminado los fuegos artificiales: el amor ciego abre los ojos y queda desilusionado.

Entonces es cuando, para el amor verdadero y fiel, comienza la prueba y al mismo tiempo el encanto. Con los ojos bien abiertos cae en la cuenta de cada una de estas faltas, pero las recibe con afectuosa paciencia, consciente de sus propios defectos; y todavía con clarividencia mayor penetra hasta descubrir y apreciar, bajo la vulgar corteza, las cualidades de juicio, de sentido común, de sólida piedad, ricos tesoros escondidos oscuramente, pero de subidos quilates.

Y al tiempo que con solicitud descubre y valoriza estos dones y estas virtudes del alma, con no menos habilidad y vigilancia disimula a los ojos de los demás las lagunas y las sombras de la inteligencia o del saber, los caprichos o las asperezas del carácter. Sabe buscar, para las expresiones erróneas o inoportunas, una interpretación benigna y favorable, y siempre se alegra cuando la encuentra.

Ahí le tenéis dispuesto a ver lo que les mancomuna y une, y no lo que les divide; a rectificar cualquier error, disipar cualquier ilusión, con tan buena gracia que jamás ofende ni lastima. Lejos de mostrar su superioridad, con delicadeza interroga y pide el consejo de la otra parte, dejando ver que si tiene algo que dar también tiene gusto en recibir. ¿No veis cómo de ese modo se establece entre los esposos una unión de los espíritus, una colaboración intelectual y práctica que les hace elevarse hacia la verdad, en donde reside la unidad, hacia la verdad suprema, hacia Dios? ¿Y esto qué es, sino la fidelidad del mutuo don de sus inteligencias?

III.- Los corazones se han entregado para siempre. Por el corazón, sobre todo por el corazón, era poderoso el impulso que ha unido a los jóvenes esposos; pero también, sobre todo, por él, las desilusiones, cuando vienen, tiene sabor de amargura, porque el corazón es el elemento más sensible, pero también el más ciego del amor. Y cuando el amor vive todavía intacto, ya en las primeras pruebas de la vida conyugal la sensibilidad puede disminuir y estropear, a veces estropea necesariamente, alguna llama de su ardor excesivo y fácilmente ilusorio. Ahora bien, en la constancia y la perseverancia en el amor, en la actuación cotidiana del don recíproco y, si es necesario, en la prontitud y en la plenitud del perdón, ha de hallarse la piedra de toque de la fidelidad.

Si desde el principio el amor fue verdadero y no solamente una búsqueda egoísta de satisfacciones sensuales, este amor nunca cambiado del corazón vive siempre joven, jamás vencido por los años que pasan. Ninguna cosa hay más edificante y encantadora, ninguna más conmovedora que el espectáculo de aquellos venerables ancianos cuyas bodas de oro tienen en su celebración algo de más tranquilo, pero también de más profundo, hasta diríamos de más tierno, que aquellas de la juventud.

Sobre su amor han pasado cincuenta años: trabajando, amando, sufriendo, rezando juntos, han aprendido a conocerse mejor, a descubrir el uno en el otro la verdadera bondad, la verdadera belleza, la verdadera palpitación de un corazón devoto, o adivinar todavía más lo que al otro puede agradar; y de aquí aquellas premuras exquisitas, aquellas pequeñas sorpresas, aquellas innumerables pequeñeces, en las que solamente encontraría chiquilladas el que no sabe descubrir la grandiosa, la hermosa dignidad de un inmenso amor. Esta es la fidelidad del mutuo don de los corazones.

Felices vosotros, jóvenes esposos, si habéis podido, si podéis todavía contemplar semejantes escenas en vuestros abuelos. Acaso vosotros, cuando muchachos, habéis bromeado con ellos delicada y amorosamente; pero ahora, el día de vuestras bodas, vuestras miradas se han posado conmovidas sobre estos recuerdos con santa envidia, con la esperanza de ofrecer un día vosotros mismos un espectáculo semejante a vuestros nietos. Nos lo auguramos y sobre vosotros invocamos del Señor la gracia de esta larga, indefectible y deliciosa fidelidad, mientras, con toda la efusión del corazón, os damos Nuestra paternal Bendición Apostólica.

1.Cor. VII, 4.
De la Alocución La luce, a unos recién casados, 21 de Octubre de 1942
Ver también (haz click): EL VALOR DE LA FIDELIDAD MATRIMONIAL

viernes, 23 de agosto de 2013

EL DEMONIO, LA VIOLENCIA Y EL ABORTO EN MÉXICO

¿QUÉ ESPERAN LOS SEÑORES OBISPOS?

Recibimos hace tiempo -en un comentario de un lector- esta noticia que se ha venido difundiendo en varios medios católicos. Entonces la publicamos -como corresponde- en los comentarios, sin embargo creemos oportuno reproducirla ahora en un post por si acaso algunos no leyeron esto y observando que los señores obispos no han hecho caso de este mensaje. Tengamos presente (al ver el video que tiene algún tiempo), que actualmente el número de abortos en la capital de México rebasa ya el número de 100,000 bebés asesinandos y la cifra crece día a día. ¿Seguirán los obispos mexicanos sin hacer nada? ¿Hasta cuándo se decidirán a actuar?

Bajo relieve en Angkor Wat, Camboya, que representa a un demonio golpeando el abdomen de una mujer embarazada con un pilón o mano de mortero para inducir el aborto (ver AQUÍ).

El domingo de Pascua, en Plaza San Pedro, el Papa Francisco llevó a cabo una oración de liberación a un mexicano originario de Michoacán. Este joven, de nombre Ángel, de 43 años, casado y con hijos, lleva varios años poseído por demonios que lo atormentan continuamente.

En vano ha intentado obtener la liberación de varios sacerdotes, pero sin lograrlo. Desesperado, viajó a Roma para ver si el Papa podía hacerle el milagro. Lo acompañó el Padre Juan Rivas (que aparece abajo en el video).

Estando en San Pedro, Ángel se sintió desvanecer, por lo cual lo sentaron en una silla de ruedas. El P. Juan pensó que era la ocasión ideal para llevarlo a la sección de enfermos y acercarlo al Papa.

Cuando el Papa pasó frente a ellos, el P. Juan se acercó y le dijo al Papa que Ángel era un atormentado y que nadie lo había podido liberar. Entonces el Papa intentó hacerlo. No lo logró, en parte porque fue algo improvisado, mientras que hay requisitos previos para poder hacerlo (pues no realizó un exorcismo formal sino sólo una oración de liberación). Ángel cuenta que él vio que los demonios "se hacían chiquitos", pero siguieron allí.

El hecho es que a los dos días, el P. Juan hizo otro intento, llevándolo con el P. Gabriele Amorth, quien es el exorcista número uno en la Iglesia, autor de varios libros sobre exorcismo.

Ángel perdió el conocimiento durante el ritual y los demonios que trae dentro comenzaron a hablar en latín y en italiano con el Padre Amorth. Por esa conversación, el Padre Amorth logró saber lo que él mismo declaró a la prensa, a saber, que esa persona está poseída por cuatro demonios, y que esa posesión es una consecuencia y un signo.

Padre Juan Rivas
Consecuencia, de que los obispos mexicanos no hicieron nada (o hicieron muy poco) cuando se aprobó el aborto en la Ciudad de México. Y signo, de la liberación por la que México pasará una vez que se hayan liberado las diócesis del mal que vino a raíz de la omisión de los obispos cuando se aprobó el aborto, y cuyo efecto directo son los homicidios en México. Por cada aborto habría un asesinato de parte del crimen organizado, que entre otras cosas hacen sacrificios rituales y misas negras a la "santa muerte" para obtener la protección del demonio en el negocio del narcotráfico.

La liberación de México, señaló el P. Amorth, se obtendrá una vez que los obispos se arrepientan de su grave omisión, y una vez que se haga una gran cruzada en que los mexicanos consagren el sufrimiento que están padeciendo mediante su ofrenda personal. Una mención particular se hizo de la Basílica de Guadalupe, señalando que la Santísima Virgen está muy ofendida porque en la Ciudad donde está la presencia de su imagen grabada milagrosamente, se estén cometiendo miles de abortos. Después de que los obispos hagan ceremonias de reparación y México sea liberado, entonces se podrá derogar la ley del aborto en la Ciudad de México, origen de todos esos males que sufre la nación.

El P. Juan Rivas comentó a diversos medios que es urgente comenzar con una cruzada de reparación y de liberación en todas las diócesis del país, porque ningún esfuerzo del ejército o de la policía federal va a lograr acabar con el flagelo de la violencia hasta que no se vaya a la raíz que ocasionó ese mal. Mientras que los obispos no se arrepientan por su pecado de omisión, insiste, y los mexicanos ofrezcan humildemente su reparación y sufrimiento, el aborto y la violencia del crimen organizado seguirán creciendo.



LETANÍAS EN REPARACIÓN POR EL PECADO DE ABORTO

Señor, ten misericordia de nosotros,
R. Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo, ten misericordia de nosotros,
R. Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros,
R. Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo, óyenos,
R. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos,
R. Cristo, escúchanos.
Dios, Padre celestial,
R. Ten misericordia de nosotros.
Dios, Hijo Redentor del mundo,
R. Ten misericordia de nosotros.
Dios, Espíritu Santo,
R. Ten misericordia de nosotros.
Santísima Trinidad, un Sólo Dios,
R. Ten misericordia de nosotros.
Señor Jesús, que moraste en el vientre de la Virgen María,
R. Ten misericordia de nosotros.
Señor Jesús, Tú que amas a los pobres y a los débiles,
R. Ten misericordia de nosotros.
Señor Jesús, Defensor de los indefensos,
R. Ten misericordia de nosotros.
Señor Jesús, Pan de Vida,
R. Ten misericordia de nosotros.
Por cada pecado cometido en contra de la vida,
R. Ten misericordia de nosotros.
Por el pecado del aborto,
R. Ten misericordia de nosotros.
Por el asesinato diario de los niños inocentes,
R. Ten misericordia de nosotros.
Por el derramamiento de sangre en toda nuestra nación,
R. Ten misericordia de nosotros.
Por los hermanos y hermanas no-nacidos en peligro de aborto,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Para que las Madres que han tenido abortos se arrepientan,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por las Madres que sufren la tentación de tener un aborto,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por las Madres que sienten la presión de tener un aborto,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por los abortistas para que se arrepientan,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por los doctores y las enfermeras, que puedan cultivar la vida,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por los líderes de gobierno, que puedan defender la vida,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por el clero, que puedan hablar a favor de la vida,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por el movimiento pro-vida,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por todos los que hablan, escriben y trabajan por eliminar el aborto,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por todos los que ayudan a proveer alternativas al aborto,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por todos los que promueven la adopción,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por los grupos pro-vida nacionales y locales,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por la unidad en el movimiento pro-vida,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por el valor y la perseverancia del trabajo pro-vida,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por los que sufren de rechazo y ridiculez por su posición a favor de la vida,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por los que han sido detenidos por defender la vida,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por los que han sido maltratados y lastimados por defender la vida,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por los profesionales de leyes,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por los jueces y las cortes,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por los educadores para que promuevan la vida,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
Por los profesionales de los medios de comunicación,
R. Señor, atiende nuestra súplica.
En acción de gracias por los niños salvados del aborto,
R. Gracias, Señor.
En acción de gracias por las Madres salvadas y sanadas del aborto,
R. Gracias, Señor.
En acción de gracias por los que antes apoyaban el aborto y ahora defienden la vida,
R. Gracias, Señor.
En acción de gracias por todos los que se oponen al aborto,
R. Gracias, Señor.
En acción de gracias por el llamado a ser parte del movimiento pro-vida,
R. Gracias, Señor.
En acción de reparación por todos los pecados contra la vida,
R. Perdón, Señor, Perdón.
En acción de reparación por todos las omisiones de quienes deben defender la vida,
R. Perdón, Señor, Perdón.

miércoles, 21 de agosto de 2013

EL SAPO VENGADOR (video-curiosidades)



LA AMOROSA PERMANENCIA DE CRISTO EN EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR por San Alfonso Mª de Ligorio

Venid a Mí todos los que
estáis trabajados y abrumados,
que Yo os aliviaré.
(Mt. 11, 28)



PUNTO 1

Nuestro amantísimo Salvador, al partir de este mundo después de haber dado cima a la obra de nuestra redención, no quiso dejarnos solos en este valle de lágrimas. “No hay lengua que pueda declarar –decía San Pedro de Alcántara– la grandeza del amor que tiene Jesús a las almas; y así, queriendo este divino Esposo dejar esta vida para que su ausencia no les fuese ocasión de olvido, les dio en recuerdo este Sacramento Santísimo, en el cual Él mismo permanece; y no quiso que entre Él y nosotros hubiera otra prenda para mantener despierta la memoria”.

Este precioso beneficio de nuestro Señor Jesucristo merece todo el amor de nuestros corazones, y por esa causa en estos últimos tiempos dispuso que se instituyese la fiesta de su Sagrado Corazón, como reveló a su sierva Santa Margarita de Alacoque, a fin de que le rindiésemos con nuestros obsequios de amor algún homenaje por su adorable presencia en el altar, y reparásemos, además, los desprecios e injurias que en este Sacramento de la Eucaristía ha recibido y recibe aún de los herejes y malos cristianos.

Se quedo Jesús en el Santísimo Sacramento: primero, para que todos le hallemos sin dificultad; segundo, para darnos audiencia, y tercero, para dispensarnos sus gracias. Y en primer lugar, permanece en tantos diversos altares con el fin de que le hallen siempre cuantos lo deseen.

En aquella noche en que el Redentor se despedía de sus discípulos para morir, lloraban éstos, transidos de dolor, porque les era forzoso separarse de su amado Maestro. Mas Jesús los consoló diciéndoles, no sólo a ellos, sino también a nosotros mismos: “Voy, hijos míos, a morir por vosotros para mostraros el amor que os tengo; pero ni aun después de mi muerte quiero privaros de mi presencia. Mientras estéis en este mundo, con vosotros estaré en el Santísimo Sacramento del Altar. Os dejo mi Cuerpo, mi Alma, mi Divinidad y, en suma, a Mí mismo. No me separaré de vuestro lado”. Estad ciertos de que Yo mismo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos (Mt. 28, 20).

“Quería el Esposo –dice San Pedro de Alcántara– dejar a la Esposa compañía, para que en tan largo apartamiento no quedara sola, y por ello le dejó este Sacramento, en el cual Él mismo reside, que era la mejor compañía que podía darle”.

Los gentiles, que se forjaban tantos dioses, no acertaron a imaginar ninguno tan amoroso como nuestro verdadero Dios, que está tan cerca de nosotros y con tanto amor nos asiste. “No hay otra nación tan grande que tenga a sus (falsos) dioses tan cerca de ella como el (verdadero) Dios nuestro está presente a todos nosotros” (Dt. 4, 7). La santa Iglesia aplica con razón el anterior texto del Deuteronomio a la fiesta del Santísimo Sacramento.

Ved, pues, a Jesucristo que vive en los altares como encerrado en prisiones de amor. Le toman del Sagrario los sacerdotes para exponerle ante los fieles o para la santa Comunión, y luego le guardan nuevamente. Y el Señor se complace en estar allí de día y de noche...

¿Y para qué, Redentor mío, queréis permanecer en tantas iglesias, aun cuando los hombres cierran las puertas del templo y os dejan solo? ¿No bastaba que habitaseis allí con nosotros en las horas del día?... ¡Ah, no! Quiere el Señor morar en el Sagrario aun en las tinieblas de la noche, y a pesar de que nadie entonces le acompaña, esperando paciente para que al rayar el alba le halle en seguida quien desee estar a su lado.

Iba la Esposa buscando a su Amado, y preguntaba a los que al paso veía (Cant. 3, 3): ¿Visteis por ventura al que ama mi alma? Y no hallándole, alzaba la voz diciendo (Cant. 1, 6): “Esposo mío, ¿dónde estás?... Muéstrame Tú... dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía”. La Esposa no le hallaba porque aún no existía el Santísimo Sacramento; pero ahora, si un alma desea unirse a Jesucristo, en muchos templos está esperándola su Amado.

No hay aldea, por muy pobre que fuere; no hay convento de religiosos que no tenga el Sacramento Santísimo. En todos esos lugares el Rey del Cielo se regocija permaneciendo aprisionado en pobre morada de piedra o de madera, donde a menudo se ve sin tener quien le sirva y apenas iluminado por una lámpara de aceite...

“¡Oh Señor! –exclama San Bernardo–, no conviene esto a vuestra infinita Majestad...” “Nada importa –responde Jesucristo–; si no a mi Majestad, conviene a mi amor”.

¡Oh, con qué tiernos afectos visitan los peregrinos la santa iglesia de Loreto, o los lugares de Tierra Santa, el establo de Belén, el Calvario, el Santo Sepulcro, donde Cristo nació, murió y fue sepultado!... Pues ¡cuánto más grande debiera ser nuestro amor al vernos en el templo en presencia del mismo Jesucristo, que está en el Santísimo Sacramento! Decía el Beato P. Juan de Ávila que no había para él santuario de mayor devoción y consuelo que una iglesia en que estuviese Jesús Sacramentado.

Y el P. Baltasar Álvarez se lamentaba al ver llenos de gente los palacios reales, y los templos, donde Cristo mora, solos y abandonados... ¡Oh Dios mío! Si el Señor no estuviese más que en una iglesia, la de San Pedro de Roma, por ejemplo, y allí se dejase ver únicamente en un día del año, ¡cuántos peregrinos, cuántos nobles y monarcas procurarían tener la dicha de estar en aquel templo en ese día para reverenciar al Rey del Cielo, de nuevo descendido a la tierra! ¡Qué rico sagrario de oro y piedras preciosas se le tendría preparado! ¡Con cuánta luz se iluminaría la iglesia para solemnizar la presencia de Cristo!...

“Mas no –dice el Redentor–, no quiero morar en un solo templo, ni por un día solo, ni busco ostentación ni riquezas, sino que deseo vivir continua, diariamente, allí donde mis fieles estén, para que todos me encuentren fácilmente, siempre y a todas horas”.

¡Ah! Si Jesucristo no hubiese pensado en este inefable obsequio de amor, ¿quién hubiera sido capaz de discurrirlo? Si al acercarse la hora de su ascensión al Cielo le hubiesen dicho: Señor, para mostrarnos vuestro afecto, quedaos con nosotros en los altares bajo las especies de pan, con el fin de que os hallemos cuando queramos, ¡cuán temeraria hubiera parecido tal petición!

Mas esto, que ningún hombre supiera imaginar, lo pensó e hizo nuestro Salvador amantísimo... ¿Y dónde está, Señor, nuestra gratitud por tan excelsa merced? ... Si un poderoso príncipe llegase de lejana tierra con el único fin de que un villano le visitase, ¿no sería éste en extremo ingrato si no quisiera ver al príncipe, o sólo de paso le viera?

AFECTOS Y SÚPLICAS

¡Oh Jesús, Redentor mío y amor de mi alma! ¡A cuán alto precio pagasteis vuestra morada en la Eucaristía! Sufristeis primero dolorosa muerte, antes de vivir en nuestros altares, y luego innumerables injurias en el sacramento por asistirnos y regalarnos con vuestra real presencia. Y, en cambio, nosotros nos descuidamos y olvidamos de ir a visitaros, aunque sabemos que os complace nuestra visita y que nos colmáis de bienes cuando ante Vos permanecemos. Perdonadme, Señor, que yo también me cuento en el número de esos ingratos...

Mas desde ahora, Jesús mío, os visitaré a menudo, me detendré cuanto pueda en vuestra presencia para daros gracias, amaros, y pediros mercedes, que tal es el fin que os movió a quedaros en la tierra, acogido a los sagrarios y prisionero nuestro por amor. Os amo, Bondad infinita; os amo, amantísimo Dios; os amo, Sumo Bien, más amable que los bienes todos.

Haced que me olvide de mí mismo y de todas las cosas, y que sólo de vuestro amor me acuerde, para vivir el resto de mis días únicamente ocupado en serviros. Haced que desde hoy sea mi delicia mayor permanecer postrado a vuestros pies, e inflamadme en vuestro santo amor...

¡María, Madre nuestra, alcanzadme gran amor al Santísimo Sacramento, y cuando veáis que me olvido, recordadme la promesa que ahora hago de visitarle diariamente!



PUNTO 2

Consideremos, en segundo lugar, cómo Jesucristo en la Eucaristía a todos nos da audiencia. Decía Santa Teresa que no a todos los hombres les es dado hablar con los reyes de este mundo. La gente pobre apenas si logra, cuando lo necesita, comunicarse con el soberano por medio de tercera persona. Pero el Rey de la gloria no ha menester de intermediarios.

Todos, nobles o plebeyos, pueden hablarle cara a cara en el Santísimo Sacramento. No en vano se llama Jesús a Sí mismo “flor de los campos” (Cant. 2, 1): Yo soy flor del campo y lirio de los valles; pues así como las flores de jardín están y viven reservadas y ocultas para muchos, las del campo se ofrecen generosas a la vista de todos. Soy flor del campo porque me dejo ver de cuantos me buscan, dice, comentando el texto, el cardenal Hugo.

Con Jesucristo en el Santísimo Sacramento podemos hablar todos en cualquier hora del día. San Pedro Crisólogo, tratando del nacimiento de Cristo en el portal de Belén, observa que no siempre los reyes dan audiencia a los súbditos; antes acaece a menudo que cuando alguno quiere hablar con el soberano, se le despide diciéndole que no es hora de audiencia y que vuelva después. Mas el Redentor quiso nacer en un establo abierto, sin puerta ni guardia, a fin de recibir en cualquier instante al que quiere verle. No hay sirvientes que digan: aún no es hora.

Lo mismo sucede con el Santísimo Sacramento. Abiertas están las puertas de la iglesia, y a todos nos es dado hablar con el Rey del Cielo siempre que nos plazca. Y Jesucristo se complace en que le hablemos allí con ilimitada confianza, para lo cual se oculta bajo las especies de pan, porque si Cristo apareciese sobre el altar en resplandeciente trono de gloria, como ha de presentársenos en el día del juicio final, ¿quién osaría acercarse a Él?

Mas porque el Señor –dice Santa Teresa– desea que le hablemos y pidamos mercedes con suma confianza y sin temor alguno, encubrió su Majestad divina con las especies de pan. Quiere, según dice Tomás de Kempis, que le tratemos como se trata a un fraternal amigo.

Cuando el alma tiene al pie del altar amorosos coloquios con Cristo, parece que el Señor le dice aquellas palabras del Cantar de los Cantares (2, 10): “Levántate, apresúrate, amiga mía, hermosa mía, y ven”. Surge, levántate, alma, le dice, y nada temas. Próspera, apresúrate, acércate a Mí. Amiga mía, ya no eres mi enemiga, ni lo serás mientras me ames y te arrepientas de haberme ofendido. Formosa mea, no eres ya deforme, sino bella, porque mi gracia te ha hermoseado. Et veni, ven y pídeme lo que desees, que para oírte estoy en este altar...

Qué gozo tendrías, lector amado, si el rey te llamase a su alcázar y te dijese: ¿Qué deseas, qué necesitas? Te aprecio en mucho, y sólo deseo favorecerte... Pues eso mismo dice Cristo, Rey del Cielo, a todos los que le visitan (Mt. 11, 28): Venid a Mí todos los que estáis trabajados y abrumados, que Yo os aliviaré. Venid, pobres, enfermos, afligidos, que yo puedo y quiero enriqueceros, sanaros y consolaros, pues con este fin resido en el altar (Is. 58, 9).

AFECTOS Y SÚPLICAS

Puesto que residís en los altares, ¡oh Jesús mío!, para oír las súplicas que os dirigen los desventurados que recurren a Vos, oíd, Señor, lo que os ruega este pecador miserable...

¡Oh Cordero de Dios, sacrificado y muerto en la cruz! Mi alma fue redimida con vuestra Sangre; perdonadme las ofensas que os he hecho, y socorredme con vuestra gracia para que no vuelva a perderos jamás. Hacedme partícipe, Jesús mío, de aquel dolor profundo de los pecados que tuviste en el huerto de Getsemaní...

¡Oh Dios, si yo hubiese muerto en pecado, no podría amaros nunca; mas vuestra clemencia me esperó a fin de que os amase! Gracias os doy por ese tiempo que me habéis concedido, y puesto que me es dado amaros, os consagro mi amor. Otorgadme la gracia de vuestro amor divino en tal manera, que de todo me olvide y me ocupe no más que en servir y complacer a vuestro sagrado Corazón.

¡Oh Jesús mío! Me dedicasteis a mí vuestra vida entera; concededme que a Vos consagre el resto de la mía. Atraedme a vuestro amor, y hacedme vuestro del todo antes que llegue la hora de mi muerte. Así lo espero por los méritos de vuestra sagrada Pasión, y también, ¡oh María Santísima!, por vuestra intercesión poderosa. Bien sabéis que os amo; tened misericordia de mí.


PUNTO 3

Jesús, en el Santísimo Sacramento, a todos nos oye y recibe para comunicarnos su gracia, pues más desea el Señor favorecernos con sus dones que nosotros recibirlos. Dios, que es la infinita Bondad, generosa y difusiva por su propia naturaleza, se complace en comunicar sus bienes a todo el mundo y se lamenta si las almas no acuden a pedirle mercedes. ¿Por qué, dice el Señor, no venís a Mí? ¿Acaso he sido para vosotros como tierra tardía o estéril cuando me habéis pedido beneficios?...

Vio el Apóstol san Juan (Ap. 1, 13) que el pecho del Señor resplandecía ceñido y adornado con una cinta de oro, símbolo de la misericordia de Cristo y de la amorosa solicitud con que desea dispensaros su gracia.

Siempre está el Señor pronto a auxiliarnos; pero en el Santísimo Sacramento, como afirma el discípulo, concede y reparte especialmente abundantísimos dones. El Beato Enrique Susón decía que Jesús en la Eucaristía atiende con mayor complacencia nuestras peticiones y súplicas.

Así como algunas madres hallan consuelo y alivio dando el pecho generosamente, no sólo a su propio hijo, sino también a otros pequeñuelos, el Señor en este Sacramento a todos nos invita y nos dice (Is. 66, 13): Como la madre acaricia a su hijo, así Yo os consolaré. Al Padre Baltasar Álvarez se le apareció visiblemente Cristo en el Santísimo Sacramento, mostrándole las innumerables gracias que tenía dispuestas para darlas a los hombres; mas no había quien se las pidiese.

¡Bienaventurada el alma que al pie del altar se detiene para solicitar la gracia del Señor! La condesa de Feria, que fue después religiosa de Santa Clara, permanecía ante el Santísimo Sacramento todo el tiempo de que podía disponer, por lo cual la llamaban la esposa del Sacramento, y allí recibía continuamente tesoros de riquísimos bienes.

Le preguntaron una vez qué hacía tantas horas postrada ante el Señor Sacramentado, y ella respondió: “Me estaría allí por toda la eternidad... Preguntáis qué se hace en presencia del Santísimo sacramento... ¿Y qué es lo que se deja de hacer? ¿Qué hace un pobre en presencia de un rico? ¿Qué un enfermo ante el médico?... Se dan gracias, se ama y se ruega”.

Se lamentaba el Señor con su amada sierva Santa Margarita de Alacoque de la ingratitud con que los hombres le trataban en este Sacramento de amor; y mostrándole su sagrado Corazón en trono de llamas circundado de espinas y con la cruz en lo alto, para dar a entender la amorosa presencia del mismo Cristo en la Eucaristía, le dijo: “Mira este Corazón, que tanto ha amado a los hombres, y que nada ha omitido, ni aun el anonadarse, para demostrarles su amor; pero en reconocimiento no recibo más que ingratitudes de la mayor parte de ellos, por las irreverencias y desprecios con que me tratan en este Sacramento. Y lo que más deploro es que así lo hacen no pocas almas que me están especialmente consagradas”.

No van los hombres a conversar con Cristo porque no le aman. ¡Se recrean largas horas hablando con un amigo y les causa tedio estar breve rato con el Señor! ¿Cómo ha de concederles Jesucristo su amor? Si antes no arrojan del corazón los afectos terrenos, ¿cómo ha de entrar allí el amor divino? ¡Ah! Si pudierais verdaderamente decir de corazón lo que decía San Felipe Neri al ver el Santísimo Sacramento: He aquí mi amor, no os cansaría nunca estar horas y días ante Jesús Sacramentado.

A un alma enamorada de Dios, esas horas le parecen minutos. San Francisco Javier, fatigado por el diario trabajo de ocuparse en la salvación de las almas, hallaba de noche regaladísimo descanso en permanecer ante el Santísimo Sacramento.

San Juan Francisco de Regis, famoso misionero de Francia, después de haber invertido todo el día en la predicación, acudía a la iglesia, y cuando la veía cerrada, se quedaba a la puerta, sufriendo las inclemencias del tiempo con tal de obsequiar, siquiera de lejos, a su amado Señor.

San Luis Gonzaga deseaba estar siempre en presencia de Jesús Sacramentado; mas como los Superiores le prohibieron que se estuviese en esos prolongados actos de adoración, acaecía que cuando el joven pasaba delante del altar, sintiendo que Jesús le atraía dulcemente para que con Él permaneciese, se alejaba obligado por la obediencia, y amorosamente decía: “Apártate, Señor, apártate de mí; no me mováis hacia Vos; dejad que de Vos me separe, porque debo obedecer”.

Pues si tú, hermano mío, no sientes tan alto amor a Cristo, procura visitarle diariamente, que Él sabrá inflamar tu corazón. ¿Tienes frialdad o tibieza? Aproxímate al fuego, como decía Santa Catalina de Sena, y ¡dichoso de ti si Jesús te concede la gracia de abrasarte en su amor! Entonces no amarás las cosas de la tierra, sino que las menospreciarás todas, pues, según observa San Francisco de Sales: Cuando en casa hay fuego, todo lo arrojamos por la ventana.

AFECTOS Y SÚPLICAS

¡Ah Jesús mío!, haced que os conozcamos y amemos. Tan amable sois, que con eso basta para que os amen los hombres... ¿Y cómo son tan pocos los que os entregan su amor? ¡Oh Señor!, entre tales ingratos he estado yo también. No negué mi gratitud a las criaturas, de quienes recibí mercedes o favores. Sólo para Vos, que os habéis dado a mí, fui tan desagradecido, que llegué a ofenderos gravemente e injuriaros a menudo con mis culpas.

Y Vos, Señor, en vez de abandonarme, me buscáis todavía y reclamáis mi amor, inspirándome el recuerdo de aquel amoroso mandato (Mc. 12, 30): Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. Pues ya que, a pesar de mi desagradecimiento, queréis que yo os ame, prometo amaros, Dios mío. Así lo deseáis, y yo, favorecido por vuestra gracia, no deseo otra cosa. Os amo, amor mío, y mi todo. Por la Sangre que derramasteis por mí, ayudadme y socorredme. En ella pongo toda mi esperanza, y en la intercesión de vuestra Madre Santísima, cuyas oraciones queréis que contribuyan a nuestra salvación.

Rogad por mí, Santa Virgen María, a Jesucristo, mi Señor; y puesto que Vos abrasáis en el amor divino a todos vuestros amantes siervos, inflamad en él mi corazón, que tanto os ama siempre.

PREPARACIÓN PARA LA MUERTE de San Alfonso Mª de Ligorio