jueves, 19 de septiembre de 2024

19 DE SEPTIEMBRE: NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE

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"CRISTO EL ÚNICO Y VERDADERO SALVADOR"

"Yo dirijo una llamada urgente a la tierra; llamo a los verdaderos discípulos del Dios vivo y reinante en los Cielos; llamo a los verdaderos imitadores de Cristo hecho hombre, el único y verdadero Salvador de los hombres; llamo a mis hijos, mis verdaderos devotos, a los que se han dado a Mí para que Yo los lleve a mi divino Hijo, a los que llevo, por así decir, en mis brazos, a los que han vivido de acuerdo con Mi Espíritu".

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"En fin, llamo a los apóstoles de los últimos tiempos, a los fieles discípulos de Jesucristo, a los que han vivido con desprecio del mundo y de sí mismos, en la pobreza y en la humildad, en el desdén y en el silencio, en la oración y en la mortificación, en la castidad y en la unión con Dios, en el sufrimiento y desconocidos del mundo. Es tiempo ya que ellos salgan y vengan a iluminar la tierra; id y mostraos como mis amados hijos; yo estoy con vosotros y en vosotros, siempre la fe sea la luz que os ilumine los días de infortunio. Que vuestro celo os haga como hambrientos de la gloria y el honor de Jesucristo. Combatid, hijos de la luz, vosotros, los pocos que pueden ver, porque he aquí el tiempo de los tiempos, el fin de los fines".
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La Santísima Virgen en La Salette (aparición aprobada por la Iglesia).

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Apóstol San Pablo:
"Revestíos de la armadura de Dios para que podáis sosteneros ante las asechanzas del diablo. Que no es nuestra lucha contra carne y sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires. Tomad, pues, la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y, vencido todo, os mantengáis firmes.” (Ef. 6,11-13).

HA REPETIDO LA VIRGEN LA DOCTRINA DE DOS MIL AÑOS: "CRISTO (ES) EL ÚNICO Y VERDADERO SALVADOR". NO HAY SALVACIÓN FUERA DE ÉL. SÓLO HAY UN VERDADERO CAMINO DE SALVACIÓN: LA IGLESIA CATÓLICA FUNDADA POR ÉL.

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Video Guerra espiritual by "edmetal".

miércoles, 18 de septiembre de 2024

"NADIE ES MÁS QUE OTRO SI NO HA HECHO MÁS QUE OTRO". EL HIDALGO, ENCARNACIÓN DE LA VERDADERA NOBLEZA


En tiempos donde los títulos y las apariencias parecen sustituir el valor de las acciones, la figura del hidalgo resplandece como un recordatorio de que la verdadera nobleza no se hereda, se conquista. La nobleza de sangre puede ser un don, pero no es un mérito en sí misma; su auténtica grandeza se demuestra en el ejercicio de las virtudes. Oscar Méndez Cervantes lo expresa con claridad:

"La verdadera nobleza no es de cuna, sino de obras. Quien no las cumple, se deshidalga; quien las realiza, se mantiene y perfecciona en su auténtica hidalguía, en su nobleza, que identidad hay entre ésta y la virtud."

Estas palabras encierran una verdad poderosa: la nobleza de sangre exige el compromiso de elevarla con cada acto y sacrificio. No basta con heredar el apellido o la posición; el verdadero hidalgo es aquel que, con sacrificio y esfuerzo, perfecciona y honra el linaje recibido.

El deber de la nobleza

Este compromiso, que nace de la sangre, debe transformarse en una vida de sacrificio y virtud. Juan Vázquez de Mella, uno de los grandes defensores de la tradición, afirmó:

"La nobleza no puede ser un estandarte que se lleva con orgullo, sino una cruz que se carga con humildad."

En esta sentencia, Vázquez de Mella revela que la grandeza no radica en la exhibición del linaje, sino en la renuncia y la abnegación por una causa superior. La nobleza de sangre es, ante todo, una responsabilidad. Los herederos de una estirpe no deben descansar en sus laureles; su deber es continuar y engrandecer la herencia recibida a través de actos de justicia, valor y virtud.

El hidalgo verdadero no es simplemente el portador de un título, sino aquel que asume la carga de honrarlo con sus actos, y con ello, mantener vivos los ideales de su estirpe. No hay mayor peso que el que conlleva el ser digno del linaje y las responsabilidades que este trae consigo. Este ideal fue el motor de la grandeza de generaciones pasadas, y lo sigue siendo hoy, en un mundo que a menudo olvida que la grandeza personal no puede existir sin sacrificio.

Nobleza de espíritu y acción

Miguel de Cervantes, con su aguda comprensión del alma humana, nos enseña que la nobleza sin acción es vacía. Sancho Panza, con su sabiduría popular, lo expresa de manera simple y contundente:

"Nadie es más que otro si no ha hecho más que otro."

Los títulos, sin el esfuerzo que los sostiene, se desvanecen. El hidalgo, en su más alta expresión, es aquel que demuestra con sus obras lo que el linaje le ha dado como promesa. Las palabras de Cervantes revelan la necesidad de que las acciones nobles sean el verdadero distintivo del noble.

El hidalgo debe ser un modelo de justicia, bondad y virtud, no solo en su vida personal, sino también en su trato con los demás. Ser noble de sangre no solo otorga privilegios, sino que impone responsabilidades. Ser un hidalgo significa vivir una vida al servicio de los más altos ideales, aquellos que trascienden lo material y lo efímero, y que buscan la trascendencia a través de la virtud.

La grandeza se conquista cada día

Oscar Méndez Cervantes, en su artículo El Hidalgo, refuerza esta idea de la nobleza activa y conquistada:

"El hidalgo no es simplemente un hijo de algo, sino un hijo de buenos hechos."

Aquí se nos recuerda que la verdadera nobleza no radica en el apellido, sino en el esfuerzo diario por vivir según los ideales más altos. La nobleza de sangre es solo el punto de partida; el que nace noble está llamado a transformar ese título en una realidad viva a través de sus actos. Cada día es una nueva oportunidad para demostrar que la nobleza de carácter supera a la nobleza heredada.

El peligro de la nobleza sin sustancia

Juan Manuel de Prada, en Cartas del sobrino a su diablo, reflexiona sobre el peligro de la nobleza cuando se convierte en un ornamento vacío:

"La nobleza, cuando se convierte en una prerrogativa sin mérito, es una flor que se marchita en las manos de quien no sabe cultivarla."

El noble, al igual que cualquier otro ser humano, está obligado a trabajar, a sacrificarse, para honrar su linaje. Prada, al igual que Vázquez de Mella, subraya que el título no es una excusa para la comodidad, sino un llamado constante a la acción, un peso que exige ser digno de él. Los linajes se hunden en el olvido cuando quienes los heredan no los sostienen con el esfuerzo que aquellos que los fundaron alguna vez demostraron.

Nobleza como un faro de virtudes

Vázquez de Mella enfatiza que la misión de la nobleza es ser la representación más alta de la Cristiandad, un faro de virtudes en tiempos de crisis, el guardián de los valores que sostienen la sociedad. No es un honor pasivo, sino un deber activo: el noble debe liderar con el ejemplo, ser el primero en sacrificarse por el bien común, el primero en defender la justicia y la moral. En esto radica su verdadera grandeza. La nobleza no es un símbolo de superioridad, sino de servicio. Y solo aquellos que comprenden esta misión son capaces de sostener y engrandecer sus linajes.

Nobleza de corazón, no de nacimiento

Cervantes nos deja claro que la nobleza no está en el nacimiento, sino en las acciones. En Don Quijote de la Mancha, el caballero lucha por la justicia, no por preservar un honor vacío. En su cruzada, Cervantes nos recuerda que la verdadera nobleza reside en el corazón, en las acciones nobles que el hombre realiza, no en los títulos que ostenta. Los títulos deben ser una manifestación externa de un valor interior, y sin este, no tienen sentido.

Sacrificio y servicio: La base de la nobleza

Ramiro de Maeztu, en su Defensa de la Hispanidad, nos advierte que:

"La nobleza verdadera no se mide por la sangre ni por el oro, sino por la capacidad de sacrificarse por el bien común."

La grandeza de la nobleza, entonces, no se manifiesta en el esplendor de sus títulos o posesiones, sino en la humildad de su entrega. El noble debe estar dispuesto a ponerse al servicio de los demás y liderar por el ejemplo. El que comprende esto no solo mantiene viva la herencia que le ha sido confiada, sino que la engrandece con cada acto, con cada sacrificio por el bien común. La nobleza, entonces, es tanto un acto de servicio como un compromiso inquebrantable de vivir una vida de virtud.

Virtud sobre títulos

Fernando del Pulgar, en sus Loas a los Claros Varones de Castilla, expresa con firmeza:

"Ningún título pone virtud a quien no la tiene de suyo."

El principio es claro: no basta con heredar un título; es necesario ganárselo cada día. Aquellos que cumplen con su deber, que obran conforme a la justicia y el honor, se mantienen y perfeccionan en su hidalguía. Por el contrario, quienes se apoyan únicamente en los títulos heredados y no en las virtudes, pierden su nobleza.

La justicia y la virtud: Los verdaderos elevadores de la nobleza

Cervantes, siempre atento a la realidad humana, concluye:

"Los títulos no hacen grandes a los hombres; es la justicia y la virtud lo que los eleva."

Esta verdad refleja el núcleo de la nobleza auténtica: una vida de justicia, sacrificio y virtud que responde al llamado de la sangre, pero que lo trasciende para convertirse en un legado vivo y activo. La nobleza debe estar basada en el mérito, y cada acción justa y virtuosa confirma la legitimidad de quienes llevan este título.

Conclusión: La nobleza como acto continuo de grandeza

Oscar Méndez Cervantes, en El Hidalgo, concluye:

"Quien no realiza obras dignas de su nobleza se deshidalga, mientras que quien las cumple se mantiene y perfecciona en su auténtica hidalguía."

La nobleza no se hereda, se forja. La nobleza de sangre es solo el comienzo de un camino que se recorre con sacrificio y compromiso inquebrantable. El hidalgo que vive según estos principios no es solo un noble de sangre, es un noble de espíritu, alguien que ha transformado su herencia en un acto de grandeza continua.

Porque la nobleza no es un título inmóvil, es una cruz que se lleva con dignidad y que se eleva con cada acto noble que forja un legado eterno.

OMO

Bibliografía

Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Ed. Francisco Rico. Real Academia Española. 2004.

Méndez Cervantes, Oscar. El Hidalgo. Suplemento Dominical, Novedades.

De Prada, Juan Manuel. Cartas del sobrino a su diablo.

Cortés, Donoso. Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo.

Péguy, Charles. Notre jeunesse.

Maeztu, Ramiro de. Defensa de la Hispanidad.

Vázquez de Mella, Juan. El Ideal Tradicional.

Pulgar, Fernando del. Loas a los Claros Varones de Castilla.

martes, 17 de septiembre de 2024

EL ÚNICO CAMINO DE SALVACIÓN ES LA IGLESIA CATÓLICA

Compartimos este importante video muy a propósito del tema del momento. 

Solo advertimos un error cuando ahí se dice que Dios es Padre, pero también "de cierta manera" madre. Cuando sabemos que Dios es únicamente Padre y que así nos lo enseñó N.S. Jesucristo que nos dijo que oremos así: "Padre nuestro que estás en el Cielo...".

Ciertamente es doctrina católica que solo quien pertenece a la Iglesia Católica, sea a su Cuerpo o a su Alma, está en camino de salvación si cumple con la Ley Natural (compendiada en los mandamientos) y es fiel hasta el final de su vida.

Los "dioses" de las otras religiones (que son falsas) dice la Palabra de Dios (la Biblia) que en realidad son demonios. Luego no puede una falsa religión ser camino de salvación. Un no católico si cumple la Ley Natural y busca la verdad sinceramente puede llegar a tener un deseo explícito o implícito de bautizarse y eventualmente salvarse A PESAR de su falsa religión, al pertenecer al ALMA de la Iglesia Católica. Puede, eventualmente, llegar a salvarse no por su falsa religión sino A PESAR DE ELLA y a través de la verdadera Iglesia (la Católica) por pertenecer a su ALMA.

Quien sostenga que las falsas religiones pudieran ser caminos de salvación yerra de una manera gravísima pues pone al mismo nivel la Verdad con el error, la Luz con las tinieblas, a Cristo con Belial. Una opinión personal en este sentido, aunque sea de un Papa, no es más que eso: una opinión personal errónea que contraviene la enseñanza de Cristo y de la Iglesia, y no es ninguna definición doctrinal, y por lo mismo ni goza de la infalibilidad ni tiene ningún valor magisterial. Por lo mismo debe ser rechazada por todo católico para ser fiel a la Iglesia Católica fundada por Cristo, siguiendo la enseñanza bíblica de obedecer a Dios antes que a los hombres. Es un deber resistir a la autoridad cuando se aparta de su deber de confirmar en la fe. San Pablo puso el ejemplo cuando resistió cara a cara a San Pedro en Antioquia.

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lunes, 16 de septiembre de 2024

LAS RAÍCES IDEOLÓGICAS DEL ABORTO



El aborto, tal como lo conocemos hoy, no es simplemente el resultado de decisiones políticas o sociales contemporáneas, sino que hunde sus raíces en una serie de transformaciones filosóficas e ideológicas que han erosionado la visión tradicional de la vida humana. Para entender el aborto en su dimensión más profunda, debemos analizar las ideologías que lo han hecho posible. Estas incluyen nominalismo, protestantismo, liberalismo, modernismo, positivismo jurídico, y otros errores filosóficos que han socavado la dignidad del ser humano, tanto en el plano natural como en el orden trascendental.

NOMINALISMO: LA FRAGMENTACIÓN DEL SER HUMANO

El nominalismo fue el primer paso en la disolución de la visión unitaria del ser humano. Al negar la existencia de universales, el nominalismo fragmentó la realidad y negó la posibilidad de un valor intrínseco para la vida humana. Álvaro d’Ors destacó cómo esta ruptura con la realidad objetiva abrió las puertas a una visión relativista del ser humano, donde la vida ya no es vista como algo sagrado, sino como un objeto de decisión y manipulación.

PROTESTANTISMO: LA FRAGMENTACIÓN DE LA AUTORIDAD MORAL

El protestantismo exacerbó esta fragmentación al rechazar la autoridad única de la Iglesia y al promover una interpretación subjetiva de la moral. Rafael Gambra subraya que la ruptura protestante permitió que cada individuo se convirtiera en el juez último de lo que es correcto o incorrecto, lo que facilitó la aceptación de decisiones como el aborto bajo el pretexto de la autonomía personal.

LIBERALISMO: LA AUTONOMÍA RADICAL DEL INDIVIDUO

El liberalismo, con su énfasis en la autonomía individual, llevó esta fragmentación aún más lejos. Danilo Castellano advierte que el liberalismo desvincula la libertad de cualquier referencia a la verdad o el bien común, lo que justifica el aborto como un “derecho” individual. Este enfoque se convierte en la base para la legalización del aborto, al situar la libertad personal por encima de cualquier consideración sobre la vida del no nacido.

MODERNISMO: LA NEGACIÓN DE LA LEY NATURAL

El modernismo radicalizó aún más esta disolución, al afirmar que la moral y la verdad son constructos históricos sujetos a cambio. Miguel Ayuso señala que, bajo esta ideología, el aborto se normaliza como una evolución “natural” de la sociedad, despojando a la vida humana de su carácter inmutable y sagrado.

POSITIVISMO JURÍDICO: LA DESVINCULACIÓN DEL DERECHO Y LA MORAL

El positivismo jurídico completó esta disociación, permitiendo que el aborto se legalizara sin referencia a consideraciones morales. Álvaro d’Ors y Rafael Gambra subrayan que el positivismo transforma el derecho en un mero instrumento técnico, donde la vida humana puede ser sacrificada según el consenso social, sin reconocer su valor inherente.

MATERIALISMO Y UTILITARISMO: LA DEGRADACIÓN DEL SER HUMANO

El materialismo, tanto en su versión dialéctica como en su enfoque práctico, ha contribuido a la devaluación de la vida humana al reducirla a un mero producto biológico cuyo valor depende de su utilidad. Rafael Gambra explica que el materialismo erosiona la noción de dignidad humana, justificando el aborto como un medio de optimización social.

El utilitarismo, por su parte, ha sido una de las principales corrientes filosóficas que ha subordinado la dignidad humana a criterios de utilidad, bienestar o sufrimiento. En su lógica, el valor de una vida humana se mide en términos de su capacidad para maximizar el bienestar o minimizar el sufrimiento. Bajo este enfoque, el aborto se justifica cuando se considera que traer al mundo a un niño no deseado o en condiciones difíciles causaría más dolor que placer a la madre, la familia o incluso a la sociedad.

Este enfoque deshumaniza completamente al ser humano al reducirlo a un objeto de cálculo. El utilitarismo no se preocupa por la inviolabilidad de la vida, sino por los efectos que dicha vida podría tener sobre los demás. De esta forma, el sacrificio de la vida inocente es visto como un mal menor en aras del “bien mayor”, que no es otro que la maximización de la felicidad de quienes deciden.

Las consecuencias de esta visión son devastadoras. Al justificar el aborto en base a la utilidad, se crea una cultura en la que el valor de la vida humana está condicionado por circunstancias externas y subjetivas. La vida del no nacido se convierte en algo contingente, algo que puede ser eliminado si no cumple con ciertos criterios de bienestar o conveniencia. Este enfoque no solo erosiona la dignidad del ser humano, sino que también socava el principio fundamental de que toda vida tiene un valor intrínseco, independientemente de las circunstancias en las que esa vida se desarrolle.

DARWINISMO SOCIAL: EL ABORTO COMO SELECCIÓN

El darwinismo social ha sido otro factor importante en la justificación del aborto. Esta ideología, que ve la vida humana como parte de un proceso de selección natural, justifica la eliminación de individuos “no deseados” o “débiles” en nombre del progreso. Álvaro d’Ors critica esta visión deshumanizante, que reduce a la vida humana a una cuestión de supervivencia y utilidad.

CONCLUSIÓN: LA RUPTURA CON EL ORDEN NATURAL Y EL PLAN DIVINO

El aborto no es solo una manifestación de una crisis moral en el orden natural, sino una fractura mucho más profunda en el plano trascendental. Cada vida inocente destruida no solo refleja el colapso de una civilización que ha renunciado a la verdad, sino también un acto de rebeldía contra el plan divino que otorga a la vida humana su carácter sagrado e inalienable. En su afán de convertirse en el amo y señor de la creación, la humanidad ha usurpado un papel que le pertenece exclusivamente a Dios.

La aceptación del aborto no es solo la negación de la dignidad humana tanto en el plano natural como en el espiritual. Es una herida profunda en el alma de la humanidad, un rechazo del misterio de la vida y del amor creador de Dios. Al interrumpir una vida, el ser humano no solo destruye un cuerpo, sino que rompe una cadena de amor que trasciende el tiempo y el espacio.

El aborto es el pecado más grave contra la creación, una negación del propósito divino inscrito en cada vida humana. Nos enfrentamos al peor de los crímenes, porque no solo es un ataque contra lo que somos en la tierra, sino contra lo que estamos llamados a ser en eternidad. El aborto es la manifestación de una humanidad que ha olvidado su lugar en el cosmos, que ha renegado de su alianza con Dios.

Es urgente un retorno a Dios, un reencuentro con el orden trascendental que nos otorga nuestra verdadera dignidad. La vida humana es un don sagrado, y solo reconociendo esta verdad podremos empezar a sanar las heridas que hemos abierto en el corazón de nuestra civilización. Al defender la vida, defendemos no solo nuestra humanidad, sino también nuestra relación con el Creador. Porque en cada vida que defendemos, estamos preservando el plan divino y protegiendo lo más precioso que nos ha sido dado: la vida misma.

OMO

BIBLIOGRAFÍA

 • Álvarez d’Ors, A. (1995). El Derecho y la Realidad del Ser. Madrid: Ediciones Rialp.

 • Gambra, R. (1997). La Crisis de la Civilización. Madrid: Speiro.

 • Ayuso, M. (2011). El Estado en su Laberinto. Madrid: Speiro.

 • Castellano, D. (2004). La Subversión Cultural del Liberalismo. Madrid: Biblioteca Tradición.

 • Madiran, J. (1977). La Droite et la Gauche. Paris: NEL.

 • de Prada, J. M. (2014). “El Aborto es Necesario”. ABC (Madrid), 24 de noviembre de 2014.

 • Vallet de Goytisolo, J. (1983). Consideraciones Jurídicas sobre el Aborto. Madrid: Revista General de Legislación y Jurisprudencia.

sábado, 14 de septiembre de 2024

15 de septiembre: NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES


  Color litúrgico: blanco.

Las raíces de la conmemoración actual se remontan al Nuevo Testamento, pero la conmemoración no se celebró como fiesta universal de la Iglesia hasta 1814. Antes de eso, la devoción a Nuestra Señora de los Dolores surgió por primera vez durante las celebraciones locales en todo el Mediterráneo en el siglo XI.

En 1233, siete hombres devotos de Florencia tuvieron una visión de la Santísima Virgen María, que los inspiró a formar una comunidad religiosa que más tarde se conocería como los Siervos de María. Alrededor del año 1240, estos mismos hombres recibieron otra visión de la Madre de Dios, acompañada de ángeles. Ella les informó sobre su misión, les proporcionó sus hábitos, les presentó su regla de vida y fundó personalmente su orden. En esa aparición, recibieron instrucciones de difundir la devoción a los Siete Dolores de María, que se convirtió en una de sus misiones centrales. Gracias a los esfuerzos de la orden de los Siervos de María en los siglos posteriores, la celebración litúrgica en honor a Nuestra Señora de los Dolores se expandió gradualmente.

A finales del siglo XIII se compuso la oración tradicional Stabat Mater (Madre de pie), que rápidamente se hizo muy conocida. Esta oración pone de relieve el profundo dolor del corazón de María cuando se encontraba ante la cruz con tremenda fuerza y ​​compasión maternal por su Hijo.

En 1809, contra los deseos del Papa, Napoleón decidió anexionar los Estados Pontificios al imperio francés. Después de que el Papa Pío VII excomulgara a Napoleón, el emperador arrestó al Papa y lo encarceló entre 1809 y 1814. Después de la derrota de Napoleón en 1814, el Papa Pío VII fue liberado. En agradecimiento por la protección otorgada a él y a toda la Iglesia por intercesión de la Santísima Virgen, el Papa extendió la fiesta de Nuestra Señora de los Dolores a toda la Iglesia latina.

Tradicionalmente, la Memoria de Nuestra Señora de los Dolores conmemora los siete dolores en el Corazón de María según están registrados en las Escrituras:

1. La profecía de Simeón (Lucas 2:33–35)

2. La huida a Egipto (Mateo 2:13-15)

3. Pérdida del Niño Jesús por tres días (Lucas 2:41–50)

4. María se encuentra con Jesús en su camino al Calvario (Lucas 23:27-31; Juan 19:17)

5. Crucifixión y muerte de Jesús (Juan 19:25-30)

6. El cuerpo de Jesús es bajado de la cruz (Lucas 23:50–54; Juan 19:31–37)

7. El entierro de Jesús (Isaías 53:8-9; Lucas 23:50-56; Juan 19:38-42; Marcos 15:40-47)

La Santísima Virgen María supo por primera vez acerca de la espada que atravesaría su corazón cuando presentó al Niño Jesús en el Templo con San José al octavo día para que le pusieran nombre y lo circuncidaran. “Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: “Este niño está destinado a la caída y al levantamiento de muchos en Israel, y a ser señal de contradicción (y a ti misma una espada atravesará), para que queden al descubierto los pensamientos de muchos corazones” (Lucas 2:34-35). La profecía de Simeón fue la primera perforación de su corazón porque es el primer registro bíblico de que María sabía que su Hijo sufriría. Los siguientes seis dolores tradicionales pintan el cuadro en desarrollo del cumplimiento de esa profecía.

Al honrar el Corazón Dolorido de la Santísima Madre, es importante entender que un corazón “dolorido” no es lo mismo que un corazón “triste”. Teológicamente hablando, la tristeza resulta de una forma de autocompasión, o un apego malsano a algo que se perdió. El dolor, por otro lado, es una de las Bienaventuranzas, y por lo tanto una de las cualidades más santas que podemos poseer. “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4). “Llorar” es tener un corazón triste. En este contexto de las Bienaventuranzas, un corazón que llora es un corazón que ama. El duelo, o el santo dolor, resulta de un corazón que presencia el pecado y se lamenta por ello. En el caso de la Santísima Madre, ella presenció el trato brutal a su Hijo, su rechazo, sufrimiento y muerte. Ella no se desesperó al presenciarlo. No sucumbió a la confusión y la frustración. No se encerró en sí misma, sintiendo lástima por sí misma, sino que reaccionó con el amor empático que brota del corazón más sagrado. Sintió un dolor santo, no tanto porque se sintiera mal por su Hijo, sino porque se afligía por los pecados que le habían infligido ese sufrimiento y anhelaba ver esos pecados redimidos.

Al conmemorar hoy el Doloroso Corazón de María, tenemos una oportunidad importante para reflexionar sobre nuestro propio dolor. ¿Es nuestro dolor egocéntrico, que se concentra en las heridas que sentimos? ¿O es desinteresado, es decir, se extiende nuestro dolor a los demás, lamentándonos de manera santa por los pecados que presenciamos? Cuando nuestro dolor es santo, nos llenamos de compasión y empatía espiritual. La palabra “compasión” significa “sufrir con”. La Santísima Madre, unida al Sagrado Corazón de su Hijo, sufrió con sus hijos pecadores mientras veía cómo sus pecados crucificaban a su Hijo. No albergaba odio alguno al presenciar esos pecados, sólo un anhelo indescriptible de ver la gracia de su Hijo derramarse sobre quienes lo habían rechazado y pecado contra Él.

Medita hoy sobre el Santo y Doloroso Corazón de la Santísima Virgen María. Mientras lo haces, trata de comprender más plenamente su corazón. La única manera de comprender la profundidad del amor que hay en su corazón es a través de la oración. En la oración, Dios te revelará su amor inmaculado y te inspirará a imitarla más plenamente, alejándote de todo egoísmo para abrazar más plenamente el altruismo, a fin de compartir el amor perfecto que comparten esta madre inmaculada y su Hijo divino.

Oración :

Inmaculado y Doloroso Corazón de María, te doy gracias por la infinita compasión que tuviste por aquellos que pecaron contra tu Hijo y por amarme con ese mismo amor. Mientras te lamentas con un santo dolor por mis propios pecados, por favor, reza por mí, para que pueda comprender más plenamente tu compasión. Mientras lo hago, rezo para que pueda imitar y participar más plenamente de ese amor que fluye de tu puro y perfecto Corazón Doloroso.

Nuestra Señora de los Dolores, ruega por mí.


MEDITACIÓN: LA VISTA DE LA CRUZ ES EL CONSUELO DEL CRISTIANO.


I. Nada hay más consolador para un cristiano que poner sus ojos en la cruz; ella es quien le enseña a sufrir todo, a ejemplo de Jesucristo. Esta cruz anima su fe, fortifica su esperanza y abrasa su corazón de amor divino. Los sufrimientos, las calumnias, la pobreza, las humillaciones parecen agradables a quien contempla a Jesucristo en la cruz. La vista de la serpiente de bronce sanaba a los israelitas en el desierto, y la vista de vuestra cruz, oh mi divino Maestro, calma nuestros dolores. No pienses en tus aflicciones ni en lo que sufres, sino en lo que ha sufrido Jesús (San Bernardo).

II. ¡Qué dulce debe ser para un cristiano, en el trance de la muerte, tomar entre sus manos el crucifijo y morir contemplándolo! ¡Qué gozo no tendré yo, entonces, si he imitado a mi Salvador crucificado, viendo que todos mis sufrimientos han pasado! ¡Qué confianza no tendré en la cruz y en la sangre que Jesucristo ha derramado por mi amor! ¡Qué dulce es morir besando la cruz! El que contempla a Jesús inmolado en la cruz, debe despreciar la muerte (San Cipriano).

III. Qué consuelo para los justos cuando vean la señal de la cruz en el cielo en el día del juicio, y qué dolor, en cambio, para los impíos que habrán sido sus enemigos. Penetra los sentimientos de unos y otros. Qué pesar para los malos por no haber querido, durante los breves instantes que han pasado en la tierra, llevar una cruz ligera que les hubiera procurado una gloria inmortal, y estar ahora obligados, en el infierno, a llevar una cruz agobiadora, sin esperanza de ver alguna vez el fin de sus sufrimientos.

El amor a la cruz.

Orad por la conversión de los infieles.

viernes, 13 de septiembre de 2024

EL ENGAÑO DEL INDIVIDUALISMO Y NARCISISMO MODERNOS EN LA JUVENTUD ACTUAL


Introducción: El Desafío Moderno frente a la Verdad Eterna

En la sociedad moderna, el individualismo y el narcisismo han llegado a ser pilares que guían el comportamiento y la mentalidad del ser humano. Se ha establecido un culto al “yo”, una exaltación de la autonomía personal que rechaza la responsabilidad comunitaria y el sacrificio por el otro. Esta cultura, profundamente enraizada en las tendencias contemporáneas, ha alejado al hombre de su propósito trascendente, de su comunión con Dios y de su compromiso con el prójimo.

Sin embargo, estos no son problemas nuevos; son manifestaciones modernas de los viejos pecados del orgullo y la autosuficiencia que han marcado la historia del hombre desde la caída original. La Iglesia Católica, a través de sus doctores, santos y encíclicas, ha ofrecido desde siempre las respuestas necesarias para contrarrestar estos vicios y reconducir al hombre hacia su verdadero fin: la unión con Dios. Este artículo analizará cómo los errores del individualismo y el narcisismo modernos han destruido los vínculos humanos y espirituales, y cómo la tradición católica ofrece las soluciones para restaurar el orden divino en la vida del hombre.

La Tecnología y las Redes Sociales: Instrumentos de Alienación Espiritual

En la actualidad, la tecnología y las redes sociales han sido adoptadas como medios predominantes de comunicación, entretenimiento e incluso autoafirmación. Aunque la tecnología en sí misma no es mala, el uso desmedido y desordenado de estas herramientas ha alienado al hombre de su verdadera naturaleza social y espiritual. En lugar de ser un medio para profundizar las relaciones humanas, las redes sociales han creado una ilusión de conexión, donde la cantidad de interacciones superficiales sustituye a los vínculos profundos y auténticos que requieren sacrificio y dedicación.

Santo Tomás de Aquino enseña que el hombre es un ser social por naturaleza, hecho para vivir en comunidad (Summa Theologica, II-II, q. 58, a. 5). Sin embargo, cuando las relaciones se limitan a interacciones virtuales, se rompe la comunión verdadera, y la superficialidad digital reemplaza el compromiso personal. Este fenómeno, promovido por el uso excesivo de las redes sociales, deshumaniza al hombre, ya que lo reduce a un conjunto de datos, imágenes y frases que buscan aprobación inmediata.

Los efectos de esta alienación son devastadores. La vida de oración, la contemplación y el silencio, elementos esenciales para la vida espiritual, se ven gravemente obstaculizados por la constante distracción que generan los dispositivos tecnológicos. Los santos y doctores de la Iglesia, como San Bernardo de Claraval y San Juan de la Cruz, enfatizaron la necesidad de la soledad y el recogimiento para escuchar la voz de Dios en el alma. En su encíclica Miranda Prorsus, el Papa Pío XII advertía que los medios de comunicación, mal utilizados, pueden desviar al hombre de su vocación sobrenatural, creando un ambiente de distracción y superficialidad que obstaculiza la gracia.

Para revertir este fenómeno, es necesario restaurar el sentido del silencio y la verdadera comunión. El hombre debe aprender a utilizar la tecnología como un medio y no como un fin en sí mismo, subordinando su uso a los principios de la virtud y el bien común. Además, es esencial que las familias y comunidades cristianas fomenten tiempos de encuentro real, de conversación sincera y de oración compartida, dejando a un lado las distracciones tecnológicas.

El Individualismo y el Narcisismo: La Idolatría del Yo

El individualismo moderno ha exaltado el “yo” por encima de todo, promoviendo una cultura de autoafirmación y autogratificación que rechaza cualquier forma de dependencia o sumisión. Este individualismo se manifiesta principalmente en el narcisismo, que busca la constante validación y admiración de los demás, ya sea en la vida cotidiana o, más comúnmente hoy, en las redes sociales. Este culto al “yo” ha distorsionado la verdadera libertad cristiana, que no es la capacidad de hacer lo que uno quiera, sino la capacidad de hacer lo que es bueno y justo, conforme a la voluntad de Dios.

Santo Tomás de Aquino considera el orgullo como el vicio raíz de todos los pecados, ya que coloca al hombre por encima de Dios y lo desvía de su propósito natural y sobrenatural (Summa Theologica, II-II, q. 162, a. 6). El narcisismo moderno es una clara manifestación de este orgullo, donde el hombre se coloca en el centro de su propio universo, buscando la aprobación y la atención de los demás mientras rechaza la humildad y el sacrificio.

San Agustín, en su obra De Civitate Dei, describió la “ciudad de Dios”, fundada en el amor a Dios hasta el desprecio de uno mismo, en contraste con la “ciudad terrena”, fundada en el amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios. El narcisismo moderno es una clara expresión de esta ciudad terrena, donde el hombre, en su amor desordenado por sí mismo, rechaza la necesidad de depender de Dios y servir a los demás. Este amor propio desordenado no solo separa al hombre de Dios, sino que lo aliena de su prójimo, ya que las relaciones humanas auténticas requieren sacrificio y entrega, no una búsqueda constante de autoafirmación.

La solución a este vicio, según la tradición católica, es la humildad. San Bernardo de Claraval enseñaba que la humildad es la base de todas las virtudes, ya que nos permite vernos como realmente somos, criaturas dependientes de Dios y destinadas a servir a los demás. La humildad nos libera del narcisismo y nos abre a la gracia de Dios, permitiendo que nuestras vidas se orienten hacia el bien común y no hacia nuestra propia satisfacción egoísta.

El Rechazo del Compromiso: Huida de las Obligaciones Naturales

La cultura moderna promueve una visión de la vida donde el compromiso es visto como una carga que limita la libertad individual. Esta mentalidad se manifiesta en el rechazo del matrimonio, de la vida familiar y de las vocaciones religiosas, así como en la tendencia a evitar cualquier tipo de compromiso duradero. Este rechazo no es más que una manifestación de la aversión al sacrificio y la renuncia, valores que son esenciales para la vida cristiana.

León XIII, en su encíclica Arcanum, subraya la dignidad del matrimonio como un sacramento y una vocación que exige sacrificio y compromiso, pero que también ofrece las gracias necesarias para la santificación del hombre y la mujer. El rechazo del matrimonio y de la familia, que se observa tan comúnmente en la sociedad moderna, es un ataque directo contra esta institución sagrada. La negación del compromiso matrimonial refleja una mentalidad hedonista que busca evitar cualquier forma de sacrificio en favor de una vida de placer y comodidad.

El compromiso, en todas sus formas, es esencial para la vida cristiana. El matrimonio, la vida religiosa, el trabajo y las responsabilidades familiares son medios por los cuales el hombre participa en la obra redentora de Cristo. Al rechazar estos compromisos, el hombre no solo evade sus responsabilidades terrenales, sino que también niega su llamado a la santidad. La vida cristiana no es un camino fácil; está marcada por la cruz, el sacrificio y la entrega total a Dios y al prójimo.

La solución radica en restaurar la verdadera comprensión del compromiso como un medio de santificación. El matrimonio y la familia deben ser vistos como una vocación divina, una colaboración con Dios en la creación y la redención. Las vocaciones religiosas y laborales también deben ser entendidas como formas de servicio y entrega, que imitan a Cristo en su sacrificio por la humanidad.

Uno de los fenómenos más curiosos y preocupantes de la modernidad es el tratamiento de los animales como sustitutos emocionales de las relaciones humanas. Esta tendencia, que se manifiesta en la popularidad de los “perrhijos” y la humanización de las mascotas, refleja un vacío afectivo que caracteriza a la sociedad moderna. En lugar de buscar relaciones profundas y significativas con otras personas, muchas personas prefieren vincularse emocionalmente con animales, que no exigen el sacrificio, la paciencia y el esfuerzo que requieren las relaciones humanas auténticas.

Santo Tomás de Aquino enseña que el hombre es superior a los animales, ya que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, con una razón y una voluntad orientadas hacia el bien supremo (Summa Theologica, I, q. 93, a. 1). Aunque los animales son parte de la creación de Dios y deben ser tratados con respeto, no deben ocupar el lugar que corresponde a las relaciones humanas. El fenómeno de los “perrhijos” es un signo de un desorden afectivo, donde el hombre, al evitar las relaciones humanas complejas, proyecta su necesidad de amor y compañía en criaturas inferiores.

Este fenómeno es también una manifestación del alejamiento de Dios. El hombre, creado para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, ha perdido su sentido de propósito trascendente y busca llenar ese vacío con relaciones desordenadas. La tradición católica siempre ha subrayado la importancia del orden en los afectos: el amor a Dios debe ser el centro de la vida del hombre, seguido por el amor al prójimo. El amor a los animales, aunque natural, debe estar subordinado a estos amores superiores.

La solución a este problema es restaurar el orden correcto de los afectos. El hombre debe aprender a amar a Dios sobre todas las cosas y a ver en sus semejantes la imagen de Dios. Las relaciones humanas, aunque difíciles, son el medio por el cual el hombre participa en la vida divina. Al reordenar sus afectos según este principio, el hombre encontrará la verdadera plenitud y felicidad que las relaciones desordenadas nunca pueden ofrecer.

La Búsqueda de Seguridad y la Renuncia a la Cruz

La cultura moderna está obsesionada con la seguridad, tanto física como emocional. Este deseo de evitar todo sufrimiento y sacrificio es contrario a la enseñanza cristiana, que siempre ha visto el sacrificio como un medio esencial de santificación. El rechazo del sufrimiento, manifestado en la búsqueda constante de comodidad y bienestar, es una negación de la cruz de Cristo, que es el camino hacia la vida eterna.

Los santos y doctores de la Iglesia siempre han enseñado que el sufrimiento es una parte esencial de la vida cristiana. San Juan de la Cruz, en su Subida al Monte Carmelo, explica que el alma solo puede alcanzar la unión con Dios a través del sufrimiento y la renuncia a los placeres mundanos. Esta enseñanza, aunque difícil de aceptar para el hombre moderno, es la clave para entender el verdadero significado de la cruz en la vida cristiana.

El hombre moderno, al rechazar el sufrimiento, se priva de las gracias que solo se obtienen a través del sacrificio. La cruz no es solo un símbolo de sufrimiento, sino también de redención. Cristo, al cargar con su cruz, nos mostró el camino hacia la vida eterna. Al seguir su ejemplo, el hombre encuentra no solo la redención, sino también la verdadera paz y libertad.

La solución es aceptar la cruz como parte esencial de la vida cristiana. El sufrimiento no debe ser evitado, sino abrazado como un medio de santificación. La tradición católica nos enseña que, al ofrecer nuestros sufrimientos a Dios, participamos en la obra redentora de Cristo. Esta aceptación del sufrimiento nos libera de la obsesión moderna por la comodidad y la seguridad, y nos lleva a una vida de verdadera paz y gozo en Cristo.

Conclusión: El Retorno a la Tradición como Única Vía hacia la Verdadera Redención

El individualismo, el narcisismo, el miedo al compromiso, el desorden de los afectos y la obsesión por la seguridad son manifestaciones de una sociedad que ha perdido de vista su propósito trascendente. Estos errores, aunque profundamente enraizados en la modernidad, no son insuperables. La tradición católica, con su sabiduría perenne, ofrece las soluciones necesarias para restaurar el orden divino en la vida del hombre.

La solución no está en nuevas ideologías o sistemas, sino en el regreso a las verdades eternas que la Iglesia ha proclamado desde su fundación. La humildad, el sacrificio, el compromiso y el amor ordenado son los pilares sobre los cuales se puede reconstruir una sociedad verdaderamente cristiana. Al abrazar nuevamente estas virtudes, el hombre encontrará no solo la paz interior, sino también la comunión con Dios y el prójimo, que es el fin último de su existencia.

OMO

Bibliografía

 • Agustín de Hipona. (2017). Confesiones. Ciudad Nueva.

 • Bernardo de Claraval. (2007). De la Consideratione. Eunsa.

 • León XIII. (1880). Arcanum Divinae. Vatican: Libreria Editrice Vaticana.

 • Pío XI. (1930). Casti Connubii. Vatican: Libreria Editrice Vaticana.

 • Pío XII. (1957). Miranda Prorsus. Vatican: Libreria Editrice Vaticana.

 • Santo Tomás de Aquino. (2009). Summa Theologica. Eunsa.

 • San Francisco de Sales. (2005). Introducción a la Vida Devota. Editorial Mestas.

 • San Juan de la Cruz. (2004). Subida al Monte Carmelo. Biblioteca de Autores Cristianos.

jueves, 12 de septiembre de 2024

EL COMPORTAMIENTO DE LAS OVEJAS: UNA ANALOGÍA DE LA SOCIEDAD MODERNA


 Las ovejas son animales conocidos por su comportamiento gregario, que las lleva a seguir ciegamente a su rebaño, confiando en la seguridad que les brinda la manada. Sin embargo, este comportamiento, que tiene como fin su supervivencia, puede resultar fatal cuando el grupo se dirige hacia el peligro, como ocurre cuando una oveja, sin darse cuenta del riesgo, cae por un precipicio y el resto la sigue sin cuestionar.

Este fenómeno, conocido como comportamiento gregario, se caracteriza por una confianza ciega en la masa, lo que lleva a los individuos a apagar su propio instinto de autoconservación, dependiendo exclusivamente de lo que hace el grupo. En el caso de las ovejas, este comportamiento las protege de los depredadores en situaciones normales, pero las deja vulnerables ante situaciones excepcionales. Si una oveja toma una decisión equivocada, las demás la siguen automáticamente, sin reflexión ni discernimiento.

1. El Comportamiento de las Ovejas: Una Lección sobre la Ceguera Colectiva

El comportamiento de las ovejas ilustra de manera clara cómo los individuos pueden anular su propio juicio crítico cuando confían excesivamente en el grupo. En lugar de utilizar su instinto natural para protegerse, se entregan a la seguridad aparente que ofrece la manada. Esto refleja una verdad importante: cuando el grupo está equivocado, la confianza ciega en él puede llevar a la perdición.

Este instinto gregario apaga los mecanismos de defensa individual. En el caso de las ovejas, su reacción inmediata es seguir al grupo, ya que su naturaleza les dicta que, en conjunto, tienen más posibilidades de sobrevivir. Sin embargo, cuando una oveja toma una mala decisión, como lanzarse a un precipicio, este instinto deja de ser una protección y se convierte en un camino directo a la muerte. El grupo, al estar dirigido por una acción equivocada, se convierte en su propia trampa.

2. Analogía con la Sociedad Moderna: El Rebaño y la Pérdida de Discernimiento

Lo que vemos en el comportamiento de las ovejas tiene un reflejo directo en la sociedad moderna. En lugar de guiarse por la verdad objetiva, muchas personas han apagado su capacidad de discernir y reflexionar, dejándose llevar por las corrientes culturales y sociales del momento. Como las ovejas, confían en la seguridad del grupo, sin cuestionar si este se dirige al bien o al mal. Este comportamiento, al igual que en el caso de las ovejas, se basa en un instinto de conformidad y comodidad.

La sociedad contemporánea está profundamente marcada por esta ceguera colectiva. Influenciada por ideologías erróneas, se deja llevar por tendencias que no solo están alejadas de la virtud, sino que activamente la destruyen. Como señaló San Pío X en su encíclica Pascendi Dominici Gregis, el modernismo, al colocar la razón humana por encima de la fe, lleva al hombre a una trampa similar a la de las ovejas: “El modernista, lejos de buscar la verdad objetiva, sigue ciegamente el curso de la razón, y así se aparta de Dios” (Pascendi, 36).

3. Pérdida del Pensamiento Crítico y la Voluntad de Seguir el Bien

Al igual que las ovejas, los individuos de la sociedad moderna han perdido la capacidad de detenerse a reflexionar sobre el camino que están tomando. Ya no se cuestiona si lo que hacen está alineado con la verdad o si lleva al verdadero fin del hombre, que es Dios. La búsqueda de la comodidad y la aceptación social ha reemplazado el juicio crítico y la formación moral sólida.

En este sentido, Santo Tomás de Aquino, en su Summa Theologiae, enseña que el hombre debe guiar su vida conforme a la razón iluminada por la fe. Sin embargo, cuando la razón humana es oscurecida por el error y el pecado, como sucede en la sociedad moderna, el hombre se encuentra perdido, incapaz de ver el peligro hacia el que se dirige. La cultura actual, dominada por el relativismo y el materialismo, ofrece una falsa seguridad que lleva al hombre a actuar como el rebaño que sigue ciegamente hacia el precipicio.

4. La Seguridad Falsa en el Grupo: Una Sociedad sin Discernimiento

El grupo, al igual que en el caso de las ovejas, ofrece una seguridad aparente. La conformidad a las normas sociales y culturales, aun cuando están en desacuerdo con la verdad, parece proporcionar al individuo la aceptación y el confort que busca. Sin embargo, este confort es efímero y engañoso, ya que el grupo, cuando está basado en errores y vicios, inevitablemente lleva a la destrucción moral.

El Padre Royo Marín, en su obra Teología Moral para Seglares, advierte sobre los peligros de este tipo de conformidad. Al ignorar las enseñanzas de la fe y dejarse llevar por el mundo, las almas se precipitan al abismo espiritual, creyendo que la sociedad moderna tiene respuestas a sus preguntas más profundas. La realidad es que solo Dios es la respuesta, y apartarse de Él para seguir al mundo lleva a la ruina.

5. La Necesidad de Formar una Conciencia Individual Sólida en la Verdad

La única manera de evitar el destino de las ovejas que caen por el precipicio es desarrollar un pensamiento individual sólido, formado en la fe y en la verdad. Como católicos, estamos llamados a educar nuestra conciencia según los principios de la moral cristiana, no según las modas o los caprichos del momento. Santo Tomás de Aquino nos enseña que “la virtud es el hábito por el cual el hombre actúa conforme a la razón iluminada por la fe”. Sin una formación en la verdad, el hombre es vulnerable a caer en los errores colectivos de la sociedad moderna.

6. La Educación de los Hijos en la Verdad: Un Escudo contra el Error

Finalmente, es esencial que eduquemos a nuestros hijos en la verdad para que puedan resistir las mentiras del mundo moderno. León XIII, en su encíclica Sapientiae Christianae, nos recuerda la importancia de la educación católica como medio para formar una juventud capaz de discernir entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira. Si nuestros hijos no son formados en la fe, estarán condenados a seguir ciegamente a la sociedad hacia el precipicio de la perdición.

Conclusión: La Urgencia de un Retorno a la Verdad

La analogía entre el comportamiento gregario de las ovejas y la sociedad moderna es clara: la confianza ciega en el grupo sin un discernimiento personal sólido lleva a la ruina. Hoy más que nunca, es urgente formar nuestras conciencias en la verdad, educar a nuestros hijos en la virtud y resistir las corrientes de error que dominan la sociedad. Solo un retorno a la verdad y a la virtud católica puede salvar a la sociedad moderna de caer al precipicio espiritual al que se dirige. Como nos enseña Santo Tomás, “el fin último del hombre es Dios”, y solo siguiendo la verdad podremos alcanzarlo.

Bibliografía

 • San Pío X, Pascendi Dominici Gregis.

 • Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae.

 • Padre Royo Marín, Teología Moral para Seglares.

 • Papa León XIII, Sapientiae Christianae.

miércoles, 11 de septiembre de 2024

EL PADRE EN LA ADOLESCENCIA: UNA MISIÓN HACIA LA SALVACIÓN


I. El Protagonismo Necesario del Padre: Guía en la Autonomía y la Fe

Cuando hablamos de la adolescencia, debemos reconocer que es el momento en que el hijo comienza a buscar respuestas más allá del nido materno. Aquí es cuando el padre debe ejercer con plena autoridad el papel que Dios le ha confiado: ser el líder que dirige a su hijo no solo hacia la madurez emocional, sino hacia la plenitud espiritual. Esta autoridad no debe verse como opresiva o arbitraria, sino como un servicio al bien de la familia. Un padre que ejerce su dominio con justicia y amor es una gracia especial para el hogar, una imagen viva del gobierno de Dios Padre sobre sus criaturas.

II. Las Virtudes del Padre Según Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás de Aquino, en su Suma Teológica, identifica las virtudes cardinales como fundamentales para la vida cristiana, y estas mismas virtudes son esenciales para un padre que busca guiar a su familia hacia Dios. Las más importantes para el rol paterno son:

 1. Prudencia

 2. Justicia

 3. Fortaleza

 4. Templanza

Estas virtudes cardinales son indispensables para que el padre pueda ejercer su autoridad de manera justa, prudente y amorosa. A través de ellas, el padre se convierte en un ejemplo vivo de virtud, ayudando a sus hijos a formarse en el bien.

III. El Espíritu Santo: Fuente de Sabiduría y Fortaleza para el Padre

El rol del padre en la adolescencia de sus hijos no puede ejercerse adecuadamente sin la ayuda de la gracia divina. Es aquí donde entra el Espíritu Santo como fuente esencial de sabiduría y fortaleza para el padre en su misión. Aunque el padre recibe la gracia de estado para cumplir con su rol, esta gracia necesita ser continuamente alimentada a través de la invocación al Espíritu Santo.

IV. El Padre Como Formador Activo en la Vida Sacramental

El padre tiene también la responsabilidad de guiar a sus hijos en la vida sacramental. En muchas familias, la madre ha sido quien ha sembrado las primeras semillas de fe, pero es el padre quien debe consolidar y fortalecer esta enseñanza.

V. El Padre Como Autoridad: No Pasiva, Sino Activa y Justa

Uno de los grandes males de nuestra época es la pasividad de muchos padres en la educación de sus hijos. Esta pasividad es una forma de renuncia a la autoridad y responsabilidad que Dios ha dado al padre como cabeza de familia.

VI. Urgencia del Retorno al Rol Paternal en la Sociedad Actual

La sociedad de hoy enfrenta una crisis profunda en la figura del hombre. Por un lado, el machismo ha distorsionado el verdadero sentido de la autoridad masculina, convirtiéndola en un abuso de poder. Por otro lado, la pasividad y el desinterés de muchos hombres han llevado a una abdicación de su responsabilidad como líderes espirituales de sus familias.

Bibliografía

 • Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. Ediciones B.A.C., Madrid. Esta obra clásica sigue siendo la referencia fundamental sobre las virtudes cardinales y el papel del padre como cabeza de familia.

 • San Juan Crisóstomo. Homilías sobre la Familia. Editorial Ciudad Nueva. San Juan Crisóstomo ofrece profundas reflexiones sobre el papel de los padres en la educación espiritual y moral de los hijos.

 • San Agustín de Hipona. Confesiones. Ediciones B.A.C., Madrid. Esta obra clásica incluye reflexiones sobre la importancia de la educación en la virtud desde una perspectiva cristiana.

 • San Pío X. Encíclica Acerbo Nimis, 1905. En este documento, San Pío X subraya la importancia de que los padres sean los primeros catequistas de sus hijos y guías espirituales en el hogar.

 • San Juan Bosco. La Educación. Librería Salesiana, Turín. San Juan Bosco, conocido por su amor hacia la juventud, nos da ejemplos claros sobre el equilibrio entre disciplina y ternura en la formación de los jóvenes.

 • Vida de San José. En diferentes documentos de la Iglesia tradicional, San José es presentado como el modelo de padre y esposo, mostrando las virtudes de fortaleza, justicia y responsabilidad paterna.

lunes, 9 de septiembre de 2024

LA FILANTROPÍA EGOÍSTA Y LA VERDADERA CARIDAD


 

La filantropía egoísta es un espejismo de virtud. A primera vista, parece una acción generosa, pero en el fondo está guiada por el deseo de ser visto, de alimentar el ego, y no por el verdadero amor al prójimo. Es el acto que busca reconocimiento, no el bien del otro; una caridad vacía que sirve más para llenar el orgullo que para sanar necesidades.

En lugar de ofrecerse con humildad, quien practica esta falsa generosidad actúa para sentirse bien consigo mismo, como si cada buena obra fuera una moneda que se acumula en el banco del prestigio personal. Pero esta virtud aparente no puede compararse con la caridad verdadera, que nace de un corazón sincero, libre de la necesidad de recompensas.

Las consecuencias son claras: el alma que busca elogios se cierra al verdadero amor. La humildad, que es la base de toda virtud, desaparece, y en su lugar surge el orgullo. Por eso, debemos mirar nuestras acciones con honestidad, evitando que la vanidad disfrazada de bondad nos aparte del camino de la auténtica caridad, esa que se hace en silencio, solo por amor.

OMO

domingo, 8 de septiembre de 2024

NATIVIDAD DE MARÍA SANTÍSIMA


MARÍA BAMBINA


De Santa Ana y San Joaquín

nació, del cielo, una estrella,

una preciosa niñita

como una blanca azucena,

vestida con luz de Sol,

rondada por luna llena.


Sus ojos recién abiertos

tienen mirada serena,

contemplan el infinito

desde su cuna-saleta;

ojos misericordiosos

que piadosamente rezan

por los seres pecadores

que su intercesión esperan.


En su boca una sonrisa

anuncia la primavera,

en sus labios entreabiertos

fiat de amor aletea.

En silenciosa oración

su arrullo a la Altura llega,

es magníficat del alma,

la oblación a la Grandeza.


Está llena de la Gracia,

el Creador la contempla

y en su belleza purísima

su espíritu se recrea.

Esta niña pequeñita

será una hermosa doncella

de castidad cristalina

para cumplir la Promesa.

Es la esclava del Señor,

humilde, en total entrega,

y el Amor abre sus alas

para hacerla misionera.


Sus inocentes manitas,

de misericordia llenas,

ofrecerán el Rosario

para alcanzar, con sus perlas,

la mansión predestinada

por su amable providencia.


Será su vientre el grial

que albergará la Belleza,

futuro de salvación

que en un cuerpo de hombre llega.

Niña Pura, Inmaculada,

Niña de Dios, Niña buena,

Niña de Gracia Divina

que Dios regala a la tierra

y será corredentora,

abogada y madre nuestra.


Esta niña pequeñita,

bella y celestial princesa,

será, por su abnegación,

Reina de cielos y tierra.

Ella es hija de Dios Padre,

del Hijo madre perfecta,

del Espíritu es la esposa

y en la Trinidad se alberga.

Por su humana lealtad,

por su honestidad sin tregua

y por su perpetuo amor

¡bienaventurada sea!


Emma Margarita R.A.- Valdés

 

sábado, 7 de septiembre de 2024

ACERCA DE LA TOLERANCIA


"La doctrina católica nos dice que el deber primario de la caridad no radica en la tolerancia de ideas falsas, por sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o práctica hacia los errores y vicios en los que vemos hundidos a nuestros hermanos... Además, mientras Jesús era amable con los pecadores y con los que se extraviaron, no respetó sus falsas ideas, por sinceras que pudieran haber aparecido. Los amaba a todos, pero les instruyó para convertirlos y salvarlos. ”

⚜ Papa San Pío X ,

Nuestro mandato apostólico,

25 de agosto 1910

jueves, 5 de septiembre de 2024

LA GENERACIÓN CRISTAL Y LOS PADRES DE ALGODÓN


1. INTRODUCCIÓN: LA FRAGILIDAD DE UNA GENERACIÓN Y EL CUIDADO MAL ENTENDIDO

En los últimos años, hemos observado con creciente preocupación el surgimiento de una generación de jóvenes, comúnmente denominada “Generación de Cristal”. Se trata de una generación que, como el cristal, se quiebra con facilidad ante las adversidades y dificultades de la vida. Esta fragilidad no surge de la nada; es el resultado de un proceso educativo que, en su intento de proteger y cuidar a los hijos, ha llevado a una sobreprotección extrema, a menudo personificada en lo que hoy se conoce como “Padres de Algodón”.

Los “Padres de Algodón” son aquellos que, motivados por un amor profundo pero desordenado, han creado una burbuja protectora alrededor de sus hijos, evitando que enfrenten los desafíos naturales de la vida. Esta crianza excesivamente protectora, aunque bien intencionada, ha dado lugar a una serie de problemas graves en la formación del carácter y la virtud de estos jóvenes. Para abordar esta problemática, debemos recurrir a la sabiduría de Santo Tomás de Aquino y otros santos de la tradición católica, quienes nos ofrecen una guía clara y profunda sobre cómo cultivar las virtudes necesarias para una vida moral y espiritualmente sólida.

Santo Tomás de Aquino nos enseña que “la virtud de la fortaleza es la que nos hace firmes en el bien y nos fortalece para soportar el mal, incluso hasta la muerte” (Suma Teológica, II-II, q. 123, a. 1). San Juan Crisóstomo refuerza esta idea cuando dice: “Los padres no deben criar a sus hijos en la molicie, sino en la disciplina y el temor del Señor, preparándolos para enfrentar las tentaciones del mundo” (Homilías sobre Efesios, 21). Por su parte, el Papa León XIII subraya: “El verdadero amor de los padres hacia sus hijos no se muestra en consentirlos en todo, sino en formarlos en la virtud y la verdad” (Sapientiae Christianae, n. 24).

2. CAUSAS DEL COMPORTAMIENTO SOBREPROTECTOR DE LOS PADRES MODERNOS

Los padres de hoy, especialmente aquellos que han vivido su juventud en décadas pasadas más seguras y estables, experimentan una combinación de factores que los lleva a adoptar un comportamiento sobreprotector con sus hijos. Entre estos factores se encuentran:

 • Culpa por el divorcio y separación: Aproximadamente el 50% de los matrimonios con hijos terminan en separación. Los padres que atraviesan por esta experiencia a menudo sienten que han fallado a sus hijos y, como resultado, tratan de compensar su ausencia o su culpa proporcionando excesiva protección y evitándoles cualquier sufrimiento.

 • Comparación con el pasado: Muchos de estos padres crecieron en un entorno que percibían como seguro y libre, donde las actividades como salir a jugar o tener un novio o novia eran vistas con normalidad. Al ver que sus hijos no pueden disfrutar de la misma seguridad o libertad, sienten un deseo natural de protegerlos de los peligros modernos.

 • Confusión por tendencias modernas: Enfrentados a un bombardeo constante de nuevas teorías y recomendaciones sobre la crianza, desde preocupaciones sobre el gluten hasta el apego emocional, los padres se encuentran abrumados y asustados, temiendo que cualquier error pueda causar un daño irreparable a sus hijos.

 • Deseo de evitar el sufrimiento: Un deseo profundo de evitar que sus hijos experimenten el dolor o la frustración que ellos mismos han vivido, lo cual los lleva a una tendencia de sobreprotección.

Santo Tomás de Aquino nos advierte que “la prudencia es la virtud que rectifica la razón práctica, permitiéndonos discernir lo que es verdaderamente bueno y los medios adecuados para alcanzarlo” (Suma Teológica, II-II, q. 47, a. 2). Esta virtud es crucial para que los padres puedan tomar decisiones equilibradas y justas, evitando que su amor se convierta en una trampa que perpetúe la debilidad en sus hijos. San Agustín complementa esta idea al afirmar: “El amor que no está ordenado por la razón es un amor desordenado. Los padres deben amar a sus hijos, pero este amor debe estar guiado por la prudencia y la justicia” (Confesiones, Libro 1, Capítulo 11). De manera similar, San Francisco de Sales nos recuerda que “el amor verdadero no es indulgente, sino que corrige con caridad, guiando al amado hacia la perfección” (Introducción a la vida devota, Parte III, Cap. 8). Papa Pío XI enfatiza que “la educación cristiana debe ser una obra prudente, en la que se busque el verdadero bien de los hijos, más allá de los sentimientos de culpa o de miedo de los padres” (Divini Illius Magistri, n. 63).

3. CARACTERÍSTICAS DE LOS “PADRES DE ALGODÓN”: UN AMOR DESORDENADO

Los “Padres de Algodón” son aquellos que, motivados por el amor y una mezcla de culpa y miedo, buscan proteger a sus hijos de cualquier posible daño, a menudo haciendo por ellos lo que deberían aprender a hacer por sí mismos. Estos padres justifican los errores de sus hijos, les evitan las consecuencias naturales de sus acciones, y se esfuerzan por resolver todos sus problemas, grandes o pequeños.

Este tipo de crianza, aunque parece estar lleno de amor, en realidad priva a los hijos de las oportunidades de crecer en responsabilidad y autodisciplina. En lugar de preparar a sus hijos para la vida adulta, estos padres los mantienen en un estado de dependencia emocional y fragilidad.

Santo Tomás de Aquino afirma que “la justicia es la virtud que da a cada uno lo que le corresponde. En el caso de los hijos, esto implica permitirles asumir responsabilidades y enfrentar las consecuencias de sus acciones” (Suma Teológica, II-II, q. 58, a. 1). San Basilio el Grande agrega: “No es justo ni prudente que los padres resuelvan todos los problemas de sus hijos, pues así les privan de la posibilidad de aprender a resolverlos por sí mismos” (Reglas Morales, Regla 21). San Juan Bosco también nos advierte: “La educación debe ser un equilibrio entre la firmeza y el afecto; los padres deben guiar a sus hijos con amor, pero sin consentir en sus caprichos” (Mémoires de l’Oratoire, Cap. 12). Además, Papa San Pío X subraya: “Los padres deben evitar tanto el rigor excesivo como la indulgencia excesiva; ambos extremos son perjudiciales para la formación de los jóvenes en la virtud” (Acerbo Nimis, n. 18).

4. CONSECUENCIAS DE LA CRIANZA CON SOBREPROTECCIÓN: LA “GENERACIÓN DE CRISTAL”

La sobreprotección ha dado lugar a lo que hoy conocemos como la “Generación de Cristal,” jóvenes que, al haber sido protegidos de todas las dificultades, carecen de la fortaleza necesaria para enfrentarlas cuando finalmente se presentan. Estos jóvenes muestran una baja tolerancia a la frustración, tienden a la depresión y, en casos extremos, pueden desarrollar comportamientos destructivos tanto hacia ellos mismos como hacia los demás.

Estos jóvenes son altamente dependientes de sus padres y del entorno que los rodea, incapaces de tomar decisiones por sí mismos o de asumir responsabilidades. La falta de exposición a las dificultades de la vida ha dejado a esta generación emocionalmente frágil y extremadamente vulnerable a cualquier tipo de crítica o adversidad.

Santo Tomás de Aquino nos enseña que “la fortaleza es la virtud que permite al hombre permanecer firme en el bien y resistir las adversidades. Sin fortaleza, el alma se quiebra ante el primer signo de dificultad” (Suma Teológica, II-II, q. 123, a. 2). San Bernardo de Claraval afirma que “la fortaleza no consiste en no temer, sino en resistir el miedo y continuar en la búsqueda del bien” (Sermones sobre el Cantar de los Cantares, Sermón 33). Asimismo, San Ignacio de Loyola nos instruye que “el hombre fuerte es el que enfrenta los desafíos y los supera, confiando siempre en la gracia de Dios y en su propia perseverancia” (Ejercicios Espirituales, n. 23). Papa León XIII también advierte: “La educación en la fortaleza es esencial para preparar a los jóvenes para las luchas de la vida. Sin esta virtud, caerán fácilmente en la desesperación y la fragilidad” (Rerum Novarum, n. 13). Finalmente, San Alfonso María de Ligorio nos recuerda que “el alma que no ha sido formada en la fortaleza es como un barco sin timón, que se desvía y se hunde al menor viento de dificultad” (Práctica del amor a Jesucristo, Cap. 2).

5. LA PARADOJA DEL AMOR SIN LÍMITES: UN CAMINO HACIA LA DEBILIDAD

Existe una gran paradoja en el amor sin límites de los “Padres de Algodón”: en su deseo de proteger a sus hijos de todo mal, en realidad les están negando la capacidad de crecer y madurar. Este amor desordenado, que busca evitar a toda costa el sufrimiento, termina produciendo hijos frágiles que, incapaces de enfrentar las realidades de la vida, desarrollan una dependencia emocional y una fragilidad que los hace vulnerables ante cualquier dificultad.

Análisis desde la Caridad y la Prudencia:

Santo Tomás de Aquino nos enseña que “la caridad es el amor que busca el verdadero bien del otro, y debe estar guiada por la prudencia para no convertirse en un amor desordenado” (Suma Teológica, II-II, q. 23, a. 1). Este amor verdadero, que debe ser el fundamento de la relación entre padres e hijos, no puede caer en la trampa de la indulgencia sin límites. La caridad exige un amor que esté dispuesto a corregir y a guiar, incluso cuando esto implique permitir que los hijos enfrenten dificultades.

San Agustín nos recuerda que “amar a nuestros hijos significa querer lo mejor para ellos, y esto incluye corregirlos cuando se desvían y guiarlos hacia el bien, incluso cuando esto implique dolor o sacrificio” (Sermones, 94, 9). Este principio subraya la necesidad de que los padres actúen con prudencia, guiando a sus hijos hacia la madurez y la responsabilidad, en lugar de mantenerlos en un estado de dependencia infantil.

San Juan de la Cruz también nos ofrece una perspectiva valiosa cuando dice: “El amor verdadero no consiente en las debilidades, sino que las corrige y las fortalece con la gracia divina” (Cántico Espiritual, Estrofa 28). Este enfoque asegura que el amor de los padres sea firme y orientado hacia el crecimiento espiritual y moral de sus hijos, en lugar de perpetuar la fragilidad emocional.

Finalmente, el Papa Pío XII subraya la importancia de un amor fuerte y corregidor al decir: “El amor de los padres debe ser fuerte, capaz de corregir y guiar, para que los hijos crezcan en virtud y no en fragilidad” (Ad Caeli Reginam, n. 43). Este tipo de amor, arraigado en la caridad verdadera y guiado por la prudencia, es esencial para el desarrollo saludable de los hijos.

6. RECOMENDACIONES PARA EVITAR LA FORMACIÓN DE UNA “GENERACIÓN DE CRISTAL”: EL CAMINO DE LA VIRTUD

¿Qué pueden hacer los padres para evitar criar hijos frágiles y dependientes? La respuesta se encuentra en la educación en las virtudes cardinales, guiadas por la caridad y la prudencia. Aquí algunas recomendaciones fundamentales:

1. Cultivar la Prudencia:

La prudencia es esencial para que los padres puedan discernir lo que es mejor para sus hijos en cada situación. Deben aprender a equilibrar el deseo de proteger a sus hijos con la necesidad de permitirles enfrentar y superar dificultades. La prudencia les ayudará a saber cuándo intervenir y cuándo dejar que sus hijos aprendan por sí mismos.

Santo Tomás de Aquino afirma: “La prudencia es la virtud que dispone rectamente las acciones humanas, orientándolas hacia el bien” (Suma Teológica, II-II, q. 47, a. 6).

2. Practicar la Justicia:

La justicia exige que los padres traten a sus hijos con equidad, permitiéndoles asumir las responsabilidades que les corresponden. Esto significa no hacer por ellos lo que deberían hacer por sí mismos y permitir que enfrenten las consecuencias naturales de sus acciones.

San Juan Bosco enseña: “La justicia en la educación implica no solo el castigo justo, sino también la recompensa justa por el bien obrar” (Reglas para los Educadores, Cap. 4).

3. Desarrollar la Fortaleza:

Los padres deben enseñar a sus hijos a enfrentar el sufrimiento y las dificultades con coraje. La fortaleza se desarrolla a través del enfrentamiento con los desafíos de la vida, y es esencial para que los jóvenes puedan soportar y superar las dificultades que inevitablemente encontrarán.

San Ignacio de Loyola afirma: “La fortaleza es la virtud que nos capacita para resistir las dificultades sin perder la serenidad del alma” (Ejercicios Espirituales, n. 149).

4. Fomentar la Templanza:

La templanza enseña a los jóvenes a moderar sus deseos y a controlar sus pasiones. En un mundo que promueve el placer inmediato y la evitación del sufrimiento, la templanza es crucial para que los hijos aprendan a vivir de manera equilibrada y disciplinada.

San Francisco de Asís señala: “La templanza es la virtud que regula nuestros deseos, evitando que caigamos en los excesos que nos apartan de Dios” (Admoniciones, 6).

5. Ejercitar la Caridad:

La caridad debe guiar todas las acciones de los padres hacia sus hijos. Este amor verdadero no busca la comodidad a corto plazo, sino el bien eterno de los hijos. Los padres deben amar a sus hijos lo suficiente como para exigirles que se esfuercen, que enfrenten los desafíos de la vida y que busquen siempre el bien.

San Agustín recuerda: “No hay mayor caridad que guiar a los hijos por el camino de la virtud, pues este camino los lleva a la vida eterna” (Confesiones, Libro IX, Cap. 10).

7. CONCLUSIÓN: HACIA UNA GENERACIÓN DE VIRTUD

La “Generación de Cristal” y los “Padres de Algodón” son el resultado de una sociedad que ha perdido de vista la importancia de la virtud en la vida humana. Sin embargo, hay esperanza. Siguiendo las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino y de la tradición católica, los padres pueden criar a sus hijos de manera que no sean frágiles como el cristal, sino fuertes como el acero, capaces de enfrentar las dificultades de la vida con virtud y sabiduría.

Santo Tomás de Aquino nos enseña que la felicidad última, la bienaventuranza, se encuentra en la vida eterna, en la unión con Dios. Sin embargo, la felicidad en esta tierra, aunque imperfecta, se alcanza a través de la práctica de la virtud. La virtud es el camino que nos permite vivir de acuerdo con nuestra naturaleza racional, ordenando nuestras acciones hacia el bien y, por tanto, hacia una verdadera paz y satisfacción en esta vida.

Es fundamental comprender que la práctica de las virtudes no solo nos prepara para la vida eterna, sino que es en realidad la fuente de la auténtica felicidad en esta tierra. Al vivir una vida virtuosa, experimentamos la alegría que proviene de actuar conforme a la recta razón y de orientarnos hacia el bien común. Esta es la verdadera felicidad que podemos alcanzar en el mundo, una felicidad que nos fortalece y nos guía, incluso en medio de las adversidades.

Por lo tanto, los padres tienen la responsabilidad y el privilegio de guiar a sus hijos por este camino, asegurando que estén preparados para enfrentar la vida con la fuerza, el coraje y la sabiduría que solo la virtud puede proporcionar. No se trata solo de formar individuos exitosos en un sentido mundano, sino de cultivar almas santas que, viviendo en la virtud, experimenten la verdadera felicidad en esta vida y estén preparadas para alcanzar la bienaventuranza en la vida eterna.

Este es el verdadero objetivo de la crianza cristiana, y solo puede lograrse a través de un compromiso firme con la virtud y la verdad, tal como nos lo enseñan Santo Tomás de Aquino y los grandes santos de la Iglesia. La felicidad en esta tierra es, en su esencia, la práctica de las virtudes, y es este camino el que conduce a la bienaventuranza en la otra vida.

OMO

BIBLIOGRAFÍA

 • Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II.

 • San Juan Crisóstomo, Homilías sobre Efesios.

 • Papa León XIII, Sapientiae Christianae.

 • San Agustín, Confesiones.

 • San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota.

 • Papa Pío XI, Divini Illius Magistri.

 • San Basilio el Grande, Reglas Morales.

 • San Juan Bosco, Mémoires de l’Oratoire.

 • Papa San Pío X, Acerbo Nimis.

 • San Bernardo de Claraval, Sermones sobre el Cantar de los Cantares.

 • San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales.

 • Papa León XIII, Rerum Novarum.

 • San Alfonso María de Ligorio, Práctica del amor a Jesucristo.

 • San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual.

 • Papa Pío XII, Ad Caeli Reginam.

 • San Francisco de Asís, Admoniciones.