martes, 20 de mayo de 2025

TU ALMA ESTÁ OLVIDANDO QUIÉN ERES



No peques: porque fuiste creado para la luz.


Antes de hablar del pecado, tenemos que hablar de ti.
No de lo que opinas, ni de lo que sientes.
No de tus logros, ni de tus heridas.
Pero de lo que eres.

Porque si no sabes quién eres, jamás entenderás por qué el pecado no solo te hiere… te desfigura.

Tú tienes un alma.
Y no es una metáfora, ni un símbolo, ni un estado emocional.
Es tu centro, tu raíz, tu forma invisible pero eterna.
Tu alma es lo que en ti permanece cuando todo cambia.
Lo que te busca cuando tú te olvidas.
Lo que te acusa en silencio cuando haces lo que sabías que no debías.
Lo que todavía llora por ti, incluso cuando tú ya no lloras por ti mismo.


Tu alma fue creada por Dios.
Y no como quien fabrica cosas en serie, sino como quien forma algo único, irrepetible y amado.
Fuiste creado con belleza, con un orden interior, con una vocación altísima: reflejar la luz del Creador.

Fuiste creado para vivir en la verdad,
para amar sin doblez,
para elevarte por encima de tus impulsos,
para ser libre de verdad,
para adorar con gozo,
para morir como un santo y vivir para siempre.


Y por eso, pecar no es simplemente portarse mal.
Se vuelve contra uno mismo.
Es romper tu forma.
Se apaga tu lámpara.
Es negar que tienes alma, y ​​empezar a vivir como si no la tuvieras.

El pecado te ofrece intensidad, pero te quita sustancia.
Te ofrece placer… pero a cambio de tu paz.
Te ofrece libertad... pero te encadena desde dentro.
Y tú lo sabes.
Porque cuando pecas —aunque nadie te lo diga— algo dentro de ti se vuelve más opaco.
Más frío.
Más falso.


Cada pecado es una traición a tu propia forma eterna.
Es como una estrella que reniega de su luz.
Como un fuego que se alimenta de cenizas.
Como un templo que decide derrumbarse desde dentro.

Y cuanto más pecas, más te acostumbras.
Y cuanto más te acostumbras, más olvidas.
Y un día, sin darte cuenta, ya no recuerdas qué era ser tú.
Ya no recuerdas qué se sentía estar limpio.
Ya no sabes cómo se escucha la voz de Dios.

Y el demonio no necesita hacer nada más.
Porque ya lograste que no quieras volver.


Por eso no peques.
No por miedo.
Sino por amor a lo que eres.
No solo porque “es prohibido”.
Pero porque es indignante de ti.

No solo porque te van a castigar.
Sino porque ya estás hecho para algo infinitamente mejor.


Fuiste creado para la luz.
No para arrastrarte, sino para arder.
No para esconderte, sino para brillar.
No para poseer cosas, sino para darte entero.

Y si algún día vuelves —porque todos caemos—, y levantas la vista, y clamas desde el fondo, y le dices a Dios:
“Señor, he olvidado quién soy, recuérdamelo Tú”…

Entonces descubrirás algo más hermoso aún:

Que Él nunca dejó de verte como lo que eras.
Y que su misericordia no restaure pecadores,
sino templos.

¿Por qué pecamos, si sabemos que nos hace daño?

La pregunta es simple, y sin embargo pocos se atreven a contestarla con honestidad:
¿Por qué el hombre, creado para el bien, elige lo que lo destruye?

Muchos jóvenes no pecan por odio, sino por hambre.
Hambre de belleza, de amor, de algo que llena, de algo que duela menos que el vacío.
Pero si no se les enseña a distinguir entre la miel y el veneno, tarde o temprano beberán lo que mata.
Y llamarán a ese veneno “experiencia”.

Nadie peca por aburrimiento.
Uno peca porque cree que va a encontrar algo mejor.
Nadie elige el mal diciendo: “quiero arruinarme”.
Lo elige porque lo confunde con un bien.

Y ahí empieza la trampa.


San Agustín, que conoció el alma desde dentro porque primero la había perdido, dijo que el alma humana es como un vaso inmenso que solo puede llenarse con Dios, pero que —en su desorden— intenta llenarse de cualquier cosa.

Y Santo Tomás, con su precisión luminosa, enseñó que el pecado nace cuando la inteligencia se oscurece y la voluntad se tuerce. No de golpe. No en un instante. Sino por una secuencia que se repite como un mecanismo perfecto.

La tentación tiene pasos. Tiene método. Tiene lógica.

Y entenderla es empezar a vencerla.


Los cinco pasos de la tentación

1. La sugerencia
Todo comienza con una imagen, una emoción, un deseo.
No es pecado sentirlo. Pero ya es una llamada.
Una idea toca la puerta.
Y tú decides si la deja entrar.

2. El diálogo interior
Aquí el alma no cae, pero negocia.
No lo rechaces. Tampoco se rinde. Conversar en solitario.
Y en ese diálogo, la mentira comienza a tomar forma.
Empieza la justificación:
“No es tan grave.”
“Solo por esta vez.”
“Después me confío.”

Y poco a poco, la razón se debilita.
La voluntad se inclina.
Y lo que antes parecía impensable, ahora parece razonable.

3. El consentimiento
Aquí ya no hay confusión.
La voluntad se entrega.
Aunque sea en lo más secreto, aunque nadie vea:
Ya hay pecado.

El alma ha dicho que sí.
Y aunque Dios no deja de amarla, ella ha dado la espalda a la luz.

4. La repetición
Una caída, sin arrepentimiento, busca otra. Y otra.
Y otra.

Y entonces el pecado, que al principio dolía, ahora se vuelve costumbre.
Y lo que ayer ofendía la conciencia, hoy apenas se nota.
Y la lámpara del alma, aún encendida, ya no alumbra.

5. La ceguera o la desesperación

Aquí el demonio se sienta a contemplar su obra.

Porque si logra que el alma se desespere, pensará que ya no vale la pena luchar.
Y si logra que el alma presuma, pensará que no necesita luchar.

Ambas cosas son letales.
En ambas, el alma deja de caminar.
Y en ambas, el pecado ya no es solo acto: es estado.

Pero aún entonces, si el alma recuerda, si clama, si se humilla…
puede volver a levantarse.

Porque por más profunda que sea la caída,
La gracia puede más.

Cuando el alma se acostumbra a la sombra: la psicología del pecado en el joven actual

Antes, el pecado se cometía con vergüenza.
Hoy, se justifica con discursos.
Ayer, el alma caía y temblaba.
Hoy, cae y aplaude.
Y no porque el alma haya cambiado, sino porque el mundo ha aprendido a anestesiarla.

El joven moderno —ese que eres tú, o que podrías serlo— no peca por maldad directa.
Peca por hambre y por ruido.
Hambre de sentido. Ruido que lo distrae de escucharse.
Y cuando el alma tiene hambre y está distraída,
Acepta cualquier cosa como si fuera pan.


1. Vacío: cuando el alma ya no sabe qué busca

Muchos jóvenes viven saturados de estímulos, pero desnutridos de sentido.
Tienen acceso a todo, excepto a lo que los sacia.

Saben lo que sienten, pero no saben para qué existen.
Conocen el placer, pero desconocen la paz.
Han probado de todo… y, sin embargo, siguen buscando.

Y en ese vacío, el pecado entra como oferta rápida:
una emoción, un escape, una pertenencia falsa.

Pero al final, queda lo mismo:
el hueco, ahora más hondo.


2. Ruido: el gran enemigo del silencio interior

La conciencia necesita silencio para hablar.
Y hoy todo está diseñado para evitarlo.

Auriculares, pantallas, notificaciones, distracciones.
La voz de Dios, que suele ser suave, queda sepultada entre sonidos y luces.
Y entonces, no es que el joven no tenga alma.
Es que ya no la escucho.

La culpa no se ha ido.
Pero ha sido silenciada.
Y cuando la conciencia ya no duele, el alma no es libre:
está dormida


3. La cultura del deseo: todo está permitido… menos la verdad

Hoy se celebra todo menos la pureza.
Se premia todo menos la fidelidad.
Se promueve todo menos la humildad.
Todo se puede redefinir… excepto la santidad.

Si un joven quiere entregarse al desorden, el mundo le aplaude.
Pero si quiere vivir casto, o rezar el Rosario, o confesarse, le llaman anticuado, represivo o ridículo.

Y, sin embargo, esa pureza despreciada es lo único que lo salvaría.


4. Cuando el pecado ya no duele: el alma habituada

El mayor triunfo del mal no es que caigas.
Es que te acostumbres.

Que ya no sientas la mancha.
Que ya no llores tu miseria.
Que ya no deseas volver a la luz.

Y así, poco a poco, el alma que fue creada para arder, se vuelve tibia.

Y la tibieza no es media virtud:
es medio infierno


¿Y entonces por qué?

Entonces es necesario despertar.
Volver al silencio.
Reconocer la sed.
Mirar el alma.
Volver a la verdad.

No la verdad que cambia según modas, sino la que te dice:
Tú no naciste para esto. Tú naciste para más.

Y aunque estés caído, aunque te sientas frío, aunque te hayas perdido…aún puedes volver.

Cómo resistir la tentación: el combate interior que define quién eres

Una vez que sabes lo que eres, una vez que entiendes que tienes alma, y ​​que el pecado es una deformación de tu forma eterna, la siguiente pregunta es inevitable:

¿Cómo se resiste el mal?

Porque el mal viene.
Con sutileza o con estruendo, con dulzura o con furia.
A veces con disfraz de deseo, otras con el argumento más “razonable” del siglo.
Y lo curioso es que el pecado rara vez se presenta como algo horrible.
Generalmente se presenta como algo urgente, necesario, comprensible, humano, legítimo, “tuyo”.

Y entonces, cuando el alma vacila, comienza el combate.
No el que se libra con espadas, sino el que se libra con lágrimas.
No el que tiene ruido, sino el que tiene eco.
El combate más decisivo de tu existencia.


1. La vigilancia

El primer paso no es correr, sino abrir los ojos.
El demonio no necesita gritar si tú vas con los ojos cerrados.

Por eso Cristo dijo: “Velad y orad”.
Velad, porque el enemigo no duerme.
Orad, porque tú no puedes vencerlo solo.

Hay cosas que te hacen débil: evítalas.
Hay ambientes que te apagan: sal de ellos.
Hay personas que arrastran: ama su alma, pero guarda la tuya.

Y sobre todo: vigila tu interior.
Nadie cae por sorpresa.
Primero se descuida.


2. La oración

La tentación susurra.
Y la única manera de reconocer su voz… es acostumbrarte a otra más alta.

Rezar no es hablar con el aire.
Es afinar el oído del alma.
Es respirar gracia.
Es recordarte quién eres… ya quién perteneces.

El que no ora, cae.
No por mala suerte.
Sino porque entró en batalla sin escudo.

Y si no sabes qué decir, entonces calla.
Dios escucha igual.
A veces el silencio que no se rinde ya es oración.


3. Los sacramentos

¿Quieres resistir al pecado con tu sola fuerza?
Buena suerte. También lo intentaron Adán, David, Pedro.

Pero ¿quieres resistir con la fuerza de Dios dentro de ti?
Entonces comulga.
Confiesa.
Vuelve a la gracia como quien vuelve al hogar.

La confesión limpia.
La Eucaristía se fortalece.
La gracia transforma.

Y un alma en gracia no es perfecta,
pero es invencible en su fragilidad confiada.


4. Las virtudes

No se vence al pecado solo con decirle “no”.
Hay que decirle “sí” a algo mejor.

La castidad no es represión.
Hay libertad interior.
Es amar con el cuerpo ordenado por el alma.
Es mirar con limpieza lo que el mundo ha vuelto objeto.

La humildad no es humillación.
Es fuerza que no se vanagloria.
Es saber que eres hijo, no Dios.

La templanza no es frialdad.
Es fuego bien encauzado.

Y la fortaleza no es insensibilidad,
sino amor que no se rinde en la batalla.


5. La esperanza

Aquí está lo más importante.

Porque si el demonio no logra hacerte caer, querrás convencerte de que no puedes levantarte.

Y entonces viene el susurro fatal:
“Ya es tarde.”
“Ya lo hiciste.”
“Ya no puedes cambiar.”

Pero he aquí la verdad que el infierno detesta:
Dios ama levantar.
Y tú puedes volver.

La esperanza no es ilusión.
Es certeza sobrenatural.
Certeza de que Cristo venció.
De que su gracia no se agota.
Y de que tu miseria no es más fuerte que su misericordia.

La esperanza es la voz que dice, aun desde el barro:
“Estoy herido, pero soy hijo”.
“Estoy débil, pero no estoy solo”.
“Estoy caído… pero me levanto”.


Y si luchas, si resistes, si caes y vuelves a luchar,
Puedes estar seguro de algo:
el infierno tiembla.

Porque el alma que no se rinde, aunque esté herida, ya está venciendo.
Recuerda quién eres: la dignidad del alma y la gloria de volver a Dios (por María)

El alma no fue creada para soportar la vida.
Ni para adaptarse a lo mediocre, ni para arrastrarse por los pasillos del pecado justificándose con frases inteligentes.
El alma fue creada para cantar.
Para brillar.
Para amar con todo su ser, y ser amada hasta el fondo.

Y sin embargo, qué fácil es olvidarlo.

Se puede vivir años sin recordar que se tiene alma.
Se puede caminar mucho sin saber que se camina hacia ningún lado.
Y el mundo moderno ha logrado una proeza espantosa: convencer a millones de que la tibieza es sensatez.

Pero no.
El alma no fue hecha para lo gris.
Fue hecha para la gloria.
Para la forma.
Para el fuego.

Y cuando pecas, no solo fallas.
Te achicas.
Te desordenaste.
Te alejas del diseño que te hace tú.

Pecar es como dibujar con tinta sobre un vitral.
La forma sigue ahí… pero ya no deja pasar la luz.


Y sin embargo —he aquí la buena noticia que el demonio quisiera borrar de toda biblioteca—:
Puedes volver.

Puedes volver a la gracia.
Volver a la forma.
Volver al Dios que no solo te perdona,
sino que te recuerda quién eras antes de ensuciarte.

Y si quieres que ese regreso sea rápido, suave, ardiente y seguro…
Tengo una Ella.


María.

No es una figura decorativa.
Ni una emoción dulce.
Es el camino corto entre tu miseria y la gloria de Cristo.

Ella no es una versión femenina de Dios.
Es la criatura en la que Dios mostró lo que puede hacer cuando no se le pone resistencia.

No serás como Ella —no puedes—, pero en Ella puedes ver tu esperanza reflejada sin sombra.

Ella no es tu forma. Pero es la que jamás la perdió.


El demonio odia a María por eso:
Porque ella no discute.
Ella es.
Y todo lo que es, es perfectamente ordenado.
Y donde hay orden, él no puede entrar.

Ella no grita, no se impone, no manipula.
Solo dice: “Hagan lo que Él les diga”.
Y con eso basta para que el infierno empiece a crujir.


Así que si no sabes cómo volver, si estás muy sucio para mirar a Cristo, si te has olvidado hasta del lenguaje del alma…di su nombre.
María.

Y la forma empezará a volver.
El alma comenzará a respirar.
Y el pecado, que parecía invencible, será vencido
por una Mujer que ni siquiera discutió con la serpiente.
Sólo la aplastó.


No naciste para la sombra.
Y Ella —la que brilla sin mancha— no dejará que vivas como si no tuvieras forma.

Vuelve a la luz.
Vuelve al alma.
Vuelve por María.

OMO

viernes, 16 de mayo de 2025

LA RESPONSABILIDAD DE LOS PADRES CON RESPECTO A LA PUREZA DE SUS HIJOS



Los padres deben velar y fomentar la pureza de sus hijos desde la más tierna edad, para que adquieran vergüenza y honradez, para que sean modestos en el habla, en los modales, en el vestir. Corresponde a los padres evitar que sus hijos adquieran malos hábitos en este campo, aunque los niños no comprendan la maldad de lo que están haciendo, porque después no podrán librarse de la adicción.

Cuidado padres, cuidado con los niños. Veamos lo que dice S.S. Pío XII: “Desgraciadamente a veces sucede que los padres cristianos, que se preocupan tanto por criar a un hijo o una hija, que están siempre apartados de los placeres peligrosos y de las malas compañías, ven de pronto a los hijos, a los18 o 20 años, víctimas de miserables y escandalosas caídas: el buen grano que sembraron fue arruinado por la cizaña.

¿Quién era el enemigo del hombre que tanto mal hizo? Lo que pasó, prosigue el Papa, fue que en la casa misma, en ese pequeño paraíso, se coló el tentador, el enemigo astuto, y encontró allí el fruto corruptor para ofrecerlo a manos inocentes. Un libro dejado por casualidad en el escritorio del padre es lo que destruyó la fe de su bautismo en el hijo, una novela abandonada en el sofá o en el dormitorio por la madre es lo que eclipsó la pureza de su primera comunión en la hija".

La cizaña puede entrar al hojear revistas de noticias o periódicos que se encuentran en la casa; por la televisión, por un extracto del periódico televisivo que el niño vio por casualidad. Vigilad, padres, velad por las almas de vuestros hijos. Manténganlos alejados de Internet, tabletas e Ipads, donde realmente pueden acceder a cualquier cosa. Ya ven tanto mal fuera de casa. Que al menos en ella puedan encontrar la pureza y la virtud, a partir del ejemplo de sus padres.

¿De qué sirve ganar el mundo entero si perdemos nuestra alma? ¿Cuál es el valor de una satisfacción instantánea, fugaz, que nos hace perder el cielo, merecer el infierno y que ofende a nuestro Señor? Confiando en Dios, desconfiando de nosotros mismos, con una determinación muy firme, seamos castos y puros según nuestro estado de vida. Seamos un ejemplo y velemos por la pureza y la salvación del alma de nuestros hijos. El ejemplo y los buenos consejos y cuidados son indispensables para que ellos se conserven puros.


jueves, 15 de mayo de 2025

NO SEAS INCRÉDULO



“No había llegado todavía este día que hizo el Señor; las tinieblas estaban todavía sobre el abismo, en las profundidades del corazón humano que estaba en tinieblas. Que venga pues aquel que es la punta del día, que venga y que diga con paciencia, con dulzura, sin cólera, él que es el que cura: «Ven. Ven, toca aquí y cree. Tú has dicho: 'Si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo'. Ven, toca, mete tu dedo y no seas incrédulo, sino creyente. Yo conocía tus heridas, he guardado para ti mi cicatriz”. (San Agustín)

Lo más inaudito de todo es que no se contentó con soportar los peores sufrimientos y las heridas hasta la muerte, sino que, resucitado, después de haber rescatado su cuerpo de la corrupción, conserva en él sus llagas y sus cicatrices. Y con ellas es como aparece ante los ángeles, las considera como su atavío y se regocija mostrando qué tremendos sufrimientos ha aguantado. Del cuerpo ha abandonado todo lo demás, porque su cuerpo es espiritual, ingrávido y sutil, exento de toda afección corporal; pero sus cicatrices no las ha rechazado en absoluto, no ha borrado sus llagas. Al contrario, ha querido conservarlas a causa de su amor al hombre, porque con ellas ha podido encontrar al que estaba perdido, y con esas heridas ha conquistado al que amaba.

¿Qué amor podría igualarse con ese? ¿Qué objeto ha sido amado por el hombre hasta ese extremo? ¿Qué madre ha sido tan tierna, o qué padre ha sido tan afectuoso? O ¿quién concibió nunca por la belleza un amor tan loco que, en nombre de ese amor, venga a ser herido por aquel mismo al que ama, y no sólo lo soporta, no sólo conserva su amor al ingrato, sino que coloca sus heridas por encima de todo?.

Oh Señor y Dios mío, dentro de tus llagas, escóndeme, como a la paloma en la hendidura de la Roca. Concédeme refugiarme en la Herida hondísima de tu Gracia derramada, cauterizar por tu Amor extremo las tinieblas del corazón herido y reflejar por siempre tu infinita Misericordia...



martes, 13 de mayo de 2025

S.S. PÍO XII SEÑALÓ QUE EL SECRETO DE FÁTIMA ADVERTÍA SOBRE LA APOSTASÍA EN LA IGLESIA, PERO FUE IGNORADO POR SUS SUCESORES



Un testimonio notable, aunque de relevancia indirecta, es el del cardenal Eugenio Pacelli –antes de convertirse en el Papa Pío XII– cuando era Secretario de Estado del Vaticano durante el reinado de Pío XI.

 El futuro Pío XII hizo una asombrosa profecía sobre un futuro trastorno en la Iglesia:

"Me preocupan los mensajes de la Santísima Virgen a Lucía de Fátima. Esta persistencia de María ante los peligros que amenazan a la Iglesia es una advertencia del Cielo contra el suicidio de alterar la Fe en su liturgia, en su teología y en su alma. (...) Oigo a mi alrededor a innovadores que quieren desmantelar la Capilla sagrada, destruir la llama universal de la Iglesia, rechazar sus ornamentos, hacerla sentir remordimientos por su pasado histórico".[1]

    El biógrafo del Papa Pío XII, Monseñor Roche, señaló que en este punto de la conversación, Pío XII dijo entonces, en respuesta a una objeción:

"Llegará un día en que el mundo civilizado negará a su Dios, cuando la Iglesia dudará como Pedro dudó. Ella estará tentada a creer que el hombre se ha convertido en Dios. En nuestras iglesias, los cristianos buscarán en vano la lámpara roja [del Tabernáculo] donde Dios los espera. Como María Magdalena, llorando ante el sepulcro vacío, preguntarán: “¿Dónde lo han llevado?”[2]

    Es verdaderamente asombroso notar que el futuro Papa relacionó esta intuición aparentemente sobrenatural de la inminente devastación de la Iglesia específicamente con "los mensajes de la Santísima Virgen a Lucía de Fátima", y con "esta persistencia de María ante los peligros que amenazan a la Iglesia". Una predicción de este tipo no tendría sentido si se basara en las dos primeras partes del Gran Secreto, que no mencionan cosas como "el suicidio de alterar la Fe en su liturgia, su teología y su alma", o "innovadores que quieren desmantelar la Capilla sagrada, destruir la llama universal de la Iglesia, rechazar sus ornamentos y hacerla sentir remordimientos de su pasado histórico". Tampoco hay ninguna indicación en las dos primeras partes de que "En nuestras iglesias los cristianos buscarán en vano la lámpara roja donde Dios los espera".

    ¿Cómo sabía estas cosas el futuro Papa Pío XII? Es evidente que le fue concedida una visión sobrenatural, o bien que tenía conocimiento directo de que una parte de los "mensajes de la Santísima Virgen a Lucía de Fátima", que hasta entonces no habían sido revelados, predecían estos acontecimientos futuros en la Iglesia. En resumen, todos los testimonios sobre el contenido del Tercer Secreto, desde 1944 hasta al menos 1984 (fecha de la famosa entrevista de Ratzinger), confirman que se refiere a una catastrófica pérdida de Fe y de disciplina en la Iglesia, abriendo una brecha a las fuerzas durante mucho tiempo alineadas contra Ella: los "innovadores" a quienes el futuro Papa Pío XII escuchó a su alrededor, pidiendo el desmantelamiento de la capilla sagrada y cambios en la liturgia y la teología católicas.

Como se ha visto, esta brecha comenzó a producirse en 1960, precisamente el año en que, como había insistido Sor Lucía, debía revelarse la tercera parte del Secreto.

[1] Roche, Pie XII Devant l'Histoire, págs. 52-53.

[2] Ibíd.

lunes, 12 de mayo de 2025

MAYO, MES DE MARÍA


Así se llama tradicionalmente este mes dedicado a la Stma. Virgen, en el que ofrecemos a nuestra Madre del Cielo nuestras mejores “flores” espirituales y materiales. Un método muy sencillo es saludarla con las siguientes deprecaciones: 

Madre mía amantísima, en todos los instantes de mi vida, acordaos de mí, miserable pecador. Avemaría

Acueducto de las divinas gracias, concededme abundancia de lágrimas para llorar mis pecados. Avemaría

Reina de cielos y tierra, sed mi amparo y defensa en las tentaciones de mis enemigos. Avemaría 

Inmaculada hija de Joaquín y Ana, alcanzadme de vuestro santísimo Hijo, las gracias que necesito para mi eterna salvación. 

Avemaría

Abogada y refugio de los pecadores, asistidme en el trance de mi muerte, y abridme las puertas del Cielo. 

Avemaría.

sábado, 10 de mayo de 2025

LA PAZ, SIN EL REY DE LA PAZ



«La paz sea con ustedes».
Con esas palabras abrió su pontificado el Papa León XIV.
Y el mundo, sediento y disperso, escuchó —como tantas veces— esa promesa de armonía que atraviesa los siglos como un eco de resurrección. No es una fórmula cualquiera. Es, en labios de Cristo, una proclamación de victoria: victoria sobre el desorden, sobre el pecado, sobre la enemistad entre el hombre y su Creador.
Pero, como sucede con todo lo que el mundo repite sin comprender, conviene detenerse. Porque una palabra tan grande no puede ser dicha en voz baja sin peligro. La paz, cuando se repite sin orden, puede convertirse en su negación.

Paz: ¿qué es? ¿Dónde habita? ¿Cómo se sostiene?
El pensamiento clásico, coronado por la claridad de Santo Tomás, responde con sencillez luminosa: pax est tranquillitas ordinis.
La paz es la tranquilidad del orden.
No la suspensión del conflicto, sino la consecuencia de que las cosas estén como deben estar.
La paz no es anterior al orden. Es su fruto.
No se negocia. Se recibe.
Y se pierde cuando se destruye el principio de ese orden.

Aquí empieza el problema moderno. Porque si hay algo que la modernidad ha hecho con método, es desmontar el edificio del orden.
Ha sustituido la naturaleza por la voluntad, el ser por la opinión, el bien por la utilidad, la justicia por el consenso.
Y luego —con una mezcla admirable de ingenuidad y soberbia— ha salido a buscar la paz.
Como quien arranca los cimientos de una casa y luego reza por la estabilidad del techo.

Danilo Castellano, con la precisión que sólo da el pensamiento fiel al ser, lo ha dicho con claridad:
la paz no puede existir donde no hay reconocimiento de la verdad.
No puede mantenerse si se niega el carácter objetivo de la ley natural.
No puede brotar en un mundo que ha sustituido el orden teológico-jurídico por la ingeniería de intereses.
Porque en última instancia, la paz no es una idea política, sino una realidad ontológica.

El orden —como realidad objetiva— tiene un principio que lo origina, una ley que lo mide y un fin que lo orienta.
Ese principio no es el consenso.
Esa ley no es el deseo.
Ese fin no es el bienestar.
Ese principio es Dios.
Esa ley es la ley natural.
Ese fin es el bien común, que no se inventa, sino que se descubre.

Cuando se desconoce esta arquitectura del ser, lo que se llama paz se convierte en parodia:
— armonía sin jerarquía,
— justicia sin verdad,
— derecho sin deber,
— unidad sin bien.
Es una paz flotante, frágil, inestable, como un espejo colgado en el viento.

Por eso Castellano insiste: el desorden moderno no es accidental, sino estructural. No se trata de un error administrativo, sino de una negación de principios.
Cuando se niega la soberanía de Dios, se quiebra el fundamento del orden.
Cuando se desnaturaliza al hombre, se extravía su lugar en ese orden.
Y cuando se renuncia a la ley natural, se convierte el poder en pura técnica de dominación.
Y entonces, la paz deja de ser posible, no por falta de buenas intenciones, sino por ausencia de fundamento.

Cristo no ofreció una paz adaptada a los tiempos.
Ofreció su paz: la que nace de la justicia restaurada, del pecado redimido, de la cruz aceptada.
No dio la paz como lo hace el mundo, porque el mundo ya había inventado sus propias imitaciones:
la paz del equilibrio de fuerzas,
la paz del miedo común,
la paz del adormecimiento moral.
Cristo dio la paz como signo de Reino.
Y donde no hay Reino, no puede haber paz.

¿Queremos la paz? Entonces no basta con desearla.
Debemos restaurar el orden.
Y restaurar el orden no significa imponer estructura exterior, sino volver al reconocimiento de la verdad sobre el ser, sobre el hombre, sobre la ley, sobre el fin.
La paz no es un proyecto humano: es la irradiación visible de la justicia divina acogida.

Por eso, cuando el Papa dice la paz sea con ustedes, la respuesta más digna no es el aplauso ni la costumbre, sino la conversión.
Porque sólo el alma reconciliada puede acoger la paz verdadera.
Sólo la ciudad fundada en la ley natural puede custodiarla.
Y sólo el mundo sometido al reinado social de Cristo puede mantenerla.

Todo lo demás será tregua.
Será protocolo.
Será buena voluntad sin estructura.
Será —como bien lo ha visto Castellano— la ficción de la paz cuando ya se ha perdido el alma del orden.

Por eso hay que volver a pensar.
Pensar sin miedo.
Pensar como quienes saben que la verdad no necesita maquillaje, sino fidelidad.
Y reconocer, con alegría firme, que la paz existe.
Pero sólo si el Rey es reconocido.
Porque sin el Rey de la Paz, la paz es palabra huérfana.
Y palabra huérfana… no funda Reino.

OMO