"Cuando veo un sacerdote viejo, deslucido en su traje y en su palabra, distraído como quien tiene el corazón en otra parte, sordo a los rumores de la tierra y atento a las voces que le hablan en sueños como a Samuel, pienso que invita a cantar un Te Deum, porque es un navío que ha pasado ya las tormentas de los siete mares.
Cuando veo uno joven, que emprende su periplo, impaciente de surcar los océanos, con demasiada confianza en la altura de sus mástiles y en lo pulido de sus cascos y en la gallardía de sus lonas; que mira poco el cielo para orientar su rumbo y mucho las máquinas que fabrican los hombres, tengo miedo por él.
Y más si es artista; y mucho más si es elocuente; y muchísimo más si es ingenuo y ama el ruido, y cree que le falta tiempo y puede dejar hoy esta rúbrica, mañana este rezo, después esta meditación, ser impuntual en la hora de su Misa; ser distraído en su breviario.
¡Ay! ¡Cuántos mares y cuántos escollos delante de su proa y qué lejos el puerto!".
Hugo Wast
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