lunes, 26 de mayo de 2025

¿DÓNDE ESTÁ TU COMPAÑERA DE SALVACIÓN?



El juicio personal y el peso eterno del amor conyugal

“Al final, el amor será pesado.
Y solo el amor que salva tendrá peso de eternidad.”

I. EL UMBRAL DONDE CAERÁN TODOS LOS ESPEJOS

Vendrá la hora.
Lo sabemos. Aunque llenemos los días con palabras, con risas o con silencios, lo sabemos.

Vendrá la hora en que todo lo que fue apariencia caerá.
En que cada sonrisa, cada indiferencia, cada acto y cada omisión serán llamados por su nombre verdadero.

El juicio personal.

No será un interrogatorio frío ni una lista burocrática de errores.
Será la revelación total de lo que fuimos, de lo que hicimos con el amor que Dios nos confió.

Y entonces, para el esposo —y también para la esposa— habrá una pregunta que resonará con una gravedad imposible de imaginar ahora:

”¿Dónde está tu compañera de salvación?”

No:
”¿Dónde está tu compañera de afectos?”
Ni:
”¿Dónde está tu cómplice de alegrías?”

Sino:

”¿Dónde está el alma que puse bajo tu custodia?
¿Dónde está la mujer cuyo destino eterno te confié?”

Porque el matrimonio, que para el mundo es solo un contrato o una historia de sentimientos, para Dios es una alianza de redención.

II. MATRIMONIO: NO COMPAÑÍA, SINO CUSTODIA DEL ALMA

El día que un hombre y una mujer dicen “sí” —ante el altar y bajo el cielo que también es testigo—, sellan una alianza que no entiende de modas ni de emociones fugaces.

Prometen fidelidad.
Pero esa fidelidad no es solo compañía física ni constancia emocional.
Es una fidelidad al alma del otro.

“Te recibo como esposa…” no significa: “Te acompañaré mientras sea fácil.”
Significa: “Asumiré la custodia de tu alma incluso cuando el amor se vuelva cruz.”

San Juan Crisóstomo lo dijo con la fuerza de los que ven más allá de la tierra:
El esposo debe amar a su esposa como Cristo amó a la Iglesia: hasta el sacrificio, hasta la santificación, hasta la entrega total.

San Francisco de Sales, con la dulzura que solo poseen los fuertes, añadió:
El verdadero amor conyugal no busca solo hacer la vida más agradable. Busca conducir al otro hacia Dios.

Y Santo Tomás de Aquino no habló de afectos pasajeros, sino de mutuum adiutorium: la ayuda mutua no solo en lo terreno, sino en lo que pesa eternamente: el destino del alma.

El gran moralista Antonio Royo Marín lo sintetizó con claridad rotunda:
Procurar la salvación del cónyuge no es un consejo piadoso. Es una obligación grave. Ignorarla es pecado de omisión.

III. LA FALSA MEDIDA DEL AMOR: EL VENENO ELEGANTE DE LA MEDIOCRIDAD

Hoy, el mundo ha inventado medidas falsas del amor:

“La hice feliz.”
“La dejé ser libre.”
“No la juzgué.”

Son frases que suenan maduras y razonables.
Pero muchas veces son máscaras del miedo o de la pereza disfrazadas de virtud.

El amor que nunca corrige, nunca exhorta, nunca incomoda, nunca sufre… no es amor. Es indiferencia disfrazada de respeto.

San Francisco de Sales advirtió:
No hay neutralidad en el matrimonio. O el esposo y la esposa se ayudan a salvarse, o se arrastran uno al otro hacia la tibieza, que es antesala de la ruina espiritual.

IV. LAS OMISIONES PESARÁN MÁS QUE LOS PECADOS

En ese juicio personal, no serán los pecados los que más pesen.
Serán las omisiones:

— Las veces que callaste cuando tu esposa abandonaba la oración.
— Las veces que no corregiste por miedo a disgustarla.
— Las veces que preferiste tu comodidad al sacrificio de guiarla.
— Las veces que no rezaste por ella porque pensaste que “ya no escucharía”.
— Las veces que no fuiste ejemplo porque creíste que “era demasiado tarde”.

Cada silencio tendrá su peso.
Cada cobardía tendrá su nombre.
Cada omisión será llamada al centro del tribunal.

El Cardenal Robert Sarah lo expresó con la gravedad de quien contempla muchas almas perdidas y algunas redimidas:
Dios nos confiará el alma del otro. Y nos preguntará qué hicimos con ella.

V. LA GRAN PREGUNTA Y LA ESPERANZA DE LOS QUE LUCHAN

”¿Dónde está tu compañera de salvación?”

No será una metáfora.
Será el resumen de toda tu vida conyugal.

Y no habrá espacio para decir:

“Señor, no quise imponer.”
“Señor, respeté su libertad.”
“Señor, cada uno tenía su camino.”

Porque el matrimonio no es coexistencia de libertades individuales bajo el mismo techo.
Es unidad de destino y corresponsabilidad mutua en el camino hacia el Cielo.

Pío XI lo proclamó con firmeza en Casti Connubii:
“Dios ha instituido el matrimonio no solo para la propagación y educación de los hijos, sino para que los esposos se ayuden mutuamente a alcanzar la vida eterna.”

VI. CUANDO LA PREGUNTA SE VUELVA MÁS ÍNTIMA: “¿AMASTE A TU ESPOSA COMO YO AMÉ A MI IGLESIA?”

El día del juicio, esa gran pregunta no será solo:

”¿Dónde está tu compañera de salvación?”

Sino que, en el fondo del alma, resonará otra aún más temible y luminosa:

”¿Amaste a tu esposa como Yo amé a mi Iglesia?”

No será un reproche.
Será la medida con que se pesa al esposo cristiano.

“Maridos, amad a vuestras esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella.” (Ef 5, 25).

No se nos pedirá haber amado “como pudimos”.
No se nos preguntará si fuimos amables o pacientes a ratos.
Se nos medirá con el amor crucificado de Cristo:

— Un amor que tuvo paciencia ante las infidelidades.
— Que corrigió con caridad y enseñó con verdad.
— Que se sacrificó sin esperar recompensa.
— Que perdonó incluso cuando fue herido.
— Y que dio la vida para salvar.

El esposo que ama así, aunque con imperfección humana, se convierte en imagen viva del amor redentor.

VII. EL ROSTRO QUE PREGUNTA SERÁ TAMBIÉN EL ROSTRO QUE SONRÍE

Pero ese juicio no será solo peso y temor.

El mismo Dios que preguntará es el que dio la gracia suficiente para cumplir la misión.

Y si puedes decir —con humildad y lágrimas—:

“Señor, aquí está la compañera que me diste.
No fui perfecto.
Caí muchas veces.
Pero oré por ella.
La corregí con amor cuando pude.
La sostuve en sus flaquezas.
Me sacrifiqué por su bien espiritual.
Y cuando no supe qué hacer, te la confié a Ti, en mis oraciones y en mi cansancio.”

Entonces —como enseñaba Fulton Sheen— el juicio no será una condena, sino una glorificación.

El rostro que pregunta será también el rostro que sonríe.
Porque el amor que salva, aunque imperfecto y luchado, es el único amor que cuenta cuando el tiempo ha terminado.

VIII. NO SE COMPARTE LA ETERNIDAD COMO ESPOSOS, SINO COMO ALMAS QUE SE AYUDARON A ALCANZARLA

El matrimonio cristiano no permanece en el cielo.
“En la resurrección ni se casarán ni se darán en matrimonio.” (Mt 22, 30).
El vínculo sacramental, como todos los sacramentos, es camino, no destino.
Cumplida su misión, cesa.

Pero los esposos que lucharon por la salvación del otro se reconocerán eternamente como las almas que colaboraron con la gracia para llevarse mutuamente a la gloria.

“No compartirán la eternidad como esposos,
pero se contemplarán en la bienaventuranza como instrumentos del amor redentor que los condujo hasta Dios.”

Y esa será su alegría suprema:
no haber compartido solo una vida, sino haber colaborado en la salvación que los hizo eternos.

”¿Dónde está tu compañera de salvación?”

Que podamos responder con verdad y esperanza:

“Señor, aquí está.
Y aunque el camino fue difícil y yo imperfecto,
nunca dejé de luchar por su alma.”

Entonces comprenderemos que el matrimonio fue —como enseña la tradición cristiana— la forma más alta en que el amor humano natural puede participar en la obra redentora de Cristo.

El sacerdocio y la virginidad consagrada, que son más altos en el orden de la gracia, habrán brillado ya en su plenitud celestial.

Pero el amor conyugal que colaboró a la salvación del otro será coronado por Dios con una gloria propia:
haber sido, en esta tierra, imagen imperfecta pero verdadera del Amor que no abandona y que no teme al sacrificio.

OMO

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