jueves, 15 de mayo de 2025
NO SEAS INCRÉDULO
“No había llegado todavía este día que hizo el Señor; las tinieblas estaban todavía sobre el abismo, en las profundidades del corazón humano que estaba en tinieblas. Que venga pues aquel que es la punta del día, que venga y que diga con paciencia, con dulzura, sin cólera, él que es el que cura: «Ven. Ven, toca aquí y cree. Tú has dicho: 'Si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo'. Ven, toca, mete tu dedo y no seas incrédulo, sino creyente. Yo conocía tus heridas, he guardado para ti mi cicatriz”. (San Agustín)
Lo más inaudito de todo es que no se contentó con soportar los peores sufrimientos y las heridas hasta la muerte, sino que, resucitado, después de haber rescatado su cuerpo de la corrupción, conserva en él sus llagas y sus cicatrices. Y con ellas es como aparece ante los ángeles, las considera como su atavío y se regocija mostrando qué tremendos sufrimientos ha aguantado. Del cuerpo ha abandonado todo lo demás, porque su cuerpo es espiritual, ingrávido y sutil, exento de toda afección corporal; pero sus cicatrices no las ha rechazado en absoluto, no ha borrado sus llagas. Al contrario, ha querido conservarlas a causa de su amor al hombre, porque con ellas ha podido encontrar al que estaba perdido, y con esas heridas ha conquistado al que amaba.
¿Qué amor podría igualarse con ese? ¿Qué objeto ha sido amado por el hombre hasta ese extremo? ¿Qué madre ha sido tan tierna, o qué padre ha sido tan afectuoso? O ¿quién concibió nunca por la belleza un amor tan loco que, en nombre de ese amor, venga a ser herido por aquel mismo al que ama, y no sólo lo soporta, no sólo conserva su amor al ingrato, sino que coloca sus heridas por encima de todo?.
Oh Señor y Dios mío, dentro de tus llagas, escóndeme, como a la paloma en la hendidura de la Roca. Concédeme refugiarme en la Herida hondísima de tu Gracia derramada, cauterizar por tu Amor extremo las tinieblas del corazón herido y reflejar por siempre tu infinita Misericordia...
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