sábado, 31 de mayo de 2025
ACUSO AL INFIERNO
Seguramente muchos habrán escuchado la famosa frase que se atribuye al poeta Charles Pierre Baudelaire, esa de: "el gran engaño del demonio es hacer creer que no existe". Si a eso le agregamos que es de lo más común oír “no estés viendo al demonio en todos lados”, y también que es de lo más común desear cada vez más y en grandes dosis el confort, el conformismo, resulta que el hombre vive en una indiferencia gravísima y asaz dañina sobre la realidad del infierno.
Quien haya inventado el “no estés viendo el demonio en todos lados”, dudo mucho que haya tenido argumentos sólidos para sostener su afirmación. San Pedro enseñó algo diametralmente opuesto y nos exhortó: “Sed sobrios, y vigilad, porque vuestro adversario el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”. Allá, en el infierno, no se duerme. Hasta la consumación de los tiempos los demonios merodean por este mundo, intentando, sin descanso, ganar personas para llevarlas al infierno donde será el llanto y el rechinar de dientes. Las tentaciones diarias nos dan cuenta de la existencia de los seres angélicos caídos: están ahí, nos tientan, nos molestan, nos sugieren malas cosas, buscan perdernos. San Pablo en su carta a los de Éfeso habló de las potestades malignas que se mueven en los aires, y nos indicó que tenemos una lucha diaria y constante contra ellos: “la lucha no es contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanos de estas tinieblas, contra los espíritus de la maldad en lo celestial”; mi lucha es pelear para que los demonios no me hundan. Si bien se aprecia, a su vez la potestad angélica del mal se sirve de lo mundano que está en las tinieblas. El mundo de hoy, no temo decirlo, se ha transformado como jamás se dio, en una feria gratuita de pecados, al por mayor y de variadísima gama, que se nos ofrecen con el visto bueno de la aprobación social conformista. La caída es tan fácil, la lucha tan ardua.
Principalmente los demonios acechan y tientan sin cuartel a las almas religiosas y a las almas que hacen defensa pública de la fe: contra ellas lanzan finísimos ataques y elaboran complejas estrategias para lograr las caídas. Cualquier general busca con los suyos abatir si pudieran a los más bravíos hombres de las tropas que tiene por enemigas; y si eso hace en buena lógica un general humano, ¿qué no hará el Príncipe de este mundo contra las almas que quieren vivir amigas de Dios y defendiendo la fe?
Andan como “león rugiente”. No es que uno los vea en todos lados, es que por más que alguien no quiera verlos ellos seguirán manifestándose por doquier. La indiferencia no los ahuyenta, les da más campo de acción. El alma dada a la oración y a la vigilancia sí puede mantener a raya a los espíritus malignos, a distancia si se quiere, pero ellos no dejan de intentar sus invasiones. Recordemos la anécdota del monje que se fue de compras a una ciudad: a cierta distancia de esta última, tuvo una visión en la que vio cantidad de demonios dormidos sobre ella; mas al regresar al monasterio, volvió a tener visión y vio cómo cantidad de demonios buscaban la caída de los monjes. Descansaban en la ciudad revelando así que ya tenían liquidadas aquellas almas, que habían de alguna manera alcanzado su objetivo, mas combatían en el monasterio mostrando la rabia contra los varones amigos de Dios.
Y ante la caída buscar levantarse. Acudir siempre a la Santísima Virgen María y a San José. San Juan Clímaco predicaba: “Que tengan ánimo los que soportaron la humillación de estar sometidos a las pasiones. Incluso si caen en todos los precipicios, si se dejan capturar en todas las trampas o si son alcanzados por todas las enfermedades, cuando recobra la salud, llegan a ser médicos, faros, lámparas y pilotos para todos, enseñando los síntomas de cada enfermedad; su propia experiencia los vuelve capaces de impedir a los otros que caigan”. Y cómo no memorar aquellas tan alentadoras palabras del Doctor Melifluo, San Bernardo, de las que solo cito algunas: “Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María. Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María. Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María. Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.”
Hay algo sutilmente muy fino que ha logrado Satán además de hacer creer a los hombres que él no existe. Y ese logro es este: “Que ha hecho creer que, en el diario vivir, no hay ninguna lucha espiritual que librar en orden a la salvación eterna”. El hombre gasta todos sus esfuerzos en obtener una vida cómoda, en el máximo confort. Desprecia la cruz. Preguntando a las personas cuáles son los tres enemigos contra los que debemos luchar, miran raro, como diciendo: “¿de qué me estás hablando?” Uno respondió: “Inglaterra, los políticos corruptos…”. Pocos saben que esos tres enemigos que bregan para nuestra perdición eterna son “el demonio, el mundo y la carne”. En resumidas cuentas, “un gran engaño del demonio es haber logrado la indiferencia del hombre moderno en la lucha por ganar la vida eterna.”
Autor: Tomás I. González Pondal
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