-Pónganse un guante negro.
-Obsérvese que esté totalmente limpio.
-Recíbase de un tercero, sobre el guante, una hostia sin consagrar.
-Consúmase ésta.
-Repítase la operación (tres o cuatro veces).
-Obsérvese finalmente el guante negro.
-Se notará que habitualmente quedan fracciones de la hostia no consagrada.
-He aquí las fotografías de ese experimento:
Indudablemente quedan partículas consagradas en las manos que finalmente caerán aquí y allá. Muchas tendrán como destino final el suelo. Involuntariamente serán pisadas por otros fieles.
¿Es suficiente que lo autorice una autoridad religiosa para que se arriesgue toda esta irreverencia? ¿Debe permitirse la comunión en la mano en casos de riesgo de contagio por la influenza porcina o como quiera denominársele? ¿No hay otra opción?
Veamos. El motivo o pretexto es el contagio. ¿No hay contagio de tocar o rozar las manos de fieles, pasando así el virus de unos a otros? ¡Claro que la hay! ¿O todos los fieles tendrán muy limpias sus manos y se las lavarán segundos antes de comulgar? Evidentemente que no. Que un fiel traiga limpias las manos no garantiza que los demás no las tengan infectadas y puedan transmitirle el contagio. Basta que un contagiado toque su boca, sus ojos, se limpie las nariz con un pañuelo, se haya tapado la boca con su mano al toser o estornudar, para que sus manos sean agentes de la enfermedad. Más aún, un todavía no contagiado que haya tocado un objeto contaminado, como puede ser la misma banca de la iglesia o saludado a un portador, puede convertirse también en otro agente portador con sus manos. Luego, resulta peligroso darla tanto en la mano como en la boca.
Entonces, la solución no es dar la comunión en la mano. Ni por razones de salubridad y mucho menos si se considera las razones doctrinales. Cristo está entero con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en cada partícula de la hostia consagrada. Esto es de fe. "Partido el santo sacramento, no vaciles, recuérdalo: tanto hay en un fragmento, cuanto en el manjar" LAUDA SION SALVATOREM (de la Misa de Corpus Christi compuesta por Santo Tomás de Aquino en 1264). Esta doctrina, siempre creída, fue confirmada por el Concilio dogmático de Trento.
Si es por motivos de salubridad la solución no es ésa. También deberían -si son congruentes- evitar la comunión en la mano, la colecta de dinero que puede estar contaminado, no dar cambio de billetes o monedas durante esa recolección, vaciar las pilas de agua bendita, etc., etc. Pero eso no lo evitan ni lo consideran.
Sería más sencillo que se autorizara -temporalmente- que la forma de la hostia no fuese redonda sino ovalada y ligeramente alargada, de modo tal que los dedos del sacerdote no tuvieran el menor riesgo de tocar, involuntariamente, la lengua del comulgante, por la distancia que habría de un extremo al otro de la forma. Esto sí sería una solución, pues evita tanto el contagio a través de manos como de saliva; pero sobretodo, se evitaría la profanación involuntaria de las partículas consagradas que quedan en la mano, en donde está todo Cristo entero, realidad que ya hemos dicho: es de fe. Se evitaría que Cristo sacramentado caiga al suelo y sea pisado involuntariamente por los demás fieles.
Por mi parte, comprendo que haya fieles que sigan las medidas que dicta la autoridad religiosa local, sean éstas o no atinadas. Es claro que una mala solución o una medida incorrecta es más responsabilidad del que la dicta que del que sólo obedece, sin reparar que puede ser incorrecta. Lo que no es aceptable es que se critique a quienes por amor a Cristo y respeto profundo al sacramento de la Eucaristía, hagan reparos a lo que consideran una decisión errada y que provoca que involuntariamente se profane a Cristo-Hostia realmente presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Resulta paradójico que en nombre del Concilio se hable tanto de la participación y la influencia de los laicos en las tomas de decisiones pastorales, pero cuando uno o varios laicos se atreven a discrepar de una decisión -apresurada y mal pensada- que es en detrimento del respeto debido a Dios, entonces se alcen voces que pretenden callarlos y someterlos en nombre de la autoridad, acusándolos de soberbios y entrometidos. "Tú cállate y obedece, no eres nadie para opinar o discrepar de un obispo. Él sabe más que tú. ¿Qué te has creído? ¡Eres un soberbio! Así opinas no porque busques el respeto a la Eucaristía ni porque realmente ames a Dios, sino porque eres un crítico irredento que crees saber más que todos". Entonces, ese laico se preguntará la razón que habría para pregonar a los cuatro vientos, una y otra vez, hasta la saciedad, la teoría de la participación laical, si luego de cualquier comentario que exprese le sucederá lo que al perro de la tía Cleta: ¡le romperán la geta!. Y, además, darán rango de infalibilidad a cualquier decisión pastoral falible de un obispo, contrariando, así, la doctrina definida por la Iglesia, precisamente, sobre la infalibilidad. Quienes así piensan de seguro habrían anatematizado a San Pablo, cuando en Antioquía se enfrentó a San Pedro -primer Papa- por contemporizar con los judaizantes (ver tema en el tercer artículo anterior a éste).
Personalmente, si no me dieran la comunión en la boca, esperaría a que pasara la contingencia y haría comuniones espirituales. Dios que conoce las intenciones, suplirá las gracias. Mis manos no están consagradas para tocar el Cuerpo de Cristo ni arriesgaría que las partículas caigan al suelo y sean pisotedas y profanadas, aunque sea involuntariamente. Y si me critican por ello y me llaman soberbio, ofreceré la ofensa en pago de mis muchos pecados y perdonaré a quien la profiere y se siente capaz de juzgar mis más íntimas motivaciones, que deberían de quedar sujetas sólo al juicio de Dios, pues del interior de la conciencia no juzga la Iglesia, como dice la conocida sentencia jurídica.
La verdadera solución está, como ya apuntamos, en que se autorice –en tanto pasa la contingencia- una ligera modificación a la forma de las hostias. Es algo muy sencillo, práctico y eficaz. La solución no está, de ninguna manera, en la medida desacralizadora que se ha impuesto. Evitemos el menor riesgo de falta de reverencia o profanación al Cuerpo de Cristo.
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Nunca he estado de acuerdo con tomar la Comunión en la mano. No me considero digna de tocar el cuerpo de Cristo. Además, lo que viene antes de la Comunión es la colecta y no hay nada más sucio que el dinero.
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