sábado, 5 de octubre de 2024

LOS MALES DE LA LENGUA: LA ADULACIÓN


Por el padre Benjamín Martín Sánchez 

¿En qué consiste la adulación? En alabar a uno en su presencia, por encima de sus merecimientos, contra la propia persuasión y con mira del propio interés. Los aduladores son unos engañosos, «son hipócritas, y no buscan sino su ganancia». San Bernardo dice que es de hombres viles inclinarse y humillarse donde espera ganar alguna cosa... Las alabanzas nuestras sólo son mentiras; alegrarse de las alabanzas, es lo más vano. Los amigos de contar fábulas son alabados, y los que alaban son mentirosos. Engañamos a los que adulamos: los aduladores mienten.

El mismo San Bernardo dice: El adulador que ha perdido ya su alma, busca el medio de perder la vuestra, porque sus palabras no son más que iniquidad y fraude...Despreciad, pues las lisonjas, despreciad las promesas. La alabanza lisonjera, que es peligrosa, cuando el pecador es alabado según los deseos de su alma... Las palabras del adulador son más suaves que el aceite, pero son dardos envenenados.

San Agustín nos dice: «La adulación es una falsa alabanza... Tenemos dos clases de enemigos: los que nos vituperan y desgarran nuestra honra, y los que nos adulan; pero el adulador es más temible que el verdugo y el calumniador, su lengua es más peligrosa que la cuchilla del verdugo».

La Sagrada Escritura habla fuertemente contra los aduladores, y así nos dice: «El que adula a su prójimo, tiende un lazo a los pies de éste» (Prov 29,5). «Más vale ser reprendido del sabio, que seducido con las lisonjas de los necios» (Ecle. 7,6). «Los que producen divisiones y escándalos., con discursos y lisonjas seducen los corazones de los incautos» (Rom 16,17-18). «Como el crisol prueba el oro y la plata, así las alabanzas prueban al hombre» (Prov 21).

«El adulador es infaliblemente tu murmurador, pues no hay amor donde no hay verdad...Alabarse a sí mismo es dar a besar el propio retrato a los circunstantes».

«El adulador de sí mismo es el peor de los aduladores. Alabarse uno a sí mismo es cosa torpe, vergonzosa y ridícula. Esto es propio del ignorante y orgulloso» (Id.).

Alegraos cuando os vituperan, y jamás cuando os alaben. Mira a los aduladores como enemigos, los más peligrosos y detestables (Pitágoras).

«El que bien se conoce tiénese por vil, y no se complace en las alabanzas humanas...El que hace caso omiso a las alabanzas y de los vituperios se mantiene en una gran serenidad» (Kempis).

«No queramos ser alabados sino es de Dios. Que el hombre os alabe o deje de alabaros, nada perdéis. Aunque el hombre os vitupere, no puede heriros. La alabanza de Dios es la única preciosa, así como el vituperio que viene de Dios es el único temible» (S. J. Crisóstomo).

“LOS MALES DE LA LENGUA”


viernes, 4 de octubre de 2024

SANTA TERESITA NOS HABLA DE LA MUERTE DEL JUSTO

 

"No, no es la muerte la que vendrá a buscarme, sino el mismo Dios. La muerte no es un fantasma, ni un espectro horrible, como se la representa en las estampas. Está escrito en el catecismo que la muerte es la separación del alma y del cuerpo, ¡nada más!. Pues bien: no temo una separación que ha de unirme con Dios toda una eternidad". 

Santa Teresita del Niño Jesús (murió a los 24 años).

“Haced que la espada del espíritu, que es la palabra de Dios, esté siempre en vuestro corazón y en vuestros labios” (Epístola a los Efesios, VI, 17).

jueves, 3 de octubre de 2024

LA BELLEZA Y LA EDUCACIÓN INFANTIL EN UN MUNDO QUE GLORIFICA LO FEO


INTRODUCCIÓN: LA BELLEZA COMO REFLEJO DE DIOS

En la tradición católica, la belleza ha sido siempre un reflejo de la perfección divina, una manifestación tangible del orden, la bondad y el amor de Dios. Desde la creación, la belleza se nos presenta como una huella de lo divino, una puerta que invita al hombre a contemplar el misterio y la grandeza del Creador. Esta visión, enraizada profundamente en la enseñanza de los Padres de la Iglesia y de pensadores como Santo Tomás de Aquino, ha guiado a generaciones de educadores, artistas y teólogos, quienes han comprendido que la belleza no solo se encuentra en el arte, sino también en la formación del alma. El objetivo de la educación católica, por tanto, no es solo transmitir conocimientos, sino guiar el alma hacia la virtud a través de la belleza.

Sin embargo, en el mundo moderno, lo feo ha ganado una peligrosa prominencia, distorsionando la percepción de la realidad. Especialmente en los niños, cuyas almas son vulnerables y moldeables, esta distorsión es más peligrosa. A través de los productos de la cultura popular —juguetes, películas, música— lo grotesco, lo desordenado y lo vacío han reemplazado a la belleza clásica, arrancando de raíz la capacidad de los niños para discernir lo verdadero, lo bueno y lo bello.

Este artículo pretende rescatar la importancia de la belleza en la educación infantil, demostrando cómo la educación en la belleza es un camino indispensable hacia la virtud y la trascendencia. Nos apoyaremos en las enseñanzas de grandes pedagogos católicos, desde San Juan Bosco hasta Catherine L’Ecuyer, y en los principios de Santo Tomás de Aquino, quien comprendió que la belleza no es simplemente un adorno, sino una virtud formadora.

LA BELLEZA SEGÚN LA TRADICIÓN CATÓLICA: UNA REFLEXIÓN TOMISTA

Para Santo Tomás de Aquino, la belleza se define por tres características fundamentales: integridad (integritas), proporción o armonía (consonantia) y claridad (claritas). Estas cualidades no solo describen lo que hace bello a un objeto, sino que también representan el orden divino que rige el universo. Al contemplar la belleza, el hombre es llevado a una reflexión más profunda sobre la realidad y el orden divino que lo sostiene. Esta percepción es fundamental en la educación, ya que cuando un niño se expone a la belleza, está siendo introducido en el misterio de Dios, quien es la fuente de todo lo bello.

1. Integridad

La integridad hace referencia a la plenitud, a lo que está completo en sí mismo. En el contexto de la educación, esto significa que los niños deben ser presentados con imágenes, conceptos y objetos que no estén fragmentados o deformados. Los juguetes modernos, muchas veces caricaturescos o desproporcionados, atentan contra este principio, enseñando a los niños a aceptar lo incompleto como normal. Como observa Patricio Horacio Randle en su obra La pérdida del ideal clásico en la educación: “El hombre moderno, en su afán por lo práctico y lo inmediato, ha perdido de vista la integridad de lo humano, creando individuos fragmentados e incompletos”. Este deterioro también es evidente en la cultura infantil, donde se promueven modelos y personajes desprovistos de cualquier sentido de plenitud o equilibrio.

2. Proporción

La proporción es la armonía entre las partes de un todo. En la música clásica, por ejemplo, los niños pueden encontrar una perfecta proporción que refleja el orden del cosmos. Esta experiencia musical, tan elevada, es fundamental para formar en el niño un sentido del orden y de la belleza. Sin embargo, la música moderna para niños, con sus ritmos desordenados y letras banales, introduce en sus mentes una visión distorsionada de la realidad, desorientando su sensibilidad estética y moral. Es aquí donde vemos cómo la proporción, una característica esencial de la belleza, se ve distorsionada, afectando la formación del carácter del niño.

3. Claridad

La claridad o luminosidad es la cualidad por la cual algo bello se presenta de manera comprensible y accesible. En la educación infantil, la claridad debe reflejarse no solo en lo que se enseña, sino también en cómo se enseña. San Juan Bosco, uno de los más grandes pedagogos católicos, insistía en que la claridad moral y espiritual era fundamental para guiar a los niños hacia Dios. Decía: “La educación es cosa del corazón, y Dios es su dueño. Nosotros no podremos conseguir nada si Dios no nos da la llave de este corazón”. El educador, al igual que un artista que moldea una obra de arte, debe presentar la verdad y la belleza de manera clara, para que el alma del niño pueda ser atraída hacia ellas.

LA GLORIFICACIÓN DE LO FEO EN EL MUNDO MODERNO

Hoy en día, los niños están constantemente expuestos a una estética que glorifica lo feo. Desde los juguetes con formas grotescas hasta las películas animadas que presentan personajes deformados y escenarios caóticos, la cultura moderna promueve una visión del mundo desordenada y sin armonía. Como afirma Patricio Randle: “El hombre moderno ha desarrollado, con el más amplio alcance, esas dotes necesarias para producir lo que llamamos ciencia y técnica… Pero, ¿posee también las disposiciones necesarias para dominarlo todo de tal modo que surja una cultura auténtica?”

La exposición constante a estos elementos distorsiona la capacidad innata del niño para apreciar la belleza y, en consecuencia, su capacidad para reconocer el bien y la verdad. La belleza, en su esencia, está vinculada a la virtud, y al privar a los niños de ella, les estamos privando de una de las herramientas más importantes para su desarrollo moral. La educación de hoy, en lugar de formar hombres completos, está creando individuos fragmentados, incapaces de alcanzar una verdadera comprensión del bien común.

LA EDUCACIÓN EN LA BELLEZA COMO CAMINO HACIA LA VIRTUD

Educar en la belleza no es simplemente una cuestión estética; es una cuestión de formación moral y espiritual. San Juan Bosco entendió esto profundamente cuando fundó su sistema educativo basado en la razón, la religión y la amabilidad, donde la belleza de la creación y de la virtud ocupaban un lugar central. En sus palabras: “Es necesario que el niño aprenda a amar lo bueno y lo bello desde pequeño, para que cuando crezca pueda distinguir con claridad el mal y la fealdad en el mundo”.

Catherine L’Ecuyer, en su obra Educar en el Asombro, profundiza en cómo la belleza es una puerta hacia el asombro, y el asombro, a su vez, es el motor del aprendizaje. Cuando un niño se encuentra con algo bello —un paisaje, una pieza musical, una obra de arte—, su alma se abre a la grandeza del misterio, a la trascendencia de Dios. L’Ecuyer afirma que el asombro es una cualidad natural de los niños, pero que la cultura moderna, con su sobreestimulación y su enfoque en lo feo y lo rápido, está matando esa capacidad.

EL PAPEL FUNDAMENTAL DE LA FAMILIA EN LA EDUCACIÓN EN LA BELLEZA

La familia es el primer santuario de la belleza. Es en el hogar donde el niño aprende a contemplar lo bello no solo en la naturaleza que lo rodea, sino en la ternura del amor de sus padres, en la generosidad de un gesto, en la armonía que se respira en la vida familiar. Los padres son los primeros guías en esta educación del alma, aquellos que llevan a sus hijos de la mano a descubrir la belleza en lo sencillo y cotidiano: en una flor que se abre, en el canto de un ave, en la majestuosidad de un atardecer, en la sonrisa de un hermano.

Catherine L’Ecuyer nos recuerda que la educación en la belleza no es solo una búsqueda estética, sino una formación del corazón y de la mente del niño para que reconozca el orden y la armonía que reflejan a Dios. Enseñar a un niño a maravillarse no es solo una lección de estética, es una lección de amor. Al contemplar la belleza en la naturaleza y el arte, el niño aprende a reconocer a Dios en todo lo creado, y su alma, en ese acto, se eleva.

Los padres, como primeros educadores, tienen la responsabilidad de ofrecer a sus hijos un entorno lleno de belleza, tanto en lo físico como en lo espiritual. Desde la organización de un hogar limpio y ordenado hasta la selección de libros, música y arte que eleven el alma, cada detalle cuenta. La familia, entonces, se convierte en un santuario donde lo cotidiano se transforma en una revelación constante de lo divino. Educar en la belleza es, en este sentido, educar en la virtud, ya que lo bello orienta el alma hacia lo bueno y lo verdadero.

VALOR DE LA BELLEZA CONTRA EL UTILITARISMO

Uno de los grandes errores de la modernidad ha sido reducir el valor de las cosas a su utilidad práctica. Catherine L’Ecuyer destaca que la belleza tiene un valor en sí misma, no porque sea útil, sino porque toca el alma. En un mundo que valora lo material y lo inmediato, la educación en la belleza enseña a los niños a apreciar aquello que enriquece su alma, aun cuando no tenga un propósito utilitario. La belleza eleva el espíritu porque está conectada con lo que es verdadero y bueno, ofreciendo al niño una perspectiva más amplia de la vida, una que va más allá de la mera funcionalidad.

PROTECCIÓN ANTE LA BANALIZACIÓN DE LA BELLEZA

En una cultura donde lo bello es constantemente trivializado, es esencial enseñar a los niños a distinguir entre la belleza superficial y la auténtica. Catherine L’Ecuyer subraya que la belleza verdadera tiene una profundidad que transforma, mientras que la belleza reducida a un simple estímulo visual o superficial no tiene el poder de elevar el alma. La exposición a lo bello en el entorno cotidiano de los niños —ya sea en la naturaleza, el arte o la música— fomenta una sensibilidad que los protege de la banalización que promueven muchas formas de entretenimiento moderno.

LA BELLEZA Y LA VIRTUD: FORJANDO EL CARÁCTER A TRAVÉS DE LA EDUCACIÓN

Santo Tomás de Aquino veía la belleza como una virtud, no solo en el sentido estético, sino como una cualidad que forma el alma. La virtud de la templanza, por ejemplo, enseña a moderar los deseos, pero también a apreciar lo bello de manera adecuada, sin caer en el exceso o en la superficialidad. La formación en la belleza, entonces, es también una formación en la virtud. Al enseñar a los niños a encontrar gozo en la belleza y en el orden del alma, estamos formando seres humanos completos, capaces de discernir lo que es verdaderamente importante.

CONCLUSIÓN: LA PROMESA DE REDENCIÓN A TRAVÉS DE LA BELLEZA

Al educar en la belleza, no solo estamos formando la sensibilidad estética de los niños, sino también su capacidad para reconocer el bien y la verdad. Es un camino educativo que los prepara para una vida virtuosa y contemplativa, alejándolos de la superficialidad del mundo moderno. La verdadera educación católica debe ser una formación integral que abarque no solo la mente, sino también el corazón y el alma del niño. Solo así podremos formar a las nuevas generaciones para que sean capaces de resistir las deformaciones de la cultura contemporánea y buscar, en todo, la verdad, la bondad y la belleza que nos conducen a Dios.

OMO

BIBLIOGRAFÍA

 1. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae.

 2. San Juan Bosco, Memorias del Oratorio de San Francisco de Sales.

 3. Catherine L’Ecuyer, Educar en el Asombro.

 4. Patricio Horacio Randle, La pérdida del ideal clásico en la educación.

miércoles, 2 de octubre de 2024

EN CIERTOS CASOS SE PUEDE RESISTIR PERO NO JUZGAR NI DESTITUIR


 “Así como es lícito resistir al Pontífice que agrede el cuerpo, también es lícito resistir al que agrede las almas o que perturbe el orden civil, sobre todo cuando intenta destruir la Iglesia. Yo digo que es lícito resistirle no haciendo lo que él ordena e impidiendo ejecutar su voluntad. Pero no es lícito juzgarlo, sancionarlo o destituirlo, ya que éstos son actos propios de un superior”.

 San Roberto Belarmino. De Romano Pontifice , lib. 2, cap. 29 ,Opera omnia.

martes, 1 de octubre de 2024

LA AMISTAD Y EL BIEN COMÚN: FUNDAMENTO MORAL DE LAS RELACIONES HUMANAS


Introducción: La esencia de las relaciones humanas y su finalidad en la moral cristiana

Desde los primeros momentos de la creación, el propósito de las relaciones humanas quedó inscrito en la naturaleza misma del hombre y la mujer. Las relaciones, ya sean de amistad, noviazgo o matrimonio, no tienen un fin en sí mismas, sino que están orientadas hacia algo más grande: el crecimiento moral y espiritual de las personas involucradas, y, por extensión, de la sociedad. Como enseña Santo Tomás de Aquino, “el bien común es la medida de todas las acciones humanas”, y esto incluye las relaciones. Sin una orientación clara hacia el bien común, las relaciones se vuelven vacías, centradas en el egoísmo, y pierden su verdadero sentido.

El bien común no es una noción teórica o abstracta. En el contexto de las relaciones humanas, significa que cada vínculo debe ser un espacio de edificación mutua, de crecimiento en virtud y de búsqueda de la santidad. Si una relación no contribuye al bien común, se convierte en un espacio de desorden, donde las pasiones, el egoísmo y el interés personal destruyen el verdadero propósito de la unión entre las personas.

Santo Tomás de Aquino define el bien común como “aquello que es compartido y que, en su plenitud, no solo beneficia a cada individuo, sino que eleva a la comunidad entera” (Suma Teológica II-II, q.58). En las relaciones humanas, esto implica que cada interacción debe estar dirigida hacia la búsqueda del bien espiritual, moral y humano, tanto para los individuos como para la sociedad en su conjunto. Cualquier relación que no esté fundada en este principio está destinada al fracaso.

El bien común: Base inamovible de las relaciones humanas

El bien común es un principio rector en la moral católica que, en su núcleo, expresa la necesidad de que cada acción humana, incluidas las relaciones entre personas, contribuyan no solo al bienestar individual, sino también al bien de la comunidad entera. En el contexto de las relaciones humanas, esto significa que toda interacción debe buscar la edificación mutua y el crecimiento hacia la virtud. Como señala Pío XI en su encíclica Divini Illius Magistri, “El bien común es el principio último que debe regir la vida social y familiar, y solo a través de él se puede alcanzar la verdadera felicidad.”

En el ámbito de las relaciones de amistad y noviazgo, el bien común implica que no basta con buscar la satisfacción emocional o física. Estas relaciones deben estar ordenadas hacia el bien integral de ambas personas. Esto significa que no se puede permitir que las pasiones descontroladas, el egoísmo o el placer momentáneo desvirtúen la dignidad del otro o destruyan el orden natural que Dios ha establecido. Las relaciones entre hombres y mujeres, cuando no están guiadas por el bien común, terminan destruyendo tanto a los individuos como a la comunidad.

San Francisco de Sales es claro al respecto cuando afirma: “Toda amistad que no está fundada en Dios y en la búsqueda de la virtud, no es más que una enemistad disfrazada.” La verdadera amistad, según la enseñanza de la Iglesia, no busca el beneficio personal o la satisfacción egoísta, sino que está orientada hacia el bien del otro y, en última instancia, hacia Dios.

“El bien común no es el resultado de la suma de los bienes individuales, sino que es aquello que, en su totalidad, eleva a la comunidad entera, incluyendo las relaciones humanas.” — Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II, q.58.

La amistad verdadera: Un camino hacia la virtud o un instrumento de perdición

Las amistades verdaderas, según la moral católica, deben ser un medio para el crecimiento en la virtud y la edificación mutua. San Francisco de Sales, en su obra Introducción a la vida devota, subraya que “una amistad que no está dirigida hacia Dios es peligrosa y, tarde o temprano, se convertirá en un instrumento de perdición.” Esto se debe a que una relación que no busca el bien común, es decir, el crecimiento en la virtud y el respeto por la dignidad del otro, inevitablemente se transformará en una relación centrada en el egoísmo y el placer personal.

En el contexto de las relaciones entre hombres y mujeres, esta enseñanza es aún más pertinente. Una amistad que se basa únicamente en la atracción física o emocional, sin una verdadera orientación hacia el bien común, está condenada a corromperse. La pureza y la castidad son esenciales para que estas relaciones puedan florecer verdaderamente. Sin ellas, el respeto mutuo y el bien común se ven comprometidos, y la relación se desmorona.

“Una amistad que no busca el bien del otro no es más que una enemistad disfrazada. Solo cuando la amistad está orientada hacia la virtud, puede considerarse verdadera.” — San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota.

La pureza como fundamento del bien común en las relaciones

La pureza no es una simple norma moral; es un principio fundamental que garantiza el respeto por la dignidad de la persona en cualquier relación. Santo Tomás de Aquino enseña que la pureza es una virtud que ordena correctamente los afectos y deseos, permitiendo que las relaciones entre hombres y mujeres estén orientadas hacia el bien común y no hacia el desorden o el egoísmo.

En su obra Suma Teológica, Aquino nos recuerda que “la pureza es la luz del alma que permite que las pasiones se ordenen hacia el bien.” En otras palabras, la pureza no es una negación de las emociones o del deseo, sino su correcta orientación hacia el respeto mutuo y la edificación del otro. Sin pureza, las relaciones humanas se deforman, convirtiéndose en espacios de desorden y egoísmo.

El bien común, en este contexto, exige que las relaciones entre hombres y mujeres respeten siempre la dignidad del otro, evitando cualquier tipo de familiaridad o intimidad que desvirtúe este principio. El contacto físico y emocional debe estar siempre guiado por el respeto, y no por el deseo de satisfacción inmediata o personal. De lo contrario, la relación se convierte en un instrumento de pecado y destrucción.

“La pureza no es una mera abstención, sino el orden correcto de las pasiones hacia el bien común.” — Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II, q.151.

Evitar las familiaridades inapropiadas que comprometen el bien común

San Luis Gonzaga es un modelo de prudencia y pureza. Su vida es un testimonio vivo de la importancia de evitar las ocasiones de pecado y las familiaridades inapropiadas que pueden llevar al desorden emocional o físico. Gonzaga es claro al afirmar que “es preferible alejarse de cualquier ocasión que pueda comprometer la virtud, por pequeña que parezca.”

En el contexto de las relaciones entre hombres y mujeres, esto implica evitar cualquier tipo de familiaridad que desvirtúe el bien común. Las interacciones deben estar siempre guiadas por la prudencia y el respeto, evitando cualquier gesto o palabra que pueda llevar a la tentación o a la pérdida del respeto mutuo.

Conclusión

El bien común es la brújula moral que debe guiar todas nuestras relaciones. Desde la amistad hasta el matrimonio, toda interacción entre hombres y mujeres debe estar orientada hacia el crecimiento en la virtud y la búsqueda de la santidad. Cualquier relación que no contribuya a este fin está destinada al fracaso moral y espiritual.

“El bien común es la medida de toda relación. En él se encuentra la plenitud de la vida moral y espiritual.” — Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica.

OMO

Bibliografía:

1. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II.

2. San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota.

3. Pío XI, Divini Illius Magistri.

4. San Luis Gonzaga, Escritos espirituales.

lunes, 30 de septiembre de 2024

EL MAYOR PLACER DE UNA PERSONA INTELIGENTE ES APARENTAR SER IDIOTA FRENTE A UN IDIOTA QUE APARENTA SER INTELIGENTE


Un hombre de unos 75 años viajaba en tren y aprovechaba el tiempo leyendo un libro... a su lado, viajaba un joven universitario también leía un voluminoso libro de Ciencias. De repente, el joven percibe que el libro que va leyendo el anciano es una Biblia y sin mucha ceremonia, le pregunta:

- ¿Usted todavía cree en ese libro lleno de fábulas y de cuentos? 

- Sí por supuesto, le respondió el viejo, pero éste no es un libro de cuentos ni de fabulas, es la Palabra de Dios... ¿Ud. cree que estoy equivocado? 

-Claro que está equivocado. Creo que usted señor, debería dedicarse a estudiar Ciencias e Historia Universal, vería como la Revolución Francesa, ocurrida hace más de 100 años, mostró la miopía, la estupidez y las mentiras de la religión. Sólo personas sin cultura o fanáticas todavía creen en esas tonterías. Usted señor debería conocer un poco más lo que dicen los científicos de esas cosas... 

- Y dígame joven, ¿qué es lo que nuestros científicos dicen sobre la Biblia? 

- Mire, como voy a bajar en la próxima estación, no tengo tiempo de explicarle, pero déjeme su tarjeta con su dirección, para que le pueda mandar algún material científico por correo, así se ilustra un poco, sobre los temas que realmente importan al mundo... 

El anciano entonces, con mucha paciencia, abrió con cuidado el bolsillo de su abrigo y le dió su tarjeta al joven universitario. Cuando el joven leyó lo que allí decía, salió con la cabeza baja y la mirada perdida sintiéndose peor que una amiba. En la tarjeta decía: Profesor Doctor Louis Pasteur, Director General Instituto Nacional Investigaciones Científicas Universidad Nacional de Francia. 

(Hecho verídico ocurrido en 1892).

 "Un poco de Ciencia nos aparta de Dios. Mucha, nos aproxima":

Dr. Louis Pasteur.

 Moraleja: El mayor placer de una persona inteligente es aparentar ser idiota delante de un idiota que aparenta ser inteligente.

viernes, 27 de septiembre de 2024

EL CANTO DEL GALLO: VOZ DE LOS SANTOS Y TESTIMONIO DE LA VERDAD


En la quietud de la noche, cuando la oscuridad parece reinar sin fin, el canto del gallo se alza con firmeza, rompiendo el silencio como una luz inesperada que atraviesa las sombras. Así como el gallo, cuyo canto despertó la conciencia de San Pedro en su negación, el cristiano auténtico es llamado a levantar su voz, a proclamar la verdad y la fidelidad a Cristo en un mundo que lo niega. Los santos de la Iglesia han sido como ese gallo, vigilantes, incansables, advirtiendo y despertando a las almas que, como Pedro, a veces se extravían.

San Agustín nos recuerda que el gallo, al cantar, anuncia el despertar, no solo del día, sino de las conciencias adormecidas: “El gallo canta y el alma despierta de su sueño de error”. El alma, en su fragilidad, muchas veces se asemeja a Pedro, que promete seguir a Jesús hasta el final, pero en el momento de la prueba, se desploma. “Me negarás”, le dice Cristo con ternura, sabiendo que la negación no es el fin, sino el comienzo del arrepentimiento. San Juan Crisóstomo nos enseña que la fragilidad de Pedro es la fragilidad de todos, pero su llanto, su amargo llanto, es el camino hacia la redención. “Pedro lloró y en sus lágrimas se lavó de su falta. El Señor lo miró, no para condenarlo, sino para recordarle que su amor es más fuerte que la traición”.

Ese mismo gallo sigue cantando hoy, no para avergonzarnos, sino para despertarnos. ¿Cuántos hoy, dentro de la misma Iglesia, niegan a Jesús? Lo niegan cada vez que lo reducen a un líder más entre tantos, cada vez que ignoran la Santísima Eucaristía, olvidando que no es un símbolo, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Como dice San Pío X en su encíclica Pascendi, “la Iglesia no está para acomodarse al mundo, sino para transformarlo por la verdad del Evangelio”. Hoy, muchos hombres de Iglesia han sucumbido a los deseos del mundo, rebajando la fe a mera sociología, hablando de pecados no como ofensas a Dios, sino como simples “fragilidades”. Pero la verdad no cambia: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, dice Cristo, y San Atanasio nos enseña que el cristiano debe gritar esta verdad, incluso cuando el mundo entero lo niegue.

¡Qué valentía la de San Atanasio, que en medio de la crisis arriana, cuando parecía que toda la Iglesia se inclinaba al error, se mantuvo firme! “Athanasius contra mundum” —Atanasio contra el mundo—, así se le conoce, porque él no temió proclamar la verdad aunque pareciera estar solo. ¿Y nosotros? ¿Estamos dispuestos a ser ese gallo que canta en medio de la noche, recordando al mundo que Cristo es Rey? San Vicente de Lérins nos exhorta: “Sigue la fe que ha sido creída siempre, en todas partes y por todos”. No podemos cambiarla para agradar al mundo, porque no es nuestra, es de Cristo, y a Él debemos ser fieles.

El gallo cantó y Pedro recordó. Nosotros también necesitamos ese recordatorio constante. Necesitamos santos que nos despierten con su ejemplo y con su palabra. San Pío X, el defensor de la pureza de la doctrina, nos advierte en su encíclica Pascendi sobre los peligros del modernismo, que busca una “nueva iglesia”, una iglesia sin cruz, sin sacrificio, sin Cristo. Pero no existe tal cosa. La Iglesia de Cristo es una, santa, católica y apostólica, y nada ni nadie puede cambiarla.

Como San Gregorio Magno nos dice: “Es mejor ser perseguido por proclamar la verdad que ser aplaudido por esconderla”. Hoy, aquellos que hablan abiertamente de Cristo, que defienden la fe de siempre, son ridiculizados, calumniados, puestos aparte. Pero, ¿qué importa? Como dice San Ignacio de Antioquía, “Prefiero morir por Cristo que reinar sobre los confines de la tierra”. Esa es la fe que debemos proclamar, esa es la verdad que el gallo canta cada vez que se oye su voz.

El Evangelio, el Catecismo de San Pío X, los Sacramentos de la Iglesia, son nuestra lección. ¡Qué grande es ser ese gallo que canta en medio de la noche oscura del mundo moderno, recordando a todos que Cristo es el único Salvador! Cantar no para recibir aplausos, sino para ser fieles. San Pedro, redimido por su arrepentimiento, nos enseña que incluso los más débiles pueden llegar a amar a Cristo por encima de todo.

Hoy, el gallo canta nuevamente, como en aquella primera mañana de arrepentimiento. Que no nos encuentre dormidos. Cantemos con él, con los ojos cerrados, porque nos sabemos la lección de memoria: Cristo es nuestro Señor, y fuera de Él no hay salvación. No seremos muchos, pero seremos fieles. Como nos recuerda San Pablo: “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” Que venga la oscuridad, que vengan las pruebas. Seremos el gallo que canta en el corazón de la noche, proclamando la luz de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, único Salvador del mundo.

¡Anímate a ser ese gallo que canta fuerte cuando todos callan, a ser fiel cuando todos se doblan, a proclamar la verdad cuando todo parece perdido! Cristo vive, su Verdad permanece, y su Iglesia, nuestra Iglesia, la de siempre, seguirá proclamando su nombre hasta el fin de los tiempos.

OMO

BIBLIOGRAFÍA

 1. SAN AGUSTÍN. Confesiones. Editorial Gredos, Madrid, 1996.

 2. SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilías sobre el Evangelio de San Mateo. Editorial Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1955.

 3. SAN PÍO X. Pascendi Dominici Gregis. 1907. Disponible en línea en: Vatican.va.

 4. SAN LEÓN MAGNO. Sermones y Cartas. Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 2004.

 5. SAN VICENTE DE LÉRINS. Commonitorium. Biblioteca de Patrística, Madrid, 2000.

 6. SAN ATANASIO. Cartas contra los arrianos. Editorial BAC, Madrid, 1994.

 7. SAN GREGORIO MAGNO. Homilías sobre el Evangelio. Editorial BAC, Madrid, 1996.

 8. SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA. Cartas. Editorial Ciudad Nueva, Madrid, 1999.

 9. SAN PABLO. Epístola a los Romanos, en Sagrada Biblia. Editorial Rialp, Madrid, 1996.

 10. SÍ SÍ NO NO. Donde el Gallo Canta. 16/09/2019. Disponible en: https://adelantelafe.com/donde-el-gallo-canta/.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

EL ARTE DE RENOMBRAR EL ADULTERIO


 En los tiempos que corren, hemos perfeccionado una habilidad extraordinaria: renombrar lo que antes se llamaba pecado, vistiéndolo con palabras más suaves y aceptables. Así, cuando alguien dice que está “rehaciendo su vida”, lo que realmente está haciendo es encontrar una manera elegante de decir que ha caído en el adulterio. Porque, claro, ¿quién se atrevería a llamar las cosas por su nombre cuando podemos suavizarlas con un poco de lenguaje creativo?

“Rehacer tu vida” suena casi como una noble tarea, como si abandonar un matrimonio fuera una especie de proyecto de mejora personal. ¡Qué útil resulta el eufemismo! Ya no se habla de romper promesas ni de traicionar un sacramento sagrado; en su lugar, se presenta el adulterio como una oportunidad de “redescubrirse”. Pero la realidad, aunque la disfracemos, sigue siendo la misma: el acto de rehacer la vida es, en el fondo, deshacer la vida que se juró compartir en fidelidad.

Nos encontramos en una era en la que las palabras tienen el poder de transformar la percepción de las cosas, pero no su esencia. “Rehacer tu vida” no es más que una fórmula moderna para decir que se ha roto el vínculo matrimonial y se ha abrazado el adulterio, pero con un giro de marketing. Es como si al cambiar las palabras, también se cambiara el significado del acto. Pero por más que se suavice, el adulterio sigue siendo lo que es: un pecado grave.

Lo más irónico de todo esto es que se pretende que este proceso de “rehacer” se vea como un acto heroico. El adúltero se presenta como alguien que ha superado un obstáculo, cuando en realidad ha evadido el compromiso más fundamental. No es valentía lo que se necesita para “rehacer” la vida; es precisamente la falta de valor para mantenerse fiel a lo que se prometió. Al final, la frase es una excusa vestida de autocompasión.

Así que, volvamos al punto inicial: “rehacer tu vida” no es más que una forma astuta de renombrar el adulterio, una manera de maquillar la traición y presentarla como un nuevo comienzo. Pero la verdad no cambia, no importa cuántas veces intentemos disfrazarla. Al final, rehacer la vida cuando ya se ha dado la palabra en un sacramento no es otra cosa que deshacer lo que Dios ha unido, y llamarlo por otro nombre no lo convierte en algo virtuoso.

OMO

Ver también https://www.catolicidad.com/2009/06/rehacer-tu-vida.html?m=1