miércoles, 26 de marzo de 2025

COMPOSICIÓN ADITIVA


En la Sagrada Familia de Barcelona se encuentra esta curiosidad que permite que cualquier suma, ya sea horizontal, vertical o transversal, dé como resultado la edad que alcanzó N.S. Jesucristo: 33.


martes, 25 de marzo de 2025

25 DE MARZO: LA ANUNCIACIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA Y ENCARNACIÓN DEL VERBO


La fiesta de hoy nos recuerda el gran acontecimiento de la historia: la Encarnación del Señor en el seno purísimo de una Virgen. En este día el Verbo se hizo carne, y se unió para siempre a la humanidad de JESÚS. El misterio de la Encarnación merece a María Santísima su título más hermoso, el de «Madre de DIOS», en griego Teotokos nombre que la Iglesia oriental escribía siempre con letras de oro, a manera de preciosa diadema en la frente de sus imágenes pintadas y en sus estatuas. «Colocada en los confines de la Divinidad», pues suministró al Verbo de DIOS la carne a que hipostáticamente se unía, la Virgen fue honrada siempre con culto supereminente llamado de «hiperdulía»: el hijo del Padre y el hijo de la Virgen se convierten naturalmente en un solo y mismo Hijo, dice San Anselmo; y siendo desde entonces María Virgen la reina del humano linaje todos debemos de venerarla. 

Ya que el título de Madre de DIOS hace a María Plenipotenciaria, pidámosle interceda ante Nuestro Redentor, para que por los méritos de Su Pasión y Su Cruz, lleguemos a la gloria de Su Resurrección. Que así sea.

MEDITACIÓN SOBRE LA ANUNCIACIÓN

I. Hoy, María Santísima es hecha Madre de DIOS; su humildad y su pureza le han valido este inefable honor. ¡Cuánta alegría me da, oh divina María, veros elevada a tan alto rango de gloria! Y puesto que sois Madre de JESUCRISTO N.S., también lo sois de los cristianos. ¡Ah, cuán consolador es este pensamiento! Sois todopoderosa para socorrerme, porque sois la Madre de DIOS; poseéis un corazón henchido de amor por mí, porque sois mi Madre. También yo, si quiero, mediante la fe y la caridad puedo poseer a JESÚSús en mi corazón. María Virgen ha engendrado a CRISTO según la carne, todos los cristianos pueden engendrarle en sus corazones por la fe (San Ambrosio).

II. Desde hoy, JESÚS es nuestro hermano; el amor que nos tiene lo hace semejante a nosotros, a fin de hacernos semejantes a Él. Viene a la tierra para que vayamos al Cielo. ¡Os adoro, Verbo encarnado en el seno virginal de María Castísima! ¡Quien me diera el poder de haceros una merced tan preciosa como Vos me hicisteis! Oh. Hermano y Redentor amabilísimo, os ofrezco todos mis afanes y mis obras , todo mi ser.

III. María Purísima es nuestra Madre, JESÚS nuestro Hermano: ¿somos dignos hijos de María Inmaculada, dignos hermanos de JESUCRISTO N.S.? María Santísima es totalmente pura, humilde y obediente: ¿posees tú esas virtudes? NS JESUCRISTO en todo busca la gloria de Su Padre y la salvación de las almas: ¿estás animado tú del mismo celo? ¿No tendría motivo JESÚS para quejarse y decir a su Madre amada: Los hijos de mi Madre han combatido contra mí? (Cantar de los Cantares).

ORACIÓN

Oh DIOS y Señor Nuestro, que habéis querido que Vuestro Verbo se encarnase en el seno de la bienaventurada Virgen María en el momento en el que al anunciarle el Ángel este misterio, Ella pronunció su «Fíat», conceded que nuestras plegarias, mientras honramos a la que firmemente creemos que verdaderamente es Madre de DIOS, obtengan el auxilio de su intercesión junto a Vos.

Por JESUCRISTO N.S., Amén.

sábado, 22 de marzo de 2025

LA NORMA NO HACE EL BIEN; EL BIEN HACE LA NORMA


EL ORDEN QUE AMA

Hay una música que no fue escrita, pero que resuena en cada estrella. Una melodía anterior al tiempo, más firme que las piedras y más sutil que el viento. Esa música es el orden divino.

Y lo primero que hay que decir, con la solemnidad de una campana al amanecer, es que este orden no es imposición, sino amor. No es la tiranía de una lógica fría, sino el derrame perfecto de una sabiduría que ama lo que crea y crea lo que ama. Dios no ordena porque quiere ser obedecido, sino porque todo lo que existe tiene un sitio, una forma y un fin. Porque cada cosa debe ser lo que es, y no otra cosa.

EL BIEN ES FUENTE, NO CONSECUENCIA

Por eso, el bien no nace del mandato. Es el mandato el que nace del bien. La ley no es un martillo, sino una cuerda afinada. Dios no decreta arbitrariamente lo que está bien: lo revela. Lo revela como se revela la ley de la gravedad al que cae, o la ley del fuego al que toca la llama. Solo que este fuego no destruye: purifica.

Dios, que es orden eterno, no manda por voluntad de poder, sino por perfección de ser. Y la ley —la verdadera ley, la que arde como un astro fijo en la bóveda del alma— es simplemente el resplandor de ese orden en la inteligencia del hombre. No es una regla que impide: es una forma que revela. No es una cadena que amarra: es un mapa que guía.

LA NATURALEZA ORDENADA DEL HOMBRE

Y es ahí donde se muestra el pecado por lo que es. No un acto de simple desobediencia, como si Dios se irritara por un incumplimiento administrativo. Sino algo más profundo y trágico: un acto de desorden voluntario, un rechazo del bien inteligible, una traición a la naturaleza misma del hombre. Porque el hombre fue hecho para algo. Tiene un fin. No es una hoja arrastrada por el azar, sino una criatura racional orientada al Bien, hecha a imagen de la Sabiduría.

Pecar, entonces, no es transgredir una instrucción, sino desviarse del fin. Es, como decía el Aquinate, aversio a Deo et conversio ad creaturam. Y no por casualidad, sino por una elección torcida del alma, que pudiendo seguir la luz, elige la sombra.

Dios no impone ese fin. Lo imprime. Como el escultor que no obliga a la piedra, sino que la libera. Como el músico que no domina las notas, sino que les da su lugar. Así es el orden divino: no es tiránico, sino generoso. No constriñe: define. No reduce: eleva.

LA LIBERTAD SEGÚN EL FIN

Nuestra época —tan orgullosa de su libertad y tan confusa sobre su sentido— ha invertido todo. Piensa que la ley es un límite impuesto desde fuera, y no la expresión de lo que somos por dentro. Cree que obedecer una norma es abdicar de la libertad, cuando en realidad es su condición. Pues solo es libre quien es libre para el bien, como solo es rápido el tren que sigue los rieles.

El pecado, en cambio, promete libertad pero da vértigo. Promete vuelo pero suelta las alas. Es, en el fondo, un acto contra el ser. Contra el propio ser. Es elegir no ser lo que fuimos llamados a ser. Es traicionar la arquitectura secreta del alma, que fue hecha para amar, para conocer, para adorar.

Por eso, toda ley verdadera no es un invento, sino una ventana. Nos muestra el mundo tal como fue pensado. Y toda moral verdadera no es una lista de deberes, sino un eco del Bien primero que da forma a todo lo que vive.

CONCLUSIÓN: PECAR ES PERDER LA MÚSICA

La norma no hace el bien. El bien hace la norma. Y no por lógica humana, sino por irradiación divina. La ley no es el principio: es la consecuencia. La raíz es el Amor, y la rama es el orden. Dios no manda cosas buenas: las cosas son buenas porque brotan de Él.

Y el que peca no rompe una regla. Rompe el lazo con su fin, la línea que lo unía con su plenitud. Se aleja de su forma verdadera, como un templo abandonado, como un canto que se desvía de su tono.

Lo más trágico del pecado no es que ofende a Dios como un súbdito ofende a un rey. Lo más trágico es que rechaza al Dios que quiso que fuéramos felices siendo lo que somos.

Y lo más glorioso de la ley divina no es que castiga, sino que indica el camino hacia la perfección.

OMO

jueves, 20 de marzo de 2025

EL DEBIDO CUIDADO DE LAS PARTÍCULAS CONSAGRADAS


Un detalle muy bello y reverente de la misa tradicional es la forma en la que el sacerdote toma el cáliz durante la consagración:

Mantiene unidos sus dedos índice y pulgar de ambas manos pues son los dedos con los que previamente tocó la Hostia consagrada, para evitar de ese modo la caída de partículas.

La debida reverencia a la presencia real de Cristo en la Eucaristía es un deber de todo católico y en la misa tridentina esto queda muy claro.


miércoles, 19 de marzo de 2025

EL TRÁNSITO GLORIOSO DE SAN JOSÉ



En la quietud de la casa donde el adobe susurra,

reposó el hombre de la madera y la palma,

con el rostro sereno, bajo la mirada infinita,

del Hijo que un día le dio vida.

Su alma se elevaba,

como fragante incienso,

y la paz en su ser era el eco de la eternidad.


Sus manos, gastadas por el peso del tiempo,

se entrelazaban en silenciosas oraciones,

como raíces que buscan la tierra profunda,

cercanas al sueño del amor eterno.

En ellas, el sudor de la verdad,

en sus dedos, el latir de un Dios hecho carne.


Los ojos, dos llamas suaves,

testigos de un amor sin fronteras,

en su pecho latía la paz que venía

del mismo aliento de la creación.

Y en su mirada, se posaba el eco

de todos los siglos por venir.

Él, el hombre justo, el guardián del Verbo,

bajo el techo de la humilde Nazaret.


A su lado, la Virgen,

la que cuidó con ternura cada paso,

en su mano, la dulzura de la vida,

y en su alma, la promesa cumplida.

El Hijo, el Salvador,

reposaba en su regazo,

mientras José, en su silencio,

sabía que el peso del mundo

había recaído en su hombro.


Recuerda, José, los caminos de antaño,

el viaje hacia Belén, la estrella guiando,

y la huida en la sombra,

donde los sueños fueron voces que salvaron.

La tienda de lona, la pobreza humilde,

el ángel susurrando en la noche callada.

Un hombre sencillo,

con el corazón lleno de fe,

pero con los ojos abiertos al misterio divino

que habitaba en su casa.


Y en el taller, el martillo resonaba,

y el chisporroteo del fuego

era el canto del sacrificio,

del sacrificio de vivir para otro,

de estar en la sombra,

al servicio de la luz.


El lecho se hace más pesado,

el aliento de José se va tornando lento,

y los ángeles, sin poder retener su emoción,

se asoman al umbral,

casi tocando su alma.


La Virgen mira a su esposo con ternura infinita,

el Cordero levanta la mirada,

y en ese instante,

la gloria que los cielos aguardaban

se hace tangible.


—“Padre mío”— dice el Hijo,

“tu justicia es mi camino,

tu fe ha sido la columna

que ha sustentado la tierra.”

Y José, con voz quebrada,

responde al Hijo de la Promesa:

—“Hijo mío, mi gloria es tu mirada,

mi vida ha sido testigo de tu luz.

No soy más que polvo,

pero en Ti hallé mi todo.

Has sido mi razón,

y mi ofrenda es tu voluntad.”


José mira, por última vez,

la luz que entra por la ventana,

el sol se alza con fuerza,

y una paz profunda cubre la habitación.


Los cielos se abren,

el resplandor del Espíritu Santo inunda el cuarto,

y un coro de ángeles canta en su honor.

José, el padre adoptivo,

el hombre que fue grande en su humildad,

se duerme en la paz del justo.


Y mientras su alma asciende hacia el Trono del Cordero,

la gloria lo envuelve como un manto resplandeciente,

y todos los cielos, en su magnificencia,

lo aclaman como el protector de la Sagrada Familia.

San José, ya glorificado,

se sienta a la derecha del Rey,

en un trono eterno, más grande que cualquier corona,

cuyo resplandor brilla más allá del sol

y cuyo nombre es pronunciado con reverencia

por todos los ángeles y santos del cielo.


OMO

martes, 18 de marzo de 2025

SAN JOSÉ, PATRÓN DE LA BUENA MUERTE.


Oh mi Santo protector, glorioso Patriarca San José, que estando en el lecho de vuestro dulce tránsito os visteis rodeado de ángeles y asistido de su Rey, Cristo Jesús, y de su Reina, la Santísima Virgen María, esposa vuestra, y que con esta amabilísima compañía salisteis en una paz celestial de esta miserable vida, alcanzadme la gracia de perseverar en el bien hasta que muera reclinado en vuestros brazos. Sí, santo mío, por aquella dulce compañía que Jesús y María os hicieron hasta la hora de vuestra muerte, protegedme en la mía hasta que me vea con Vos en el Cielo.

Amén.


sábado, 15 de marzo de 2025

LA SANTA CUARESMA: UN TIEMPO PARA DESPERTAR



EL LLAMADO DE LA IGLESIA A LA CONVERSIÓN Y LA VERDADERA LIBERTAD

Vivimos en una época que presume de estar siempre informada, pero que no soporta que se le recuerde la verdad más simple de todas: que el hombre tiene un alma y que, tarde o temprano, tendrá que rendir cuentas por ella.

El mundo moderno es como un hombre que camina por un camino oscuro sin querer admitir que no ve nada. En lugar de detenerse, encender una luz y orientarse, decide seguir avanzando a ciegas, confiando en que, de alguna manera, no se caerá en el abismo. Y si alguien intenta advertirle, se enfada y responde que no hay tal abismo, que lo único que existe es el suelo bajo sus pies y que preocuparse por lo que no se ve es cosa de gente anticuada.

Pero la verdad no desaparece porque no se la quiera mirar. La Iglesia, con la sabiduría de quien ha visto pasar siglos de necedad humana, no se cansa de recordárnoslo. Y lo hace con una insistencia que no es otra cosa que amor de madre: nos llama a la conversión, a la reflexión y al arrepentimiento.

Porque la Cuaresma no es una costumbre, ni un simple período litúrgico, ni una especie de tradición que mantenemos por inercia. Es un llamado a despertar.


LA CUARESMA Y EL DESPERTAR ESPIRITUAL

Uno de los grandes problemas del hombre moderno no es que sea pecador (porque eso lo ha sido siempre), sino que ha dejado de creer en el pecado. No es que haga el mal, sino que ya ni siquiera lo llama mal. Ha cambiado el significado de las palabras, ha buscado excusas, ha encontrado justificaciones.

Pero los nombres no cambian la realidad. Se puede llamar “error” a lo que es una injusticia, “distracción” a lo que es un vicio, “libertad” a lo que es esclavitud. Se puede evitar pronunciar la palabra pecado, pero el pecado sigue estando ahí, con todas sus consecuencias.

Por eso, la Iglesia insiste en la Cuaresma: para que el hombre recuerde que su alma no es un adorno, sino la parte más importante de sí mismo.

El mundo nos da miles de razones para olvidar lo esencial. Nos distrae con ruido, nos entretiene con trivialidades, nos invita a preocuparnos por todo menos por lo que realmente importa. Y en medio de todo ese estruendo, la Iglesia habla con la voz clara y firme de quien conoce la verdad:

“Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás.”


LA CONFESIÓN: VOLVER A LA VERDAD

Despertar es solo el primer paso. Porque si un hombre abre los ojos y descubre que está sucio, necesita limpiarse. Y eso es la confesión.

Pero aquí viene la gran dificultad: el hombre moderno odia admitir que está equivocado. Prefiere cualquier explicación antes que aceptar su culpa. Prefiere decir que “todos hacen lo mismo”, que “nadie es perfecto”, que “no hay que juzgar”.

Sin embargo, la confesión no es una humillación, sino una liberación. Es el momento en el que dejamos de engañarnos a nosotros mismos y nos enfrentamos a la verdad con valentía. Es el acto más honesto que existe, porque en él un hombre deja de justificarse y se reconoce como es.

No hay alivio más grande que el de un alma que ha sido perdonada. El hombre que carga con sus pecados sin confesarlos es como quien lleva sobre los hombros un peso invisible: no lo ve, pero lo siente. Y cuando finalmente lo deja caer, se da cuenta de lo libre que podría haber sido todo el tiempo.

La Iglesia nos ofrece este don con generosidad, no como un castigo, sino como una invitación a la verdadera paz.


EL AYUNO Y LA MORTIFICACIÓN: LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU

El mundo nos dice que lo único que importa es el placer, que la vida debe ser cómoda y fácil, que privarse de algo es una tontería. Pero el mundo no entiende la diferencia entre comodidad y libertad.

Un hombre que no sabe decirse “no” a sí mismo no es libre. Es esclavo de sus propios impulsos. Es un barco sin timón, arrastrado por el viento de sus deseos.

El ayuno y la mortificación no son caprichos de la Iglesia, ni tradiciones sin sentido. Son ejercicios del alma, formas de aprender a dominarse a sí mismo. Así como un atleta entrena su cuerpo para hacerlo más fuerte, el cristiano entrena su espíritu para hacerlo más resistente.

El ayuno no se trata solo de dejar de comer carne o de saltarse una comida. Se trata de aprender a renunciar a lo inmediato para alcanzar lo eterno. Se trata de recordar que el cuerpo no manda sobre el alma, sino que debe estar al servicio de ella.

El mundo moderno cree que la verdadera libertad es hacer lo que uno quiere. La Iglesia nos enseña que la verdadera libertad es ser dueño de uno mismo.


¿QUÉ GANAMOS CON LA CUARESMA?

El mundo ve la Cuaresma como un tiempo de privación, pero en realidad es un tiempo de ganancia.
 1. Ganamos claridad.
 • Nos sacudimos la pereza espiritual.
 • Dejamos de distraernos con cosas sin importancia.
 • Nos enfrentamos con la realidad de nuestra alma.
 2. Ganamos gracia.
 • Nos reconciliamos con Dios.
 • Nos libramos del peso del pecado.
 • Recuperamos la paz interior que el mundo nunca puede dar.
 3. Ganamos verdadera libertad.
 • Aprendemos a dominar nuestros deseos.
 • Nos fortalecemos espiritualmente.
 • Nos preparamos para la alegría de la Pascua.

Porque esa es la clave de todo: la Cuaresma no termina en la mortificación, sino en la resurrección. No es un camino que se cierra en la penitencia, sino que se abre a la vida eterna.

El mundo busca la felicidad en mil direcciones, pero la Iglesia nos muestra el único camino seguro: morir con Cristo para resucitar con Él.


CONCLUSIÓN: LA IGLESIA Y LA VERDAD QUE NO PASA

En un mundo que cambia constantemente de opinión, la Iglesia permanece. No porque sea obstinada, sino porque la verdad no cambia.

En cada Cuaresma, la Iglesia nos recuerda lo mismo que ha recordado a generaciones enteras antes que nosotros:
 • Que la vida no es solo materia, sino espíritu.
 • Que la muerte no es el final, sino el principio de la eternidad.
 • Que el pecado es real, pero también lo es la misericordia de Dios.

El mundo intentará convencernos de que todo esto es exagerado, que no hace falta pensar en ello, que no tiene sentido vivir con la vista puesta en el cielo. Pero el mundo también está lleno de hombres que, en el último momento de su vida, desearían haber escuchado más atentamente.

Aprovechemos la Cuaresma. No como un simple período litúrgico, sino como lo que realmente es: una oportunidad de oro para despertar, para limpiar el alma y para prepararnos para lo único que realmente importa.

OMO