viernes, 5 de septiembre de 2025

EL RELOJ BIOLÓGICO Y EL ÉXITO PROFESIONAL DE LA MUJER


 
Una proclama contra la mentira moderna


I. EL DESORDEN DE LA PROMESA INCUMPLIDA

El tiempo no es un aliado de las ideologías; es su acusador. Tiene la curiosa costumbre de refutar los eslóganes con arrugas, de desmentir las consignas con silencios. En el cuerpo femenino late un idioma más antiguo que cualquier congreso feminista: la vocación a la vida.

A la mujer se le enseñó a cambiar ese idioma por otro más útil para el mercado, y así aprendió a recitar horarios en vez de nanas. Pero cuando llega la madurez y la casa está vacía, el silencio no es un detalle trivial: es el testimonio de un contrato roto. El hogar sin hijos no es solo un vacío; es una acusación contra la mentira que prometió libertad y entregó soledad.


II. EL MITO DEL ÉXITO Y LA NUEVA ESCLAVITUD

Se llamó “éxito” a la inmolación. Y se midió a la mujer no con las medidas del corazón, sino con las tablas del contable. El hogar, que nunca fue cárcel, fue convertido en caricatura; la maternidad, que siempre fue misterio, fue rebajada a “opresión”.

La modernidad no la levantó: la arrancó de su trono. La sometió a la devoción de nuevos ídolos: el currículum, el horario, la productividad. Y el resultado es grotesco: mujeres que fueron reinas de la vida y que hoy son secretarias de la nada. Porque la casa vacía, en su silencio, no es neutra: es un templo consagrado a la esterilidad.


III. EL RELOJ BIOLÓGICO: EL JUICIO DEL TIEMPO

El tiempo, además de juez, tiene otra rareza: siempre gana. La ciencia lo dice con la impasibilidad de un notario. Henri Leridon lo documentó en Human Reproduction: a los 30 años, alrededor del 75 % de las mujeres logra un hijo vivo en un año de intentos; a los 35, apenas el 66 %; a los 40, solo el 44 %; y a los 45, la posibilidad es casi nula.

Cada cifra es un grito silencioso, un apellido que desaparece, un linaje que se extingue. Nybo Andersen y colaboradores lo confirmaron en el BMJ (2000): los abortos espontáneos suben del 13 % en la veintena a más del 27 % a los 40–44, y superan el 50 % en la primera mitad de los cuarenta. Hulten (Reproduction, 2010) mostró que la trisomía 21 afecta a menos de 1 por mil nacidos vivos a los 25–29, pero a más de 13 por mil en los 40–44.

Esto no son estadísticas; son epitafios. Las casas sin niños no son simplemente tranquilas: son mausoleos. Y cada sociedad que aplaude su propio envejecimiento no escribe un plan de futuro, sino un testamento.


IV. LAS TÉCNICAS DE REPRODUCCIÓN: LA PROFANACIÓN DEL SER

Cuando la naturaleza pone un límite, el hombre moderno lo llama “reto científico”. Y así, en lugar de ordenar su vida, inventa artificios para violentarla. Fecundación in vitro, congelación de óvulos, vientres de alquiler: no son soluciones, son sacrilegios.

La fecundación en laboratorio es una usurpación: el científico disfrazado de creador, el microscopio que suplanta al seno materno. La congelación de embriones es una ironía macabra: vidas humanas almacenadas junto a tubos de ensayo, como si fueran repuestos biológicos. Y el descarte de embriones no es un “efecto colateral”: es homicidio frío en nombre del progreso.

Incluso los números lo denuncian. Leridon demostró que las técnicas de reproducción asistida compensan apenas un tercio de los nacimientos perdidos cuando la maternidad se retrasa de los 35 a los 40 años. Es decir, ni logran revertir lo que la naturaleza impone ni son moralmente aceptables. No son avances: son profanaciones. Y lo más curioso es que incluso la conciencia secular lo intuye: todos saben, en el fondo, que el amor no se fabrica y que la vida no se compra ni se vende.


V. EL DRAMA EXISTENCIAL DE LOS CUARENTA

La depresión de la madurez no es un capricho clínico; es una confesión existencial. Es la amarga verdad que el alma se susurra a sí misma: “He perseguido un fin falso”.

La psicología lo confirma: la infertilidad hiere el ser. Se pierde el propósito vital, se resquebraja la identidad, se debilita la pareja, se multiplica el aislamiento. Y lo que los manuales llaman “síndrome depresivo” no es sino el duelo por lo no vivido.

La infertilidad personal es espejo del drama cultural. Fuentes, Sequeira y Tapia-Pizarro (2020) documentan que, en América Latina, la postergación del primer hijo no solo disminuye el número total de nacimientos, sino que multiplica el riesgo de quedarse sin ninguno. Se multiplicaron diplomas, pero se extinguieron apellidos. Se construyeron carreras, pero se derrumbaron genealogías.


VI. EL LUGAR INSUSTITUIBLE DE LA MADRE Y EL ECOSISTEMA FAMILIAR

La madre es insustituible. No por romanticismo, sino por realismo. El padre puede aportar dirección y fortaleza, pero es la madre quien hace que un conjunto de paredes se convierta en hogar. Su latido es calor, su voz es arraigo, su amor es cemento invisible.

La sociología no es lírica, pero aquí coincide con la poesía. Sara McLanahan lo mostró en Demography (2004): los hijos de familias desintegradas acumulan mayor riesgo de pobreza, fracaso escolar, depresión y problemas emocionales. La sociedad que se atreve a despreciar la presencia de la madre desprecia su propio futuro.

Los “nuevos modelos de familia” son experimentos que fracasan. La familia íntegra no es un recuerdo pintoresco: es el primer baluarte contra el caos, la primera escuela, la primera iglesia, la primera patria.


VII. LA VERDADERA ELEVACIÓN DE LA MUJER

La tradición no encierra a la mujer: la eleva. El orden no es cadena, es trono.

Santo Tomás enseña que la virtud perfecciona el ser. Y la virtud de la mujer no es una copia de la del varón: es distinta, complementaria, necesaria. Su fortaleza no es la de empuñar la espada, sino la de resistir en la fragilidad; no la de conquistar tierras, sino la de custodiar la vida.

La modernidad la obligó a ser un varón mediocre en lugar de una mujer excelente. Y en ese engaño, perdió su esplendor. Porque la mujer no es más cuando imita: es más cuando es ella misma, plenamente mujer, reina de la vida.


VIII. LAS EXCEPCIONES Y LA FECUNDIDAD ESPIRITUAL

No todas las mujeres pueden, por circunstancias queridas o permitidas por Dios, vivir la maternidad biológica. Sería cruel ignorarlo. Pero tampoco ellas quedan fuera del designio: su fecundidad se manifiesta en otras formas igualmente reales y preciosas. La historia de la Iglesia está llena de mujeres que, sin haber engendrado hijos propios, dieron vida espiritual, intelectual y cultural a generaciones enteras.

La verdadera dignidad femenina no se reduce al hecho biológico, sino que consiste en vivir ordenadamente la vocación que se recibe de Dios. Quien no puede dar vida con el cuerpo, puede darla con el espíritu, con la enseñanza, con la caridad, con la oración. En ellas también resplandece la verdad de la mujer: ser fuente de vida y de comunión.

De esta manera, la excepción no niega la regla, sino que la confirma: toda mujer está llamada a la fecundidad, natural o espiritual, y esa vocación nunca es estéril cuando se vive en fidelidad al orden divino.


IX. LLAMAMIENTO: EL TAMBOR DE GUERRA DEL RELOJ

Una sociedad que desprecia la maternidad cava su tumba con solemnidad burocrática. Un Estado que no protege a la familia firma su fracaso en papel membretado. Una cultura que llama “progreso” a fabricar y descartar embriones no sabe ya lo que es un hijo.

El reloj biológico no es enemigo, sino tambor de guerra. Su tic-tac no es amenaza, es llamada. Es el sonido de la reconquista. La verdadera rebeldía no es imitar al varón ni someterse al mercado: es reconstruir el hogar.

La mujer que hoy decide ser madre no es una reliquia inmóvil ni una mera innovadora: es la continuidad viva de la tradición y, al mismo tiempo, la vanguardia de la reconquista. En ella, lo heredado se convierte en futuro; lo eterno se proyecta hacia adelante. Y el día en que la cultura vuelva a arrodillarse ante este misterio, volverán la música de las cunas, el ruido bendito de los hermanos y la certeza de que siempre habrá un lugar al cual volver.

Óscar Méndez O.

jueves, 4 de septiembre de 2025

LA IMPERATIVA DESOBEDIENCIA


La Iglesia Católica está obligada por la ley divina a sufrir el martirio antes que comprometer una doctrina, u obedecer la ley del gobernador civil, que viola la conciencia; y además de esto, no sólo no puede ofrecer una desobediencia pasiva, lo cual puede hacerse en una esquina, y por lo tanto no se detecta, y porque no se detecta no es castigada; la Iglesia Católica, sin embargo, no puede permanecer en silencio; no puede mantener su paz; no puede dejar de predicar las doctrinas de la revelación, no sólo de la Trinidad y de la Encarnación, sino también de los siete sacramentos, y de la infalibilidad de la Iglesia de Dios, y de la necesidad de la unidad y de la soberanía de ambos, espiritual y temporal, de la Santa Sede.

CARDENAL ENRIQUE MANNING. Opúsculo “El Papa y el Anticristo”, año 1861.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

3 DE SEPTIEMBRE: S.S. SAN PÍO X



"¿Qué clase de fruto quieren obtener estos predicadores? No tienen ciertamente ningún otro propósito más que el de buscar por todos los medios ganarse adeptos halagándoles los oídos, con tal de ver el templo lleno a rebosar, no les importa que las almas queden vacías. Por eso es por lo que ni mencionan el pecado, los novísimos (o postrimerías: muerte, juicio, infierno y gloria), ni ninguna otra cosa importante, sino que se quedan sólo en palabras complacientes, con una elocuencia más propia de un arenga profana que de un sermón apostólico y sagrado, para conseguir el clamor y el aplauso; contra estos oradores escribía San Jerónimo:

“Cuando enseñes en la Iglesia, debes provocar no el clamor del pueblo, sino su compunción: las lágrimas de quienes te oigan deben ser tu alabanza” (Ad Nepotiam).

San Pío X, Motu Proprio Sacrorum Antistitum

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ENCÍCLICA “PASCENDI DOMINICI GREGIS”
(8-IX-1907)
A LOS PATRIARCAS, PRIMADOS, ARZOBISPOS, OBISPOS Y OTROS
ORDINARIOS DEL LUGAR EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SILLA
APOSTÓLICA, ACERCA DE LAS DOCTRINAS DE LOS MODERNISTAS
PÍO PP. X

Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica  

1. Deber primero de Nuestro oficio
No podemos callar. Al oficio de apacentar la grey del Señor que nos ha sido confiada de lo alto, Jesucristo señaló como deber primario el de guardar con suma vigilancia el depósito tradicional de la santa Fe, tanto contra las novedades profanas de lenguaje como contra la oposición de una falsa ciencia. Seguramente que no ha existido época en la que no haya sido necesaria a la grey cristiana esa vigilancia de su Pastor supremo; porque jamás han faltado, suscitados por el enemigo del género humano, hombres de lenguaje perverso, vanos discursos seductores (1) que yerran y que inducen al error (2). 

Pero es preciso reconocerlo: en estos últimos tiempos ha crecido extrañamente el número de los enemigos de la cruz de Cristo, los cuales con artes enteramente nuevas y llenos de perfidia se esfuerzan por aniquilar las energías vitales de la Iglesia, y hasta por destruir de alto a bajo, si les fuera posible, el imperio de Jesucristo. Guardar silencio no es ya decoroso, si no queremos aparecer infieles al más sacrosanto de Nuestros deberes, y si la bondad de que hasta aquí hemos hecho uso, con esperanza de enmienda, no ha de ser censurada como un olvido de Nuestro ministerio. 

Lo que sobre todo exige de Nos que rompamos sin dilaciones el silencio, es la circunstancia de que al presente no es menester ya ir a buscar a los fabricadores de errores entre los enemigos declarados: se ocultan, y esto es precisamente objeto de grandísima ansiedad y angustia, en el seno mismo y dentro del corazón de la Iglesia. Enemigos, a la verdad, tanto más perjudiciales, cuanto lo son menos declarados. 

Hablamos, Venerables Hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en Filosofía y Teología, e impregnados, por el contrario, hasta la médula de los huesos de venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del Catolicismo, se jactan, a despecho de todo sentimiento de modestia, como restauradores de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar la propia persona del divino Redentor, que rebajan, con sacrílega temeridad, a la categoría de puro y simple hombre.  

2. Tales hombres podrán extrañar verse colocados por Nos entre los enemigos de la Iglesia; pero no habrá fundamento para tal extrañeza en ninguno de aquellos que, prescindiendo de intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozcan sus doctrinas y su manera de hablar y obrar. 

Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo verdadero quien dijera que ésta no los ha tenido peores. Porque, en efecto, como ya se notó, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde dentro: en nuestros días el peligro está casi en las entrañas mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia. 

Añádase que han aplicado la segur, no a las ramas, ni tampoco a débiles renuevos, sino a la raíz misma: esto es, a la fe y a sus fibras más profundas. Mas una vez herida esa raíz de vida inmortal, pasan a hacer circular el virus por todo el árbol, y en tales proporciones, que no hay parte alguna de la fe católica donde no pongan su mano, ninguna que no se esfuercen por corromper. Y mientras persiguen por mil caminos su nefasto designio, su táctica es la más insidiosa y pérfida. 

Amalgamando en sus personas al racionalista y al católico lo hacen con habilidad tan refinada, que llevan fácilmente la decepción a los pocos adversarios, por otra parte, temerarios consumados. No hay clase de consecuencias que les hagan retroceder, o más bien, que no sostengan con obstinación y audacia. Juntan con esto, y es lo más apropósito para engañar, una vida llena de actividad, asiduidad y ardor singulares hacia todo género de estudios, aspirando a granjearse la estimación pública por sus costumbres, con frecuencia intachables. Por fin, y esto parece quitar toda esperanza de remedio, sus doctrinas les han pervertido el alma de tal suerte, que han venido a ser despreciadores de toda autoridad, impacientes de todo freno, y atrincherándose en una conciencia mentirosa, nada omiten para que se atribuya a celo sincero de la verdad lo que sólo es obra de la tenacidad y del orgullo. A la verdad, Nos habíamos esperado que algún día volverían sobre sí, y por esa razón habíamos empleado con ellos primero la dulzura como con hijos, después la severidad y, por último, aunque muy contra Nuestra voluntad, las reprimendas públicas. 

Pero no ignoráis, Venerables Hermanos, la esterilidad de Nuestros esfuerzos; esos hombres han inclinado un momento la cabeza para erguirla en seguida con mayor orgullo. Ahora bien: si sólo se tratara de ellos, Nos podríamos tal vez disimular; pero se trata de la Religión católica y de su seguridad. Basta, pues, de silencio; prolongarlo sería un crimen. Tiempo es de arrancar la máscara a esos hombres y de mostrarlos a la Iglesia entera tales cuales son en realidad.  

3. Táctica insidiosa.
Y como una táctica, a la verdad, insidiosísima, de los modernistas (así se los llama vulgarmente, y con mucha razón), consiste en no exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto, sino dándolas en cierto modo por fragmentos y esparcidas acá y allá, lo cual contribuye a que se les juzgue, fluctuantes e indecisos en sus ideas cuando en realidad éstas son perfectamente fijas y consistentes, ante todo, importa presentar en este lugar esas mismas doctrinas desde un punto de vista único y hacer ver el enlace lógico que las une entre sí, reservándonos indicar a continuación las causas de los errores y prescribir los remedios adecuados a cortar el mal.  

4. Filosofía modernista.
Para proceder con claridad en materia tan compleja, preciso es advertir ante todo que cada modernista representa variedad de personajes, mezclando, por decirlo así, al filósofo, al creyente, al teólogo, al historiador, al crítico, al apologista, al reformador: personajes que conviene deslindar con exactitud, si se quiere conocer a fondo sus sistemas y darse cuenta de los principios y de las consecuencias de sus doctrinas.


lunes, 1 de septiembre de 2025

domingo, 31 de agosto de 2025

LA EVASIÓN: EL NUEVO MANDAMIENTO DE LOS JÓVENES



“Sé libre, no te ates.”
Ese es el catecismo que el mundo moderno repite sin cesar a los jóvenes. Les ha convencido de que la promesa es una cadena, de que el compromiso es cárcel, de que el sacrificio es locura. La cultura entera se ha convertido en una escuela de fugitivos: nadie debe decir “para siempre”, nadie debe abrazar la cruz de la fidelidad, nadie debe permanecer.

Y sin embargo, la paradoja estalla en cada corazón: si todo es tan libre, ¿por qué todo se siente tan vacío? Si hay miles de “contactos”, ¿por qué nadie conoce de verdad? Si el amor es tan líquido, ¿por qué resuena tan fuerte la soledad?

El nuevo mandamiento de la evasión no libera: encadena. El joven que huye de todo compromiso no conquista la libertad, sino que se condena a la ansiedad perpetua de no tener nunca un hogar. Un barco sin puerto no navega más: se pierde. Un corazón que nunca se ata no vuela más: se desangra en el aire.


I. EL VACÍO COMO PRUEBA

No hace falta teoría para comprobarlo: basta mirar. La generación que más presume de opciones es la más incapaz de elegir. La que más proclama la libertad, es la más esclava de la ansiedad. La que más habla de vínculos, es la más sola.

El vacío no es casualidad: es evidencia. El corazón humano no fue creado para saltar de experiencia en experiencia, sino para permanecer en el amor. Cuando se niega esa permanencia, se cae en la nada.


II. EL DESORDEN DEL FIN

Santo Tomás lo enseña con claridad: todo ser obra en orden a un fin, y el fin último del hombre es la bienaventuranza, es decir, Dios. Pero el evasor ha cambiado la escala: ha puesto su felicidad en lo que es pasajero. Busca la plenitud en el placer, en la comodidad, en la gratificación inmediata.

No es que ame el mal, sino que busca el bien en donde no está. Y por eso su vida se vuelve frustración constante: porque intenta beber agua en el desierto. La evasión es, metafísicamente, la tentativa absurda de hallar felicidad en la nada.


III. EL VICIO QUE ATROFIA LA VOLUNTAD

La evasión no es un accidente: es un vicio. Y el vicio, diría el Doctor Angélico, no es solo un mal hábito, sino una corrupción de la naturaleza. La virtud perfecciona la voluntad, el vicio la mutila.

La cultura de la huida ha criado jóvenes cuya voluntad se ha atrofiado. No es que no quieran comprometerse: es que ya no pueden. Su voluntad, domesticada en la fuga, se ha vuelto incapaz de un “sí” definitivo. Así, el evasor no es un héroe rebelde, sino un esclavo débil, incapaz de abrazar su propia vocación.


IV. EL AMOR REDUCIDO A INSTINTO

El amor, en su sentido pleno, es un acto de la voluntad racional. El animal se mueve por instintos; el hombre, por razón y elección. Pero en la cultura de la evasión, el amor ha sido reducido a sentimiento, a apetito, a química pasajera.

Por eso los vínculos son tan frágiles: porque dependen de emociones que cambian al ritmo del humor. El “amor sin metafísica” no es amor: es apetito disfrazado. Y un apetito no funda hogares, no sostiene matrimonios, no da hijos.

El otro ya no es fin, sino medio. Ya no es un alma creada a imagen de Dios, sino un objeto de consumo. Por eso las relaciones modernas se parecen tanto a las vitrinas de un mercado: se elige, se usa, se cambia, se desecha.


V. LA SOCIEDAD COMO ESCUELA DE EVASORES

El joven no ha inventado esta fuga: ha sido adiestrado en ella. La familia debilitada no enseñó sacrificio; la escuela suprimió la exigencia; la Iglesia contemporánea prefirió callar antes que predicar la verdad; el mercado convirtió al prójimo en producto; la tecnología fabricó un mundo virtual donde todo es reversible, todo efímero, todo descartable.

Nunca hubo tantos “amigos” y nunca hubo menos amistad. Nunca hubo tantas parejas y nunca tan poco amor. Nunca hubo tantas libertades y nunca tanto miedo. La evasión es el mandamiento no escrito de un sistema que necesita hombres sin raíces, sin permanencia, sin hogar.


VI. EL PECADO DE LA EVASIÓN

La evasión no es neutral: es pecado. Es la negación del sacrificio, y por tanto la negación del amor. Es la herejía vital de una generación que rechaza la cruz. Pero sin cruz no hay amor, y sin amor no hay vida.

El Evangelio lo dijo hace siglos: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.” La evasión susurra lo contrario: “No hay error más grande que dar la vida por nadie.” Una cultura que vive así se ha condenado de antemano a la esterilidad.


VII. LA GRACIA COMO REMEDIO

Aquí Santo Tomás es tajante: la naturaleza herida no puede levantarse sola. La voluntad enferma por el pecado original no tiene fuerzas para pronunciar un “sí” definitivo.

La Gracia no es un adorno: es la única medicina. La confesión, la Eucaristía, la oración no son ritos accesorios: son los lugares donde el hombre recibe la fuerza para prometer y permanecer. El “sí para siempre” del matrimonio, de la vocación religiosa o de la amistad fiel no es hazaña humana, sino milagro de la Gracia.

Sin Dios, todo compromiso acaba en fuga. Con Dios, incluso lo imposible —la fidelidad perpetua— se vuelve camino de santidad.


VIII. LA BELLEZA DE LA PERMANENCIA

No basta hablar de verdad y de bien. También la belleza desenmascara la evasión. Porque la evasión es fea. Una vida hecha de fugas es como un cuadro roto, como una sinfonía interrumpida en cada compás: carece de forma, de integridad, de armonía.

El compromiso, en cambio, es bello. La fidelidad de un matrimonio largo es más espléndida que cualquier vitrina de placeres efímeros. La vocación sostenida en el tiempo tiene la majestad de una catedral erguida. La amistad que resiste años y pruebas es más melodiosa que cualquier canción de moda.

La evasión promete juventud, pero entrega fealdad. El sacrificio parece duro, pero resplandece de hermosura. Lo supo la tradición: la Cruz, espantosa a los ojos carnales, es la más alta belleza del amor, porque en ella se muestra el orden perfecto de la entrega.


IX. EL SER Y LA PERMANENCIA

La modernidad ha divinizado el cambio, lo efímero, lo reversible. Pero Santo Tomás enseña que el ser es permanencia, que lo mutable es accidental, y que la fidelidad humana participa del mismo ser de Dios, que es eterno e inmutable.

El evasor no lo sabe, pero cuando huye de todo compromiso, no solo renuncia al amor: renuncia al ser. Se disuelve en la nada, porque la nada es lo único que no permanece. El hombre que promete y cumple, en cambio, participa de la estabilidad del mismo Dios.


CONCLUSIÓN: DEL “TAL VEZ” AL “SÍ”

El mandamiento moderno de la evasión ha hecho del mundo un cementerio de promesas rotas. Ha producido hogares vacíos, amistades frágiles, almas cansadas.

Pero el corazón sabe lo que la ideología niega: que solo el que promete y permanece es feliz. La evasión deja ruinas; el compromiso levanta catedrales. La fuga produce fealdad; la fidelidad engendra belleza. El capricho es humo; la promesa es roca.

El joven tiene ante sí dos caminos: seguir adorando al ídolo de lo efímero y terminar perdido en la nada, o atreverse a decir “sí” definitivo y descubrir allí la única libertad verdadera.

Porque solo el que se entrega sin huir vive; solo el que permanece ama; y solo el que ama participa ya, desde ahora, de la eternidad.

 Oscar Méndez O.

viernes, 29 de agosto de 2025

DAR DE COMER AL HAMBRIENTO


 Cuando tenía 13 años, éramos tan  pobres, que me daba vergüenza ir a la escuela. Evitaba mirar a mis compañeros, porque nunca llevaba comida. En los recreos, al ver cómo mis compañeros sacaban su almuerzo, yo me daba la vuelta para que nadie viera ni oyera cómo me rugía el estómago. Ellos sacaban sus bocadillos, manzanas, galletas. Y en mis manos no había más que aire y una sensación de humillación que me hacía querer que me tragara la tierra. Siempre fingía que simplemente no tenía hambre, que estaba demasiado ocupado con un libro o con las conversaciones. Pero por dentro era muy duro. A veces, hasta dolía...

Y todo eso podría haberse quedado solo como mi secreto de infancia, si no fuera por una niña. Un día me tendió un trozo de su bocadillo — y en ese momento entendí lo que es la verdadera bondad. El primer día simplemente se me acercó y, en silencio, me ofreció la mitad de su almuerzo. No sabía qué decir. Me dio vergüenza, pero lo acepté. 

Desde ese día compartía comida conmigo todos los días. A veces era un panecillo, a veces una manzana, a veces un trocito de pastel que horneaba su madre. Yo comía despacio, intentando alargar aquel milagro, y por primera vez en mucho tiempo sentía que a alguien le importaba. No recuerdo si le di las gracias en voz alta. Creo que sí. Pero por dentro le daba las gracias cada día.

Y luego nos fuimos de vacaciones, y después de eso ella ya no estaba en nuestra clase. Simplemente dejó de ir a la escuela. El profesor dijo después que su familia se había mudado a otra ciudad, y no la volví a ver nunca más. 

Entonces me sentí tan mal, como si me hubieran quitado algo importante. Cada vez que en clase sonaba la campana del almuerzo, me volvía automáticamente — por si acaso entraba, se sentaba a mi lado, volvía a poner delante de mí la mitad de su bocadillo y sonreía. Pero ella no estaba.

Me sentía triste y solo. Entendía que ella fue la única que se dio cuenta de mi problema, la única que no miró hacia otro lado. Nadie más me ofrecía comida, nadie decía: «Toma, esto es para ti». Y yo me había acostumbrado tanto a su gesto pequeño, pero tan importante.

A veces cerraba los ojos y veía su rostro — bondadoso, sencillo, con esa sonrisa que te calienta por dentro. Y llevé ese sentimiento conmigo toda la infancia. Incluso cuando el dolor se fue calmando un poco, recordaba: una niña una vez me regaló no solo pan, sino la sensación de que no era invisible, de que le importaba a alguien.

Pensé que aquel recuerdo quedaría solo como una sombra de mi pasado difícil. Pero 25 años después volvió a mi vida de una manera que me puso la piel de gallina. 

Ayer mi hija pequeña volvió de la escuela. Colocaba los cuadernos sobre la mesa, luego sacó su fiambrera y, al cerrarla, dijo de pronto, como si nada:

— Papá, ¿puedes ponerme dos bocadillos mañana?

— ¿Dos? — me sorprendí. — Si nunca te terminas ni uno.

Me miró con seriedad, nada infantil:

— Es para poder  compartir otra vez mañana. En nuestra clase hay un niño… dijo que hoy no había comido nada y le di la mitad de mi bocadillo.

Me quedé inmóvil. Me pareció que el tiempo se detenía por un segundo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Vi delante de mí no solo a mi hija, sino también a aquella niña de mi infancia. La que alguna vez me salvó del hambre. En su gesto sentí esa misma continuidad — como si la bondad no hubiera desaparecido, sino que hubiera seguido su camino, a través de los años, a través de las generaciones.

Y entonces entendí: quizá nunca vuelva a encontrar a aquella niña. Puede que ni siquiera se acuerde de mí. Pero su bondad no se desvaneció — siguió su camino. Se quedó viviendo en mí. Y ahora — en mi hija.

Salí al balcón y me quedé mirando el cielo durante mucho rato. Tenía ganas de llorar. Porque por dentro estaba todo a la vez — los recuerdos de una infancia difícil, la gratitud, el dolor y una especie de alegría tranquila. Recordé mis tardes de escuela, cuando me acostaba con hambre y pensaba que el mundo era injusto. Y entendí que aquella niña, con su gesto sencillo, cambió mi vida. Me enseñó a creer que, incluso cuando lo estás pasando mal, siempre habrá alguien que te tienda la mano.

No sé dónde está ahora. Quizá tenga familia, hijos. Quizá ni siquiera recuerde al chico al que alguna vez le ofrecía la mitad de su bocadillo. Pero yo sí me acuerdo. Y lo recordaré mientras viva.

Y lo sé con certeza: mientras mi hija comparta pan con otro niño, la bondad seguirá viva. En cada pequeño trozo de pan, en cada  pequeño gesto que calienta el corazón de otro.Y de solo pensarlo se me encoge  el corazón… y por primera vez en muchos años me dieron ganas de llorar.


jueves, 28 de agosto de 2025

NO SE HUBIERA RECUPERADO SI LE HUBIERAN EXTRAÍDO LOS ÓRGANOS

 

Pese a que mostró actividad motora, los coordinadores pretendían continuar con el procedimiento.
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Danella Gallegos, una mujer de 38 años de Nuevo México, fue declarada en coma irreversible y su familia accedió a donar sus órganos, confiando en el diagnóstico médico. Sin embargo, cuando se preparaba todo para la cirugía de extracción en el hospital Presbyterian de Albuquerque, uno de sus familiares notó algo inquietante: lágrimas corriendo por su rostro. Al ser descartadas como simples reflejos, nadie esperó lo que sucedería después. El día del procedimiento, una de sus hermanas observó movimientos y un médico le pidió a Gallegos que parpadeara si podía oírlo y lo hizo. A pesar de ello, coordinadores de donación de órganos presionaron para continuar, incluso sugiriendo administrar morfina para reducir su actividad motora. Afortunadamente, el equipo médico se negó a seguir adelante y suspendió todo. Danella no solo estaba consciente, sino que días después logró recuperarse por completo.


miércoles, 27 de agosto de 2025

ELOGIO DE LA CARIDAD – POR SAN AGUSTÍN


El amor por el que amamos a Dios y al prójimo, resume en sí toda la grandeza y profundidad de los demás preceptos divinos. He aquí lo que nos enseña el único Maestro celestial: amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu entendimiento; y amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la Ley y los profetas (Mateo. XXII, 37 - 40). Por consiguiente, si te falta tiempo para estudiar página por página todas las de la Escritura, o para quitar todos los velos que cubren sus palabras y penetrar en todos los secretos de las Escrituras, practica la caridad, que lo comprende todo. Así poseerás lo que has aprendido y lo que no has alcanzado a descifrar. En efecto, si tienes la caridad, sabes ya un principio que en sí contiene aquello que quizá no entiendes. En los pasajes de la Escritura abiertos a tu inteligencia la caridad se manifiesta, y en los ocultos la caridad se esconde. Si pones en práctica esta virtud en tus costumbres, posees todos los divinos oráculos, los entiendas o no.

Por tanto, hermanos, perseguid la caridad, dulce y saludable vínculo de los corazones; sin ella, el más rico es pobre, y con ella el pobre es rico. La caridad es la que nos da paciencia en las aflicciones, moderación en la prosperidad, valor en las adversidades, alegría en las obras buenas; ella nos ofrece un asilo seguro en las tentaciones, da generosamente hospitalidad a los desvalidos, alegra el corazón cuando encuentra verdaderos hermanos y presta paciencia para sufrir a los traidores.

Ofreció la caridad agradables sacrificios en la persona de Abel; dio a Noé un refugio seguro durante el diluvio; fue la fiel compañera de Abraham en todos sus viajes; inspiró a Moisés suave dulzura en medio de las injurias y gran mansedumbre a David en sus tribulaciones. Amortiguó las llamas devoradoras de los tres jóvenes hebreos en el horno y dio valor a los Macabeos en las torturas del fuego.

La caridad fue casta en el matrimonio de Susana, casta con Ana en su viudez y casta con María en su virginidad. Fue causa de santa libertad en Pablo para corregir y de humildad en Pedro para obedecer; humana en los cristianos para arrepentirse de sus culpas, divina en Cristo para perdonárselas. Pero ¿qué elogio puedo hacer yo de la caridad, después de haberlo hecho el mismo Señor, enseñándonos por boca de su Apóstol que es la más excelente de todas las virtudes? Mostrándonos un camino de sublime perfección, dice: aunque yo hablara las lenguas de los hombres y los de ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tuviera el don de profecía y supiera todos los misterios y toda la ciencia; y aunque tuviera tal fe que trasladara los montes, si no tengo caridad, nada soy. Y aunque distribuyera todos mis bienes entre los pobres, y aunque entregara mi cuerpo para ser quemado, si no tengo caridad, de nada me aprovecha. La caridad es paciente; es benigna; la caridad no es envidiosa, no obra precipitadamente, no se ensoberbece, no es ambiciosa, no busca su interés, no se irrita, no piensa mal, no se goza con el mal, se alegra con la verdad. Todo lo tolera, todo lo cree, todo lo espera, lo soporta todo. La caridad nunca fenece (1Corintio. XIII, 1 – 8).

¡Cuántos tesoros encierra la caridad! Es el alma de la Escritura, la virtud de las profecías, la salvación de los misterios, el fundamento de la ciencia, el fruto de la fe, la riqueza de los pobres, la vida de los moribundos. ¿Se puede imaginar mayor magnanimidad que la de morir por los impíos, o mayor generosidad que la de amar a los enemigos?

La caridad es la única que no se entristece por la felicidad ajena, porque no es envidiosa. Es la única que no se ensoberbece en la prosperidad, porque no es vanidosa. Es la única que no sufre el remordimiento de la mala conciencia, porque no obra irreflexivamente. La caridad permanece tranquila en los insultos; en medio del odio hace el bien; en la cólera tiene calma; en los artificios de los enemigos es inocente y sencilla, gime en las injusticias y se expansiona con la verdad.

Imagina, si puedes, una cosa con más fortaleza que la caridad, no para vengar injurias, sino más bien para restañarlas. Imagina una cosa más fiel, no por vanidad, sino por motivos sobrenaturales, que miran a la vida eterna. Porque todo lo que sufre en la vida presente es porque cree con firmeza en lo que está revelado de la vida futura: si tolera los males, es porque espera los bienes que Dios promete en el cielo; por eso la caridad no se acaba nunca.

Busca, pues, la caridad, y meditando santamente en ella, procura producir frutos de santidad. Y todo cuanto encuentres de más excelente en ella y que yo no haya notado, que se manifieste en tus costumbres.

“Sermones”.

martes, 26 de agosto de 2025

LOS PECADOS DE COSTUMBRE



“Acuérdese todo pecador que hay muy grande diferencia de pecar por costumbre (con obstinación) y pecar accidentalmente (por fragilidad) y no por costumbre; y sepa cierto que es necesario a los hombres dejar los pecados de costumbre EN VIDA y no aguardar, por dejarlos, a la hora de la muerte...”  

“Para la salvación de mi alma me es tan necesario desacostumbrarme a pecar, por cuanto los pecados de costumbre son los que llevan a los hombres al Infierno...”

San Francisco Javier