lunes, 14 de julio de 2025
RESTAURAR EL SER
El sentido común y la filosofía como contemplación de la verdad.
Contra el pragmatismo moderno y la apostasía del pensamiento.
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I. INTRODUCCIÓN: EL ECLIPSE DEL SER Y LA INTELIGENCIA SIN HORIZONTE
Todo auténtico filosofar nace de una inquietud radical por la verdad del ser. No se trata de una búsqueda arbitraria o subjetiva, sino del acto más noble de la inteligencia humana: recibir lo real tal como es. En efecto, la inteligencia no inventa el mundo, lo contempla. No crea el orden, lo descubre. No fabrica verdades, sino que se ordena humildemente a ellas.
Ahora bien, nuestra época —y esto debe decirse con dolor— ha traicionado esta vocación natural del pensamiento. El extravío contemporáneo no consiste tanto en un error accidental, sino en una verdadera apostasía ontológica: se ha perdido el principio. El abandono del ser como objeto formal de la inteligencia ha provocado una caída en cadena que afecta la gnoseología, la moral, la política, y finalmente, la fe misma.
Este artículo no pretende innovar, sino restaurar. No aspira a descubrir un nuevo sistema, sino a restituir el orden intelectual tradicional, comenzando por aquello que es más universal y a la vez más olvidado: el sentido común, esa primera sabiduría del ser que no es aún filosofía sistemática, pero que ya participa —en germen— de sus exigencias más altas.
En esta empresa, seguimos las huellas seguras de Santo Tomás de Aquino, cuya doctrina no es una escuela entre otras, sino la expresión más completa de la filosofía perenne; y de Reginald Garrigou-Lagrange, quien supo, en Le sens commun, denunciar con claridad la amenaza modernista que corroe la estructura misma de la verdad. A ellos añadimos, como guía didáctica y voz del presente, al filósofo Danilo Castellano, quien ha sabido conservar la luz sin reducirla a pedagogía, y exponer la sabiduría sin diluirla en vulgarización.
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II. EL SENTIDO COMÚN COMO PRIMER CONTACTO CON EL SER
En el origen de todo conocimiento humano se encuentra una intuición silenciosa, no fabricada, no argumentada, sino recibida: algo es. Antes de todo juicio, antes de toda deducción, la inteligencia se encuentra con el ser. Y en este primer acto —tan universal como inmediato— se cifra lo que llamamos sentido común.
¿Pero qué es, propiamente, el sentido común? No es la colección de opiniones populares, ni la suma de experiencias útiles. Tampoco es una vaga sensibilidad compartida. El sentido común, en su sentido más elevado, es la capacidad de afirmar sin demostrar lo que no necesita demostración: que el ser es, que el no-ser no es, que lo que es no puede no ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. Aquí no hay ideología ni escuela: hay experiencia primera del real.
Santo Tomás lo expresa con claridad cuando dice que “lo primero que concibe el intelecto, como más conocido y en lo que resuelve todas las demás concepciones, es el ser” (De veritate, q. 1, a. 1). Y Garrigou-Lagrange lo confirma al afirmar que la inteligencia, como el ojo está hecho para la luz, está hecha para el ser. No para la utilidad. No para la acción. Para el ser.
Por ello, el sentido común no es una forma baja de saber, sino su raíz. Una raíz que debe ser protegida, purificada, desarrollada, pero nunca abandonada. Negar el valor del sentido común es negar la posibilidad misma de conocer.
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III. LA INTELIGENCIA CREADA PARA LA VERDAD
La filosofía moderna, en su conjunto, ha sustituido la verdad por la función. La inteligencia ya no está hecha para ver, sino para hacer. Esta inversión —no meramente terminológica, sino ontológica— ha producido una profunda distorsión de la naturaleza humana.
Frente a esta deriva, Santo Tomás enseña con toda claridad que la verdad es la conformidad de la inteligencia con la cosa: adaequatio intellectus et rei. Esto implica dos realidades: que hay cosas, y que la inteligencia puede conocerlas como son. Tal concepción presupone una relación natural y objetiva entre el sujeto y el objeto, una relación fundada en el ser.
Garrigou-Lagrange, retomando esta enseñanza, la aplicó con fuerza contra el bergsonismo y el modernismo. Para estos últimos —en especial para Le Roy— la inteligencia no tendría un valor ontológico, sino práctico. No conocería el ser, sino que organizaría la acción. De ahí que incluso los dogmas serían fórmulas simbólicas, cambiantes, útiles para la vida religiosa, pero sin verdad metafísica.
Esta es la raíz del error modernista: la reducción de la verdad a eficacia. Contra esto, Garrigou afirma que el sentido común capta el ser, y por tanto, funda la verdad. Por ello, la filosofía no es una invención, sino una purificación del sentido común. Como decía Castellano: “No se piensa para organizar el mundo, sino para comprenderlo”.
IV. EL PRAGMATISMO Y LA FILOSOFÍA DEL DEVENIR: UNA NEGACIÓN DEL SER
El problema de fondo no es que el hombre moderno no piense, sino que ya no piensa desde el ser. La filosofía del devenir —en sus múltiples versiones: vitalismo, historicismo, existencialismo, hermenéutica— ha reemplazado la estabilidad por la fluidez, el logos por la experiencia, la verdad por la interpretación. Esta sustitución no es una anécdota: es una apostasía.
Bergson, con su intuicionismo dinámico, niega toda inteligibilidad estable de la realidad. Le Roy, discípulo suyo, sostiene que las verdades religiosas no son enunciados sobre el ser divino, sino actitudes útiles, símbolos prácticos. Así, el dogma “Jesucristo es Dios” no significaría que Él es Dios, sino que debemos actuar como si lo fuera. Este es el lenguaje del modernismo condenado por San Pío X en Pascendi y en el Decreto Lamentabili (1907), que Garrigou-Lagrange refutó con precisión en Le sens commun.
El punto neurálgico está en la negación del valor ontológico de la inteligencia. Si el pensamiento no es capaz de conocer el ser, entonces toda verdad queda reducida a funcionalidad. Pero como enseñó Santo Tomás, la inteligencia es por naturaleza una potencia de lo verdadero; y lo verdadero no se mide por su utilidad, sino por su conformidad con lo que es.
Danilo Castellano lo expresa de forma lapidaria: “Cuando la verdad es sustituida por la utilidad, el orden es sustituido por el poder”. El pragmatismo filosófico engendra el voluntarismo político, la tiranía cultural, el nihilismo social.
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V. LA FILOSOFÍA COMO DESPLIEGUE DEL SENTIDO COMÚN
Frente a este proceso de disolución, el tomismo se alza no como sistema cerrado, sino como sabiduría realista. Santo Tomás no comienza por el sujeto, ni por la duda, ni por la acción, sino por el ente. Y a partir de ahí, despliega el orden de la creación, de la verdad, de la ley natural, de la moral y del dogma.
La filosofía, en este sentido, no contradice al sentido común, sino que lo desarrolla. Es una explicitación racional de lo que el hombre ya sabe confusamente al vivir en la realidad. El principio de identidad, de no contradicción, de causalidad, de finalidad, están presentes ya en el sentido común, como están en potencia las flores en la semilla.
Garrigou-Lagrange insiste: sin una metafísica del ser, el dogma se hace incomprensible; y sin una base realista, la fe se convierte en sentimiento. La inteligencia no puede sostener los misterios si ha perdido la capacidad de afirmar el ser.
Por eso, todo intento de “actualizar” la fe sin restaurar la metafísica es una ilusión. El dogma no necesita reinterpretarse a la luz de los sistemas modernos: necesita ser comprendido desde el principio que nunca cambia.
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VI. VERDAD DOGMÁTICA Y FILOSOFÍA DEL SER
Una de las tesis centrales de 'El sentido común' es que las fórmulas dogmáticas —aun cuando expresan misterios sobrenaturales— conservan su inteligibilidad gracias a los conceptos comunes del ser. Esto no significa que la razón comprenda el misterio, sino que el misterio no contradice la razón.
Para que esto sea posible, es indispensable que las palabras empleadas por la Iglesia —persona, naturaleza, unidad, relación, sustancia— conserven su valor metafísico. Si estos términos son reinterpretados desde el simbolismo, el existencialismo o la dialéctica, el dogma se vuelve irreconocible.
Santo Tomás ya lo previó: si se pierden los principios primeros del conocimiento natural, la fe queda sin fundamento. No se puede creer que Dios es Uno y Trino si ya no se puede afirmar que “algo es” o que “una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo”.
Castellano lo ha dicho con claridad: “Sin verdad natural no hay fe sobrenatural. La ruptura entre razón y fe comienza por la disolución del sentido común.”
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VII. EL SER COMO FUNDAMENTO DEL ORDEN MORAL Y POLÍTICO
No se trata solo de un problema de pensamiento: se trata del orden del mundo. El eclipse del ser afecta no solo a la teología, sino a la moral, al derecho, a la política.
La ley natural, enseñaba Santo Tomás, no es una construcción social, sino una participación de la ley eterna en la criatura racional. Esta ley está inscrita en la naturaleza del hombre, y el sentido común es su primer intérprete. Pero si se pierde el sentido común, si la inteligencia ya no puede afirmar lo bueno como lo conforme al ser, entonces el bien moral se reduce a elección, y la justicia a consenso.
El realismo metafísico no es una opción académica, es una necesidad antropológica y social. La restauración del ser es la condición de posibilidad de todo orden justo.
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VIII. CONCLUSIÓN: UNA TAREA INTELECTUAL Y ESPIRITUAL
La crisis de nuestro tiempo no es sólo política, ni cultural, ni eclesial: es una crisis del ser. Y por tanto, su solución no será técnica, ni activista, ni dialéctica, sino metafísica.
Restaurar el sentido común —y con él la inteligencia del ser— no es una nostalgia, sino una urgencia. Volver al orden no es retroceder, sino recuperar el fundamento. Y ese fundamento es que algo es, y que lo que es, puede ser conocido y amado.
Como decía Santo Tomás, veritas est prima in mente. La verdad está primero en el alma. Pero esta verdad no se impone por la violencia, ni por la retórica, sino por la evidencia. El alma la reconoce cuando la ve.
Garrigou-Lagrange lo sabía. Danilo Castellano lo ha enseñado. Y nosotros estamos llamados no a inventar algo nuevo, sino a mantener lo eterno. Porque cuando el ser es negado, todo se derrumba; pero cuando se le restituye su lugar, todo encuentra su sentido.
“Satiabor cum apparuerit gloria tua” (Sal. 16, 15)
Me saciaré cuando aparezca tu gloria —cuando vea el ser tal como es.
OMO
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