domingo, 5 de agosto de 2018

PIDAMOS A CRISTO QUE CURE NUESTRA SORDERA A SU PALABRA


Continuación del santo Evangelio según S. Marcos. (VII, 31-37).

En aquel tiempo, saliendo Jesús de los límites de Tiro, fue, por Sidón, al mar de Galilea, por medio de los confines de la Decápolis. Y le presentaron un sordomudo, y le rogaron que le impusiera las manos. Y, tomándole aparte de la turba, metió sus dedos en las orejas de él: y, escupiendo, tocó su lengua: y, mirando al cielo, suspiró, y díjole: Ephphetha, que significa: ¡Abríos! Y al punto se abrieron sus oídos, y se soltó el nudo de su lengua, y habló bien. Y les ordenó que no lo dijeran a nadie. Pero cuanto más se lo prohibió El, más lo divulgaron ellos: y tanto más se admiraron, diciendo: Todo lo ha hecho bien: ha hecho oír a los sordos y hablar a los mudos.

EL GÉNERO HUMANO ENFERMO
Los Santos Doctores nos enseñan que este hombre representa a todo el género humano, excepción hecha del pueblo judío. Abandonado desde tantísimo tiempo en las regiones del aquilón, donde solamente reinaba el príncipe del mundo, experimentó los efectos desastrosos del olvido en que parece le tenía su Creador y Padre, como consecuencia del pecado original. Satanás, cuya pérfida astucia le hizo salir del paraíso, apoderándose de él, se excedió a sí mismo en la elección del medio que puso para salvaguardar su conquista. Con ladina tiranía redujo a su víctima a un estado de mutismo y de sordera, con que le tiene bajo su imperio más seguro que amarrado con cadenas de diamante; mudo para implorar a Dios, sordo para oír su voz; los dos medios de que podía servirse para libertarse, los tiene impedidos. Satanás, el adversario de Dios y del hombre, puede felicitarse. ¡Se ha dado al traste, a lo que puede creerse, con la última de las creaciones del Todopoderoso, se ha dado al traste con el género humano sin distinción de familias y de pueblos; pues hasta la misma nación conservada por el Altísimo como su parte escogida en medio de la defección de los pueblos, se ha aprovechado de sus ventajas para renegar con más crueldad que todos los demás, de su Señor y su Rey!

EL MILAGRO
El Hombre-Dios gimió al ver una miseria tan extrema. Y ¿cómo no lo iba a hacer considerando los estragos ocasionados por el enemigo en este ser escogido? Así pues, levantando los ojos siempre misericordiosos de su santa humanidad, ve el consentimiento del Padre a las intenciones de su misericordiosa compasión; y, usando de aquel poder creador que en el principio hizo perfectas todas las cosas, pronuncia como Dios y como Verbo la palabra omnipotente de restauración: ¡Ephphetha! La nada, o más bien, en este caso, la ruina, que es peor que la nada, obedece a esta voz tan conocida; el oído del infortunado se despierta; se abre con placer a las enseñanzas que le prodiga la triunfadora ternura de la Iglesia, cuyas oraciones maternales han obtenido esta liberación; y, penetrando en él la fe y obrando al mismo instante sus efectos, su hasta aquí trabada lengua vuelve a tomar el cántico de alabanza al Señor, interrumpido por el pecado desde hacía siglos.

LA ENSEÑANZA
Con todo eso, el Hombre-Dios quiere más, con esta curación, instruir a los suyos, que manifestar el poder de su palabra divina; quiere revelarles simbólicamente las realidades invisibles producidas por su gracia en lo secreto de los sacramentos. Por esto, conduce aparte al hombre que le presentan, lo lleva lejos de esa turba tumultuosa de pasiones y de vanos pensamientos que le habían hecho sordo a las cosas del cielo: ¿de qué serviría, en efecto, curarle si tiene el peligro de volver a caer nuevamente por no hallarse alejadas las causas de su enfermedad? Jesús, asegurando el futuro, mete en los oídos del cuerpo del enfermo sus dedos sagrados, que llevan el Espíritu Santo y hacen penetrar hasta los oídos de su corazón la virtud reparadora de este Espíritu de amor. Finalmente, con mayor misterio aún, puesto que la verdad que se trata de expresar es más profunda, toca con saliva de su boca divina esta lengua que se había hecho impotente para la confesión y la alabanza; y la Sabiduría, pues ella es la que se significa aquí místicamente, la Sabiduría que sale de la boca del Altísimo y, cual onda embriagadora, fluye sobre nosotros de la carne del Salvador, abre la boca del mundo del mismo modo que hace elocuente la lengua de los niños que aún no sabían hablar.

RITOS DEL BAUTISMO
También la Iglesia, para hacernos ver que el relato evangélico se refiere en figura, no a un hombre aislado sino a todos nosotros, ha querido que los ritos del bautismo de cada uno de sus hijos recuerden las circunstancias de la curación que se nos acaba de relatar. Su ministro, antes de sumergir en el baño sagrado al escogido que le presenta, debe depositar en su lengua la sal de la Sabiduría, y tocar los oídos del neófito, repitiendo la palabra que Cristo dijo al sordomudo: Ephphetha, que significa: abríos.

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