martes, 19 de mayo de 2020

EL PUDOR, LA GRAN VIRTUD OLVIDADA


Cristo señala que quien ve a una mujer con deseo sexual ya fornicó con ella en su corazón, de ahí que quien -con su modo de vestir o de actuar- provoca al prójimo a ese deseo, naturalmente es culpable del pecado grave que éste comete. Y esto vale para hombres y mujeres, sin ignorar que -en general y por sus características psicológicas y culturales- el hombre tiene una tendencia mayor a estos pecados, de ahí que algunas mujeres, a veces, no distingan lo provocativo de tal moda o actitud. Muchas veces es necesario hacérselos ver con la debida delicadeza y considerando su edad, para que estén conscientes de ello. Esta función atañe a la educación en casa.

Lo grave es que, generalmente, uno se engaña y muchas veces intenta ignorar qué es lo provocativo, y se dice que tal moda o tal actitud no lo es porque muchos o muchas la utilizan o actúan de tal o cual modo. Pero hablando con esa plena sinceridad sin sombra de hipocresía, de esa honesta sinceridad de que hace gala la juventud, no es posible que ante la exhibición descarada que se hace del cuerpo no se sienta la voz del instinto como un canto de sirena que incita a pecar.

Así, por ejemplo, a una mujer le está vedado ir indecorosamente vestida a cualquier sitio, pues es indebido -por sí mismo- que se presente de esa forma; pero que penetre al templo así es aun más grave. El templo es un lugar sagrado, es la casa de Dios, donde su presencia es más real y efectiva, y donde está Cristo prisionero de amor en el Sagrario, que se inmola día tras día en el Santo Sacrificio de la Misa por nuestros pecados. Merece un respeto absoluto, una compostura rigurosamente impecables. Resulta triste ver que una gran masa de católicos han olvidado (?) como deben estar ante la Presencia Divina.

Si no es lícito exhibir desnudeces en ningún lado, en el templo menos que en otra parte. Así deben evitarse vestidos transparentes o cortos o exiguos de tela, o escotados, tampoco usar ropa ceñida, ni nada que muestre o sugiera lo que las mujeres honestas de cualquier época siempre ocultaron. Menos, todavía, deben acercarse así a los sacramentos. Incluso, debe cuidarse la DIGNIDAD y no sólo el pudor. Es, por ejemplo, inconveniente que un hombre acuda en shorts a la iglesia.

El vestido es para vestir y no para sugerir o enseñar

De ahí la necesaria congruencia tanto de la mujer realmente católica como del varón cristiano en su vestir digno y su comportamiento social, y sobre todo en la casa de Dios.

El pudor es una cualidad humana que se aprende desde niño, quien no lo ha aprendido así o lo ha olvidado, es sumamente difícil que lo adquiera o lo recupere. De ahí la necesidad de que esta importante virtud se enseñe en casa, desde niños.

Existen muchos aspectos a cuidar en un niño. Así, sólo por dar algunos ejemplos, no debe haber en la casa ni revistas impropias, ni videoso películas inconvenientes, ni un acceso indiscriminado o poco vigilado a la T.V. o al internet, etc. Del mismo modo cuidar y supervisar los juegos, la clase de compañeros y amigos que tienen, etc., así como conservar la propia intimidad de cada miembro de la familia, evitando, por ejemplo, bañar juntos a los hermanos o descuidos en la forma de vestir de los demás miembros sólo por estar en casa.

El cuidado y la enseñanza de la debida intimidad, deberá de realizarse con esmero, poniendo los padres el ejemplo, pero sin una actitud gazmoña que pueda provocar malicia. Al contrario, el pudor debe ser una manera alegre y natural de vivir, una virtud que se vive con convicción y no como una carga. En la vestimenta no implica vestir sin buen gusto. El pudor, en el amplio sentido, con todo lo que abarca, es una cualidad humana, pero indudablemente tendrá un fundamento mayor cuando se sobrenaturaliza y se finca en el amor a Dios, en ese único Dios que -como sabemos- es precisamente la esencia del Amor.

Y finalmente, consideremos que en una sociedad como la nuestra, es más fácil pecar de liberalidad que incurrir en exageración en este tema, por lo que es fundamental revisar nuestros usos y costumbres, y hacer una sincera y profunda reflexión -ante Dios- de todo ello. Siendo católicos, nuestras normas no son las del mundo.

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