En una obra anónima del siglo V, antiguamente atribuida a San Juan Crisóstomo, el “Opus Imperfectum in Matthaeum” (Comentario inconcluso al Evangelio de San Mateo), se consigna el resumen de un libro perdido con un relato apócrifo sobre los doce reyes magos (como consta en la tradición siríaca). Les dejamos la traducción del relato. ¡Feliz Epifanía!
«He oído hablar a algunas personas de una escritura que, aunque no muy cierta, no es contraria a la fe y se escucha más bien con agrado. Se lee en ella que existía un pueblo en el más extremo Oriente, a orillas del Océano, que poseía un libro atribuido a Set [el tercer hijo de Adán]. En él se hablaba de la aparición futura de una estrella y de los dones que por medio de ella se habían de llevar; esa predicción se suponía transmitida de padres a hijos, al través de las generaciones de hombres sabios. Eligieron entre ellos a doce de los más sabios y más amantes de los misterios de los cielos y se dispusieron a esperar esta estrella. Si moría alguno de ellos, su hijo o el pariente más próximo que esperaba lo mismo, era elegido para remplazarlo. Los llamaban, en su lengua, Magos, porque glorificaban a Dios en el silencio y en voz baja. Todos los años, después del mes de las cosechas, estos hombres subían a un monte, llamado en su lengua Monte de la Victoria, donde había una caverna abierta en la roca, sumamente agradable por las fuentes y los árboles que la rodeaban. Una vez llegados a este monte, se lavaban, oraban y alababan a Dios en silencio durante tres días. Esto lo hacían durante cada generación, en espera siempre de que apareciera aquella feliz estrella, durante su generación. Por fin apareció sobre este Monte de la Victoria dicha estrella, en forma de un niño pequeño y sobre sí la figura de una cruz. Les habló, les instruyó y les ordenó que partieran a Judea. La estrella les precedió durante dos años, y no les faltó ni el pan ni el agua en sus alforjas. Lo que hicieron después, nos lo ha conservado en forma resumida el Evangelio. Sin embargo, cuando regresaron, continuaron adorando y glorificando a Dios con más fervor que antes, y predicaron a todos los de su clase y enseñaron a muchos. Finalmente, cuando el apóstol Tomás llegó a aquella región después de la resurrección del Señor, se le unieron, y siendo bautizados por él, se convirtieron en ayudantes de su predicación». Migne: PG 56, c 637–638 (Paris, Imprimerie Catholique, 1857–86).
Sermón 190 de San Agustín, El Doble Nacimiento del Señor:
"Se anuncia a los pastores (y a los Magos) el príncipe y el pastor de los pastores y yace en el pesebre como vianda de los fieles, su montura. Lo había predicho el profeta: Reconoció el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su Señor. Por eso se sentó sobre un pollino cuando entró en Jerusalén en medio de las alabanzas de la muchedumbre que lo precedía y seguía. Reconozcámoslo también nosotros, acerquémonos al pesebre, comamos la vianda, llevemos a nuestro señor y guía, para que bajo su dirección lleguemos a la Jerusalén celeste.
Yace en un pesebre, pero contiene al mundo; toma el pecho, pero alimenta a los ángeles; está envuelto en pañales, pero nos reviste de inmortalidad; es amamantado, pero adorado; no halla lugar en el establo, pero se construye un templo en los corazones de los creyentes. Para que la debilidad se hiciera fuerte, se hizo débil la fortaleza. Sea objeto de admiración, antes que de desprecio, su nacimiento en la carne y reconozcamos en ella la humildad, por causa nuestra, de tan gran excelsitud. Encendamos en ella nuestra caridad para llegar a su eternidad."
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