viernes, 25 de abril de 2025

LA PUERTA ESTABA ABIERTA, PERO TRAÍAN CONSIGO UN ÍDOLO


 


Meditación sobre el alma que pretende entrar sin convertirse


I. PUERTAS ABIERTAS, PERO NO DE CORRAL

Cada vez que muere un Papa, resucita un lugar común: hay que abrir la Iglesia. Y uno se pregunta, con toda sinceridad cristiana: ¿abrirla a qué, si lleva dos mil años abierta al pecado, a la miseria humana, al ladrón colgado a la derecha, a los publicanos arrepentidos y hasta a teólogos herejes… mientras se confiesen antes de morir? ¿Qué más quieren meter?

Sí, la Iglesia tiene puertas. Y siempre las ha tenido abiertas. Pero abiertas hacia la conversión, no hacia la comodidad. Hacia el cielo, no hacia la sala de estar del mundo.

El problema no es que no se pueda entrar: es que para entrar hay que dejar algo atrás. Y el hombre moderno no quiere entrar: quiere colar su sofá, su eslogan, su ideología… y, si se puede, también su playlist.

Se nos dice que hay que abrir la Iglesia como si fuera un centro comercial con baja afluencia. Pero la Iglesia no está vacía: simplemente no es un parque temático. Hay quien entra buscando aprobación, y sale ofendido al encontrar un altar. Esperaban un espejo… y se toparon con un Crucificado.


II. ABRIR SIN VERDAD ES COMO VENTILAR UNA FORTALEZA

El alma progresista cree que abrir siempre es bueno. Como si abrir fuera sinónimo de amar. Pero también se abren heridas, se abren fosas, se abren compuertas al diluvio. Abrir la Iglesia sin proteger la Verdad es como abrir todas las ventanas de una fortaleza durante un asedio… para que entre “aire fresco”. Aire, sí. Y flechas también.

No es que no queramos a los pecadores —¡Dios nos libre!—. Es que los queremos redimidos, no celebrados. El error no necesita acogida: ya tiene bastante con los likes. Lo que necesita el alma es salvación. Y eso no se logra con una apertura institucional, sino con una conversión sobrenatural.


III. LA IGLESIA NO NECESITA SER MÁS INCLUSIVA: NECESITA MÁS CATÓLICOS

Lo irónico es que, en nombre de la inclusión, se pretende excluir todo lo que huela a Tradición. En nombre de la tolerancia, se llama fanático al que cree en el Credo. Y en nombre del diálogo, se le niega la palabra al que cita a un santo anterior a 1965.

Quieren una Iglesia donde todos quepan… excepto los que creen en todo. Eso no es apertura, es una mudanza: cambiar el contenido, conservar la fachada, y alquilar la catedral para congresos sobre diversidad.


IV. ¿DE VERAS CREES QUE SABES MÁS QUE SAN PABLO?

El nuevo teólogo de moda no ha leído ni la Summa, ni los Padres, ni el Catecismo. Pero ha visto tres documentales de Netflix, ha ido a un retiro con tambores, y cree que llegó el momento de corregir dos mil años de fe.

Quiere una Iglesia más moderna, más dialogante, más… como él. Porque, seamos francos, cuando muchos dicen que quieren una Iglesia más abierta, lo que en realidad quieren es una Iglesia más parecida a su cuenta de Instagram.


V. CRISTO NO DIJO “TODOS SON BIENVENIDOS”: DIJO “VEN Y NO PEQUES MÁS”

La frase favorita del cristiano moderno es: “Jesús amaba a todos”. Cierto. Tan cierto como que también les decía: “Arrepiéntete”.

Hoy se predica mucho el abrazo… y poco la conversión. Se predica la acogida… pero no el juicio. La mesa, sin el Cordero. La cruz, sin el sacrificio.

La Iglesia no excluye a nadie. Pero el Reino de los Cielos no es un reality show: no se entra por popularidad. Se entra por gracia, por lucha, por fidelidad. Se entra con el alma en vilo y la cruz al hombro, no con pancartas de autoafirmación.


VI. LA VERDAD NO TIENE BISAGRAS NI MODO COMPARTIR

La Verdad —con mayúscula— no tiene modalidad de archivo ni ajustes de accesibilidad. No se puede arrastrar, editar ni ponerle “me gusta”. No cambia con la temperatura cultural, ni se pliega ante los sondeos de opinión.

La Verdad es una Persona. Se llama Jesucristo. Y no vino a abrir una consulta de psicología espiritual, sino a fundar una Iglesia que lo confiese con sangre si hace falta.

Así que si alguien quiere abrir la Iglesia, que comience por abrir su alma. Pero que no intente forzar la cerradura del Sagrario. Porque si lo hace, no encontrará inclusión, sino juicio. Y no por odio, sino por amor. Porque quien ama al pecador, no le acomoda el pecado: le abre el Cielo… al precio de la Cruz.

OMO

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