Un 10 de julio del año de Cristo de 1929, fallecía en «Olor de Santidad» en Thuillières, Francia, quien en vida fuera Eva Lavallière, "la María Magdalena" del Siglo XX.
La historia de "Eva Lavallière" siempre encantará. Tiene el aroma de la candura, del verdadero final feliz, también de la grandeza.
Colocamos "Eva Lavallière" entre comillas, porque esta mujer que deslumbró en el arte como actriz de teatro con su gracia, belleza y donaire sin par en los albores del Siglo XX a reyes, príncipes y a grandes personalidades de la época, había nacido en un hogar muy pobre y recibido en la pila bautismal el nombre de Eugénie Marie Fenoglio. "Lavallière" era un tipo de corbata elegante, de moda en la época, que Eva usaba elegantemente, y de donde le asignaron dicho mote.
Huérfana a temprana edad, tenía un espíritu indómito, a veces salvaje, que sumado a sus 18 floridos años era fuente de todas las ilusiones, algunas locas.
Trabajó como modista y fue famosa en el oficio siendo joven. Allí comenzó a usar las 'Lavallières' que terminaron identificándola. Pero el oficio le aburría, ella quería el triunfo, la fama.
Un tío rico, en Niza, quiso adoptarla como hija y le pidió que fuera a vivir con él, lo que aumentó las ilusiones de Eugenia. Pero frívola y superficial, antes de llegar a Niza pasó tres días de juergas en Montpellier sin avisar al pariente que la esperaba con ansia. Y cuando llegó a la casa de Monsieur, su tío, este en su angustia dolorosa y resentida ya no la quiso acoger. De esa manera se vio sola, en un parque llorando. En ese momento se le acercó un caballero, que milagrosa y sorpresivamente, la llevó a París...
Ya en la ciudad que no en valde la llaman "La Ciudad Luz", vió una casa cuyo anuncio en cartel: "Dicción, canto, danza", la estremecieron involuntariamente. Eva no tenía educación artística, solo el vehemente deseo de triunfar; pero había en ella mucho talento natural. Ante el profesor benevolente ella cantó una primera vez, y el hombre quedó extasiado: "¡Qué bella voz!" clamó efusivo. Lo que siguió fue sólo un curso ascensional y sin tropiezos hasta la fama, la gloria. Incluso la famosa Sarah Bernhardt la elogió, cuando no eran nada frecuentes los elogios de ella hacia ningún artista. Sus Majestades Eduardo VII, Alfonso XIII, el Rey de Portugal, muchos más la visitaban o la felicitaban... el cielo era el límite que ella había alcanzado, pero era el cielo de esta tierra, y ella deseaba otro cielo.
–"En cuanto bajaba el telón y resonaban los aplausos, sentía mi corazón frío, ¡tan frío! ¿Era aquello la gloria? Ser estrella ... ¿es sólo esto? Es nada. ¿Fue para esto que sufrí y trabajé tanto? La gloria, Dios mío. Es nada, es un viento que pasa; es humo... ", se decía a sí misma.
Un día, al final de una función, ella no quiso recibir los halagos, ni las preguntas de los periodistas que querían cantar sus loas, sino que encerrada esperó que todo el mundo se fuera. Todo le parecía viento, vanidad.
La desesperación llegó a tal extremo que una noche, en uno de los míticos puentes del río Sena, las aguas atrajeron hacia sí un manto de seda que ella dejó caer. Pero también siguió la tentación de ir con su ser entero, la horrible tentación del suicidio, del aniquilamiento. Y ahí, nuevamente, alguien que hizo de Ángel guardián:
–¿Qué va a hacer usted señora?, le dijo el hombre. Solo esa frase hizo que reflexionara un poco, y la salvó de una muerte horrible. Pero la angustia, el sinsabor, la vaciedad de Dios seguía.
Un día el mundo del arte vio como desaparecía Eva Lavallière, por un tiempo. No se sabía nada de ella, se tejían todo tipo de hipótesis, hasta las más descabelladas. Otro día reapareció y firma un contrato para realizar una ‘tournée' por América. Pero ella buscaba comprar un castillo solitario, en el cuál puediera recogerse, y se decide por el de La Porcherie, que estaba bajo el cuidado de un sacerdote que administraba la propiedad de dos huérfanas.
Este sacerdote, el Padre Chasteigner, no solo se ocupó de la venta del Castillo, sino que también cuidó del alma de Eva. Un domingo le lanzó:
–Señorita "Lavallière, ¿no fue hoy a misa? No la vi esta mañana en la iglesia.
–Yo, Lavallière, ¿a misa? ¿Una artista de los Variétés? ¿No será inconveniente mi presencia en la iglesia Padre?
–¡Oh! La iglesia es para todos y no le faltará lugar, señorita...
Fue el inicio de una conversión radical, mística, que llevaría a Eva Lavallière a las altas cimas de la virtud. Desde ese día no faltó a la obligación dominical. Poco después hizo una confesión general de su vida pasada. Empezó a frecuentar la iglesia entre semana. Rompió con todo su pasado, quiso entrar al monasterio de Nuestra Señora del Carmen, pero Dios le pidió la renuncia a este deseo y se hizo terciaria franciscana.
Se estableció en Lourdes, y allí vivió en una pensión de religiosas, asistiendo asiduamente a las ceremonias de la Basílica. El mundo la perseguía, la seguía buscando, hasta la calumniaba, pero ella no vivía ya para el mundo. Pasó a comulgar diariamente.
Luego compró una pequeña casa en Thuillières, que pintó de azul y blanco en honor a la Inmaculada Concepción de María. Allí vivía de atender a los pobres, de las obras de caridad que tanto hacía, y de seguir su camino espiritual en el recogimiento.
Un día el superior de los Padres Blancos le dijo que se encargue del centro de enfermeras que pensaban abrir en Túnez. Sin pensarlo dos veces partió para África, y allí dejó lo poco de energías vitales que le quedaban. Cuando regresó a Francia, ella hizo una declaración que muestra a qué cima había escalado:
–"Que yo esté aquí o allá, ¡qué importa! ¡Con tal que Él, mi dulce Jesús, viva, y que Él reine! ¡Yo sólo quiero, sólo hago y amo su Santísima Voluntad!". Estaba ya totalmente abandonada a la Providencia de Dios, como Santa Teresita del Niño Jesús, a quien mucho admiraba, amaba, leía su vida y era la Santa de su predilección. Parecía ya preparada para ir al encuentro eterno con Cristo.
Pero tenía que pasar aún por la cruz de otro gran dolor. Los fuertes agobios físicos llegaron, pero siempre recibidos con suma resignación, e incluso amor:
–"Señor, punid, castigad, como queráis, estos ojos míos que pecaron, y mi boca que se regocijó en impuras alegrías".
Hasta el día doloroso, pero feliz en que ella, que era muy devota de San José, el 10 de julio del año de Cristo de 1929, siendo la hora 3:00 de la mañana anunció:
–"¡Hoy San José vendrá a buscarme!", cosa que efectivamente ocurrió. Siendo la hora 5:00 de la mañana, Eva Lavallière moría en Thuillières, Francia, ese mismo día 10 de julio del año de Cristo de 1929, a la edad de 63 años en «Olor de Santidad».
El cortejo fúnebre fue pobre, discreto, no había coronas, ni carros. Y en su tumba, la inscripción gravada en su lápida resume la súplica, cual otrora lo hiciera María Magdalena a los pies del Cristo crucificado, de esta alma que, dando de mano a los placeres del siglo, se abrazó a la pobreza de Cristo y luego de una vida penitente remontó su vuelo hasta Dios.
En el pequeño cementerio que está junto a la iglesia de Thuillères hay una cruz de madera negra clavada en tierra con esta sencilla inscripción:
Eva Lavallière, 10 de julio de 1929: «Vos que me habéis creado, tened piedad de mí» (Santa Thais).
La artista, la bailarina, el árbitro de la elegancia del alegre y frívolo mundo parisiense, vislumbró un día la Verdad, fue hacia ella, encauzó su apasionamiento artístico hacia la mística, y desde el barro dorado en que estaba sumergida, en cuanto se enamoró de lo divino, llegó a Dios.
Quiso tener una tumba bien pobre, y no juzgándose digna de que el Sacratísimo nombre de Dios fuese escrito sobre sus restos, eligió las palabras de Thais, la Santa expecadora y prostituta convertida:
–«Vos que me habéis creado, tened piedad de mí».
Por un camino de espinas que no carecieron de flores perfumadas, Eva llegó así al punto máximo de la humildad; es decir, de la santidad.
Que el ejemplo de su conversión nos muestre el camino de la nuestra: el sendero de una conversión que por radical, plena y sin titubeos, sea eficaz y definitiva.
Lamentablemente la diócesis de Saint-Dié, donde ella murió, aún no ha iniciado formalmente su causa de beatificación. Pero como dice Mons. Ascanio Brandao:
–"La Estrella de la tierra es ahora Estrella del Cielo..."
SAÚL CASTIBLANCO
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Posdata de José Leopoldo Fierro Córdova:
"En esta reseña falta comentar su niñez y la gran desgracia que aconteció frente a ella, siendo una niña aún. En su presencia, su padre asesinó a su esposa, madre de Eva...eso originó que su orfandad la hizo siempre vagar. También se sabe que, ya retirada en una sencilla casita de una población de Francia, se ofreció integrarse al coro parroquial, su voz siendo hermosa provoco envidia en algunas de las mujeres del coro y lograron que fuera retirada de él, porque esas mujeres envidiosas aducían su pasado de la farándula. Ella soportó con serena caridad esta pública humillación y siguió firme en su vivencia católica y ofreció su enfermedad final por su pasado que ella consideraba de pecado. Eva Lavallière es un vivo ejemplo de que quien vive el Evangelio en grado heroico, merece ser canonizada. Amén."
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