Celebra la Iglesia esta fiesta el día dos de julio en memoria de la visita que la Santísima Virgen hizo a su prima santa Isabel.
Al mismo tiempo que el Ángel anunció a María la encarnación del Hijo de Dios, le dio parte del preñado a su prima santa Isabel, que, aunque estéril y de edad muy avanzada, tenía en su vientre seis meses, había un hijo milagroso destinado a ser precursor del verdadero Mesías. Llenó de gozo a la Virgen esta noticia; y considerando la fortuna de aquella dichosa mujer escogida de Dios para madre del precursor de su amantísimo Hijo, la obligación que tenía de ir cuanto antes a darle el parabien de aquella dicha, los vivos deseos que sentía de servirla, y dándole el Señor un claro conocimiento de las maravillas que quería obrar por ella en aquella misteriosa visita, partió sin dilación para hacerla en aquel mismo día; porque como dice san Ambrosio, la caridad no sufre tardanzas ni dilaciones. El camino era dilatado y penoso; y había que viajar desde Nazaret a Hebron, ciudad sacerdotal situada en la parte meridional de Judá, sobre unas escarpadas montañas, a diez o doce leguas de Jerusalen, a treinta y ocho o cuarenta de Nazaret. No era viaje fácil a una doncella tan tierna como la santísima Virgen; pero el celo y la caridad le allanaron las dificultades, sin acobardarla las fatigas del camino, porque toda su ansia era seguir la divina inspiración y publicar las grandezas del Señor, como dice el mismo san Ambrosio.
Habiendo llegado a Hebrón, se encaminó directamente a la casa de Zacarías, a cuya puerta encontró a su prima que salía a recibirla. Abrazóla tiernamente, saludándola y apenas despegó los labios, cuando el niño de seis meses, que estaba en las entrañas de Isabel, se halló de repente iluminado con una luz celestial; conoció perfectamente la majestad y la grandeza de los huéspedes que le hacían tanta honra, y desde la oscura prisión del materno albergue, ya que no podía hablar, adoró a Jesús como pudo, dando dentro de él un prodigioso salto en señal, dice san Pedro Crisólogo, de su respeto y de su gozo. Notó Isabel tan alegre movimiento, y comunicándose en el mismo instante a la madre la luz sobrenatural que alumbraba al hijo, conoció el incomprensible misterio de la encarnación del Verbo, de manera que llena su alma del Espíritu Santo, no cabiendo el gozo en las estrechas márgenes del pecho, comenzó a exclamar en alta voz: "Bendita eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre." ¿De dónde a mí tanta dicha, que venga a visitarme la Madre de mi Dios y Señor? Favor que no soy capaz de agradecer dignamente, dejándome tan llena de asombro como de confusión. El mismo niño que tengo en mis entrañas ha conocido cuánto vale tu celestial presencia, saltando de alegría dentro de ellas luego que llegaron a mis oídos las primeras palabras de tu dulce salutación. Dichosa mil veces tú, querida prima mía, que con noble sencillez y sin dar lugar a la menor duda, creíste humildemente cuando el Ángel te anunció de parte de Dios. Sí por cierto, porque el Todopoderoso, que comenzó en ti cosas tan grandiosas y tan altas, las acabará y las perfeccionará, como tu lo has esperado. Él te empeñó su palabra, pues Él te la cumplirá.
La respuesta de la Virgen fue humilde y modesta. Ocultando cuanto podía ceder en su alabanza, rindió al Señor la gloria de todo, y solo trató de la obligada que estaba a su beneficencia. Animada del Espíritu Santo, de que estaba llena, prorumpió entonces en aquel divino cántico, el primero del Nuevo Testamento, el cual solo hace infinitas ventajas a todos los del antiguo; y tanto por el espíritu de devoción que respira en cada sílaba, como por la noble elevación de los pensamientos y por la majestuosa soberanía del estilo, es el más precioso monumento de la profunda humildad de María, el acto más auténtico y perfecto reconocimiento y el modelo más excelente para dar gracias al cielo, que nos ha dejado el mismo que le inspiró.
"Engrandece, alma mía, al Señor, -dijo la Virgen-, obrador de tantas maravillas, y sea para solo Él toda la gloria. No puedo pensar en ellas sin sentir todo mi corazón preocupado de alegría en aquel Señor que adoro como a mi Dios, que venero como a mi Salvador, y que amo como a mi Hijo. Dignóse poner los ojos en mi humildad, y elevó su vil esclava a la Dignidad de Madre suya. Bien se que por esto me admirarán tosas las naciones, y ensalzarán perpetuamente mi dicha en los siglos venideros; pero si es que se halla en mí alguna cosa grande y elevada, a Él solo se le debe toda la gloria, Él fue quien me engrandeció, y a Él le debo todo cuanto soy. Nada soy por mí misma; Él es el autor de las maravillas que todas las naciones admirarán y publicarán de mi persona, las que ni aun yo misma puedo bastantemente engrandecer. Confesarán las mismas naciones que el Todopoderoso hizo en mí cosas grandiosas, y que no es menos poderosa su Omnipotente mano que Santo su Nombre agradable. En mil ocasiones experimentaron nuestros padres los excesos de su misericordia. ¿Qué prodigios no hizo por defender a los que temían? Desplegó toda la fuerza de su brazo, combatió por ellos, desconcertó los planes de sus enemigos, derribó del trono a los soberbios monarcas que los amenazaban con su total ruina; y como el Señor se complace en abatir a los que se engríen, y en elevar a los que se humillan, después de haber abatido el orgullo de los tiranos, ensalzó a los humildes, y llenó de hartura a los pobres, mientras los ricos privados de sus riquezas perecían de hambre. Faraón sumergido, Saúl reprobado, humillado Roboam, Olofernes abatido, Amán desgraciado, y Nabucodonosor que presumía de deidad confundido con los brutos, mientras los más viles siervos de Dios se veían exaltados; todo esto acredita cuánto ama el Señor a los humildes.
Y aunque es así que todos los verdaderos israelitas, todos los fieles siervos suyos recibieron de su mano gracias extraordinarias en todas las edades del mundo; pero en este tiempo muy particularmente la misericordia de Dios ha hecho resplandecer su bondad en su favor. Viene a salvarlos, quiere vivir entre ellos y morir por ellos, no habiendo echado en olvido la promesa que hizo a Abraham y a los de su linaje, de derramar en sus hijos los tesoros de sus misericordias."
De esta manera, con un portentoso rayo de luz sobrenatural descubrió, digámoslo así, de una sola ojeada la santísima Virgen todas las antiguas promesas y profecías, con el pleno cumplimiento de todas ellas, mil veces más iluminada y más privilegiada ella sola que todos los profetas juntos. Conocióse bien, dice san Ambrosio, en aquella admirable conversación de María y de Isabel que ambas profetizaban con un mismo espíritu duplicado, uno el que inspiraba a la madres, y otro el que llenaba a los hijos: Duplici miraculo prophetan Matres spiritu parvulorum.
(...)
(Año Cristiano, J. Croisset).
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