El velo, como una tradición, es una costumbre muy antigua que ahonda sus raíces en el pueblo de Israel; era un elemento que expresaba sumisión a Dios y respeto.
Uno de los motivos para el pueblo de la Antigua Alianza de usar el velo era la costumbre de cubrir lo que se consideraba digno de respeto, de veneración. Un ejemplo de esto lo vemos en el Antiguo Testamento con el Arca de la Antigua Alianza que se guardaba detrás del velo del Santo de los Santos. Y se sabe además que Moisés se cubrió el rostro al “ver” a Dios.
Y la Iglesia ha retomado esta norma por los mismos motivos; de esta manera se cubren, por ejemplo, el cáliz, el sagrario, el copón, los altares, etc.. El velo denota además respeto por el lugar y la conciencia de estar en una situación y en un lugar especiales; lo vemos, por ejemplo, cuando a las mujeres se les pide llevar mantilla en situaciones de solemnidad ante el Papa.
La mujer, que suele ser más espiritual y más sensible a lo religioso que el hombre, usa el velo sobre la cabeza exteriorizando de esta manera una profunda reverencia al ser ella consciente de estar en la presencia de Dios.
La mujer, al cubrirse la cabeza, se recoge en oración, entre otras cosas, evitando así la distracción propia como ajena. De esta manera el velo es símbolo de modestia, de lucha contra la vanidad (cubrir la propia gloria para dársela a Dios), de recogimiento, de entrega a Dios, de imitación a María la sierva del Señor.
No es por tanto el velo algo estético o un adorno, sino un instrumento que llama al recogimiento y al silencio; es un elemento que llena majestuosamente la iglesia de piedad y de reverencia al ver a las mujeres recogidas en oración y entregadas a Dios sin dispersiones dándole a Dios el lugar central en la vida.
El velo ayuda a entender lo verdaderamente importante a los ojos de Dios: “Que vuestro adorno no sea lo de fuera, peinados, joyas de oro, vestidos llamativos, sino lo más íntimo vuestro, lo oculto en el corazón, ataviado con la incorruptibilidad de un alma apacible y serena. Esto es de inmenso valor a los ojos de Dios” (1 Pe 3, 3-4).
Aunque el velo no sea una cuestión de dogma, es, al menos, una cuestión de tradición eclesial, desde los tiempos apostólicos, pues San Pablo hace referencia a que la mujer debe usarlo (ver la primera epístola a los corintios, Cap XI, 5-6). Es por esto que, dada su importancia, el uso del velo o mantilla por parte de la mujer durante la misa fue, desde muy antiguo, una práctica obligatoria que incluso estaba consignado tanto en el Código de Derecho canónico del año 1917 (Can. 1262) como en el ritual de la misa preconciliar.
Lamentablemente en el nuevo código de Derecho Canónico (de 1983) ya no aparece prescrito, ni tampoco aparece en el nuevo misal del año 1969 promulgado por el Papa Pablo VI, lo que no significa que esté prohibido y no deba usarse.
Por el contrario, esta venerable tradición sigue vigente y es muy recomendable que la mantenga o la implemente -donde haya caído en desuso-, de nuevo, la mujer actual.
Ver también:
https://www.catolicidad.com/2016/09/el-velo-respeto-ante-dios-y-honor-para.html?m=0
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