Me acuerdo que hace unos 20 años, cuando me encontraba en mi segundo año de vida religiosa estaba rezando delante del Santísimo en la capilla del seminario, y en eso veo entrar una muchacha a la Iglesia cuya vestimenta era más que inadecuada. Entonces fui a llamar a uno de los sacerdotes y lo primero que le dije fueron estas palabras: “padre, hay una chica en la Iglesia que está muy pero muy mal vestida. ¿Qué hago? ¿Le digo que se vaya?”. El padre me mira pensativo y me responde: “No, déjame que voy a hablar con ella”.
Entonces fui con el padre hasta la capilla y la chica estaba sentada en uno de los bancos, mirando las imágenes y los vitrales. Entonces el sacerdote se le acerca y le pregunta: “¿Te puedo ayudar en algo?”. La chica lo mira admirada y le dice: “Es la primera vez que entro en una iglesia y veo un cura de sotana. Nunca había venido antes. Estoy conmovida de la belleza y paz de este lugar”. Entonces el sacerdote se le sienta al lado y le empieza a explicar el significado de cada una de las imágenes y vitrales, y de esa manera le enseña el catecismo. Luego de 40 minutos de charla (yo estaba allí presenciando todo) la chica muy agradecida con el sacerdote se va. Obviamente no le pregunté al padre porque no la había regañado por su vestimenta, pues había entendido todo.
Hoy esa muchacha va a la Iglesia todos los días y hace una hermosa misión entre los jóvenes. De hecho, entró a la vida religiosa y es una monja muy apostólica.
De esta experiencia aprendí muchas cosas. Es cierto que hay gente que no tiene pudor, que se viste mal, que deshonra al Señor con su vestimenta. Yo a mis fieles trato de educarlos en ese aspecto buscando tener la misma paciencia que tuvo este sacerdote con la chica en cuestión. Sin embargo, ahí están las dos palabras importantes: paciencia y “educar”.
Tiempo después hablabamos con el sacerdote de esta historia (siendo yo ya sacerdote como él) y me decía: “Si yo a esa chica de entrada la regañaba por como estaba vestida quizás hoy no sería monja. Quizás hoy estaría más alejada de la Iglesia que nunca. Hay que buscar que la gente guarde el pudor, en eso estamos de acuerdo. Pero en primer lugar hay que hacer que las personas se enamoren de Jesucristo. Una vez que sepan quien es el Señor, solitos se vestirán bien, o no tomarán mal que uno los corrija con el tema del pudor. Hay que corregirlos, ciertamente, pero en el momento justo. Es por eso que hay que pedirle siempre al Espíritu Santo la prudencia sobrenatural (no la mundana) para saber cómo actuar en cada circunstancia que se nos presenta en nuestra vida sacerdotal. En tiempos de tanta confusión como son los actuales, es necesario hacer como San Pablo, que se hacía flaco con los flacos, gordo con los gordos, fuerte con los fuertes y débil con los débiles (en lo que es posible, no en lo que es pecaminoso, obviamente). El fin siempre es el mismo, que la gente se convierta y de gloria a Dios, sea en la vida religiosa, sea en el matrimonio, sea en la vocación que el Señor le conceda. Lo que importa es que Cristo sea todo en todos, y una vez que eso ocurra el sujeto en cuestión se corregirá”.
Esta historia es verdadera, y quien la escribe es testigo de la misma.
Muchas bendiciones a cada uno de ustedes!
Padre Tomas A. Beroch
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