Y donde Ella está, están la tranquilidad, la alegría, la seguridad.
Y allí estaba Ella con su mirada vigilante y caritativa, solícita y amorosa.
Los recién desposados, los invitados, disfrutaban alegres de las fiestas de aquel día de bodas.
Mientras tanto, Ella se preocupaba de que no faltara nada a la alegría de aquel sencillo regocijo.
¡Y con que discreta solicitud, con que amorosa prudencia ejercita su oficio!
Va a faltar el vino, Ella lo prevé.
Más no se contenta con preverlo.
Su corazón se conmueve, ¿cómo permitir que la alegría de aquellos sencillos esposos se perturbe y que el bochorno de la imprevisión los avergüence? ¡No! Y busca solícita el remedio a aquella necesidad.
Su Hijo está allí.
Ella conoce muy bien su corazón.
Y se acerca, discreta y amorosa: Vinum non habent: No tienen vino.
La respuesta de Jesús parece a primera vista negativa. Pero no.
Está María tan cierta de haber sido escuchada, que, sin esperar, da la orden a los sirvientes: “Haced cuanto Él os dijere”.
Y el milagro se hace, a petición de María, y el agua se convierte en vino.
Vino abundante, delicioso, exquisito, el mejor del convite.
La necesidad se ha remediado y con tanta discreción, que el maestresala mismo no se ha dado cuenta de lo que ha sucedido.
¡Oh María! Donde estás Tú no puede faltar nada.
Tú eres la omnipotencia suplicante. Y tu palabra adelanta la hora de los milagros de Jesús.
Por eso mi confianza en Tí no puede tener límites.
Basta abrir mi corazón, y que aparezcan los vacíos que hay en él; me falta humildad, y me hace falta caridad para con mis hermanos, y me hace falta sinceridad conmigo mismo, y me falta amor a mi Dios, y me faltan tantas cosas.
Más tú ves todas esas deficiencias, todas esas miserias. Y tú corazón se conmueve. Y pides a tu Hijo por mí.
Tu oración todo lo alcanza. Por eso mis deficiencias no me desalientan ni ese vacío inmenso de mi corazón me causa vértigo. Tú quieres colmar ese vacío y remediar esas miserias.
Mas quieres que yo coopere en la medida de mis pobres fuerzas.
Y a mí como a los servidores de Caná, me dices también: “Haz cuanto Él te dijere”.
En Caná, los servidores llenaron de agua los cántaros.
Yo pondré el agua de mis lágrimas, que es lo único que tengo.
Eso basta. Y que llene hasta el borde mi pobre corazón.
Esas lágrimas se transformarán.
Y el vino de la alegría, de la paz, de la confianza, llenará mi corazón.
Alberto Moreno
ENTRE EL Y YO
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