sábado, 19 de julio de 2025
DIEZ PRINCIPIOS PARA DEFENDER LA PALABRA DE DIOS EN EL MUNDO
En la densa niebla de la desinformación y la perversión del lenguaje, donde cada vocablo puede tornarse filo o veneno, la fe católica se erige como faro y baluarte inamovible. Este decálogo no es solo norma: es estandarte, armadura y cruzada de lucidez. Es un llamado urgente al alma fiel para que resguarde, como centinela en la noche, la pureza de la palabra y la claridad del pensamiento, anclando su vida en la sabiduría inmarcesible de la Iglesia. Porque el combate por la palabra es, en su esencia más profunda, un combate espiritual por el destino del hombre.
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1. Reconoce el lenguaje como tu preciosa participación en el Verbo Encarnado.
No olvides que cada palabra tuya, pronunciada o callada, posee peso de eternidad, pues el hombre habla porque es imagen viviente del Dios que habla. Toda palabra verdadera resuena, aunque el mundo la olvide, como eco del Logos eterno (Jn 1,1). Enseña Santo Tomás: “El lenguaje humano, reflejo de la luz de la inteligencia creada, participa de la luz increada” (De Veritate).
2. Subordina siempre la palabra a la realidad, jamás al poder ni a la voluntad.
Que tu lengua no doblegue la realidad al capricho del hombre ni a la imposición de los poderosos. La verdad es la correspondencia fiel entre lo que dices y lo que es; no cedas ante redefiniciones arbitrarias, ni aunque provengan de costumbres antiguas o de autoridades temporales. “La verdad consiste en la adecuación del intelecto a la realidad” (STh I, q.16).
3. Rechaza con vehemencia la ambigüedad y la manipulación ideológica.
No toleres en tu boca palabras dobles ni equívocas, pues la confusión es madre de la discordia y raíz de toda ruina. Guarda celo por la precisión de la doctrina y la integridad de tus expresiones, como enseñó León XIII: “El error se propaga con más facilidad por la ambigüedad de los términos que por la falsedad de los conceptos.”
4. Desconfía radicalmente del sentimentalismo y del subjetivismo.
No es la verdad lo que complace, conmueve o seduce, sino solo lo que corresponde al ser. Que la opinión personal no eclipse jamás el juicio objetivo de la inteligencia. “El conocimiento es verdadero en cuanto es conforme con el objeto conocido” (Santo Tomás).
5. Resiste activamente el lenguaje programado por la técnica y los algoritmos.
No permitas que tu pensamiento sea pastoreado por la tiranía de la inmediatez digital. Mantente libre ante el flujo mecánico de palabras que la técnica produce y disemina. “La técnica es servidora del hombre, no su dueña” (Pío XII, Miranda Prorsus).
6. Custodia celosamente la lengua materna y la tradición litúrgica.
Defiende la lengua que heredaste de tus padres y la oración que la Iglesia recita desde los siglos. La familia y la liturgia tradicional son baluartes donde la palabra se mantiene pura y fecunda: “lex orandi, lex credendi” (Pío XII). No dejes que el deterioro del lenguaje profane la oración ni desfigure la alabanza.
7. No cedas bajo ninguna circunstancia al lenguaje ideológico ni a los eufemismos del mundo.
No entregues tus palabras a la ingeniería social, ni permitas que el “lenguaje inclusivo” o los eufemismos enmascaren la realidad. Recuerda: “Quien controla las palabras, controla las conciencias” (Marcel de Corte). Sé firme, fiel, inamovible en la gramática y en el sentido perenne de los términos.
8. Prefiere el silencio contemplativo y la lectura de los santos al ruido y al espectáculo.
Solo el silencio fecunda la palabra auténtica; solo la oración profunda prepara la mente para la verdad. Rechaza el ruido y la superficialidad del mundo, y haz de la lectura de los santos y doctores tu escuela de pureza verbal. “La meditación es la madre de la verdad” (Santo Tomás).
9. Educa y corrige en la verdad, con inquebrantable caridad, pero sin concesión al error.
Asume tu deber de formar y corregir, especialmente a los jóvenes, sin titubear ni adular. Hazlo con caridad firme, sabiendo que “nada hay más cruel que dejar al error sin refutar” (León XIII).
10. Haz de tu vida un vibrante testimonio de la Palabra Encarnada.
Que la verdad resplandezca en cada palabra tuya y la caridad se haga carne en tu vida. Vive de modo que tu “sí” sea sí, y tu “no” sea no (Mt 5,37). Sé, ante el mundo, señal viva de la fidelidad al Verbo. “La caridad no puede existir sin verdad” (Castellano).
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Que este decálogo sea tu brújula inquebrantable en la noble tarea de defender la verdad y la integridad de la palabra, para la mayor gloria de Dios y el verdadero bien de la humanidad. Recuerda siempre: la batalla por el lenguaje es, en su esencia más profunda, la batalla por el alma misma del hombre. Solo anclados firmemente en la Verdad que es Cristo —el Verbo Encarnado— podremos restaurar la palabra a su dignidad original y, con ella, forjar una civilización que glorifique a Dios.
OMO
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