LA RECONQUISTA CRISTIANA DE ESPAÑA
por Oscar Méndez Casanueva
La invasión musulmana de Hispania tuvo lugar el año 711. Apenas unos años después, todo el territorio de la península Ibérica había caído en poder de los islamitas. Así el reino visigodo cristiano fue aniquilado. Las horda islámicas -con la cimitarra en la mano- pretendían destruir la fe, deseaban que callasen las campanas y que cesaran los cánticos y loores a la dulcísima Virgen María y a su bendito Hijo. Su fin era implantar la fe de Mahoma y destruir la fe en la Trinidad del verdadero y único Dios: el Dios en el que creen los cristianos. Su filosofía última era: Luchar por Allāh o morir. De ahí la guerra o el sometimiento contra quienes consideraban infieles.En ese tiempo, analizando con un sentido teológico la historia, podemos decir que si históricamente fue un proceso difícil y complejo donde no todo fueron victorias, pues hubo mucho de humanidad: derrotas, divisiones y traiciones; en realidad -en el fondo- se trató moralmente de una sola guerra, un solo fin, un solo ideal, una misma bandera y sobre todo, una perenne e idéntica Cruz: la de Cristo. Ésa es la grandeza de España en su unidad, bajo el lema: "Si yo caigo, levanta primero mi estandarte".
Así fueron naciendo los diferentes reinos y territorios cristianos. Entre otros: Asturias, Castilla, Navarra, Aragón y lo que sería Portugal.
Se dice que Boabdil, al salir de Granada camino de su exilio en las Alpajurras, al subir una colina, volvió la cabeza para ver su ciudad -por última vez- y lloró, escuchando el reproche de su madre la sultana Aixa: "No llores como una mujer lo que no supiste defender como un hombre". Debido a esto, esa colina recibe el nombre del Suspiro del moro. Hoy la mitología y la imaginación popular hablan que Boabdil, a su muerte, fue encantado y que su alma pena en los patios, recintos y jardines de la Alahambra, llorando su desventura. Naturalmente, esta leyenda fue fruto de la mitomanía.
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Ese mismo año de 1492, en el mes de octubre, se realizaría el descubrimiento de América, patrocinado por la reina Isabel la Católica. El viento de Covadonga soplaba sobre las velas de las tres carabelas. Era la Cruz que venía pintada en éstas y se convertía en madera en los mástiles que las sostenían. La Redención se haría más viva y actuante en el nuevo mundo. Dios lo quiere y el hombre fiel pone los medios. A María, la Estrella Matutina, se encomiendan. Ella es brújula y guía. Si el mar abre sus confines, el Cielo también lo hace, pues Ella es Capitana.
Tres décadas después será entronizada en el gran teocalli. Previamente, con audacia y valentía inauditas, Cortés ha arrojado -desde lo alto- al ídolo Huichilobos que cae por la escalinata de la pirámide, convertido en mil pedazos de piedra. En su lugar pondrá la imagen de la verdadera Reina en su advocación de la Virgen de los Remedios. Los indios quedan estupefactos de la temeridad y sorprendidos de que su "dios" fuese destruido con pasmosa facilidad y sin que nada sobrenatural sucediese. ¿Quién es esa dulce Señora que con tanta facilidad se erige por encima del ídolo que exigía que miles de corazones fueran extraídos para saciar su apetito de sangre? ¡De las montañas astures a la cima del teocalli!. Sólo diez años después estará de nuevo en otra cima y en otro cerro, como en Covadonga: el Tepeyac. Esta vez no será sólo su imagen que luego dejará grabada en el ayate de ese humilde, santo y sencillo indio. Será la Virgen misma. La misma Virgen que inspiró en Covadonga y auxilió a los cristianos, la misma de la reconquista ibérica, la de los mares que abren sendas y canales de Redención, la del teocalli en Tenochtitlan. Ahora en el Tepeyac, donde abraza, tutela y forja una nueva nación cristiana y mestiza.
Los hilos teológicos de la historia tienen sus propios y definidos caminos. Hay quienes sólo ven en la historia una sucesión de acontecimientos y fechas. No alcanzan -siquiera- a vislumbrar algo de la metafísica de la historia, en donde María, con su amorosa maternidad universal designada desde la Cruz redentora, continúa la eficaz misión de intercesora ante su Hijo que inició en una fiesta de esponsales hace dos mil años. Y nos repite en sus apariciones -para ayudarle a que sea más eficaz su misión- lo mismo que dijo a los sirvientes en aquellas bodas de Caná: "Haced lo que Él os diga".
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