lunes, 14 de diciembre de 2009

LA PERMANENCIA EN EL AMOR


Quien permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él.

Un letrado -doctor de la Ley-, para enredarlo, le pregunta a Jesús: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?"(*). Quería poner a prueba a Cristo. Todo conductor de almas tiene que someterse al escrutinio de sus auditores y eventuales seguidores. Jesús acepta la interpelación, porque ya en su textura contenía tres grandes valores. El letrado creía que existe vida eterna. Reconocía -en apariencia- a Jesús como Maestro idóneo para enseñar el camino hacia ella. Y honraba el principio de que esa herencia de vida eterna, siendo un don divino, se debe conquistar con el esfuerzo personal de quien aspira a poseerla.

Agradezcamos su pregunta al letrado, pues a raíz de ella Cristo expondrá la bellísima
Parábola del Buen Samaritano, la de áquel que bajó de Jerusalén a Jericó y atendió aquel hombre que los salteadores habían dejado medio muerto.
.
Había letrados entonces, los hay ahora, con inteligencias ofuscadas ante el esplendor de la verdad, y dogmáticamente cerradas ante la sola posibilidad de una vida eterna. Cuesta entenderlos. Si el hombre, por su inteligencia, es rey del universo ¿cómo entender, cómo aceptar que la superioridad de su componente espiritual termine identificándolo con la misma finitud de los seres inanimados? Negar que exista vida eterna es un pecado de la inteligencia. Sabe ella, la inteligencia, que su apetito no se sacia más que en la posesión de la verdad perfecta. Si tal verdad no existe, o no es asequible, querría decir que cada ser humano viene desestructurado desde su nacimiento: predimensionado para un fin que por su naturaleza le es imposible obtener. La explicación de este absurdo conduce a dos hipótesis. Yo, tú, nosotros existimos por un simple azar genético o cosmológico, sin que se dé razón alguna para que existamos o no. O, bien, yo, tú, nosotros somos la obra de un ser cruel. En la primera hipótesis, la inteligencia racional no puede, sin autonegarse, atribuir su existencia a la irracionalidad. En la segunda, repugna a la razón suponer siquiera que la omnipotencia propia del Creador esté asociada a la crueldad. Una inteligencia vaciada de prejuicios y adiestrada en su cometido natural: intus legere, leer el orden y finalidad interior que se transparentan en las cosas exteriores, terminará concluyendo, 25 siglos después del "pagano" Aristóteles, que el cosmos es la obra de una Inteligencia suprema, y que la inteligencia creada sólo puede saciar su apetito por la verdad cuando se deja mover por el primer Motor inmóvil. El hombre, para ser, necesita trascender. Tú no puedes ser hombre sin aspirar a ser algo más que hombre.

El letrado reconoce -aparentemente- necesitar un guía . El primer requisito para la sabiduría es la humilde docilidad. Nuestro letrado llama y trata a Jesús como "Maestro". Su actitud aparenta ser congruente con su aspiración. La vida en sí es más y más, no se detiene, no retrocede. La vida eterna es plusvalía, y a ella se arriba por la vía única del "más y más ". Eso es precisamente lo que significa Maestro, Magis-ter. Sabe más, vé más alto y más profundo, y por eso no cesa de exigir al discípulo que aprenda, que trabaje, que ame más y más. Un educador es un eductor, uno que extrae del interior las inagotables potencialidades que allí duermen, en espera de salir a luz. El educador es insaciable, rechaza conceptualmente la mediocridad y el falso conformismo o resignación. Su tarea es descubrir y hacer fructificar el talento de quien se confió a su magisterio. Su corona es amarlo sin, precisamente, dejarlo nunca de amar. Pusieron en sus manos barro y madera, y a él le toca amasijar y esculpir un hombre. Le entregaron una piedra, y con ella ha de ser capaz de edificar un Templo: Hombre-Templo que se empine hasta el cielo. Como Cristo-Maestro, el educador trabaja, ora y se inmola para que los que le fueron confiados tengan vida eterna.

Esa herencia, vida eterna, se conquista haciendo algo. Es saludable que el letrado parta reconociendo su irrenunciable responsabilidad.

Impresiona la coincidencia de los interlocutores de Jesús, como antes de Juan Bautista, como más tarde de Pedro y de Pablo: "¿qué tenemos que hacer?". Siempre se les responde invitándoles a leer las Escrituras. "En la Ley, ¿qué está escrito?" le dice Cristo. ¡Las Sagradas Escrituras son fuente y pan de vida eterna! ¡Conocer las Escrituras es conocer a Cristo, y conocer a Cristo es tener vida eterna! El camino que ellas señalan es simple: amar. "Al Señor tu Dios de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo". Eso responde el doctor de la Ley a Cristo, para luego preguntarle: "¿Y quién es mi prójimo?". Pregunta que hoy pocos se hacen.

Mi prójimo es el que me está próximo. Hay que amar al prójimo como otro Cristo. Así, nadie está más próximo que Cristo. Y Cristo se aproxima en mi camino tanto cuando voy de Jerusalén a Emaús, como cuando bajo de Jerusalén a Jericó, para encontrarlo a Él postrado y semidesnudo, después de haber sido asaltado y golpeado, abandonado y dejado medio muerto, confiado a mi amor misericordioso. Si me detengo ante Él (porque nada debe anteponerse a Cristo) y me hago cargo de Él (porque el amor es llevar uno la carga del otro) y pago por Él (porque la única deuda es el amor al prójimo) y lo cuido a Él como quisiera que me cuiden a mí, entonces ya estoy instalado en la vía que lleva a la vida eterna. Un instante de fe arrepentida le valió al ladrón tener acceso directo al Paraíso, pues se requiere la contrición perfecta para salvarse(**). Si a ello sumamos un acto de amor puro, que honra a Cristo presente en el desvalido por puro amor a Él -es decir un acto de caridad sobrenatural por amor a Dios que se agrega al rechazo del pecado-, es indicativo de mi ser ya divinizado. Dios es Amor. Quien permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él.


(*) Se refiere al Evangelio de Lucas Cap X, 25 y ss, en dónde Cristo habla de la parábola del buen samaritano (haz click).
(**) O la atrición unida a la confesión sacramental. Leer las dos formas de arrepentimiento en este artículo: http://catolicidad-catolicidad.blogspot.com/2009/12/quien-es-fiel-en-lo-menor-lo-es-en-lo.html
Nota: Adaptación de un escrito del Pbro Raúl Hasbún
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1 comentario:

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