miércoles, 7 de agosto de 2019
LA TRAICIÓN DE JUDAS (Sobre la comunión sacrílega) –– Por el P. Pbro. Luis José Chiavarino.
NOTA DE CATOLICIDAD.- Quienes habiéndose casado por la Iglesia se divorcian y se dizque vuelven a "casar", están viviendo en adulterio y mientras vivan en ese estado de pecado mortal no deben comulgar y están arriesgando su salvación eterna. Si comulgasen, pecarían gravísimamente y cometerían un terrible sacrilegio. Ninguna autoridad -ni siquiera un papa- tiene el poder para autorizar tan grave pecado contra la Eucaristía. Para comulgar no se debe tener NINGÚN pecado mortal luego de la última Confesión bien hecha (se deben haber confesado al sacerdote todas las faltas graves con verdadero propósito de no volver a pecar y con genuino y sincero dolor y arrepentimiento por haber ofendido a Dios).
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Discípulo. –– ¿Por qué se llama a la comunión sacrílega “la traición de Judas”?
Maestro. —Ya sabes que Judas, arrastrado por la avaricia y fascinado por las ofertas de los escribas y fariseos, tomó la determinación de vender a Jesús por el irrisorio y vil precio de treinta monedas.
D. —Sí, Padre, ya lo sé.
M. —Pues bien, tramado el infame convenio, se ofreció a acompañar a los esbirros que debían prender al Divino Maestro, y así, entregárselo.
Sabiendo que estaba rezando en el Huerto de los Olivos, se mezcló con los esbirros y entró diciéndoles: — ¡Ojo con equivocarte! Aquél a quien yo bese en la frente es Jesús: prendedlo y atadlo.
Jesús, en tanto, oyendo el ruido, se adelanta, y Judas, el traidor Judas, aunque sentía allá en sus adentros el remordimiento de la conciencia que le amenazaba, se acerca también, le abraza y le besa, diciendo:—Ave, Rabí, Salud, Maestro!
¡Estaba consumado el más grande sacrilegio que vieron los siglos! Judas se retira y, desesperado, se ahorca en la rama de un árbol.
D. –– ¡Oh, qué maldad la de Judas!
M. — Sí, Judas fué un malvado; pero aún son mucho peores los que se acercan a comulgar indignamente; porque Judas cometió sacrilegio una sola vez mientras que éstos lo repiten con frecuencia, y por ello son mucho peores que Judas.
D. — ¿Qué dice, Padre? ¡Usted me asusta!
M. —Es para horrorizarse; pero es la realidad. Mira, la mayor parte de las veces, aquellos que han cometido el primer sacrilegio, casi instintivamente se acostumbran, y cuando ya han traicionado una vez a Jesucristo, le traicionan dos, tres, cien veces, y tal vez años enteros, y quién sabe si hasta la muerte, imitando a Judas al pie de letra.
Ellos, como Judas, no ignoran que Jesucristo está verdadera y realmente presente en la Santísima Eucaristía; entran en la iglesia, se aproximan al comulgatorio, como Judas se acercó a Jesús; esperan que por manos del sacerdote se acerque y después, con una conciencia sumida en terrible inquietud por un remordimiento desgarrador, dan a Jesús el beso del sacrilegio.
D. — ¡Desgraciados!
M. — ¡Desgraciadísimos!, querrás decir. Escucha:
Cuando, en la última cena reprendía Jesús a los apóstoles, diciéndoles que, dentro de poco, uno de los que se sentaban a la mesa con Él, el que untaba el pan en su plato, le había de traicionar exclamó, refiriéndose a Judas: Más le hubiera valido no haber nacido. Pues mejor, mil veces mejor que no hubieran nacido los sacrílegos, porque así no hubieran pisoteado el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y hubiera habido menos condenados en el infierno.
Seguramente habrás leído en la Historia Romana aquel episodio del emperador Julio César. Este gran emperador, llamado señor de los pueblos, que tanto ensanchó y enriqueció su imperio, mientras planeaba mayores conquistas, acabó sus días víctima de una terrible conjuración, tramada contra él por aquellos a quienes más había favorecido. Cabecilla de aquella conjuración fué un tal Bruto, considerado por César como hijo, y a quien había distinguido con honores y recompensas.
Cuando César se vió asediado por los rebeldes que, puñal en alto, querían matarle, y sobresaliendo entre los primeros su querido Bruto blandiendo el puñal, exclamó:
—Bruto, ¿también tú, hijo mío?
Y, cubriéndose la cara con el manto, cayó atravesado por veintitrés puñaladas.
Pues bien; cada vez que Jesús ve a un sacrílego acercarse a la Sagrada Comunión, cubriéndose el rostro, exclama, terriblemente angustiado:
— ¿También tú, cristiano, mi redimido, precio de mi sangre, queridísimo hijo mío, también tú me traicionas?
— ¡Qué horror, Dios mío, qué horror!
Tomado de “COMULGAD BIEN”.
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Gracias por mantener y alimentarnos con la sabia tradición católica. Dios los bendiga y los ayude a permanecer fieles, en las tribulaciones,y llenos de Esperanza y confianza, en la Victoria de Nuestro Amado Sr.
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