sábado, 15 de agosto de 2020
FIESTA DE LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Hoy la Iglesia entera celebra jubilosa la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María.
Para venir al mundo, Dios quiso contar con la libre cooperación de una criatura, María, para que fuera madre de su Hijo, por la acción del Espíritu Santo.
La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde Ella participa ya en la gloria de la Resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos nosotros. De modo que su cuerpo no sufrió la corrupción, fue como haberse quedado dormida. Por eso los cristianos afirmamos que: "Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los miembros de Cristo".
Dios coronó a María por sus virtudes: su caridad, su sencillez, su humildad, su caridad, su pureza, su paciencia, su mansedumbre, su perfecto homenaje de adoración, amor, alabanza y agradecimiento. María cumplió perfectamente con la voluntad de Dios en su vida y eso la hizo llegar a la gloria de Dios.
Como María, nuestra Madre, estamos llamados a participar plenamente en la victoria del Señor sobre el pecado y sobre la muerte y a reinar con Él en su Reino eterno. Al venerar a María, Reina del Cielo, nos dirigimos a Ella como Madre de la Iglesia y le pedimos que guíe nuestros esfuerzos para transformar el mundo según el plan de Dios, y que haga que la Iglesia sea más plenamente levadura de su Reino en medio de la sociedad.
La Fiesta de la Asunción es la fiesta más antigua celebrada en honor a Nuestra Señora, donde los católicos celebramos un favor especial que Dios le concedió a María por haber dado ese “SÍ” definitivo a la salvación del hombre.
Y aunque no se menciona en las Sagradas Escrituras, la Asunción de la Virgen María ha sido una creencia muy sólida que ha sido sostenida con base a nuestra fe desde tiempos apostólicos. Se ha celebrado litúrgicamente desde el siglo 6 DC.
La Asunción de la Virgen María fue declarada dogma (una verdad de fe revelada) de la Iglesia Católica por el Papa Pío XII en 1950 cuando proclamó, en un documento titulado "Munificentissimus Deus" lo siguiente:
"La Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, habiendo completado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma al cielo".
Los católicos de todo el mundo meditan sobre La Asunción de la Virgen María al rezar los misterios gloriosos del Santo Rosario, y en el día de su fiesta, 15 de agosto.
La Asunción de Nuestra Señora nos propone la realidad de esa esperanza gozosa. Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y que, SI SOMOS FIELES, llegaremos. Porque la Santísima Virgen no sólo es nuestro ejemplo: es auxilio de los cristianos. Y ante nuestra petición, no sabe ni quiere negarse a cuidar de sus hijos con solicitud maternal.
Ahora bien, ¿Dios Padre y Jesús permitirían que el cuerpo de la Madre de Dios se echase a perder? ¡De ninguna manera! Esta fue su recompensa por su amor a Dios, por hacer su voluntad y por todos sus años de oraciones, sacrificios y sufrimientos.
Cada vez que María pide a Jesús que nos alcance las gracias necesarias para nuestra salvación, Él escucha su petición con mucha ternura y la cumple como en las «Bodas de Caná».
Los teólogos a lo largo de los siglos estuvieron de acuerdo que era lógico que la Santísima Virgen María se uniera a su divino Hijo en cuerpo y el alma en su Asunción a los cielos. Después de todo, María nació de forma única, sin pecado original (inmaculada) y vivió "llena de gracia" (Lucas 1,28). Participó activamente en la victoria de Cristo sobre Satanás, el pecado y la muerte.
Por lo tanto, si el Todopoderoso, elevó a los Cielos, aún sin morir, al profeta Elías; si el Todopoderoso envió al Arcángel Miguel a luchar contra satanás por el cuerpo del Profeta Moisés (Judas 9), ¿cómo iba a permitir que el cuerpo de quien llevó al Hijo del Dios vivo encarnado en su seno, alcanzara la corrupción? ¡No lo permitiría!
A todos los católicos nos da una gran esperanza que, mientras nos esforcemos por vivir en la gracia de nuestro Señor y hacer su voluntad, con la ayuda de María, podremos alcanzar la bienaventuranza eterna, contrariamente a los réprobos que no mantuvieron la fe ni la debida obediencia a Dios y sus mandamientos.
Después de que nosotros atravesemos ese largo camino hacia el Juicio Final, Cristo puede encontrarnos dignos de compartir la vida eterna con Él como María, tanto en cuerpo como en el alma, de modo que, como le dijo a sus apóstoles una vez:
"Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto" (Juan 15,11).
Después de la resurrección de los muertos, nosotros también podremos ir al cielo con nuestros cuerpos. Ahí nuestros cuerpos serán perfectos.
Ellos no sufrirán la enfermedad nunca más. No necesitarán más comida ni bebida para mantenerlos con vida. Serán hermosos y espléndidos. Si usamos nuestros cuerpos ahora para hacer el bien, esos cuerpos compartirán la recompensa celestial. Si preservamos en la fe y en la gracia santificante, seremos juzgados en el amor y seremos salvos, en cuerpo y alma, por toda la eternidad.
Al celebrar el día de la Fiesta de la Asunción de la Virgen María, pidámosle que nos guíe, proteja y cuide de nosotros toda la vida y nos asista en el momento de nuestra muerte para poder morir en gracia como buenos cristianos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario