lunes, 18 de agosto de 2025

CARACTERES DEL ESPÍRITU DIABÓLICO – Por el Padre Juan Bautista Scaramelli. S.J.



SOBRE LA SOBERBIA MANIFIESTA
Y LA FALSA HUMILDAD.

   El segundo carácter del espíritu diabólico es, o una manifiesta soberbia, o una falsa humildad; pero nunca la verdadera humildad que Dios da. Cuando el demonio viene sin máscara siendo el padre de la soberbia, no puede levantar en nuestros corazones otros afectos que de vanagloria, de hinchazón y de complacencias soberbias; ni puede despertar en nosotros otros deseos que de honores, de glorias, de puestos, de preeminencias y de dignidades. Así dice San Gregorio: “Nihil  aliud diabolus mentes sibi subditas docet, quam celsitudinis culmen appetere, cunct aequalia mentis tumore transcendere, societatem omnium alia elatione transire, ac sese contra potentiam Conditoris erigere, siquidem iniquitatem in excelso locuti sunt. El diablo no enseña a las mentes sujetas a él otra cosa que a aspirar a la cima de la altura, a superar a todos los demás en el orgullo de la mente, a superar a la sociedad de todos los demás en una arrogancia diferente y a levantarse contra el poder del Creador, ya que han hablado iniquidad en lo alto.”

   Antes si alguna vez sucede que el enemigo se introduzca en las cosas espirituales para engañar alguna persona incauta y luego se hace conocer por lo que él es, infundiendo espíritu de vanidad y de hinchazón con que se llene de vanas complacencias, tenga a los otros en nada, y a sí misma en mucho. Si con eso logra él infundir en su corazon este espíritu perverso; entra despues en su plena posesión y  hace de él lo que quiere. Así enseña Juan Gerson, y Io demuestra todos los días la experiencia: “Fictus Angelus, dice él, primo seminat tumoris spiritum, i impelid ipsum, ut ambularem cupia in magnis, ut sit placens, i sapiens in semetipso in oculis suis: quo obtento, jam illudit i deludit, quemadmodum voluerit. El falso ángel, dice, primeramente siembra el espíritu de hinchazón, y lo impulsa a andar en el deseo de grandes cosas, para ser agradable y sabio a sus propios ojos: cuando obtiene esto, ahora engaña y seduce, como quiere.” Verdad es, que haciéndose ver el demonio en esta forma, altanero y vano, es menos peligroso; porque es fácil de conocerle por lo que él es.

   Todavía es más de temer cuando viene enmascarado bajo la apariencia de una falsa humildad; porque no siendo conocido, entonces el traidor halla entrada. Esto sucede cuando nos trae a la memoria los pecados pasados, y las imperfecciones presentes, y nos hace ver la perdición en que hemos vivido, o el miserable estado en que aún nos hallamos; pero obra lodo esto con una maligna luz que no produce otro efecto que alborotar el alma, revolverla, llenarla de aflicciones, de inquietudes, de amargura, de tribulaciones, de pusilanimidad y caimiento, y a veces de profunda melancolía. Entre tanto el alma incauta no se defiende de estos pensamientos; porque hallándose con sus pecados y faltas delante de los ojos en un bajo concepto de sí, cree que está llena de humildad, cuando en la realidad está llena de un veneno infernal. 

   Oigamos sobre este punto a Santa Teresa; «La verdadera humildad, aunque hace que el alma se conozca por mala, y le dé pena el ver lo que es; pero no viene con alboroto, ni inquieta el corazon, ni ofusca la mente, ni causa sequedad; antes consuela. Duélese entonces de cuanto ofendió a Dios, y de otra parte le ensancha el seno para esperar su misericordia: tiene luz para confundirse a sí misma, y para loar a Dios, que tanto le ha sufrido. Más en la otra humildad que mete el demonio, no hay luz para bien alguno, parece que Dios lo mete todo a fuego y sangre; es una invención del demonio de las más penosas, sutiles y disimuladas que de él he conocido.» (Santa Teresa de Jesús “VIDA”).

   Persuádese pues el director que hay dos humildades: una santa que da Dios: otra perversa que mueve el demonio. La primera está llena de luz sobrenatural con que conoce el alma claramente sus culpas y sus miserias: se confunde interiormente y se aniquila, pero con quietud: y siente pena, pero dulce, y jamás pierde la esperanza en Dios. Este es un bálsamo del paraíso. La segunda humildad está llena de una luz infernal, que hace ver los pecados, pero con cierto tormento penoso, con turbación, con inquietud, con desmayo y con desconfianza en la bondad de Dios. Esta es un tósigo (veneno) del infierno, que si no da muerte al alma, la vuelve a Io menos débil, enferma e inhábil para todo bien. Y aquí para mayor claridad de esta importante doctrina advierta con cuidado el lector, que entre la humildad divina y la diabólica pasa esta diferencia, que aquella va unida con la generosidad y esta va junta con la pusilanimidad. La primera es verdad que humilla, y tal vez aniquila al alma a la vista de su nada y de sus pecados; pero al mismo tiempo, la levanta con la confianza en Dios, la conforta y corrobora, a más de esto, es pacifica, serena, quieta y suave: con lo cual el alma no solo espera el perdón de sus culpas, sino que tambien cobra ánimo para reparar con la penitencia, y con las buenas obras sus caídas pasadas y presentes; y de su mismo nada toma mayor confianza para hacer grandes cosas en servicio de Dios. La segunda al contrario, con una confusión turbia e inquieta, con un temor lleno de angustia y congoja, quita al alma toda esperanza, la hace vil y perezosa, la llena de desconfianza, de caimiento, de pusilanimidad y de desmayo; le quita en suma todas las fuerzas espirituales para que no pueda moverse, o a lo más se mueva con debilidad y languidez a las obras santas y virtuosas. Si le aconteciere al director el hallar en alguno de sus penitentes esta humildad perversa (como ciertamente le sucederá y no raras veces, especialmente en mujeres que de su naturaleza son tímidas y pusilánimes) le ha de abrir los ojos y hacer entender el espíritu diabólico de que está dominado, y reducirlo al camino verdadero con los medios que luego propondré.

“DISCERNIMIENTO DE LOS ESPÍRITUS”
Año. 1853.

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