viernes, 5 de septiembre de 2025
EL RELOJ BIOLÓGICO Y EL ÉXITO PROFESIONAL DE LA MUJER
Una proclama contra la mentira moderna
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I. EL DESORDEN DE LA PROMESA INCUMPLIDA
El tiempo no es un aliado de las ideologías; es su acusador. Tiene la curiosa costumbre de refutar los eslóganes con arrugas, de desmentir las consignas con silencios. En el cuerpo femenino late un idioma más antiguo que cualquier congreso feminista: la vocación a la vida.
A la mujer se le enseñó a cambiar ese idioma por otro más útil para el mercado, y así aprendió a recitar horarios en vez de nanas. Pero cuando llega la madurez y la casa está vacía, el silencio no es un detalle trivial: es el testimonio de un contrato roto. El hogar sin hijos no es solo un vacío; es una acusación contra la mentira que prometió libertad y entregó soledad.
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II. EL MITO DEL ÉXITO Y LA NUEVA ESCLAVITUD
Se llamó “éxito” a la inmolación. Y se midió a la mujer no con las medidas del corazón, sino con las tablas del contable. El hogar, que nunca fue cárcel, fue convertido en caricatura; la maternidad, que siempre fue misterio, fue rebajada a “opresión”.
La modernidad no la levantó: la arrancó de su trono. La sometió a la devoción de nuevos ídolos: el currículum, el horario, la productividad. Y el resultado es grotesco: mujeres que fueron reinas de la vida y que hoy son secretarias de la nada. Porque la casa vacía, en su silencio, no es neutra: es un templo consagrado a la esterilidad.
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III. EL RELOJ BIOLÓGICO: EL JUICIO DEL TIEMPO
El tiempo, además de juez, tiene otra rareza: siempre gana. La ciencia lo dice con la impasibilidad de un notario. Henri Leridon lo documentó en Human Reproduction: a los 30 años, alrededor del 75 % de las mujeres logra un hijo vivo en un año de intentos; a los 35, apenas el 66 %; a los 40, solo el 44 %; y a los 45, la posibilidad es casi nula.
Cada cifra es un grito silencioso, un apellido que desaparece, un linaje que se extingue. Nybo Andersen y colaboradores lo confirmaron en el BMJ (2000): los abortos espontáneos suben del 13 % en la veintena a más del 27 % a los 40–44, y superan el 50 % en la primera mitad de los cuarenta. Hulten (Reproduction, 2010) mostró que la trisomía 21 afecta a menos de 1 por mil nacidos vivos a los 25–29, pero a más de 13 por mil en los 40–44.
Esto no son estadísticas; son epitafios. Las casas sin niños no son simplemente tranquilas: son mausoleos. Y cada sociedad que aplaude su propio envejecimiento no escribe un plan de futuro, sino un testamento.
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IV. LAS TÉCNICAS DE REPRODUCCIÓN: LA PROFANACIÓN DEL SER
Cuando la naturaleza pone un límite, el hombre moderno lo llama “reto científico”. Y así, en lugar de ordenar su vida, inventa artificios para violentarla. Fecundación in vitro, congelación de óvulos, vientres de alquiler: no son soluciones, son sacrilegios.
La fecundación en laboratorio es una usurpación: el científico disfrazado de creador, el microscopio que suplanta al seno materno. La congelación de embriones es una ironía macabra: vidas humanas almacenadas junto a tubos de ensayo, como si fueran repuestos biológicos. Y el descarte de embriones no es un “efecto colateral”: es homicidio frío en nombre del progreso.
Incluso los números lo denuncian. Leridon demostró que las técnicas de reproducción asistida compensan apenas un tercio de los nacimientos perdidos cuando la maternidad se retrasa de los 35 a los 40 años. Es decir, ni logran revertir lo que la naturaleza impone ni son moralmente aceptables. No son avances: son profanaciones. Y lo más curioso es que incluso la conciencia secular lo intuye: todos saben, en el fondo, que el amor no se fabrica y que la vida no se compra ni se vende.
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V. EL DRAMA EXISTENCIAL DE LOS CUARENTA
La depresión de la madurez no es un capricho clínico; es una confesión existencial. Es la amarga verdad que el alma se susurra a sí misma: “He perseguido un fin falso”.
La psicología lo confirma: la infertilidad hiere el ser. Se pierde el propósito vital, se resquebraja la identidad, se debilita la pareja, se multiplica el aislamiento. Y lo que los manuales llaman “síndrome depresivo” no es sino el duelo por lo no vivido.
La infertilidad personal es espejo del drama cultural. Fuentes, Sequeira y Tapia-Pizarro (2020) documentan que, en América Latina, la postergación del primer hijo no solo disminuye el número total de nacimientos, sino que multiplica el riesgo de quedarse sin ninguno. Se multiplicaron diplomas, pero se extinguieron apellidos. Se construyeron carreras, pero se derrumbaron genealogías.
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VI. EL LUGAR INSUSTITUIBLE DE LA MADRE Y EL ECOSISTEMA FAMILIAR
La madre es insustituible. No por romanticismo, sino por realismo. El padre puede aportar dirección y fortaleza, pero es la madre quien hace que un conjunto de paredes se convierta en hogar. Su latido es calor, su voz es arraigo, su amor es cemento invisible.
La sociología no es lírica, pero aquí coincide con la poesía. Sara McLanahan lo mostró en Demography (2004): los hijos de familias desintegradas acumulan mayor riesgo de pobreza, fracaso escolar, depresión y problemas emocionales. La sociedad que se atreve a despreciar la presencia de la madre desprecia su propio futuro.
Los “nuevos modelos de familia” son experimentos que fracasan. La familia íntegra no es un recuerdo pintoresco: es el primer baluarte contra el caos, la primera escuela, la primera iglesia, la primera patria.
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VII. LA VERDADERA ELEVACIÓN DE LA MUJER
La tradición no encierra a la mujer: la eleva. El orden no es cadena, es trono.
Santo Tomás enseña que la virtud perfecciona el ser. Y la virtud de la mujer no es una copia de la del varón: es distinta, complementaria, necesaria. Su fortaleza no es la de empuñar la espada, sino la de resistir en la fragilidad; no la de conquistar tierras, sino la de custodiar la vida.
La modernidad la obligó a ser un varón mediocre en lugar de una mujer excelente. Y en ese engaño, perdió su esplendor. Porque la mujer no es más cuando imita: es más cuando es ella misma, plenamente mujer, reina de la vida.
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VIII. LAS EXCEPCIONES Y LA FECUNDIDAD ESPIRITUAL
No todas las mujeres pueden, por circunstancias queridas o permitidas por Dios, vivir la maternidad biológica. Sería cruel ignorarlo. Pero tampoco ellas quedan fuera del designio: su fecundidad se manifiesta en otras formas igualmente reales y preciosas. La historia de la Iglesia está llena de mujeres que, sin haber engendrado hijos propios, dieron vida espiritual, intelectual y cultural a generaciones enteras.
La verdadera dignidad femenina no se reduce al hecho biológico, sino que consiste en vivir ordenadamente la vocación que se recibe de Dios. Quien no puede dar vida con el cuerpo, puede darla con el espíritu, con la enseñanza, con la caridad, con la oración. En ellas también resplandece la verdad de la mujer: ser fuente de vida y de comunión.
De esta manera, la excepción no niega la regla, sino que la confirma: toda mujer está llamada a la fecundidad, natural o espiritual, y esa vocación nunca es estéril cuando se vive en fidelidad al orden divino.
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IX. LLAMAMIENTO: EL TAMBOR DE GUERRA DEL RELOJ
Una sociedad que desprecia la maternidad cava su tumba con solemnidad burocrática. Un Estado que no protege a la familia firma su fracaso en papel membretado. Una cultura que llama “progreso” a fabricar y descartar embriones no sabe ya lo que es un hijo.
El reloj biológico no es enemigo, sino tambor de guerra. Su tic-tac no es amenaza, es llamada. Es el sonido de la reconquista. La verdadera rebeldía no es imitar al varón ni someterse al mercado: es reconstruir el hogar.
La mujer que hoy decide ser madre no es una reliquia inmóvil ni una mera innovadora: es la continuidad viva de la tradición y, al mismo tiempo, la vanguardia de la reconquista. En ella, lo heredado se convierte en futuro; lo eterno se proyecta hacia adelante. Y el día en que la cultura vuelva a arrodillarse ante este misterio, volverán la música de las cunas, el ruido bendito de los hermanos y la certeza de que siempre habrá un lugar al cual volver.
Óscar Méndez O.
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