martes, 23 de septiembre de 2025
SER HOMBRE EN LA TORMENTA
I. El varón domesticado: caricatura del orden
Hemos llegado a una época curiosa: la de la desaparición silenciosa del varón. Lo mantenemos presente en cuerpo, sí, pero ausente en alma. Como quien guarda el traje de fiesta sin recordar el baile. Ya no es pilar, sino inquilino; no pastor, sino huésped; no cabeza para servir, sino usuario ocasional del hogar. Y cuando falta el padre —no su masa corporal, sino su autoridad y su sacrificio— las generaciones que no aprenden a mirar hacia arriba terminan mirando hacia ningún lado.
Louis de Bonald lo advirtió: “La familia es la célula esencial de la sociedad; de su conservación depende la conservación del orden social.” Una familia rota pulveriza la sociedad. Y ese polvo lo respiramos a diario: huérfanos de padre vivo, mujeres con dos cruces sobre los hombros, hombres que cambiaron el trono por el sofá. El caballero se disfrazó de bufón, y lo trágico no es el disfraz, sino que el mundo lo aplaude sin notar la ausencia del caballero verdadero. Entre la nobleza del deber y la payasada del capricho, nuestra cultura elige las carcajadas fáciles; luego, con la boca llena de aire, se sorprende de que nadie sostenga el techo cuando arrecia la tormenta.
El varón no solo ha cambiado el trono por el sofá, sino también el libro por la pantalla. Hoy, en la mayoría de las naciones occidentales, las mujeres superan a los hombres en obtención de títulos universitarios. El hijo de quienes levantaron universidades y bibliotecas se ha quedado rezagado en la propia escuela que fundaron.
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II. La negación filosófica: máscaras sin rostro
Se nos repite hasta el mareo que ser hombre o mujer son solo papeles de teatro. Una máscara que se pone y se quita a voluntad, con una ligereza que aterra. Pero la pregunta, el simple y obvio misterio, es: si todo es máscara, ¿quién late detrás? Si todo es convención, ¿qué queda de la persona? Una civilización que reduce la identidad a vestuario acaba, como era previsible, perdiendo el espejo. Y sin espejo, todos preguntan al aplauso.
Jaime Balmes, un hombre que no necesitaba del siglo para ser inteligente, lo dijo con una sencillez tan luminosa que casi enceguece: “La sociedad no es una invención de los hombres; es una institución natural.” Quien niega la naturaleza, termina negando la verdad. Y el joven lo siente como una condena. Si muestra la nobleza de su fuerza, lo llaman tirano; si la esconde, lo aplauden por su sensibilidad y lo condenan a la insignificancia. Un prisionero al que atan de las manos y luego le exigen, con una sonrisa, que aplauda.
El hombre fue hecho para proteger y proveer; la mujer para custodiar y dar vida. El feminismo, en su intento de liberar a la mujer de la tiranía del hogar, la arrojó a la tiranía aún más absurda de la fábrica. Y al hombre lo liberó de la ley del hogar para someterlo a la tiranía de la pantalla. El resultado no es libertad, sino desorientación.
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III. Autoridad borrada: cuando se niega al Padre
Donoso Cortés, con visión profética, escribió: “Allí donde no se cree en Dios, se cree en la nada, y la nada no funda jamás autoridad.” Al negar la Paternidad divina, la modernidad arrasó con toda paternidad. Una cultura que se burla de Dios termina riéndose del padre, del maestro y del rey. Y cuando ya no sabe reír, los teme o los odia.
Vázquez de Mella completó el diagnóstico: “El padre es la primera y natural autoridad. Cuando la familia se derrumba, la sociedad entera se deshace en polvo.” Y ese polvo es el aire que tragamos: individuos a la deriva, sin brújula ni ancla. Paradójicamente, cuanto más leyes promulgamos, más orfandad privada padecemos. La ley, sin la caridad del hogar, se vuelve hielo en la garganta del niño.
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IV. Doctrina olvidada: cabeza para servir
La Iglesia jamás ha titubeado: el varón es cabeza del hogar. Pero “cabeza” no significa trono: significa cruz. Pío XI, en Casti Connubii, lo enseñó: Cristo es cabeza de la Iglesia, y su señorío se manifiesta en la entrega. “La amó hasta darse a Sí mismo por ella.” Así, el hombre manda muriendo, guía entregándose, reina sirviendo.
Su autoridad es una carga, no un privilegio. Un poder sin servicio es opresión. Un servicio sin cabeza es caos. La complementariedad no reparte derechos: armoniza sacrificios.
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V. Consecuencias sociales: un invierno sin hijos
El experimento de la neutralidad ha producido frutos amargos: familias rotas, mujeres agotadas por la doble carga, jóvenes sin misión, pueblos que envejecen sin relevo. La calle está llena de ruido, pero las cunas guardan un silencio que hiela.
Ramiro de Maeztu lo gritó: “La decadencia de los pueblos comienza cuando se disuelve la familia cristiana.” Romano Amerio lo diseccionó: “El hombre moderno ha perdido el sentido de su ser: ya no se reconoce como criatura, sino como creador de sí mismo.” Quien olvida que es criatura no puede entregarse; se fabrica un ídolo de barro y se desmorona en polvo.
En algunas regiones de Occidente, casi un tercio de los hombres entre 25 y 34 años no se ha casado. Es la primera vez que la soledad se vuelve estadística de multitudes y no el destino de unos pocos. La soltería masculina es ya norma, no la excepción que la historia conocía.
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VI. Psicología de la crisis: tres heridas del joven
El joven moderno arrastra tres heridas invisibles:
1. Vergüenza. Siente que ser varón es una herencia sucia. Para no incomodar, se reduce, se disimula, se entrena para no ser.
2. Soberbia reactiva. Para ocultar la vergüenza, se disfraza de macho grotesco: un bramido vacío que esconde el miedo.
3. Huida pasiva. Se entierra en pantallas, pornografía y ocio sin fin. Allí no hay responsabilidades, solo dopamina y soledad.
Cornelio Fabro dio la clave: “La naturaleza humana no es invención de la conciencia: es realidad objetiva que funda todo orden moral.” Si se niega la naturaleza, se pierde el suelo bajo los pies. Y sin suelo, no hay camino.
Y el precio no es teórico. Los hombres cargan con tasas de suicidio muy superiores a las de las mujeres. Una cifra fría que encierra una verdad abrasadora: la vergüenza y el vacío existencial pesan tanto que muchos no encuentran otra salida que desaparecer. Una sociedad que domestica al varón cosecha su ausencia, incluso en la vida.
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VII. Naturaleza, virtud y gracia
Santo Tomás recordaría que la crisis del varón no se resuelve con discursos, sino con fundamentos. Tres pilares sostienen esta restauración:
1. La sindéresis. Es el hábito natural de captar los primeros principios del bien: “haz el bien y evita el mal.” Cuando las pasiones ciegan, la razón práctica se oscurece. El caballero no lucha solo contra el mundo, sino contra su propio desorden interior. Su primera arma es la recta razón.
2. La amistad y la caridad. La sociedad no se edifica en contratos, sino en amistad. Hay amistades de utilidad, de placer y, la más noble, de virtud. El caballero vive esta amistad en su forma más alta: la caridad, amistad con Dios y con el prójimo. Su entrega no es activismo, sino amor heroico.
3. La primacía de la gracia. Ningún esfuerzo humano basta. La naturaleza herida necesita ser sanada. La gracia ilumina la razón, fortalece la voluntad y sostiene el sacrificio heroico. La oración, la Eucaristía y los sacramentos no son solo armas, sino fuentes de gracia. El caballero vence porque coopera con el poder divino.
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VIII. La herida del placer vacío: el hombre esclavo
El mundo grita que el hombre viril es el que colecciona mujeres. Pero esa libertad no es más que esclavitud perfecta. El que presume de conquistas es como un rey que alardea de deudas.
La pornografía lo encadena a fantasías que lo vuelven incapaz de amar. La promiscuidad lo convierte en un cobarde, incapaz de fidelidad. Lo que parece triunfo es derrota. La verdadera virilidad no está en tomar, sino en dominar los propios instintos para poder amar. La gloria está en la castidad, no como negación de la fuerza, sino como su máxima expresión.
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IX. La caballería no es un cuento: es la vocación de un joven católico
La caballería no es fábula ni museo: es espejo. Manual de vida para usar la fuerza como instrumento de bien.
Desde los equites romanos hasta los caballeros cristianos, la Iglesia transfiguró al miles en miles Christi: soldado de Cristo que velaba sus armas en oración, confesaba sus pecados, comulgaba y recibía la espada no como trofeo, sino como cruz de servicio.
Hoy el joven vela armas invisibles:
• La oración, disciplina del silencio y fuente de fuerza interior.
• La Eucaristía, maná verdadero y unión con la Cruz.
• La Sagrada Escritura, espada del Espíritu contra la mentira.
Sin oración no hay victoria. Sin Eucaristía no hay vida. Sin Palabra de Dios no hay luz.
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X. La alianza con la mujer: enemigos inventados
La modernidad convirtió a hombres y mujeres en rivales. Pero son aliados. La fuerza masculina, cuando es verdadera, no oprime: libera. La ternura femenina, cuando es auténtica, no debilita: ennoblece.
Chesterton lo resumió: “La familia es la célula primaria y perenne de la sociedad humana.” Y añadió: “El hombre siempre es hombre, y la mujer siempre es mujer: la modernidad puede burlarse de la diferencia, pero nunca abolirla.”
Dietrich von Hildebrand lo afinó: “El hombre está llamado a proteger lo que es noble y bello; la mujer, a custodiar y fructificar lo que recibe.” No hay contradicción: hay sinfonía.
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XI. Ser hombre en la tormenta
No espere que pase la tormenta. No pasará. El clima cultural seguirá hostil. Pero el rumbo no lo decide el viento, sino la voluntad del piloto. Ser hombre en la tormenta significa rechazar la cobardía neutral y el machismo grotesco. Es abrazar la paradoja de la cruz: fuerte para sacrificarse, humilde para servir, audaz para amar.
“Cada generación es rescatada por un hombre que tuvo el coraje de contradecirla.” Hoy se necesitan esos hombres. No se trata de odiar al mundo, sino de amarlo mejor que él mismo.
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XII. Última palabra: un llamado a la acción
El mundo te ofrece pantallas. Dios te pide espadas.
El mundo exige neutrales; la fe reclama caballeros.
El mundo fabrica desconfiados; la fe forja compañeros de misión.
No es nostalgia. Es profecía. No es regreso. Es restauración.
El caballero de hoy no blande lanza, pero jura con su vida:
• Defender la verdad aunque todos la nieguen.
• Proteger la inocencia aunque todos la desprecien.
• Amar con fidelidad aunque todos se burlen de la fidelidad.
• Sostener a su familia aunque todos prediquen el egoísmo.
• Servir en público con la misma nobleza con que sirve en casa.
La historia espera caballeros en un tiempo sin caballería. Y —porque la Providencia escribe recto con renglones torcidos— el futuro no lo escribirán los neutrales, sino los caballeros.
La pregunta queda frente a ti, desnuda y sin rodeos:
¿Serás pantalla o espada? ¿Sombra o pilar? ¿Bufón en la plaza o caballero en la brecha?
Óscar Méndez O.
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