viernes, 13 de junio de 2025

LOS FRUTOS DE SEIS DÉCADAS DE "PRIMAVERA POSCONCILIAR" SIN QUE SE CORRIJAN LAS CAUSAS. LA ÚNICA SOLUCIÓN: EL RETORNO A LA TRADICIÓN DE LA IGLESIA QUE SIEMPRE SERÁ VIVIFICANTE Y JOVEN.


Don Rodrigo Ruiz Velasco y Barba ha publicado recientemente este interesantísimo escrito:

"La debacle de los religiosos. Tomo los datos esenciales del historiador Francisco José Fernández de la Cigoña, que a su vez los toma del Anuario Pontificio (2025):

Jesuitas: en 1965 había 36,038; en 2024 quedan 13,995.

Salesianos: En 1967 fueron 22,810; en 2024 quedan 13,605.

Franciscanos: En 1963 fueron 27,136; en 2024 quedan 11,984.

Benedictinos: En 1963 fueron 12,131 monjes; en 2024 quedan 6,382.

Capuchinos: en 1963 fueron 15,849 frailes; en 2024 quedan 9,794.

Dominicos: en 1963 fueron 10,150; en 2024 quedan 5,369.

Lazaristas: en 1969 eran 6,284; en 2024 quedan 3,033.

Agustinos: en 1967 eran 4,548; en 2024 quedan 2,340.

Agustinos de la Asunción (Asuncionistas), de 1,967 en 1966; en 2024 son 962.

Cartujos: En 1967 eran 602; en 2024 son 272.

Clérigos de San Viator: Eran 1,968 en 1967; en 2024 quedan 374.

Somascos: En 1959 eran 360; en 2024 son 533.

Teatinos: Eran 164 en 1973; en 2024 son 171.

Claretianos: Fueron 4,128 en 1966; en 2024 son 2,966.

Oblatos de María Inmaculada: eran 7,890 en 1966; en 2024 quedan 3,478.

Jerónimos: En 1974 eran 35; en 2024 quedan 7.

Agustinos recoletos: Eran 1,580 frailes en 1967; quedan en 2024 solo 929.

En conjunto, de 153,640 que fueron algún día pasamos a 76,194 en tiempos recientes. En torno al 50% es la reducción, en un mundo bastante más poblado (más del doble de la población existente en 1967). Calles estará de plácemes (tal vez en el averno*), pero se equivocó: la vía para alcanzar esa meta no era la persecución abierta".

*NOTA DE CATOLICIDAD: Hay quienes afirman que Plutarco Elías Calles murió arrepentido y confesado.

jueves, 12 de junio de 2025

"¿ACEPTAS CASARTE CONMIGO?"


Si no se ve el video, puede mirarse aquí en Facebook:

Este joven se compromete en matrimonio con su novia al finalizar la multitudinaria peregrinación de católicos tradicionalistas a la catedral de Chartres.

Un excelente momento para comprometerse y pedir a la bella jovencita que acepte el santo sacramento del matrimonio con él.

Obsérvese la felicidad de ambos. Dios los bendiga.

miércoles, 11 de junio de 2025

PARA TENERLO SIEMPRE PRESENTE


“La vida es tu navío, no tu morada”, decía Santa Teresita del Niño Jesús, y con esta frase nos invitaba a reflexionar sobre la naturaleza transitoria de nuestra existencia terrenal. La vida, según esta metáfora, es como un barco en el que navegamos, una travesía llena de experiencias, aprendizajes y desafíos. No debemos apegarnos demasiado a este mundo, ya que nuestra verdadera morada, el destino final al que estamos llamados, es el cielo.

 Este pensamiento nos anima a vivir con esperanza y propósito, recordándonos que nuestra meta última es la unión con Dios en la eternidad, y que todas nuestras acciones y decisiones deben orientarse hacia ese fin trascendental.

martes, 10 de junio de 2025

Y ESTABA ALLÍ… LA MADRE DE JESÚS.


Y donde Ella está, están la tranquilidad, la alegría, la seguridad.

Y allí estaba Ella con su mirada vigilante y caritativa, solícita y amorosa.

Los recién desposados, los invitados, disfrutaban alegres de las fiestas de aquel día de bodas.

Mientras tanto, Ella se preocupaba de que no faltara nada a la alegría de aquel sencillo regocijo.

¡Y con que discreta solicitud, con que amorosa prudencia ejercita su oficio!

Va a faltar el vino, Ella lo prevé.

Más no se contenta con preverlo.

Su corazón se conmueve, ¿cómo permitir que la alegría de aquellos sencillos esposos se perturbe y que el bochorno de la impresión los avergüence? ¡No! Y busca solicita el remedio a aquella necesidad.

Su Hijo está allí.

Ella conoce muy bien su corazón.

Y se acerca, discreta y amorosa: Vinum non habent: No tienen vino.

La respuesta de Jesús parece una primera vista negativa. Pero no.

Está María tan cierto de haber sido escuchada, que, sin esperar, da la orden a los sirvientes: “Haced cuanto Él os dijere”.

Y el milagro se hace, a petición de María, y el agua se convierte en vino.

Vino abundante, delicioso, exquisito, el mejor del convite.

La necesidad se ha remediado y con tanta discreción, que el maestresala mismo no se ha dado cuenta de lo que ha sucedido.

¡Ay María! Donde estás Tú no puede faltar nada.

Tú eres la omnipotencia suplicante. Y tu palabra adelanta la hora de los milagros de Jesús.

Por eso mi confianza en Tí no puede tener límites.

Basta abrir mi corazón, y que aparecerán los vacíos que hay en él; me falta humildad, y me hace falta caridad para con mis hermanos, y me hace falta sinceridad conmigo mismo, y me falta amor a mi Dios, y me falta... ¿Que un abismo sin fondo, y que la lista de mis deficiencias formará las letanías de la miseria?

Más tú ves todas esas deficiencias, todas esas miserias. Y tú corazón se conmueve. Y pides a tu Hijo por mí.

Tu oración todo lo alcanza. Por eso mis deficiencias no me desalientan ni ese vacío inmenso de mi corazón me causa vértigo. Tú quieres colmar ese vacío y remediar esas miserias.

Mas quieres que yo coopere en la medida de mis pobres fuerzas.

Y a mí como a los servidores de Caná, me dices también: “Haz cuanto Él te dijere”.

En Caná, los servidores llenaron de agua los cántaros.

Yo pondré el agua de mis lágrimas, que es lo único que tengo.

Eso basta. Y que llene hasta el borde mi pobre corazón.

Esas lágrimas se transformarán.

Y el vino de la alegría, de la paz, de la confianza, llenará mi corazón.


Alberto Moreno SI

ENTRE EL Y YO

lunes, 9 de junio de 2025

EL TIEMPO NO ES NUESTRO



Apenas abre uno los ojos en esta vida, el tiempo ya le ha tomado ventaja.
Nos despierta sin permiso, nos arrastra sin pausa, nos educa a golpes y nos despide sin despedida.
Nadie lo elige. Nadie lo puede detener. Nadie vuelve a ver dos veces la misma hora.

Y, sin embargo, lo tratamos como si fuera nuestro. Como si fuera un recurso, un calendario, una cifra que se acumula o se administra, pero no un misterio que se recibe.
Y así, a fuerza de medirlo, de dividirlo, de perseguirlo, hemos olvidado que el tiempo no nos pertenece.


Hay quienes creen que el tiempo es el marco neutro de la vida. Otros lo imaginan como un dios invisible que rige todas las cosas sin rostro.
Pero la verdad es mucho más sencilla, y más solemne: el tiempo es criatura.
Tan real como el sol, tan frágil como el alma, tan obediente como un servidor que espera órdenes del Eterno.

No surgió por necesidad. No se basta a sí mismo. No tiene fin en sí mismo.
Fue creado por Dios, no para que el hombre se entretenga en él, sino para que lo transforme en eternidad.


El alma humana fue hecha para lo eterno, pero sólo puede elegir dentro del tiempo.
Y por eso el tiempo no es una sucesión vacía, sino el espacio del drama.
El drama de la libertad, del pecado, de la gracia, del perdón, de la gloria o la perdición.

Cada segundo es campo de batalla.
Cada instante puede ser altar o abismo.
Cada día puede inclinar el alma hacia el Cielo o hacia el juicio.


Pero he aquí el secreto que no puede enseñarse en academias: el tiempo no se entiende con conceptos, sino con adoración.
No se domina con relojes, sino con rodillas.
No se gana haciendo más cosas, sino uniendo cada cosa a Dios.

Por eso, el que multiplica su agenda, pero no ama, pierde su tiempo.
Y el que parece ineficaz ante los ojos del mundo, pero une su jornada a la Cruz, está salvando horas para la eternidad.


El Verbo eterno, al encarnarse, entró en el tiempo.
Dios, que no necesita minutos, aceptó vivir cada uno, para que ningún minuto nuestro quedara fuera de su Redención.

Y así, el tiempo fue santificado.
No porque cambiara su sustancia, sino porque fue asumido por el Verbo y transfigurado en medio de los hombres.
Desde entonces, cada instante puede unirse al Misterio,
cada hora puede ser gracia,
cada día puede ser oblación…
si es vivido en Cristo.


El tiempo no espera.
Pero sí obedece.
Obedece a quien lo creó.
Y por eso, el que se une al querer de Dios, no teme al paso de los días. Porque sabe que cada jornada no lo aleja de la plenitud, sino que lo acerca.

Hay una libertad más alta que la del que domina su agenda: la del que se deja poseer por el designio de Dios en el tiempo.
Esa libertad sabe perder para ganar, callar para vencer, esperar para arder.


El alma que ama a Dios no malgasta el tiempo.
No porque lo tema, sino porque lo ve como don.
Un don fugaz, frágil, precioso, cuyo valor se mide no por su duración, sino por su destino.

Los santos, que entendían más del tiempo que todos los relojeros del mundo, vivían cada día como si fuera el primero… y el último.
Sabían que cada instante podía ser la hora de su muerte o de su eternidad.

Y por eso, no corrían: adoraban.
No planificaban para diez años: se preparaban para diez siglos de gloria.


El tiempo no es un tirano. El tirano es el hombre que lo quiere sin Dios.
El tiempo no mata: somos nosotros quienes lo matamos cuando lo usamos sin amar.
El tiempo no envejece: es el alma la que se marchita si no espera la eternidad.

El tiempo, vivido en gracia, rejuvenece la esperanza.
El tiempo, unido al sacrificio, transfigura la historia.
Y el tiempo, ofrecido con fe, vence a la muerte.


El tiempo no es nuestro.
Nos fue dado… para devolverlo.
Y en ese acto —libre, humilde, silencioso— se juega todo.

No se nos preguntará cuánto hicimos, sino cuánto ofrecimos.
No cuántas horas duró nuestra obra, sino cuánto de Dios tuvo cada una.

Porque el tiempo no será juzgado por sus avances, sino por sus adoraciones.

Y sólo los que aman al Verbo eterno descubren que el tiempo no es cárcel… sino camino.
Y que cada minuto es posibilidad de eternidad.

OMO

viernes, 6 de junio de 2025

LA VIRTUD EN LA MUJER



"La primera virtud fundamental de la mujer cristiana es la piedad; pero una piedad instruida, sólida y ejemplar. 

Su piedad debe ser instruida por el conocimiento exacto y razonado de la doctrina cristiana. Tiene necesidad, ante todo, de un conocimiento claro de nuestra religión, para hallarse preparada para instruir sólidamente, sea en su casa, sea fuera de ella, a todos los que vegetan en la ignorancia. ¡Felices los hijos que desde la más tierna edad han aprendido de los piadosos labios de su buena madre, o virtuosa hermana, los rudimentos de la fe!

Los conocimientos religiosos deben elevarse hasta la categoría de científicos: esto es, que se conozcan las bases de certidumbre sobre las cuales descansan las verdades de nuestra santa fe. 

Este conocimiento razonado de nuestra santa fe es, sobre todo en nuestros días, indispensable a la mujer cristiana; porque en nuestro siglo de incredulidad debe estar apercibida y apercibir a los suyos contra el contagio pestilente del escepticismo; y deberá, también, muchas veces, confundir la ignorancia de los impíos.

Su piedad debe ser no solamente instruida, más también sólida; y lo será si está basada sobre las convicciones inquebrantables de la fe, y sobre una voluntad firmemente resuelta a servir a Dios ante todas las cosas. De esta piedad sólida y bien cimentada sobre las convicciones de la inteligencia y sobre la firmeza de la voluntad, nace espontáneamente la constancia en la práctica bien regulada de la devoción; cuyos ejercicios no se omitirán jamás, aunque cuesten algún sacrificio. 

Finalmente, la piedad debe ser ejemplar; esto es, debe ir acompañada del buen ejemplo, de la práctica de las virtudes cristianas, principalmente de aquellas que nacen de la caridad, como la dulzura y afabilidad en el trato, que hacen amable la piedad". 

✨ P. Francisco J. Schouppe, S. J.
📖 La mujer cristiana: su misión, su formación y su defensa.

jueves, 5 de junio de 2025

GANÓ LA VIDA EN EL ESTADO DE GUANAJUATO


 
Si no se ve el video, puede mirarse en facebook:


Bendito sea Dios. Cabe destacar la valentía de la diputada Itzel Mendo que cambió de opinión al estudiar profundamente el tema y desempató la votación de la sesión anterior. Mujeres así son el orgullo de Guanajuato.

Con un discurso en favor de la vida, la diputada Itzel Mendo, del Partido Verde Ecologista de México, se pronunció en tribuna del Congreso de Guanajuato, lo que derivó en el archivo de las iniciativas del Partido Movimiento Ciudadano, apoyadas por Morena, el Partido del Trabajo y el Partido Verde, que buscaban la despenalización del aborto en el estado.

Su intervención provocó una fuerte reacción de colectivas "feministas" presentes en el recinto legislativo, quienes interrumpieron la sesión ordinaria (y las profundas razones que daba la legisladora para rectificar su anterior voto) con consignas, humo verde y morado, y pintas dentro del salón del Pleno. 

 La votación quedó dividida: 19 votos a favor de mantener la penalización del aborto —16 del PAN, 1 del PRD, 1 del PRI y 1 del Partido Verde—, frente a 17 votos en contra —11 de Morena, 2 de Movimiento Ciudadano, 2 del PRI, 1 del Partido del Trabajo y 1 del Partido Verde.

Al mismo tiempo, grupos provida mayoritarios respaldaron a la legisladora con gritos de “¡No estás sola!”, mientras diputados del PAN se colocaron detrás de ella en señal de apoyo.

Miles de manifestantes (muy superiores en número al de las proabortistas) que se hallaban afuera del recinto esperando el resultado, estallaron en vítores a favor al conocer el triunfo de la vida.

¡Viva la vida!

miércoles, 4 de junio de 2025

LENTA AGONÍA

 

El alma de nuestra Patria, que vivificó ese imperio donde no se ponía el sol, en lenta agonía se acerca al ocaso. La Impiedad se apoderó de nuestra Patria, destruyendo la familia. El divorcio legaliza la impiedad y en cadena va cayendo casa sobre casa y así todos nuestros pueblos; lo que nos rodea es un campo de ruinas y desolación. El aborto es el arma con que los impíos secan la fuente de la vida, de la esperanza y de un mañana, y a quién alcanzan a nacer tratan le mancillar su inocencia. Con mezquino egoísmo se esteriliza toda paternidad, los hogares, no son hogares, son un estéril erial invadido de bestias grandes y pequeñas. ¡Pobres ancianos! Apartamos su venerable presencia de nuestra existencia y los olvidamos sin piedad  junto con sus tesoros de historia y experiencia, y una vez eutanasiados, cremamos sus restos porque no tenemos piedad ni con los muertos.

No enseñan ya la verdad en los colegios con un sistema que llaman laico que en realidad es ateo, no se imparte justicia en los tribunales pues han desterrado de las leyes las enseñanzas morales predicadas por el cristianismo , nada ayuda a que los pueblos vivan en paz. Partidos rozagantes oprimen al pueblo quebrantado, degradado, depravado por los vicios, sojuzgado por la tiranía de las multinacionales. Partidismos que aborrecen hasta el concepto del bien común y la Ley Natural. Es impiedad la pornografía. Es la misma impiedad quien inspira las artes. El espíritu de este mundo moderno, con su crueldad impía  borra del ayer el apoyo al mañana, y así denigra las tradiciones que les permite a los católicos ser la sal de este mundo.


martes, 3 de junio de 2025

DESTRUYENDO MITOS

 

El médico aunque enferme puede curar. Los ministros de Cristo no son todos santos. El confesor si peca, también se confiesa y ello no le quita el poder de perdonar. Quien cura el alma de otros con la absolución, también puede enfermarse espiritualmente -que es peor que físicamente- por el pecado. Por supuesto, nada justifica la ofensa a Dios, porque el pecado como tal nunca tiene justificación en nadie. Todo ser humano puede pecar por su naturaleza caída que lo hace proclive a caer en las tentaciones del maligno. El sacerdocio no elimina la humanidad del ministro, aunque le exige -más que a nadie- una vida de santidad. Pero los defectos y errores humanos no quitan que Jesús les delegó ese poder de remitir los pecados ajenos, cuando dijo: ‘A quienes perdonen sus pecados, serán perdonados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos’. Jn 20.23. Además, debe saberse que todos somos pecadores y que los sacerdotes confiesan a menudo sus pecados, pues hasta los más santos tienen faltas veniales e imperfecciones.

El catolicismo es la única y verdadera religión fundada por Cristo-Dios y su veracidad no depende del comportamiento -bueno, malo o regular- de sus ministros, como la ciencia médica no es falsa por los malos médicos. Él proclamó: ‘Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás’. Juan 11, 25-26. ‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida’. Juan 14, 1-6. Sólo el débil pierde la fe por el comportamiento de los ministros de Dios. Otro asunto es que pueda y deba huir de los malos pastores, sobre todo de aquellos que destruyen la fe o la moral contraviniendo las enseñanzas de la propia Iglesia y que alejan a los fieles del genuino magisterio. Sólo el jacobino de mala fe -con la arrogancia de quien muchas veces se ostenta como perfecto- descalifica la veracidad del catolicismo en función de los defectos humanos, como si la Verdad revelada por Dios dependiera de éstos.

Así que resulta una falacia impugnar la veracidad de la religión católica con el sólo pretexto del pésimo comportamiento de algunos ministros (que además están traicionando a Cristo y a su Iglesia) como lo hace esa minoría de pederastas, lo que equivaldría a negar la veracidad de una ciencia por el sólo comportamiento de los malos científicos. De este modo, los médicos criminales -que los hay- no descalifican la medicina como tal. De igual manera, no confesarse con un ministro designado por Dios para perdonar los pecados con el pretexto de que es un hombre pecador igual que nosotros, es una falacia semejante a la ridiculez de no querer ir a curarse con un médico porque los médicos también padecen enfermedades.

Es urgente destruir los mitos que esgrimen los enemigos de Dios y que, lamentablemente, hay que reconocerlo, convencen a  muchos ingenuos y débiles en la fe que no han escuchado más que lo que dicen estos sofistas sin realizar siquiera, por sí mismos, un más profundo análisis y razonamiento empleando -por lo menos- el sentido común.

lunes, 2 de junio de 2025

EL SILENCIO DE DIOS



I. EL JUICIO QUE NO HABLA, PERO QUEMA

No hay gritos, ni juramentos, ni defensa. Hay solo un silencio. Un silencio denso como el humo de la sangre, espeso como la tarde en que se mata un inocente. Cristo calla. Y ese callar no es cobardía. Es filo. Es fuego. Es sentencia. El mundo lo interroga con la lengua de la fuerza, y Él, Verbo hecho carne, responde con la mudez que abrasa. ¿Qué puede decir la Luz a los ciegos que no quieren ver? ¿Qué puede hablar la Verdad a quienes han vendido su alma para conservar sus cargos?

Pilato, engalanado en su miedo, lo mira: “¿No oyes lo que te acusan?” Pero él no habla. Porque ya lo ha dicho todo. Porque hablar sería rebajar a la estatura de los que escupen. Porque su silencio es más punzante que la lanza que después le abre el costado. En ese instante, el mundo ha sido juzgado. El juez no es el que tiene el trono, sino el que tiene el rostro escupido y los labios cerrados. El que no necesita justificar su inocencia, porque su inocencia arde como un sol en medio de la oscuridad del pretorio.

Silencio. Y en ese silencio, cruje el universo. Se parte el alma de quien ama la justicia. Se hiela la sangre del que aún puede sentir. Porque ese silencio no está vacío: está cargado de juicio, de verdad, de misericordia inaguantable. No es un silencio pasivo: es el rugido del cielo que ha decidido no rugir. Es la espada que no se levanta porque ya ha sido clavada en el madero.

Cristo no responde porque ha venido a ser condenado. Pero no por ellos: por nosotros. Su silencio no es para salvarse a sí mismo, sino para que el mundo vea, tiemble y —si puede— volver. Y en su mudez, la condena: este es el mundo que ha elegido al César y ha despreciado al Mesías. Este es el hombre que teme perder poder, pero no teme perder el alma. Este es el templo vacío que quiso llamar al Dios que lo habitaba.


II. EL SILENCIO PRESENTE: ESPADA INVISIBLE

Y ese silencio no ha cesado. Hoy también calla. Ante jueces sin justicia, ante altares profanados, ante templos convertidos en escenarios. Cala. Pero no porque no veas. Calla porque su mirar basta. Porque ya no se trata de convencer, sino de dejar arder el corazón de quien aún pueda escuchar en lo hondo.

Es el juicio final anticipado: no con trompetas ni relámpagos, sino con la ausencia que duele, con la respuesta que no llega, con la Palabra que ya se dijo y fue despreciada. Y sin embargo en ese silencio vibra la última esperanza. Porque mientras calla, espera. Mientras no habla, ama. Y en el alma que aún tiembla, en el alma que se arrodilla en la soledad, todavía puede sonar —como un suspiro roto, como un susurro de leña ardiendo— esa Voz que no muere, que no grita, pero que salva.


III. LA FIDELIDAD COMO OÍDO DEL ALMA

El que no guarda, no oye. El que no permanece, no escucha. Porque la Voz de Dios no salta de novedad en novedad como un predicador de feria, ni baila al ritmo de las modas, ni se arrastra por los eslóganes de los templos modernos. La Voz de Dios habita en la fidelidad. Y la fidelidad no es comodidad: es cruz, es soledad, es combate.

Hay que tener el alma firme como una piedra que no se deja arrastrar por el agua sucia. Hay que tener el corazón plantado como un árbol en medio de un desierto sin sombra. Porque todo lo que hoy se llama “apertura” no es más que ruido. Y en el ruido, el oído se aguanta, el alma se ensordece, el Verbo se pierde.

Los que abandonan la tradición, los que desprecian la forma, los que diluyen la doctrina para hacerla más aceptable al mundo, se vuelven sordos. Lo que llaman evolución es, en el fondo, traición. Porque ¿cómo escuchar la Palabra si uno ha roto el eco de los siglos? ¿Cómo reconocer su timbre si se ha desfigurado su acento con las lenguas del mundo?

La fidelidad no es nostalgia. No es inmovilismo. Es humildad. Es saber que lo recibido no se toca con manos sucias. Que lo sagrado no se reforma con decretos ni con asambleas. Que la liturgia no es un juguete, sino un altar. Que la doctrina no es una opinión, sino una lámpara. Que el canto no es espectáculo, sino súplica.

Solo quien guarda, oye. Solo quien es fiel, escucha. Porque la Voz de Dios no se impone. Se insinúa. Y solo resuena en la conciencia de que se ha hecho hogar para lo eterno. Y para eso, hay que vaciarse de uno mismo. Hay que hacer silencio interior. Hay que taparse los oídos al mundo, para abrirlos a Dios.


IV. EL PROFETA QUE ARDE SIN GRITAR

Y esa fidelidad, hoy, será contracultural. Será escupida, burlada, perseguida. La señalarán con el dedo los obispos que pactaron con el César. Le pasarán por encima las procesiones del mundo, los credos sin costillas, los liturgos sin lágrimas. Pero también será fértil. Porque en medio del escombro, la semilla fiel echa raíz. Porque cuando todos han hecho pacto con la mentira, el que se mantiene fiel se convierte en profeta. No un profeta con micrófono, ni con frases pulidas. Un profeta roto. Sin púlpito, sin nombre, sin eco.

Un profeta que camina solo. Que sangra sin testigos. Que ora sin respuestas. Que arde por dentro como un león que no se consume.
El que guarda, arde.
El que es fiel, sufre.
Pero el que sufre en silencio, combate.
No se esconde. No se adapta. No hay negociaciones. Su sola presencia es testimonio. Su sola existencia, un desafío. No necesita hablar: es la respuesta.

Y esa es la fidelidad verdadera:
no la que sobrevive, sino la que resiste. No la que se esconde en las ruinas, sino la que enciende una lámpara en medio del derrumbe y la sostiene con mano firme mientras el viento sopla. La que mira de frente al silencio de Dios y no se escandaliza,
porque sabe que ese Silencio es el último acto de amor, y también el primero de la justicia.

Porque el silencio de Dios no es derrota:
Escribe.
Es separación.
Es una espada invisible.
Y quien lo habita, ya ha sido llamado.


V. EL SILENCIO QUE LLAMA A VOLVER

Porque Dios no se ha enmudecido.
Calla con la majestad de quien ya sangró, de quien habló sin palabras en la cruz, de quien entregó todo y, al final, dejó solo el Silencio. Pero un silencio que llama, que arde, que abre el pecho del mundo.

No es un silencio que abandona:
Es un silencio que convoca.
Convoca al alma rota, al fiel cansado, al pecador endurecido, al traidor arrepentido, a todos.

Y en el fondo, ese silencio es también el espacio de la libertad.
Dios calla no porque se ausente, sino porque quiere que el alma se pronuncie. Porque si gritara, ya no habría amor, sino obediencia de esclavos. Y Dios no quiere esclavos: quiere hijos.
Por eso calla.
Para que el hombre elija.
Para que su Palabra sea acogida y no temida, para que su Cruz sea abrazada y no impuesta, para que su Reino sea amado y no forzado.
Ese silencio es la escena del drama del alma:
sin ausencia, sin respeto;
no vacío, sino prueba;
no juicio solamente, sino posibilidad.

Desde ese centro traspasado —la Cruz— el Silencio vuelve a hablar.
No con voz, sino con gravedad.
No con argumentos, sino con heridas.

Y ese silencio, si se escucha con el alma desnuda, hace volver.
Hace caer de rodillas.
Hace llorar.
Hace creer.
Porque el Verbo crucificado, aunque no hable, nos sigue llamando a todos.

A todos.
A volver.
A entrar por la herida.
A escuchar con temblor.
Dejar el ruido.
A volver al Amor que no grita, pero no deja de llamar.

OMO

sábado, 31 de mayo de 2025

ACUSO AL INFIERNO



Seguramente muchos habrán escuchado la famosa frase que se atribuye al poeta Charles Pierre Baudelaire, esa de: "el gran engaño del demonio es hacer creer que no existe". Si a eso le agregamos que es de lo más común oír “no estés viendo al demonio en todos lados”, y también que es de lo más común desear cada vez más y en grandes dosis el confort, el conformismo, resulta que el hombre vive en una indiferencia gravísima y asaz dañina sobre la realidad del infierno.

Quien haya inventado el “no estés viendo el demonio en todos lados”, dudo mucho que haya tenido argumentos sólidos para sostener su afirmación. San Pedro enseñó algo diametralmente opuesto y nos exhortó: “Sed sobrios, y vigilad, porque vuestro adversario el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”. Allá, en el infierno, no se duerme. Hasta la consumación de los tiempos los demonios merodean por este mundo, intentando, sin descanso, ganar personas para llevarlas al infierno donde será el llanto y el rechinar de dientes. Las tentaciones diarias nos dan cuenta de la existencia de los seres angélicos caídos: están ahí, nos tientan, nos molestan, nos sugieren malas cosas, buscan perdernos. San Pablo en su carta a los de Éfeso habló de las potestades malignas que se mueven en los aires, y nos indicó que tenemos una lucha diaria y constante contra ellos: “la lucha no es contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanos de estas tinieblas, contra los espíritus de la maldad en lo celestial”; mi lucha es pelear para que los demonios no me hundan. Si bien se aprecia, a su vez la potestad angélica del mal se sirve de lo mundano que está en las tinieblas. El mundo de hoy, no temo decirlo, se ha transformado como jamás se dio, en una feria gratuita de pecados, al por mayor y de variadísima gama, que se nos ofrecen con el visto bueno de la aprobación social conformista. La caída es tan fácil, la lucha tan ardua. 

Principalmente los demonios acechan y tientan sin cuartel a las almas religiosas y a las almas que hacen defensa pública de la fe: contra ellas lanzan finísimos ataques y elaboran complejas estrategias para lograr las caídas. Cualquier general busca con los suyos abatir si pudieran a los más bravíos hombres de las tropas que tiene por enemigas; y si eso hace en buena lógica un general humano, ¿qué no hará el Príncipe de este mundo contra las almas que quieren vivir amigas de Dios y defendiendo la fe?

Andan como “león rugiente”. No es que uno los vea en todos lados, es que por más que alguien no quiera verlos ellos seguirán manifestándose por doquier. La indiferencia no los ahuyenta, les da más campo de acción. El alma dada a la oración y a la vigilancia sí puede mantener a raya a los espíritus malignos, a distancia si se quiere, pero ellos no dejan de intentar sus invasiones. Recordemos la anécdota del monje que se fue de compras a una ciudad: a cierta distancia de esta última, tuvo una visión en la que vio cantidad de demonios dormidos sobre ella; mas al regresar al monasterio, volvió a tener visión y vio cómo cantidad de demonios buscaban la caída de los monjes. Descansaban en la ciudad revelando así que ya tenían liquidadas aquellas almas, que habían de alguna manera alcanzado su objetivo, mas combatían en el monasterio mostrando la rabia contra los varones amigos de Dios. 

Y ante la caída buscar levantarse. Acudir siempre a la Santísima Virgen María y a San José. San Juan Clímaco predicaba: “Que tengan ánimo los que soportaron la humillación de estar sometidos a las pasiones. Incluso si caen en todos los precipicios, si se dejan capturar en todas las trampas o si son alcanzados por todas las enfermedades, cuando recobra la salud, llegan a ser médicos, faros, lámparas y pilotos para todos, enseñando los síntomas de cada enfermedad; su propia experiencia los vuelve capaces de impedir a los otros que caigan”. Y cómo no memorar aquellas tan alentadoras palabras del Doctor Melifluo, San Bernardo, de las que solo cito algunas: “Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María. Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María. Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María. Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.” 

Hay algo sutilmente muy fino que ha logrado Satán además de hacer creer a los hombres que él no existe. Y ese logro es este: “Que ha hecho creer que, en el diario vivir, no hay ninguna lucha espiritual que librar en orden a la salvación eterna”.  El hombre gasta todos sus esfuerzos en obtener una vida cómoda, en el máximo confort. Desprecia la cruz. Preguntando a las personas cuáles son los tres enemigos contra los que debemos luchar, miran raro, como diciendo: “¿de qué me estás hablando?” Uno respondió: “Inglaterra, los políticos corruptos…”. Pocos saben que esos tres enemigos que bregan para nuestra perdición eterna son “el demonio, el mundo y la carne”.  En resumidas cuentas, “un gran engaño del demonio es haber logrado la indiferencia del hombre moderno en la lucha por ganar la vida eterna.”

Autor: Tomás I. González Pondal

viernes, 30 de mayo de 2025

LA BATALLA DE LOS SIGNOS



Lo que el alma acepta sin saber y el infierno celebra en silencio


I. EL SIGNO NO PIDE PERMISO

El alma humana no ha sido hecha para la neutralidad. O adora, o cae. Y sin embargo, hoy el hombre moderno —tan práctico, tan ilustrado— se ha acostumbrado a vestir signos que no entiende, a repetir gestos que no eligió, a cantar palabras que niegan lo que finge no creer.

Lleva cruces invertidas como si fueran adornos. Se envuelve en calaveras festivas. Decora su casa con ídolos orientales. Y todo lo hace diciendo que “no significa nada”, mientras su alma se va empapando —gota a gota— del contenido que ese “nada” realmente contiene.

El signo actúa. Aunque la conciencia duerma. Porque el símbolo no es solo un dibujo: es una semilla. No es un accesorio: es un lenguaje silencioso que forma el alma, como el clima forma un paisaje.

Y en esta civilización que presume haber superado las formas, la batalla más sutil —y más decisiva— ya no se libra en tratados: se libra en signos.


II. LA LENGUA DE DIOS: CUANDO LO INVISIBLE SE HACE VISIBLE

Dios habla. Pero no lo hace como los hombres. Su pedagogía es antigua, pero viva: Él enseña con fuego, con agua, con pan, con sangre. No explica: revela. No teoriza: se muestra. Y por eso su verdad no solo se escucha, sino que se toca, se huele, se saborea.

El cristianismo es la única religión donde la verdad se hizo cuerpo. Y un cuerpo necesita gestos, formas, tiempo, color. Por eso la Iglesia —madre sabia— no dejó que su fe se disolviera en abstracciones, sino que la tejió con signos: la cruz, el altar, la genuflexión, el incienso, el ayuno, el silencio. Todo lo que la modernidad llama “superfluo” es, en realidad, el alfabeto del alma redimida.

Los sacramentos —signos eficaces instituidos por Cristo— contienen y causan la gracia. Los sacramentales, bendecidos por la Iglesia, disponen al alma, elevan la mente, protegen el cuerpo. Y más allá de ellos, hay un universo de signos santos que, sin causar nada por sí mismos, enseñan, preparan, custodian.

Santo Tomás lo enseña sin rodeos:

“El hombre necesita de lo sensible para elevarse a lo espiritual.”

Y san Gregorio Magno completa:

“Lo que la Escritura enseña con palabras, la liturgia lo proclama con signos.”


III. ESCUDOS VISIBLES, VÍNCULOS INVISIBLES

Un crucifijo no es una figura: es una proclamación. El Rosario no es rutina: es resistencia. El escapulario no es tela: es pertenencia. El agua bendita no es adorno: es una trinchera invisible.

Los signos santos, cuando son bendecidos y usados con fe, no contienen a Dios como el Sacramento, pero hacen presente su memoria, disponen el alma, y ejercen una protección verdadera. Son escudos morales. Son pedagogía silenciosa. Son llamados a la conversión.

Por eso los santos los usaron como armas. San Benito trazaba la cruz sobre el veneno y lo vencía. Santa Teresa de Jesús humillaba al demonio con una gota de agua bendita. El Cura de Ars dormía entre signos que el diablo odiaba. San Pío de Pietrelcina discernía lo bendito de lo profanado como quien reconoce el perfume del cielo.

Nada era accesorio para ellos. Porque sabían que Dios habla también por las formas, y que quien custodia sus signos, custodia su Reino.


IV. LOS SIGNOS DE LA CONTRARRELIGIÓN

El demonio no puede crear, pero sabe imitar. Y cuando lo hace, invierte.

Así se ha infiltrado la liturgia del enemigo en camisetas, videoclips, festivales, tatuajes, modas y bisutería. Pentagramas, calaveras, cruces invertidas, ojos ocultistas, saludos rituales, invocaciones disfrazadas de diseño, letras cargadas de blasfemia, imágenes profanadas. Todo presentado como arte. Todo consumido como entretenimiento. Pero todo sembrado con precisión.

Basta mirar alrededor: símbolos santeros vendidos como cultura; playeras de bandas que glorifican el suicidio; posters que mezclan paganismo y política; veladoras con santos falsificados; cantos que repiten herejías con ritmo de fiesta.

Y más sutil aún: los ídolos orientales convertidos en decoración; los mandalas como terapia; los mudras como gesto elegante; las estatuas de Buda presidiendo comedores católicos; las posturas de yoga —nacidas como ofrendas a divinidades paganas— convertidas en gimnasia espiritual para almas que ya no saben quién las redimió.

No, no son neutrales. Porque todo signo tiene dueño.
Y el alma que acepta un signo, aunque lo ignore, entra en la esfera de influencia de aquello que ese signo proclama.

San Agustín, que conocía los engaños del infierno, lo resumió con lucidez:

“El demonio no puede crear, pero imita y pervierte todo lo que Dios hizo.”

Y los santos actuaron en consecuencia: San Patricio destruyó los signos druídicos. San Bonifacio taló el árbol de Thor. San Cipriano, que antes fue mago, confesó que los signos impíos que usaba eran reales instrumentos del demonio. Y cuando conoció la cruz, todo lo anterior se quebró.


V. INFLUENCIA DEMONÍACA Y PUERTAS ABIERTAS

El demonio no necesita poseer para reinar. Le basta que el alma baje la guardia.

La posesión es extraordinaria. La influencia, en cambio, es cotidiana. Se cuela por gestos, hábitos, objetos, música, símbolos. Se manifiesta como resistencia a la oración, turbación sin causa, alergia al silencio, repulsión hacia lo sagrado. Y muchas veces, todo comenzó con un símbolo aceptado sin pensar.

Porque el símbolo, incluso sin intención, educa el alma. Y cuando el alma se acostumbra a lo oscuro, termina diciendo que la oscuridad es solo otra forma de luz.

El padre Amorth lo decía sin adornos:

“El demonio entra por las puertas que se le abren. Y un símbolo puede ser una de esas puertas.”


VI. VIVIR ENVUELTO EN LA LUZ

Por eso, el alma católica debe rodearse de signos santos como quien levanta una fortaleza.
No por superstición, sino por fidelidad. No por miedo, sino por identidad.

Un crucifijo visible. Un escapulario bendito. Agua santa en el hogar. Imágenes verdaderas. Música que eleve. Palabras que no hieran lo sagrado. Ropa que no contradiga la fe que se profesa.

No es rigidez. Es coherencia.

San Cirilo de Jerusalén, preparando a los catecúmenos del siglo IV, lo dijo sin poesía:

“Cada gesto cristiano es escudo del alma.”

Y la Iglesia lo ha enseñado siempre: Lex orandi, lex credendi, lex vivendi. La forma de orar enseña la fe. Y la fe modela la vida.


VII. LA GUERRA DEL SILENCIO Y DE LOS SIGNOS

No estamos en un debate: estamos en una guerra.
Y esta guerra no se libra ya solo en libros, sino en símbolos.
No se da solo en los parlamentos, sino en los closets, en los cuerpos, en los perfiles, en las fiestas, en las canciones.

Hoy se expulsa el crucifijo y se venera la calavera. Se ríe del incienso y se aplaude la blasfemia. Se censura la sotana y se celebra la desnudez.

Y quien no elige conscientemente los signos del Reino, acabará vistiendo sin saber la marca del enemigo.

San Juan Damasceno lo decía con precisión teológica y fuego en la sangre:

“No venero la materia, sino al Creador de la materia, que se hizo materia por mí.”

Nosotros lo decimos hoy, frente a las sombras que avanzan:

No adoramos los signos. Pero no los despreciamos.
Porque quien pierde el lenguaje de los signos santos, pronto hablará —sin saberlo— la lengua del infierno.

OMO