lunes, 1 de diciembre de 2025

POSADA EN LA CALLE DE MI BARRIO (Ponche, canto y un Niño que busca casa)



Por Oscar Méndez Oceguera

La Navidad mexicana no comienza el 24 por la noche, sino muchos días antes, cuando el frío se mete por debajo de la puerta y alguien, en la cuadra, pronuncia la palabra que lo cambia todo: posadas.

Entonces el barrio entero, por pobre o cansado que esté, hace un pequeño esfuerzo de dignidad y de cariño: se sacan de la caja los foquitos enredados, se desenrollan los papeles de china arrugados, se revisa la olla grande de barro, esa que sólo sale en diciembre, y se empiezan a contar los días que faltan.

En otros países, la Navidad llega por paquetería. Aquí, llega caminando detrás de una imagen con velas en la mano.

La calle se vuelve casa

Al caer la tarde, el barrio se transforma. Las banquetas se llenan de gente que normalmente sólo se cruza de lejitos: el señor serio de la papelería, la vecina que siempre barre su pedacito de calle, el joven que sale con audífonos y mirada perdida, los niños que conocen cada grieta del pavimento.

Hoy están todos juntos, apretados alrededor de una pequeña imagen que han adornado con flores, listones, papel metálico. No es una estatua perfecta; a veces lleva en el cristal la marca del tiempo, una esquina rota, un marco remendado con cinta. Pero, al mirarla, algo se aquieta: en ese rostro hay un recordatorio silencioso de que Alguien pidió posada antes que nosotros.

Las velas se reparten. Una llama se pasa a otra, y de mano en mano la oscuridad deja de ser amenaza para convertirse en cobija. Los niños las sostienen con los dedos entumidos, las señoras protegen la flama con la palma, los hombres fingen que no tienen frío, pero soplan disimuladamente para calentar las manos.

Y, de pronto, el barrio que en el día es ruido y prisa, se queda atento como si escuchara su propio corazón.

“En el nombre del cielo…”: pedir posada como quien se confiesa

Empieza el canto. No hace falta ensayo: la tonada está inscrita en la memoria de generaciones. Unos leen de una hoja doblada, otros cantan de memoria, unos cuantos murmuran apenas, pero se suman.

En el nombre del cielo,
os pido posada…

La puerta de la casa elegida está cerrada. Adentro, los anfitriones contestan:

Aquí no es mesón,
sigan adelante…

No es teatro; es algo más extraño y más hondo. Afuera hay gente de verdad, con problemas de verdad, cantando pidiendo casa para unos peregrinos que nunca han visto… y al mismo tiempo, sin decirlo, pidiendo algo para su propia alma: un sitio donde el miedo se haga pequeño, donde la soledad no pese tanto, donde la vida tenga sentido de hogar.

Los niños cantan porque así les enseñaron; las abuelas, porque siempre lo han hecho; algún adulto callado siente, sin saber explicarlo, que esa vieja letanía le toca una tecla que había dejado acumular polvo.

Y cuando, después de las negativas rituales, llega el verso que dice por fin “Entren santos peregrinos…”, se afloja una cuerda en el pecho. La puerta se abre, la procesión entra, y una casa sencilla —con techo de lámina o con falso plafón, con piso de cemento o con loseta brillante— se estrena, esa noche, como pequeña gruta de Belén de barrio.

La piñata: siete puntas, ojos vendados y gritos de alegría

Luego viene lo que los niños esperan de verdad: la piñata.

La cuelgan de un lazo en el patio, en la calle, en el estacionamiento, donde se pueda. Brilla con sus siete picos bordados en papel de colores, girando ligeramente con el viento, como si supiera que esta noche le toca romperse para que otros sean felices.

Al primero que le toca le vendan los ojos con un pañuelo que huele a suavizante y a sudor de familia. Le dan una vuelta, dos, tres. La risa se desborda: los pequeños chillan, los adolescentes se burlan con cariño, los adultos dan instrucciones contradictorias: “¡A la derecha!”, “¡No, al otro lado!”, “¡Más arriba!”.

Dale, dale, dale,
no pierdas el tino…

Los golpes caen al aire, a la nada, al cielo oscuro. La piñata se mueve, esquiva, sube y baja, manejada por la mano traviesa de alguien que disfruta tanto como el que pega. Hay risas, algún susto, el típico grito cuando el palo pasa demasiado cerca de una cabeza.

Hasta que sucede: un golpe seco, un crujido de barro, un remolino de papeles y, de pronto, una pequeña lluvia: dulces, cacahuates, mandarinas, galletas, uno que otro juguete sencillo. Los niños se lanzan al piso, a ciegas, pero felices, a rescatar su tesoro. Alguno, con los bolsillos llenos, levanta la vista y sonríe como si la vida hubiera sido justa por una vez.

En ese desorden hay algo limpio: nadie se pregunta cuánto cuestan las cosas, ni quién trajo más, ni quién dio menos. Sólo importa recoger lo que se pueda y comparar, después, el botín con el del amigo.

El ponche: calor que también consuela

Mientras tanto, en la cocina, una olla de barro cumple con su propio milagro. El ponche no se explica: se huele. Tejocotes abiertos, manzana cortada en gajos, trozos de caña que crujen, guayabas suaves, canela en raja, ciruelas pasas que se hinchan poco a poco. El agua hierve, el azúcar se disuelve, el vapor sube y va perfumando la casa entera.

Cuando empieza a repartirse, el ambiente cambia. La fila del ponche es una especie de pequeña procesión doméstica: todos se encuentran, todos se ven de cerca, todos se dicen, aunque sea con una mirada, “buenas noches”. El vaso de unicel quema un poco los dedos, pero reconcilia con el frío.

Hay quien cierra los ojos al darle el primer sorbo, como si en ese trago se mezclaran otras noches, otros diciembres, otras voces que ya no están. Algunos le ponen “piquete” discretamente, otros se conforman con el sabor simple y limpio de la fruta cocida. Para todos, sin excepción, es una especie de abrazo que se bebe.

En una esquina de la sala, alguna abuela reparte bolsitas de aguinaldo: colación dura que rompe dientes, cacahuates tostados, algún dulce de menta, quizá una galleta envuelta en celofán. Los niños las reciben como si les entregaran un sobre de oro.

Las manos que preparaban la Navidad

Antes de la posada visible había otra, secreta, que se celebraba en la cocina y en la sala vacía: la de las mujeres de la casa.

Muchas de las personas que lean esto ya no las tienen cerca: la abuela que mandaba y reía al mismo tiempo, la tía abuela que guardaba los moldes de las pastorelas como si fueran joyas, la madre que hacía cuentas imposibles para que alcanzara el dinero y, aun así, compraba papel de colores “porque si no, no sabe igual”.

Ellas eran las que empezaban la Navidad cuando nadie se daba cuenta. Pelaban la caña, lavaban la fruta, cuidaban la olla de ponche como si fuera tarea de examen, probándolo con la misma seriedad con la que firmarían un contrato. Hervía la olla y, al mismo tiempo, hervía el corazón: que todo salga bien, que nadie falte, que la familia se vea contenta.

Sentadas en la mesa, extendían el papel crepé, cortaban picos de estrella, pegaban con resistol las tiras que luego colgarían del techo. Cualquier niño que haya visto esas manos trabajando sabe que ahí había algo más que manualidades: se estaba bordando el recuerdo de su infancia.

Con la misma paciencia cosían trajes de pastores, de diablos nerviosos, de angelitos chuecos. Se improvisaban barbas con corcho quemado o con algodón rebelde, coronas de cartón forrado, alas sujetas con ligas que siempre apretaban de más. Las mujeres probaban el traje, lo arreglaban, se echaban hacia atrás para mirar al niño de lejos y decían, con una emoción que no se atrevía a nombrarse: “Así está bien”.

También eran ellas las que ponían las velas sobre la mesa, las que cuidaban que hubiera cerillos, que no faltara azúcar, que el mantel, aunque fuera viejo, estuviera limpio. Tenían tantas preocupaciones como cualquiera —cuentas, enfermedades, cansancio, noticias tristes—, pero esa tarde las guardaban en un cajón invisible. Durante unas horas, la vida cotidiana se hacía a un lado para dejar pasar algo más grande que ellas mismas.

Quien haya crecido mirando esa escena sabe que la Navidad, en México, tuvo siempre rostro de mujer: manos que olían a jabón y a canela, brazos que nos apretaban con fuerza cuando teníamos frío, voces que dirigían, rezaban, regañaban y reían, todo al mismo tiempo.

Hoy, muchas de esas santas mujeres ya no están. Se nos fueron la abuela del delantal floreado, la tía que organizaba la pastorela, la madre que perdonaba el vaso roto “porque es posada”. Y, sin embargo, cada diciembre vuelven: en el olor del ponche, en el crujido del papel de china, en la manera exacta en que alguien pone la imagen sobre la mesa o dobla las servilletas igual que ella. Por eso, en medio de la posada, a veces, sin que nadie lo note, se nos escapa una lágrima; no lloramos sólo por lo que ya no está, sino porque sabemos que allí aprendimos cómo se hacen bien las cosas: con poco dinero, con muchas ganas, con fe sencilla y con un cariño que se derrama en forma de ponche caliente, de aguinaldo humilde, de abrazo largo.

Y cuando vemos a quienes han tomado la estafeta —esa señora que insiste en que haya posadas “como Dios manda”, ese matrimonio que abre su casa, esos jóvenes que aceptan aprender los cantos viejos— sentimos que hay un hilo que no se ha roto. En cada rito repetido, en cada tradición rehecha sin maquillarla, vuelven nuestras abuelas, nuestras tías, nuestras madres: se sientan discretamente en una esquina de la sala y nos miran, orgullosas y un poco divertidas, mientras nos ven intentar lo que ellas hicieron toda la vida sin manual ni reflectores. Lo que pagaríamos por sentir otra vez sus abrazos, por recibir de sus manos un jarrito de ponche, por oír esa frase que nos hacía sentir protegidos: “Toma, mi’jo, está caliente, sopla tantito”. Pero, de algún modo misterioso, cada vez que la posada se prepara con ese esmero silencioso, vuelven a estar ahí, muy cerca, más cerca de lo que pensamos.

Cantar a dos voces: alegría y nudo en la garganta

Después vienen los villancicos. No hay coro profesional, pero no hace falta. Una guitarra afinada a medias, unas cuantas maracas improvisadas, palmas que entran a destiempo. Se cantan los clásicos de siempre, a veces con letra incompleta, a veces mezclando estrofas, a veces salpicando la tonada con risas.

En medio de esa fiesta hay momentos breves —casi secretos— en los que la emoción se asoma sin pedir permiso. Cuando se entona “Noche de paz” y alguien, sin planearlo, baja la voz, la sala se acomoda en un silencio suave. Se piensa en los que faltan: el abuelo que ya no está para servir el ponche, la tía que antes organizaba todo, la madre que ahora se recuerda más en el olor de la canela que en las fotos del buró.

A veces, en un rincón, alguien se queda callado de pronto, mira al suelo y se aclara la voz como si se le hubiera atorado un poco el canto. No es tristeza pura; es ese sentimiento raro que en México conocemos bien: alegría con nudo en la garganta. Se agradece lo que se tiene, se duele lo que se perdió, se espera, sin muchas palabras, que el año que viene no falte nadie más.

Cuando la posada se disfraza de otra cosa

Sería injusto fingir que todo sigue igual. Cada vez hay menos posadas verdaderas y más “eventos navideños” que usan la palabra sin saber lo que dicen: se llama posada a reuniones donde no se pide posada, no se canta una letanía, no se recuerda a los peregrinos, pero sí se amontonan bocinas, luces psicodélicas y reguetón con gorros de santa.

Ahí ya no hay Niño buscando techo, sino fiesta temática: no hay procesión, sino pista; en lugar de velas, celulares en alto; en lugar de piñata de siete picos que enseña algo, monigote de moda que no significa nada. No se trata de purismo delicado, sino de llamar a las cosas por su nombre: una reunión sin letanía, sin peregrinos, sin oración y sin intención de recibir a Jesús no es posada, aunque así la anuncien en la invitación. Dolor da ver cómo, en muchos lugares, se ha cambiado el ponche por la barra libre, el villancico por el grito de DJ, el rezo por el sorteo de pantalla: en ese trueque se pierde algo que no se recupera con luces ni con regalos caros.

Posadas verdaderas: islas de luz en un mar de ruido

Y, sin embargo, hay todavía pequeñas islas de resistencia: casas, capillas, patios de pueblo donde se sigue haciendo la posada como se debe. Allí no hay espectáculo, hay recogimiento sencillo; no hay coreografía de moda, hay niños disfrazados con trajes torpes que, justamente por torpes, conmueven más.

En esas posadas verdaderas sigue habiendo procesión con velas; se canta pidiendo posada, se abre la puerta con alegría, se coloca al Niño en el nacimiento con respeto, se reza aunque sea un misterio del rosario por los vivos y por los difuntos. La piñata conserva sus picos, el ponche conserva la cazuela, la tradición conserva el alma.

Quien tenga la gracia de asistir a una de esas pocas posadas auténticas lo sabe: al terminar, uno sale con frío en la cara, azúcar en la sangre y algo más difícil de nombrar en el pecho; una mezcla de gratitud y melancolía, de esperanza y conciencia de pérdida. Como si el corazón supiera que está participando en algo frágil y precioso, que se puede perder si se deja a la intemperie de la moda.

Lo que en realidad se pide

Si uno pudiera hacer silencio completo por un segundo en medio de una posada verdadera —apagar la bocina, detener el palo de la piñata, dejar la olla sin mover—, se escucharía otra cosa debajo del ruido. En la risa de los niños, en los chistes de los tíos, en el murmullo de las señoras, se adivina una súplica que no se canta en voz alta:

Que haya techo, que haya pan, que haya salud, que la familia no se rompa, que la noche no se quede fría, que Dios no pase de largo.

La letanía dice que dos peregrinos piden posada. Pero en cada puerta que se abre también entran los miedos de un año entero, las deudas, los pleitos, las reconciliaciones pendientes, las heridas que nadie ve. Y, sin embargo, esa noche se da algo que el resto del año no siempre encontramos: la sensación sencilla de estar acompañados.

Última luz

Mientras exista, en algún barrio de México, una noche de diciembre en la que se salga a la calle con velas en la mano; mientras un grupo de personas sencillas se reúna para cantar pidiendo posada de verdad; mientras una piñata de siete picos se rompa entre risas y una olla de ponche hierva en la estufa; mientras un niño guarde como tesoro su aguinaldo de bolsita transparente y alguien, desde la cocina, piense en silencio en las mujeres que le enseñaron a hacer todo eso, este país seguirá teniendo un lugarcito tibio en medio de tanto ruido.

Que no se nos acaben las posadas verdaderas. Que no las rebajemos a “evento” ni las mezclemos con lo que nada tiene que ver. Y que cada diciembre, al menos una vez, nos atrevamos a volver a ser ese pueblo que, gracias a las manos de sus abuelas, de sus tías, de sus madres, sabe todavía abrir la puerta cuando un Niño pobre llama y pide, con voz antigua y siempre nueva, posada.

sábado, 29 de noviembre de 2025

LOS MISTERIOS DE LA ORACIÓN

 

Una oración debe ser pronunciada estando profundamente conscientes de cada palabra. Las causas de ello se esconden no sólo en el hecho de que, de otro modo, sería una irreverencia ante Aquel a quien ella está dirigida, sino también en lo subsiguiente. La verdadera oración, el verdadero mensaje de la oración, no sólo consiste en las palabras mismas, sino principalmente en la actitud del corazón, en aquello que a partir del corazón atrae hacia Dios.

Si una oración es pronunciada  con profunda consciencia, vivida profundamente, podrías considerarlo como si en el alma se abrieran “receptores”: canales que hacen que el alma se haga receptora a las fuerzas de Dios. El alma percibe realmente el significado que se esconde tras las palabras que pronuncian los labios. Con ello nace en el alma un deseo de realización, de hacer realidad  las palabras pronunciadas, con lo que el alma reacciona como una flor que tiene hambre de la luz del sol: se abre completamente.

Por esta razón el alma que ora profunda y conscientemente, puede comenzar a sentirse unida con Dios. En ella todo es anhelo por lo celestial, y la luz divina se derrama completamente en esa alma. Este efecto nunca lo experimentará un alma que ora rápidamente y sin sentimiento, mecánica o automáticamente.

Este fenómeno explica por cierto también porqué un alma que ha sido llamada para ello, puede experimentar estados de verdadero éxtasis  durante la oración meditativa y contemplativa: Los deseos del alma pueden llegar a ser tan idénticos con los deseos de Dios, que el alma afluye completamente en Nosotros, y así comienza a tomar parte de la perfecta paz de corazón que es característica del corazón de Dios.

La paz de corazón se caracterizará básicamente por el flujo de la voluntad de Dios, en la del alma. Para alcanzar esa paz, el alma debe desear como primer paso la unidad con Dios (y con su Santísima Madre) y esforzarse por dejar escapar de sí toda percepción mundana. Por esta razón el alma debe saber vaciarse, para llegar a una oración fecunda.

Esta circunstancia es también la causa de la realidad de que almas santas reciben ciertas impresionantes concesiones a sus ruegos, si se dirigen a Dios o a la Santísima Virgen. Saben cómo sincronizarse tan totalmente con el corazón de Dios y con el corazón de la Madre, que  ambos pueden hacer fluir torrentes de gracias en esas almas, sin ningún impedimento.

Podemos ser instados a comprar un alimento, porque está empacado en una lata que tiene una etiqueta especialmente atractiva. Sin embargo podríamos preguntarnos: El contenido de la lata sabe mejor (o su valor alimenticio es mayor) en la medida que la etiqueta es más atractiva?

Básicamente es para Dios un ofensa cuando el alma le habla con palabras vacías. Se habla de palabras vacías cuando el corazón  no participa realmente. No son las palabras de los labios, sino son los sentimientos del corazón los que expresan nuestro deseo de entrar en contacto con Dios. Si el corazón está vacío de amor anhelante, nuestras lindas palabras parecerán antes bien un intento de engañar a Dios en lo que respecta a nuestro amor a Él.

Sin embargo nosotros no podemos reunir todos los días el mismo ardor en la oración, pero lo que cuenta es el deseo y en todo caso el esfuerzo de penetrar realmente en el corazón de Dios.

jueves, 27 de noviembre de 2025

EL MODERNISTA CARDENAL FERNÁNDEZ DA UN PASO ATRÁS ANTE EL CÚMULO DE PROTESTAS Y PERMITE QUE LOS FIELES SIGAN USANDO EL TÉRMINO CORREDENTORA COMO TÍTULO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

 

Ante el cúmulo de protestas y desacuerdos que se suscitaron en todo el mundo por su documento contra los títulos de la Santísima Virgen que consideraba podrían confundir pese a ser ciertos, el cardenal Fernández "Tucho" aclara que el uso de la expresión “Corredentora” no ha sido en modo alguno censurado en la devoción privada de los católicos. Las restricciones en Mater Populi Fidelis de  llamar a María Corredentora se aplica exclusivamente a los documentos oficiales de la Iglesia y no se extiende a los actos de piedad, los escritos espirituales ni la devoción privada de los católicos, etc.

En otras palabras, todos podemos seguir usando el título como siempre lo hemos hecho y, puesto que era evidente que de todos modos, el pueblo fiel íba a seguir haciéndolo, sale el Cardenal a "permitirlo".

 Cita textual del Cardenal: "Si tú, junto con tu grupo de amigos, crees entender bien el verdadero significado de esta expresión (Corredentora) [...], y deseas expresarlo precisamente así dentro de tu grupo de oración o entre amigos, PUEDES USAR EL TÍTULO".

Según el Cardenal, el documento buscaba precisión teológica, no prohibir la devoción personal. Por ello se sigue permitiendo, pues es una expresión usada hace siglos por santos y papas y es verdadera.

Como explicamos en un post anterior: "Resulta absurdo callar (suprimir en la práctica) una doctrina cuando lo que hace falta es explicarla y difundirla, como debe realizarse con todas las demás. De otra manera, con el mismo pretexto (de que podrían mal entenderse), habría que callar (suprimir en la práctica) también todas las otras verdades. Todo hace suponer que en realidad lo que pretende el cardenal "Tucho" es, con pretextos "ecuménicos", eliminar aquella doctrina que es DEMASIADO CATÓLICA para los protestantes (y también para modernistas como él)".

En realidad pareciera que la nueva "aclaración" es un necesario paso atrás por las protestas e inconformidad manifestada por el sentido de la fe del pueblo fiel, con la esperanza -en el Cardenal- de que el Modernismo dé dos pasos adelante en un futuro, conforme a la antigua estrategia de los quintacolumnistas.

Foto: Diane Montagna.

miércoles, 26 de noviembre de 2025

RESULTA ABSURDO CALLAR UNA DOCTRINA CUANDO LO QUE HACE FALTA ES EXPLICARLA Y DIFUNDIRLA



San Juan Henry Newman, recientemente proclamado Doctor de la Iglesia por Su Santidad el Papa León XIV, defendió el título de Corredentora ante un prelado anglicano que se había negado a reconocerlo. Declaró: 

«Cuando te encontraran con los Padres llamándola Madre de Dios, Segunda Eva, Madre de todos los vivientes, Madre de la Vida, Estrella de la Mañana, Nuevo Cielo Místico, Cetro de la Ortodoxia, Madre Inmaculada de la Santidad y títulos semejantes, habrían considerado una pobre compensación por tal lenguaje el que protestaras contra que se la llamara Corredentora».

El término Corredentora, que por sí mismo denota una simple cooperación en la Redención de Jesucristo, lleva desde hace varios siglos, tanto en el lenguaje teológico como en la enseñanza del Magisterio ordinario, el significado específico de una COOPERACIÓN secundaria y dependiente. Luego, basta enseñar este carácter secundario y dependiente de la función de María en dicha cooperación. Resulta absurdo callar (suprimir en la práctica) una doctrina cuando lo que hace falta es explicarla y difundirla, como debe realizarse con todas las demás. De otra manera, con el mismo pretexto (de que podrían mal entenderse), habría que callar (suprimir en la práctica) también todas las otras verdades. 

Todo hace suponer que en realidad lo que pretende el cardenal "Tucho" es, con pretextos "ecuménicos", eliminar aquella doctrina que es DEMASIADO CATÓLICA para los protestantes (y también para modernistas como él). Afortunadamente, la mayoría del pueblo fiel con su sensus fidei ha rechazado esta imposición contraria al honor de la Santísima Virgen, aunque no faltarán los ingenuos que, de buena fe, sí caigan en la trampa.

martes, 25 de noviembre de 2025

EL PECADO DE IMPUREZA ES PECADO MORTAL Y TE PUEDE LLEVAR AL INFIERNO


PECADO MORTAL DE IMPUREZA
(De obra)

1.-El adulterio
2.-La fornicacion
3.-La masturbacion
4.-La pornografía (películas, revistas, internet, etc.)
5.-Perversiones sexuales (homosexualidad, pedofilia, sadismo, etc)
6.-Incesto
7.-Destruir la inocencia infantil 
8.-Estupro, rapto y violación
9.-Empleo de modas provocativas
10.-Conversaciones deshonestas
11.-Bailes provocativos o peligrosos 
12.-Familiaridades gravemente inconvenientes, etc.

PECADO MORTAL DE IMPUREZA
(Internos)

1.-La complacencia aceptada en un mal pensamiento o el deleitarse voluntariamente en la imaginación de un pecado impuro.
2.-El gozarse en los pecados de impureza ya cometidos; el dolerse de no haber aprovechado pecar.
3.-Deseos ineficaces o los deseos voluntarios de realizar un acto impuro.
4.-Los Deseos eficaces son las desiciones voluntarias de llevar a cabo una acción impura aunque por cualquier motivo no llegase a realizar.
5.-Malas miradas (voluntarias o aceptadas al momento de advertirlas).

Atended que este delito (la impureza) es el que arrastra mayor número de almas al Infierno.
Asegura San Remigio que la mayor parte de los condenados lo son por causa de este pecado. Del mismo sentir es el P. Señeri, siguiendo a San Bernardo (T. 4, Serm. 21), y San Isidoro (L. 2, sent., c. 39). Santo Tomás dice que este pecado es muy agradable al demonio, porque, el que cae en este muladar del Infierno, queda pegado en él y no puede casi levantarse.
Este vicio quita hasta la luz, y el pecador queda tan ciego, que casi llega a olvidarse de Dios, dice San Lorenzo Justiniano. (De lib. vit., Os., v, 4.).  Desconoce a Dios, no obedece ya ni a Dios ni a la razón; sólo obedece a la voz de los sentidos, que le arrastra a obrar como un bruto.

domingo, 23 de noviembre de 2025

LAS FOTOGRAFIAS Y SU EFECTO CONTRARIO



23 de noviembre de 1927. Ciudad de México.

El fusilamiento del Padre Miguel Agustín Pro no fue un evento oculto; fue, paradójicamente, una ejecución convocada para la prensa. La intención del Estado, en el clímax de la persecución religiosa, era usar el paredón como herramienta de propaganda y escarmiento. Para ello, se invitó a redactores y, crucialmente, a fotógrafos.

Las cámaras, testigos silenciosos, no inmortalizaron una  humillación, sino un martirio. ​El impacto fue inmediato y devastador para los verdugos.  Mientras, desde los balcones de "Excélsior", los redactores vieron a gente del pueblo arrodillarse y hacer la señal de la cruz al escuchar los disparos, transformando el patio de ejecución en un inesperado calvario.

Al presenciar la dignidad del martirio, los responsables de la ejecución sintieron flaquear su fortaleza. El plan propagandístico se había revertido. Si antes estaban entusiasmados invitando a los reporteros, pronto se sintieron arrepentidos. 

​La policía, "vuelta loca," se lanzó a una frenética cacería documental, intentando recoger las pruebas fotográficas. Querían evitar que la imagen del sacerdote santo circulara.

Sin embargo, el testimonio gráfico se salvó. El fotógrafo, el mayor de la dinastía Casasola, logró sacar varias de las fotografías del país. Embajadas y legaciones cooperaron para preservar estos preciosos documentos. Estas imagenes llegaron al extranjero, evidenciando la dura persecución que se vivía en México.
 
                                 -oOo-

Ningún santo llega al Cielo amargado, triste o decepcionado. La alegría del cristiano es decir: "No me pueden quitar la vida porque yo ya la di, ya la entregué como regalo». 
P. Miguel Pro, ruega por nosotros🙏🏻

¡VIVA CRISTO REY!

sábado, 22 de noviembre de 2025

¿PUDIERA SER NECESARIA LA RESISTENCIA A LA AUTORIDAD?



El Papa, comúnmente, debe ser obedecido siempre. Cuando habla infaliblemente DEFINIENDO ex cathedra sus enseñanzas deben ser creídas con fe divina para permanecer católicos, pero eventualmente hablando como doctor privado no infalible pudiera llegar a sostener algún error doctrinal, también puede llegar a errar ocasionalmente al mandar algo contrario a la Tradición de la Iglesia, en tales casos la obediencia deja de ser obligatoria e incluso la resistencia sería necesaria, pues la Sagrada Escritura establece que SE DEBE obedecer a Dios antes que a los hombres.

Como sabemos una de las doctoras de la iglesia muy sonada es santa Catalina de Siena , ella corrigió al Papa, como más adelante veremos.

San Bruno, obispo de Segni, se opuso al Papa Pascual II que había cedido al emperador Enrique V en la cuestión de las investiduras, y le escribió: "Yo os estimo como a mi Padre y señor (...) debo amaros; pero debo amar más aun a Aquel que os creó a Vos y a mí (...) yo no alabo el pacto (firmado por el Papa) tan horrendo, tan violento, hecho con tanta traición, y tan contrario a toda piedad y religión".

En el sínodo provincial de 1112, con la asistencia y aprobación de San Hugo de Grenoble y San Godofredo de Amiens, se envió a Pascual II una carta, donde se lee: "Si como absolutamente no lo creemos, escogierais otra vía, y os negarais a confirmar las decisiones de nuestra paternidad, válganos Dios pues así nos estaréis apartando de vuestra obediencia".

San Norberto de Magdeburgo, fundador de los monjes canónigos premostratenses, ante el peligro que el Papa Inocencio II cediera al emperador Lotario III, en las investiduras, dijo: "Padre ¿qué vais a hacer? ¿A quien entregáis las ovejas que Dios os ha confiado, con riesgo de verlas devorar? Vos habéis recibido una Iglesia libre. ¿Vais a reducirla a la esclavitud? La Silla de Pedro exige la conducta de Pedro. He prometido por Cristo, la obediencia a Pedro y a Vos. Pero si dais derecho a esta petición, yo os hago oposición a la faz de toda la Iglesia".

Vitoria, el gran teólogo dominico del siglo XVI, escribe: "Si el Papa, con sus órdenes y sus actos, destruye la Iglesia, se le puede resistir e impedir la ejecución de sus mandatos".

Suárez afirma: "Si (el Papa) dictara una orden contraria a las buenas costumbre, no se le ha de obedecer; si tentara hacer algo manifiestamente opuesto a la justicia y al bien común, será licito resistirle; si atacara por la fuerza, por la fuerza podrá ser repelido" ("De Fide").

Santo Tomás de Aquino, Doctor de la Iglesia, expresó: "Habiendo peligro próximo para la fe, los prelados deben ser argüidos, inclusive públicamente, por los súbditos. Así, San Pablo, que era súbdito de San Pedro, le arguyó públicamente". Gal II, 14. 

Como sabemos una de las doctoras de la Iglesia muy sonada es santa Catalina de Siena , ella corrigió al papa:  "Padre ¿qué vais a hacer? ¿A quien entregáis las ovejas que Dios os ha confiado, con riesgo de verlas devorar? Vos habéis recibido una Iglesia libre. ¿Vais a reducirla a la esclavitud? La Silla de Pedro exige la conducta de Pedro. He prometido por Cristo, la obediencia a Pedro y a Vos. Pero si dais derecho a esta petición, yo os hago oposición a la faz de toda la Iglesia".


viernes, 21 de noviembre de 2025

CUANDO LA “OPORTUNIDAD” SE VUELVE DOGMA: LA NOTA MATER POPULI FIDELIS Y LA PROTESTANTIZACIÓN SILENCIOSA DE LA MARIOLOGÍA


Por Óscar Méndez Oceguera

I. Roma habla: un documento breve, un movimiento profundo

El 4 de noviembre de 2025 el Dicasterio para la Doctrina de la Fe publicó la Nota doctrinal sobre algunos títulos marianos referidos a la cooperación de María en la obra de la salvación, conocida ya por su subtítulo: Mater Populi fidelis. El texto, firmado por el prefecto y su secretario, y expresamente aprobado por el Papa, pretende fijar “criterios” sobre el uso de ciertos títulos marianos, en particular dos que han marcado la teología y la piedad de los últimos siglos: Corredentora y Mediadora de todas las gracias.

En su faz amable, el documento insiste en la maternidad espiritual de la Virgen, fomenta expresiones como “Madre del pueblo fiel”, “Madre de la Iglesia”, “Madre de la gracia”, y ofrece una panorámica bíblica general sobre su presencia en la historia de la salvación. Pero el núcleo real de la Nota se condensa en unas pocas afirmaciones:

• Que el título “Corredentora” es “siempre inoportuno” para expresar la cooperación de María en la obra de la salvación, pues podría “oscurecer la única mediación salvífica de Cristo” y crear “desequilibrios” en la presentación de la fe.

• Que el título “Mediadora”, aunque presente en la tradición, debe entenderse solo en un sentido muy amplio y subordinado, evitando fórmulas como “Mediadora de todas las gracias”, consideradas hoy “ambiguas” o teológicamente problemáticas.

No estamos ante una mera nota de pie de página. En la práctica, un dicasterio romano, con la firma pontificia, pide a la Iglesia que retire del vocabulario vivo dos nombres que, durante generaciones, han sido pronunciados sin rubor por santos, doctores, papas, predicadores y fieles: María Corredentora, Mediadora de todas las gracias. No se los declara heréticos; se los declara “inoportunos”. Es un matiz que, leído con calma, revela un desplazamiento más serio de lo que su brevedad dejaría suponer.

II. El nuevo criterio: de la verdad a la “oportunidad de comunicar”

La Nota se presenta como un ejercicio de equilibrio: pretende superar, dice, los “maximalismos” marianos y los “minimalismos” fríos, proponiendo un “justo medio” que conservaría lo esencial y evitaría excesos. Se apela una y otra vez a la pastoralidad del lenguaje, a la necesidad de ser comprensibles, a la preocupación ecuménica y a la armonía de las verdades.

Nada de eso sería problemático si el criterio último siguiera siendo el de siempre: la fidelidad a la Tradición viva de la Iglesia, tal como se expresa en los Padres, en los Doctores y en el magisterio preconciliar. Lo llamativo es que el metro de medida que se deja entrever no es éste, sino otro: la “oportunidad de comunicar” en un contexto marcado por cinco siglos de crítica protestante a la mariología católica.

El documento no demuestra que llamar a María Corredentora sea teológicamente falso; sostiene que es “siempre inoportuno”. No prueba que la expresión “Mediadora de todas las gracias” contradiga un dogma definido; sugiere que su uso puede “confundir”. El criterio deja de ser, así, la coherencia con lo que enseñaron san Alfonso, san Bernardo, san Ildefonso, san Pío X, Benedicto XV o Pío XII, para convertirse en algo mucho más movedizo: qué resulta soportable para la sensibilidad religiosa hoy dominante, moldeada por una cultura donde la figura de María ha sido sistemáticamente reducida.

Ahí se ve el punto delicado: lo que durante siglos fue reproche externo —“los católicos exageran con María y oscurecen a Cristo”— se convierte hoy en autocensura interna. El discurso oficial de la Iglesia comienza a revisarse no desde la plenitud de su propia fe, sino desde la incomodidad del interlocutor protestante. En lugar de proponer la verdad recibida con paciencia y claridad, se tiende a rebajarla para que no choque demasiado. La mariología se reescribe a la baja para no parecer “demasiado católica”.

Es precisamente ahí donde cabe hablar, sin estridencias, de una protestantización silenciosa: ya no hace falta negar doctrinas de frente; basta con declararlas “inoportunas” y empujarlas hacia los márgenes hasta que, por desuso, se desvanezcan.

III. San Alfonso María de Ligorio: la voz del Doctor que recoge a toda la Iglesia

Frente a este nuevo criterio el católico de buena memoria tiene el deber de preguntar: ¿qué ha dicho, durante siglos, la Iglesia sobre la cooperación de María en la Redención y sobre su mediación en la gracia? Una de las voces más autorizadas para responder no es la de un teólogo “maximalista” contemporáneo, sino la de un Doctor de la Iglesia: san Alfonso María de Ligorio.

San Alfonso no habla en nombre de una devoción particular, sino desde el corazón mismo de la tradición católica. Sus páginas sobre la Virgen no son arrebatos sentimentales, sino síntesis ordenadas de la vox Ecclesiae. Al tratar del papel de María en la salvación, recoge primero a Santo Tomás —el Aquinate— para recordar que los santos, dotados de abundante gracia, pueden cooperar a la salvación de muchos; y añade algo decisivo: la Santísima Virgen “mereció tanta gracia que puede salvar a todos”. Es decir, la amplitud de su cooperación no es puntual, sino universal.

Citando a san Bernardo, san Alfonso resume la intuición central de toda la mariología clásica:

"Dios puso en María la plenitud de todo bien, de modo que, si esperamos gracia y salvación, debemos reconocer que proceden de su sobreabundancia; tal es la voluntad de Aquel que quiso que todo lo tuviéramos por medio de María".

Esta frase, aparentemente simple, condensa una arquitectura teológica compleja. En ella convergen: la lectura tradicional de la Escritura, que ve en la Sabiduría y en la Mujer del Génesis figuras de la Virgen; la experiencia litúrgica de la Iglesia, que se dirige a María como “vida, dulzura y esperanza nuestra”; y la reflexión escolástica sobre las causas instrumentales, capaces de comunicar efectos que proceden en primer lugar sólo de Dios.

San Alfonso no se limita a sus propias intuiciones. Si algo caracteriza su estilo es la capacidad de convocar un coro. En pocas páginas, al hablar de la mediación mariana, hace desfilar a san Efrén, san Ildefonso, san Pedro Damián, san Bernardo, san Juan Damasceno, san Germán, san Anselmo, san Antonino y otros autores graves. Todos coinciden, con matices, en la misma idea: que nuestra esperanza de salvación no mengua, sino que crece, cuando reconocemos que las gracias de Dios nos llegan por mediación de la Madre.

Cuando la Nota actual insinúa que la afirmación de una Mediación universal mariana es teológicamente “peligrosa”, está desautorizando en bloque a un Doctor de la Iglesia y a la tradición que éste resume.

IV. San Luis María Grignion de Montfort: El profeta contra los "escrúpulos" modernos

Si San Alfonso María de Ligorio nos da la certeza moral y canónica, San Luis María Grignion de Montfort nos da la clave del corazón de Dios. Omitir su figura en el debate actual es un silencio atronador, pues nadie como él explicó por qué Dios, siendo Todopoderoso, insiste en servirse de María.

Su "Tratado de la Verdadera Devoción" no es un libro de sentimientos piadosos; es un tratado de lógica divina que responde, con tres siglos de adelanto, a los miedos y cautelas de la Nota Mater Populi fidelis.

 No es "oportunidad", es el diseño del Arquitecto

La Nota vaticana sugiere que los títulos de Corredentora o Mediadora son hoy "inoportunos", como si fueran un adorno pasado de moda que se puede quitar para no molestar. Montfort responde con una verdad de granito: Dios no cambia de estrategia a mitad de camino.

El argumento es sencillo y profundo: Dios Padre pudo haber creado el mundo y salvado al hombre sin María; no tenía una necesidad absoluta de Ella. Pero, habiendo decidido encarnarse, quiso necesitarla. Es una elección libre y soberana de Dios. Montfort sentencia: "Así como Él vino al mundo por medio de la Santísima Virgen, también por medio de Ella debe reinar en el mundo".

Si la entrada de Cristo en la historia (la Encarnación) dependió del "Sí" y de la carne de María, la continuación de su obra (la distribución de la gracia) sigue el mismo camino. Dios es un Arquitecto coherente: no construye la puerta principal para luego obligarnos a entrar por la ventana. Negar hoy la mediación de María no es "modernizar" la fe; es pretender corregir el plano que Dios mismo dibujó.

El miedo a "darle demasiado": los falsos devotos

Es estremecedor leer a Montfort hoy, porque describe con precisión quirúrgica la mentalidad que parece haber inspirado el documento actual. Él habla de los "devotos escrupulosos": personas que tienen miedo de deshonrar al Hijo si honran demasiado a la Madre.

Son los que preguntan: "¿Por qué tanta María? ¿No basta con Jesucristo? ¿No es esto un obstáculo?". A este temor, que hoy se presenta como prudencia pastoral, Montfort responde con una imagen preciosa y clarificadora: María no es un muro que tapa el sol, sino un eco y un espejo.

"Cuando tú dices María, ella dice Dios. Cuando tú alabas a María, ella alaba a Dios".

Un espejo no roba la luz, la refleja. Un eco no crea la voz, la repite y amplifica. Lejos de oscurecer la mediación única de Cristo, la mediación de María la confirma y la facilita. Quitar el eco no hace que la Voz se oiga más fuerte; hace que el sonido se pierda en el vacío.

El Espíritu Santo y su Esposa inseparable

Hay un punto final que despeja cualquier confusión sobre la "Mediadora de todas las gracias". Montfort nos recuerda que la obra de santificación es tarea del Espíritu Santo, pero que el Espíritu ha decidido no actuar sin su Esposa, María.

No es que el Espíritu Santo sea débil; es que es fiel a su propio Amor. Decir que María es Mediadora de las gracias no significa que Ella sea la dueña del tesoro (que es Dios), sino que es la tesorera elegida por el Rey. Negar este título bajo el pretexto de "cuidar la fe" es ignorar la profunda unión que existe entre el Espíritu de Dios y la Virgen.

Frente a la complejidad de una teología de oficina que pone trabas, Montfort ofrece la experiencia de los santos: María es el camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a Cristo. Rechazar la mediación universal de María no es prudencia; es una especie de orgullo inconsciente, como quien rechaza la mano que se le tiende para ayudarle a subir la montaña.

V. De Pío IX a Pío XII: un siglo de papas en la misma dirección

San Alfonso y San Luis María no están solos. El siglo que va de la definición de la Inmaculada Concepción (1854) a la de la Asunción (1950) está marcado por un extraordinario desarrollo mariológico en el magisterio pontificio. Basta seguir una línea de nombres: Pío IX, León XIII, san Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII.

Pío IX, en Ineffabilis Deus, presenta a la Virgen unida “con vínculo apretadísimo e indisoluble” al Hijo y participando con Él en la lucha contra la serpiente. No usa aún la palabra “Corredentora”, pero describe claramente a María como asociada al combate redentor, aplastando la cabeza del enemigo con su pie inmaculado.

León XIII da pasos más largos. En sus encíclicas sobre el Rosario habla de la Virgen “asociada a la obra de la salvación del género humano”, recordando cómo ofreció voluntariamente a su Hijo en el Calvario y “murió en su corazón” con Él. En Adjutricem populi une explícitamente dos aspectos que la Nota de hoy tiende a separar: llama a María “cooperadora de la redención humana” y, al mismo tiempo, la presenta como “dispensadora de la gracia que fluye de esa redención”. Es decir: no sólo está asociada a la adquisición de la gracia; también a su distribución.

San Pío X, en Ad diem illum, profundiza esta línea. Señala que, por la comunión de voluntad y de dolores entre Cristo y María, la Virgen “mereció convertirse con toda legitimidad en reparadora del orbe perdido” y, por tanto, en “dispensadora de todos los bienes que Jesús nos ganó con su muerte y su sangre”. Bajo su pontificado, el Santo Oficio elogiará la costumbre de llamar a María “nuestra Corredentora” y concederá indulgencias a la recitación de una plegaria donde se la invoca con ese título. No era, por tanto, un término sospechoso; era un término aprobado y alentado oficialmente.

Benedicto XV, en la carta Inter Sodalicia, llega a decir que la Virgen, asociándose a la Pasión, “sufrió como si ella misma hubiera muerto” y que, “hasta donde de Ella dependía, inmoló a su Hijo para apaciguar la justicia divina, de modo que se puede decir con razón que, junto con Él, redimió al género humano”. A la vez, afirma que las gracias que proceden del tesoro de la Redención “nos llegan, por así decir, de las manos de la Virgen dolorosa”. Es difícil encontrar una formulación más clara de Corredención y Mediación universal.

Pío XI será el primero en emplear el título de Corredentora en labios del propio Papa, refiriéndose a María como “corredentora nuestra y asociada a los dolores de Cristo”, y justificando ese nombre con una frase de una lógica aplastante: “por la naturaleza de su obra, el Redentor debió asociar a su Madre a su obra. Por eso la llamamos Corredentora”.

Finalmente, Pío XII, en Mystici Corporis y Ad Caeli Reginam, insiste en que María estuvo “estrechamente asociada” a Cristo en la Redención, cooperando de modo singular a nuestra salvación. Aunque evita el término “Corredentora”, la realidad que éste expresa está por completo asumida.

Este breve recorrido muestra algo evidente: lejos de ser un “invento devocional marginal”, la idea de María como cooperadora de la Redención y Mediadora de las gracias ha sido promovida por el magisterio pontificio como parte de una línea continua. Cuando Mater Populi fidelis pide que se abandone el término Corredentora y se sospeche de la Mediación universal, no corrige un exceso aislado; se coloca en tensión con todo un siglo de doctrina papal.

VI. Sangre y Encarnación: el argumento biológico inverso

En este contexto, una de las objeciones más repetidas hoy —también en ambientes que se presentan como muy “fieles” a Roma— es la de la sangre: “solo la sangre de Cristo salva”, se dice; “ningún otro sufrimiento, ni siquiera el de María, puede entrar en la causalidad de la Redención”. Con ello se pretende proteger la unicidad del sacrificio del Hijo, pero a costa de caer en un reduccionismo peligroso.

La primera respuesta, como ya se ha dicho, es recordar que la eficacia redentora no reside en la sangre como materia, sino en la persona que la derrama: el Verbo encarnado, ofreciendo su vida al Padre en un acto de amor obediente. La sangre es redentora en cuanto signo sacrificial de ese acto único.

Pero incluso aceptando, por un momento, ese lenguaje simplificado de “solo la sangre”, surge una pregunta que no se puede eludir: ¿de quién es esa sangre? La humanidad de Cristo no procede de una mezcla de padre y madre; procede, por voluntad divina, solo de la Virgen. No hay padre biológico humano. La carne y la sangre con las que el Hijo se ofrece en el Calvario han sido tomadas, por milagro del Espíritu Santo, del seno de María.

La tradición no ha dudado en afirmarlo con palabras muy concretas: el cuerpo de Jesús fue formado del “purísimo sangre y carne” de la Virgen. Esto significa que la sangre derramada en el Calvario es, en cuanto humana, sangre recibida de María. Por eso su cooperación al sacrificio no es sólo moral, sino también, en cierto sentido, física: ella ha dado la materia misma del sacrificio.

Si alguien insiste en que “solo la sangre salva”, la respuesta, profundamente católica, es ésta: sí, pero la sangre que salva es sangre mariana en su origen humano. Sin el “fiat” de la Anunciación, sin la decisión libre de esa Mujer y sin su aportación biológica única, no habría habido humanidad que ofrecer ni sangre que derramar. Ningún apóstol, ningún mártir puede decir lo mismo.

Esta verdad no relega a Cristo; lo ensalza. Muestra hasta qué punto quiso hacer depender su obra de la cooperación de su Madre, sin necesidad, pero por amor. Desligar la cruz de la Encarnación —y, por tanto, de María— en nombre de un mal entendido “solo la sangre” es, en el fondo, deshacer el propio tejido del misterio cristiano.

VII. Recapitulación: Adán y Eva, Cristo y María

Más antigua aún que las formulaciones de san Alfonso o de Pío XI es la intuición de un Padre del siglo II, Ireneo de Lyon, para quien la historia de la salvación se despliega como una recapitulación: Dios rehace, en Cristo, todo lo que Adán deshizo. Y en esa reescritura, la mujer está siempre en el cuadro.

Ireneo ve dos pares en tensión y simetría:

• El primer Adán y la primera mujer, cuya desobediencia abre la puerta al pecado y a la muerte.

• El Nuevo Adán y la Nueva Eva, cuya obediencia abre la puerta a la gracia y a la vida.

“El nudo de la desobediencia de Eva —dice Ireneo— fue desatado por la obediencia de María”. El cristianismo primitivo no concibe la Redención como un acto individual aislado, sino como un drama donde una mujer coopera real y libremente con el Hombre-Dios. Sin esa colaboración, la economía de la salvación pierde su simetría profunda.

La Corredención mariana, entendida como cooperación subordinada pero verdadera a la obra redentora de Cristo, no es, pues, un invento tardío. Está prefigurada en esta tipología Adán/Eva – Cristo/María, que constituye uno de los cimientos más antiguos de la teología cristiana. Arrancar hoy a María de esa ecuación es debilitar la misma lógica con la que los Padres leían la Escritura.

Por eso, cuando la Nota actual sugiere que las expresiones fuertes sobre la cooperación de María son “exageraciones” posteriores, conviene recordar que el cristianismo nació ya con la conciencia clara de que la mujer llamada “bendita entre todas” no era un decorado devocional, sino una pieza estructural del plan de Dios.

VIII. Redención objetiva y redención subjetiva: quién adquiere, quién distribuye

Otro malentendido recurrente, que alimenta temores injustificados, consiste en confundir la Redención objetiva con la Redención subjetiva.

La primera es el acto único por el cual Cristo, mediante su pasión y muerte, satisface plenamente, reconcilia al género humano con el Padre y abre las puertas de la gracia. Ese acto es obra exclusiva del Verbo encarnado; sólo Él, en cuanto Dios y hombre, podía pagar la deuda del pecado de manera condigna. Ninguna criatura —ni siquiera María— puede ponerse en ese plano.

La segunda se refiere a la aplicación histórica de esos méritos infinitos a cada alma concreta: a cómo la gracia, adquirida de una vez para siempre, llega a los hombres en el tiempo, por medio de los sacramentos, de la predicación, de los acontecimientos providenciales, de la intercesión de los santos. En este nivel, Dios ha querido asociar a muchas criaturas —comenzando por los apóstoles y por la Iglesia entera— como instrumentos reales.

Es en este plano donde la tradición sitúa de modo eminente a María como Mediadora de todas las gracias. Cristo es el único Redentor objetivo; pero en la distribución de los frutos de su sacrificio, Él mismo ha querido servirse de caminos ordinarios, y el más eminente de esos caminos es la mediación de su Madre. Nada se le quita a Cristo al reconocerlo; al contrario: se proclama que su omnipotencia es tan grande que puede compartir la eficacia distributiva de su obra sin perder un ápice de gloria.

Quien acusa a la Mediación universal mariana de “robar” algo a Cristo suele cometer, sin advertirlo, un error de planos: atribuye a María la adquisición principal del mérito —que nadie le atribuye— y, a partir de esa caricatura, se escandaliza. Pero los santos y los papas han hablado con mucha más precisión: Cristo es la fuente única; María es el cauce querido por Dios para que el agua llegue a los campos. Quitar el cauce no aumenta la gloria de la fuente; deja, más bien, a la tierra reseca.

IX. Magisterio, rango y resistencia filial

Llegados aquí, la pregunta ya no es solo teológica, sino eclesial: ¿qué pesa más, en conciencia, para un católico fiel? ¿La enseñanza reiterada de santos, doctores y papas a lo largo de siglos, o una Nota de dicasterio de carácter prudencial y pastoral, nacida bajo la sombra del ecumenismo contemporáneo?

Lo que san Alfonso, san Luis María, san Bernardo, los Padres sobre la Nueva Eva y los papas de Pío IX a Pío XII han enseñado constituye un tejido doctrinal sólido, que el pueblo cristiano ha respirado durante generaciones. No todo ha sido definido solemnemente ex cathedra, pero no por eso deja de formar parte de ese magisterio ordinario universal que marca la dirección de la fe. La Iglesia no vive sólo de definiciones aisladas, sino de la continuidad de su enseñanza viva.

Mater Populi fidelis, en cambio, es un documento breve de la Curia romana, anclado en un momento histórico concreto, que no desarrolla la mariología preconciliar, sino que la recorta por motivos de “oportunidad”. No estamos ante un dogma que viniera a corregir un error anterior, sino ante una indicación que invita, en la práctica, a silenciar títulos y conceptos que el propio magisterio anterior había legitimado y promovido.

En esa situación, la verdadera obediencia no consiste en aplaudir sin discernimiento cada gesto de una oficina, sino en permanecer fieles a la Tradición. Se puede acoger con respeto lo que el documento recuerde de verdadero —la unicidad de la mediación de Cristo—, pero no se está obligado a renegar de la Corredención y de la Mediación universal como si fuesen excesos, cuando la Iglesia de siempre las ha considerado tesoros. Negarse a esa renuncia no es desobedecer al Papa; es no desobedecer a todos los Papas y santos que le precedieron.

La resistencia que aquí se pide no es la del grito, sino la de la perseverancia silenciosa: seguir enseñando, predicando y rezando según la fe de siempre, incluso si el clima oficial mira con recelo ese lenguaje.

X. El verdadero nombre de la oportunidad

Al final, la cuestión no es si conviene llamar a María Corredentora o Mediadora de todas las gracias “en este momento”, como si la verdad fuese un producto de marketing que se ajusta a encuestas. La cuestión es si estamos dispuestos a dejar que la historia, la teología, la Escritura y la Tradición hablen con la libertad con que han hablado siempre, o si vamos a dejar que la sombra de la Reforma protestante dicte, por vía de complejos, los límites de nuestro amor a la Madre.

La única “oportunidad” verdaderamente católica es ésta: aprovechar el escándalo de la Nota para volver a las fuentes, dejar que san Alfonso, Montfort, Ireneo, Bernardo, Pío X, Benedicto XV, Pío XI y Pío XII nos recuerden lo que la Iglesia ha visto con tanta claridad. Volver a decir, sin miedo y sin estridencias, que la sangre derramada en el Calvario es sangre tomada de María; que el nudo de la historia se ató con una mujer y se desató con otra; que Cristo es tan Redentor que puede asociar a su Madre a la distribución de sus méritos sin empobrecerse; que la Virgen no es un borde decorativo de la cruz, sino la asociada única al sacrificio del Hijo, en el orden de la gracia.

Quien proclama esto no oscurece a Cristo. Simplemente se niega a aceptar que la mejor amiga del Niño de Belén y del Crucificado del Gólgota tenga que pedir perdón por ser quien es.

Quizá, en última instancia, el juicio sobre Mater Populi fidelis se resuma en la confrontación entre el temor de los hombres y la certeza de los santos. Frente a la timidez de una Nota que teme “desequilibrios”, se alza la voz de gigante de San Luis María Grignion de Montfort recordándonos que María no es un obstáculo para llegar a Jesús, sino el camino más corto y el espejo más limpio.

Entre la prudencia administrativa de quienes ven en estos títulos un problema ecuménico, y la audacia de quienes, como Montfort o San Alfonso, vieron en ellos la voluntad positiva de Dios, un católico sabe perfectamente dónde ponerse de rodillas: ante Aquel que quiso, desde toda la eternidad, que todo lo tuviéramos por medio de María.


miércoles, 19 de noviembre de 2025

José Antonio Ortega: “La aceptación y la normalización del pecado es intolerable en la Iglesia”


Recientemente se ha viralizado un vídeo en el que un joven de Sevilla increpa a un sacerdote dominico llamándolo traidor mientras presidía una Misa del colectivo LGTBI en la iglesia de Santa María la Real de la capital sevillana. Nos hemos puesto en contacto con el joven, que reflexiona sobre todo lo acontecido.

¿Podría describir brevemente en que circunstancias se produjeron los hechos?

La asociación “ICHTYS”, la cual organiza actos, talleres y misas de “acogida” a la comunidad LGTBIQ+ convocó una misa el pasado 15 de noviembre en la Iglesia de Santa María la Real. Esta misma Iglesia es la misma que una semana antes negaba las exequias a jóvenes víctimas del terrorismo comunista y socialista, lo cual va contra el Código de Derecho Canónico.

Un grupo de jóvenes descontentos del grupo Orate nos acercamos a la iglesia para ver exactamente de qué trataría la convocatoria (no ponía muy claro si era una misa, una charla…). Efectivamente, confirmando nuestras sospechas, se trataba de un acto de acogida a la comunidad LGTBIQ+, pero no con la intención de iluminarles bajo la luz de Cristo y su Evangelio así como de convertirles, sino con una clara intención de que se perpetúen en su pecado y sigan viviendo en el mismo de manera orgullosa.

Al descubrir que era una misa, los jóvenes pretendíamos actuar al finalizar la misma, pero dada la cantidad de abusos litúrgicos y el esperpento al que acontecíamos, en el turno de la Oración de los Fieles en el cual los feligreses podían compartir (con el beneplácito del sacerdote) peticiones personales (a cada cual más extensa y herética), decidí intervenir aprovechando esa ocasión y reprochar así al sacerdote su actitud desleal tanto a Cristo como a su ministerio. Por supuesto, no podíamos aguantar un segundo más ese bochorno y por eso se decidió actuar en ese momento (no esperando así al final de la misa) para posteriormente abandonar el templo.

¿Por qué denunció con contundencia la apología LGTBI que se hace desde algunos sectores de la Iglesia?

La aceptación y la normalización del pecado es intolerable en la Iglesia. ¿Alguien se imaginaría un altar envuelto con una bandera que apoye el aborto? Sinceramente, en cuanto me enteré de que se iba a celebrar ese acto o misa, no dudé un segundo en mis intenciones. Creo que la infiltración LGTB y de la Ideología de género, consecuencias de una iglesia cada vez más modernista, es uno de los principales problemas actuales que sufrimos y que deben ser acatados de inmediato. Solo tenemos que echar la vista al norte de Europa y ver a los obispos alemanes.

España, “martillo de herejes, cuna de San Ignacio, Luz de Trento…”, esa misma España, esa misma Iglesia española no puede verse prostituida ni vendida al Mundo y lo mundano por 30 monedas.

¿Por qué es esencial que los católicos reaccionen ante el blanqueamiento del pecado?

Cristo, dada la ocasión, no dudó ni un segundo en vociferar la Verdad, en sacar el látigo y emplearlo en el Templo contra todos los judíos que lo penetraban. Es la actitud que todo católico debería tener ante estos bochornos y barbaridades. Si alguno piensa que en estos casos toca dialogar y resolver de manera pacífica y democrática… se ha equivocado de religión. Nuestra religión se defiende con la espada y un Rosario en la mano, no con el catolicismo “hippie” que los modernistas nos quieren vender.

La misma actitud tuvieron los apóstoles, que, pese a ser perseguidos y amenazados de muerte por los judíos, siguieron predicando el Evangelio sin importar las consecuencias.

Tenemos una legión de santos y mártires a nuestras espaldas que observan impasiblemente nuestro actuar. Debemos estar a la altura, y eso tengan claro que no se consigue con tibieza e idioteces.

¿Esperaba tal repercusión de su denuncia y que se viralizase el vídeo?

Esperaba que saliese en algún periódico y que se hiciese viral por redes sociales, pero ni mucho menos que fuese a salir en telediarios, que me escribiesen de los canales generalistas de televisión para intervenir en directo (con los cuales por supuesto nos negamos a colaborar) y que ocupase titulares de decenas de periódicos de renombre a nivel nacional.

¿Ha recibido muchas muestras de apoyo?

Muchas: cientos y miles de muestras de apoyo tanto por redes como de manera personal. Muestras de apoyo por parte de amigos, conocidos y fieles y sacerdotes de todo el mundo que simplemente vieron el vídeo y se pusieron en contacto conmigo para trasmitirme la enhorabuena. Me llenan de esperanza esas muestras de apoyo y me hacen pensar que todavía queda algo de resistencia en la Iglesia… ahora solo queda que se actúe con contundencia, y a ser posible, que no seamos los laicos los que tengamos que enseñarle la sana doctrina a los curas y obispos.

Por contra, ¿ha soportado insultos y amenazas?

Al igual que halagos, también cientos y miles de insultos, amenazas, presiones sociales, mediáticas, etc. Como se pueden ustedes imaginar, me da absolutamente igual lo que digan dichas personas, especialmente porque: 1) no llevan razón; 2) llevan sin pisar una iglesia desde la Comunión.

¿Quiere añadir o aclarar algo?

Animo a todos los lectores, especialmente a los más jóvenes, a que den un paso y colaboren activamente con grupos como Orate que defienden la Tradición hispánica y de la Iglesia. También les animo a que den el paso y militen activamente en la organización patriota que más vean conveniente. ¿Qué les dirán a sus hijos que hacían cuando les pregunten qué hicieron mientras España, Europa y la Iglesia se pudría?

 

Por Javier Navascués

Fuente: InfoCatólica 

martes, 18 de noviembre de 2025

OFRECIMIENTO DE VIDA



Haz esta oración, ofreciéndole toda tu vida, sufrimiento y alegrías a Jesús por:

-La salvación de todos los miembros de tu familia (incluyéndote).
-Las almas de tus familiares que se encuentren en el Purgatorio.
-El arrepentimiento de los pecadores.
-Cubrir las penas que subsisten de los pecados personales ya confesados.

Debe realizarse en gracia santificante (sin haber pecado mortalmente después de la última Confesión bien hecha o tras un Acto de Contrición Perfecto -por amor a Dios- con intención de confesarse a la brevedad posible).

ORACIÓN DE OFRECIMIENTO DE VIDA (Dictada por Jesús y María Inmaculada a Sor María Natalia Magdolna).

Mi amable Jesús, delante de las Personas de la Santísima Trinidad, delante de Nuestra Madre del Cielo y toda la Corte celestial, ofrezco, según las intenciones de tu Corazón Eucarístico y las del Inmaculado Corazón de María Santísima, toda mi vida, todas mis santas Misas, Comuniones, buenas obras, sacrificios y sufrimientos, uniéndolos a los méritos de tu Santísima Sangre y tu muerte de cruz: para adorar a la Gloriosa Santísima Trinidad, para ofrecerle reparación por nuestras ofensas, por la unión de nuestra santa Madre Iglesia, por nuestros sacerdotes, por las buenas vocaciones sacerdotales y por todas las almas hasta el fin del mundo.
Recibe, Jesús mío, mi ofrecimiento de vida y concédeme gracia para perseverar en él fielmente hasta el fin de mi vida. Amén. 
 
Jaculatorias de arrepentimiento:

Jesús mío, ¡Te amo sobre todas las cosas!

Por amor a Ti, me arrepiento de todos mis pecados.

Me duelen también los pecados de todo el mundo.

¡Oh Amor misericordioso!, en unión con nuestra Madre Santísima y con su Corazón Inmaculado, Te suplico a Ti perdón de mis pecados y de todos los pecados de los hombres, mis hermanos, hasta el fin del mundo!

¡Mi amable Jesús!, en unión a los méritos de tus Sagradas Llagas, ofrezco mi vida al Eterno Padre, según las intenciones de la Virgen Santísima Dolorosa.        

¡Virgen María, Reina del Universo, Intercesora de la Humanidad y esperanza nuestra, ruega por nosotros!

                                      -oOo-

Este Acto fue solicitado a Sor Natalia (1901-1992) de las Hermanas del Buen Pastor de Santa María Magdalena de Keeskemet. La Santísima Virgen la favoreció con abundantes locuciones y visiones extraordinarias, durante varios años. Fue una religiosa húngara, nacida cerca de Pozsony (en la actual Eslovaquia), murió en olor de santidad.