lunes, 9 de junio de 2025

EL TIEMPO NO ES NUESTRO



Apenas abre uno los ojos en esta vida, el tiempo ya le ha tomado ventaja.
Nos despierta sin permiso, nos arrastra sin pausa, nos educa a golpes y nos despide sin despedida.
Nadie lo elige. Nadie lo puede detener. Nadie vuelve a ver dos veces la misma hora.

Y, sin embargo, lo tratamos como si fuera nuestro. Como si fuera un recurso, un calendario, una cifra que se acumula o se administra, pero no un misterio que se recibe.
Y así, a fuerza de medirlo, de dividirlo, de perseguirlo, hemos olvidado que el tiempo no nos pertenece.


Hay quienes creen que el tiempo es el marco neutro de la vida. Otros lo imaginan como un dios invisible que rige todas las cosas sin rostro.
Pero la verdad es mucho más sencilla, y más solemne: el tiempo es criatura.
Tan real como el sol, tan frágil como el alma, tan obediente como un servidor que espera órdenes del Eterno.

No surgió por necesidad. No se basta a sí mismo. No tiene fin en sí mismo.
Fue creado por Dios, no para que el hombre se entretenga en él, sino para que lo transforme en eternidad.


El alma humana fue hecha para lo eterno, pero sólo puede elegir dentro del tiempo.
Y por eso el tiempo no es una sucesión vacía, sino el espacio del drama.
El drama de la libertad, del pecado, de la gracia, del perdón, de la gloria o la perdición.

Cada segundo es campo de batalla.
Cada instante puede ser altar o abismo.
Cada día puede inclinar el alma hacia el Cielo o hacia el juicio.


Pero he aquí el secreto que no puede enseñarse en academias: el tiempo no se entiende con conceptos, sino con adoración.
No se domina con relojes, sino con rodillas.
No se gana haciendo más cosas, sino uniendo cada cosa a Dios.

Por eso, el que multiplica su agenda, pero no ama, pierde su tiempo.
Y el que parece ineficaz ante los ojos del mundo, pero une su jornada a la Cruz, está salvando horas para la eternidad.


El Verbo eterno, al encarnarse, entró en el tiempo.
Dios, que no necesita minutos, aceptó vivir cada uno, para que ningún minuto nuestro quedara fuera de su Redención.

Y así, el tiempo fue santificado.
No porque cambiara su sustancia, sino porque fue asumido por el Verbo y transfigurado en medio de los hombres.
Desde entonces, cada instante puede unirse al Misterio,
cada hora puede ser gracia,
cada día puede ser oblación…
si es vivido en Cristo.


El tiempo no espera.
Pero sí obedece.
Obedece a quien lo creó.
Y por eso, el que se une al querer de Dios, no teme al paso de los días. Porque sabe que cada jornada no lo aleja de la plenitud, sino que lo acerca.

Hay una libertad más alta que la del que domina su agenda: la del que se deja poseer por el designio de Dios en el tiempo.
Esa libertad sabe perder para ganar, callar para vencer, esperar para arder.


El alma que ama a Dios no malgasta el tiempo.
No porque lo tema, sino porque lo ve como don.
Un don fugaz, frágil, precioso, cuyo valor se mide no por su duración, sino por su destino.

Los santos, que entendían más del tiempo que todos los relojeros del mundo, vivían cada día como si fuera el primero… y el último.
Sabían que cada instante podía ser la hora de su muerte o de su eternidad.

Y por eso, no corrían: adoraban.
No planificaban para diez años: se preparaban para diez siglos de gloria.


El tiempo no es un tirano. El tirano es el hombre que lo quiere sin Dios.
El tiempo no mata: somos nosotros quienes lo matamos cuando lo usamos sin amar.
El tiempo no envejece: es el alma la que se marchita si no espera la eternidad.

El tiempo, vivido en gracia, rejuvenece la esperanza.
El tiempo, unido al sacrificio, transfigura la historia.
Y el tiempo, ofrecido con fe, vence a la muerte.


El tiempo no es nuestro.
Nos fue dado… para devolverlo.
Y en ese acto —libre, humilde, silencioso— se juega todo.

No se nos preguntará cuánto hicimos, sino cuánto ofrecimos.
No cuántas horas duró nuestra obra, sino cuánto de Dios tuvo cada una.

Porque el tiempo no será juzgado por sus avances, sino por sus adoraciones.

Y sólo los que aman al Verbo eterno descubren que el tiempo no es cárcel… sino camino.
Y que cada minuto es posibilidad de eternidad.

OMO

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