viernes, 20 de junio de 2025

LA ENCARNACIÓN: EL ESCÁNDALO REAL QUE SOSTIENE AL MUNDO



“No es que el cristianismo sea demasiado sublime para el mundo moderno. Es que es demasiado sólido. Tiene carne. Tiene sangre. Tiene un Dios que nos ha abrazado desde dentro del tiempo.”


I. EL MISTERIO QUE TIENE CALLOS EN LAS MANOS

El cristianismo no comenzó como una teoría elevada ni como una refinada experiencia interior. Comenzó como un choque frontal con la realidad. Como un niño que irrumpe en la historia desde el vientre de una Virgen, y cuyo llanto, en una noche cualquiera de Belén, cambió para siempre el sentido del universo.

Los antiguos miraban al cielo buscando a Dios. Los modernos, al espejo. Pero el cristianismo, con desconcertante sencillez, señala hacia un pesebre y dice: “Ahí está. Ahí duerme. Y respira. Y tiene párpados.”

El Verbo eterno, por quien fueron hechas todas las cosas, entró en la fragilidad de la carne sin perder la majestad de la divinidad. Tuvo sed. Tuvo hambre. Tuvo cansancio. Y si esto no le estremece, es porque su alma necesita volver a nacer.


II. EL ESCÁNDALO DE UNA DIVINIDAD VISIBLE

Toda religión habla de un Dios lejano. El cristianismo confiesa un Dios tocable. Y esto no como metáfora, sino como dogma. Porque el cristiano no cree en un espíritu elevado que inspira, sino en un Hombre-Dios que caminó con nosotros, comió nuestro pan, sudó bajo nuestro sol y murió sobre nuestra tierra.

Es, en efecto, la fe más alta y al mismo tiempo la más escandalosamente cercana.

Por eso molesta tanto. Porque no deja al mundo la opción del “más allá”. Lo obliga a mirar el “aquí” y el “ahora”, traspasados de gracia, transfigurados por la presencia del Invisible que se hizo visible.

Y eso significa que la salvación no está flotando en el éter, sino que habita la historia. Que el Redentor no es símbolo, ni arquetipo, ni idea abstracta: es Persona. Con cuerpo. Con voz. Con nombre. Con madre.


III. EL DIOS QUE NO SÓLO HABLÓ… VIVIÓ

La mayoría de las religiones enseñan lo que el hombre debe hacer para acercarse a Dios. El cristianismo cuenta lo que Dios hizo para acercarse al hombre.

Y no vino con diez mandamientos nuevos, ni con tratados celestiales, sino con una vida vivida de manera tan profundamente humana, que solo podía ser divina.

Trabajó con las manos. Lloró por un amigo. Compartió una cena. Recibió una bofetada. Y en cada uno de esos actos, nos redimía desde dentro, asumiendo no solo nuestra carne, sino también nuestras lágrimas.


IV. LOS HEREJES Y LA HUIDA DE LO HUMANO

Las antiguas herejías cristológicas son, en el fondo, evasiones de la Encarnación. Todos los errores sobre Cristo nacen del mismo vértigo: no poder tolerar que Dios haya abrazado plenamente lo humano.

El arriano no pudo aceptar que el Niño de María fuera Dios. El nestoriano quiso separar lo divino y lo humano, como si la unión fuese una blasfemia. El eutiquiano borró lo humano en nombre de la pureza. Todos ellos —y sus herederos modernos— no sabían qué hacer con un Dios que tiene rostro.

Pero el catolicismo insiste: lo que no fue asumido, no fue redimido. Por eso creemos que la humanidad de Cristo fue real, entera, sin atajos ni apariencias. Que su cuerpo no fue un disfraz. Que su carne fue verdadera. Y que en esa carne, Dios ha tocado nuestra historia para siempre.


V. EL REDENTOR QUE CONSERVA SUS HERIDAS

En el Evangelio, Tomás toca las llagas del Resucitado. Y al hacerlo, descubre que la gloria no ha borrado las cicatrices. Que la divinidad no ha despojado al Cristo de su humanidad, sino que la ha glorificado.

Ese pasaje —que debería ser lectura obligatoria para teólogos modernos y espiritualistas deshidratados— nos dice que la humanidad de Cristo no fue temporal ni prescindible. Que su cuerpo no fue un accidente, sino el instrumento mismo de nuestra salvación.

Y que ese cuerpo, transfigurado y resucitado, permanece eternamente unido al Verbo. Por eso podemos decir, con reverente temblor, que el Corazón de Dios sigue latiendo en la carne gloriosa de su Hijo.


VI. UNA RELIGIÓN QUE NO ESCAPA DEL MUNDO, SINO QUE LO REDIME

El mundo moderno quiere una fe sin forma, sin altar, sin carne. Quiere una espiritualidad que flote, que no exija, que no se arrodille. Quiere un Dios que inspire pero no gobierne, que consuele pero no enseñe, que esté en todas partes… menos en una hostia consagrada.

Pero el catolicismo no cede. Porque sabe que la Encarnación no puede disolverse en sentimentalismo. Que la salvación pasa por un cuerpo. Que la liturgia no es adorno, sino prolongación encarnada de la Presencia. Que el sacramento no es símbolo, sino Cristo mismo, entregándose hoy con el mismo cuerpo nacido de María.


VII. EL ESCÁNDALO QUE SOSTIENE AL MUNDO

Si Dios ha tomado carne humana, entonces la carne ya no puede ser despreciada. Si Dios ha caminado sobre esta tierra, entonces la historia no es absurda. Si Dios ha muerto, entonces la muerte ha sido vencida desde dentro.

Y si Dios ha resucitado en esa misma carne gloriosa, entonces la esperanza no es una ilusión, sino una certeza.

El escándalo de la Encarnación no es una nota de color en la teología cristiana. Es el cimiento. Lo que sostiene el edificio entero. Lo que da sentido a cada sacramento, a cada gesto litúrgico, a cada acto moral, a cada cruz alzada en medio del mundo.

Porque donde Dios ha habitado, nada puede quedar vacío.

OMO

*“Lo que no fue asumido, no fue redimido”, decían los Padres.

Pero lo que fue asumido… ¡ah!
Eso arde. Y arderá para siempre en gloria.*

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