jueves, 26 de junio de 2025
LA HISTORIA TUVO UN ROSTRO
(Y el poder quiso cubrirlo de olvido)
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I. LA HISTORIA TUVO UN ROSTRO, Y SE LO CUBRIERON DE VERGÜENZA
(De cómo la verdad fue desplazada por la utilidad)
La historia tuvo un rostro. No era joven, pero era hermosa. Llevaba arrugas de batalla, cicatrices de amor, laureles de sangre y cantos de gloria. Hasta que un día, le pusieron un antifaz. No para protegerla, sino para ocultarla. Y comenzaron a llamarla por nombres que no eran suyos.
Le dijeron “memoria colectiva”, “construcción social”, “narrativa compartida”. Le quitaron su cetro, le cambiaron el idioma, y la enviaron a mendigar sentido entre los archivos digitalizados del Ministerio de Educación.
Antes, la historia hablaba con voz sacerdotal. No inventaba el pasado, lo entregaba. Era transmisora, no fabricante. Era madre, no burócrata. Tenía un juicio. Tenía un peso. Tenía un fin.
Pero la modernidad no tolera lo que tiene fin, ni lo que tiene juicio, ni lo que tiene peso. Así que la historia fue reeducada para servir. Ya no a la verdad, sino a la utilidad. Ya no a la memoria, sino al control.
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II. UNA VOZ QUE HABLABA LATÍN TERMINÓ REPITIENDO SLOGANS
(Del paso de la profecía al protocolo)
Había una época en que la historia hablaba en latín y se escribía en piedra. No temía llamar traidor al traidor ni santo al santo. Sabía que no toda voz merecía ser registrada, ni todo acto celebrado. Tenía jerarquía. Tenía nervio. Tenía pudor.
Pero luego vinieron los pedagogos con sus “enfoques didácticos” y la vistieron de PowerPoint. Le pidieron sonreír más, acusar menos. Le prohibieron los adjetivos. Le sugirieron hablar de “procesos” en lugar de gestas, de “actores históricos” en vez de mártires, y de “visiones del mundo” en lugar de verdades.
La historia, que había sido una dama capaz de sostener la mirada de los siglos, fue transformada en una influencer del consenso. Su lugar no fue más el púlpito ni el aula sagrada, sino el rincón tibio de los talleres inclusivos.
Y así, lo que antes estremecía, hoy apenas resbala.
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III. LOS NUEVOS CONSTRUCTORES: IDEÓLOGOS CON BISTURÍ
(Cómo el poder rehace el pasado para dominar el porvenir)
La ideología no busca comprender el pasado: busca rediseñarlo. Su pretensión no es histórica, sino demiúrgica. No interpreta: recrea. Y lo hace como el cirujano de una víctima dormida: sin pedir permiso, sin compasión.
La historia, entonces, dejó de ser testigo para ser coartada. El relato se volvió instrumento. La narración, arma. El juicio, tabú.
Como bien ha advertido Miguel Ayuso:
“La ideología no busca la verdad, sino el dominio. No quiere comprender el pasado, sino dirigir el futuro desde una memoria falsificada.”
Así se reconstruyen los crímenes como resistencias, los mártires como fanáticos, los conquistadores como genocidas, y las catedrales como símbolos del patriarcado opresor.
No se trata de conocer mejor, sino de impedir que se recuerde. Porque un pueblo sin memoria no puede dar testimonio. Y un testigo amnésico nunca incomoda al tirano.
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IV. CUANDO LA TÉCNICA SOFOCA LA MEMORIA
(El silencio eficiente como forma de tiranía)
Ninguna época habló tanto de “inclusión” como esta, y sin embargo ninguna incluyó tan poco del pasado. Es el extraño fenómeno del olvido informatizado: no se prohíbe recordar, pero se hace inútil. No se queman libros, pero se diluyen en millones de enlaces vacíos. No se censura el contenido: se entierra en irrelevancia.
La técnica no necesita martillos para destruir: basta con sus formatos. La historia se convierte en archivo, el archivo en dato, el dato en interfaz, y la interfaz en consumo. Ya nadie escucha a los muertos. Ya nadie contesta al mármol.
Y lo que no puede ser monetizado, indexado, compartido o sensibilizado… simplemente desaparece.
El olvido no viene con tanques: viene con tutoriales.
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V. TRES CORONAS PARA EL OLVIDO: MULTICULTURALISMO, CORRECCIÓN Y POSVERDAD
(El rostro sonriente de la amnesia impuesta)
Toda civilización nace de una concepción del orden. Cuando ese orden se rompe, no queda diversidad: queda disolución con música de fondo. El multiculturalismo no es un abrazo de culturas: es una amputación del alma histórica común.
La corrección política no es cortesía, sino control moral en traje de etiqueta. Y la posverdad no es un lapsus, sino una epistemología fabricada para sustituir al testimonio.
Miguel Ayuso lo dijo con precisión quirúrgica:
“El multiculturalismo es una cesión de la axiología a la sociología, y lleva derechamente al nihilismo a través del relativismo. La corrección política no prohíbe el pensamiento, pero logra que nadie se atreva a pensar.”
Así, en nombre de todos, se silencia a cada uno. Y en nombre del respeto, se liquida toda posibilidad de decir algo verdadero sin pedir perdón.
Porque cuando todo es relato, todo puede ser negado. Y cuando todo puede ser negado, sólo queda obedecer.
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VI. EL CALENDARIO TAMBIÉN ES UN DOGMA
(La guerra contra la Encarnación en cifras y siglas)
Los tiranos modernos ya no imponen ídolos: cambian las fechas. Han descubierto que alterar el calendario es más eficaz que quemar templos. Basta con llamar a lo mismo por otro nombre: antes de nuestra era, después de nuestra era. ¿Cuál era? ¿La de quién?
¿Quién firma el calendario?
¿Quién separa el tiempo con su nacimiento?
¿Quién transforma la cronología en teología?
Sólo Uno.
Por eso el calendario cristiano no es una convención: es un acto de fe pública. Y la guerra contra esa fe —sutil, constante, gris— no es científica: es espiritual.
Cambiar las siglas del tiempo no es un gesto neutral. Es una apostasía de la historia.
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VII. EL TIEMPO CUENTA HACIA CRISTO. Y NO HAY OTRA HISTORIA
(Donde se revela el destino escatológico del recuerdo)
La historia no se justifica por utilidad, ni por belleza, ni por consenso. Se justifica por Verdad. Y la Verdad no es una cifra, ni una consigna, ni una sensibilidad: es una Persona.
La historia no camina hacia un progreso: camina hacia un Juicio.
Toda memoria verdadera es un eco de esa espera.
Y todo olvido fabricado es un ensayo de rebelión contra el Logos que la sostiene.
Por eso no se trata de recordar cualquier cosa. Se trata de recordar bien. Con amor, con razón, con gratitud. Porque si dejamos que nos roben el calendario, pronto nos robarán también el corazón del tiempo.
Y ese corazón tiene un nombre.
Ese nombre fue pronunciado en Belén, clavado en el Gólgota, y resucitado al amanecer.
Y ese nombre no es una convención: es el Verbo encarnado.
Es Él quien partió el tiempo en dos, como se parte el pan en el altar. Antes de Él, la espera; después de Él, la plenitud. Y aún hoy, toda hora que pasa —sea ignorada o celebrada— avanza hacia su retorno.
No hay neutralidad en la historia: o es recuerdo del Redentor, o es antesala del Anticristo.
Negar ese centro es como negar el sol al mediodía: el mundo sigue girando, pero en sombras. Y cuando la cronología ya no se inclina ante el misterio del Dios hecho carne, no es el tiempo el que se libera: es el alma la que se extravía.
Recordar a Cristo no es un gesto piadoso, es un acto de justicia con el cosmos. Porque si Él es el Alfa y la Omega, entonces el calendario cristiano no es una costumbre: es una profecía perpetua.
Y esa profecía, tarde o temprano, se cumplirá.
OMO
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