Uno puede entender que hace medio siglo, cuando lo ignorábamos todo sobre el ADN, alguien negara al embrión la condición de vida humana, como si eso que crece ahí dentro fuera un mero agregado celular y, por tanto, pudiera ser considerado una excrecencia de la anatomía de la madre. Pero hoy sabemos perfectamente que “eso que crece ahí dentro” no es un tumor ni un grano, sino un ser con personalidad propia. El código genético se dibuja en el cigoto desde el momento de la fecundación –más precisamente: en un momento inmediato a la fecundación. Y si hay un código genético singular y distinto al del padre y al de la madre, ahí hay ya una vida diferente. No hay más vueltas que darle.
Si ahí hay una vida diferente, otorgar a la madre el derecho a aniquilarla es una decisión cargada de implicaciones tanto jurídicas como morales. Básicamente, estamos concediendo a una persona el derecho a eliminar la vida de otra. Si el modelo se aplicara a la relación entre la policía y el delincuente, entre el juez y el reo, entre el amo y el siervo o entre el siervo y el amo, nadie dudaría en levantar la voz: sería una intolerable manifestación de barbarie. ¿Hay alguna diferencia entre cualquiera de esos casos y el de conceder a la madre el derecho a aniquilar a un hijo? No faltará quien diga que sí. Bien: ¿cuál? Porque no termina de verse.
Como este asunto es evidente incluso para los abortistas, el Gobierno ha inventado un subterfugio que es el de la “vida viable”: el aborto será libre mientras el feto no sea viable, circunstancia que la ministra de Igualdad fija arbitrariamente en la semana veintidós. El argumento parece sensato, pero sólo superficialmente. En realidad es monstruoso. ¿Por qué? Porque subordina el derecho a vivir a la “viabilidad” de esa vida. ¿Y qué quiere decir “viabilidad”? ¿Autosuficiencia? Según eso, sería legítimo exterminar a cualesquiera ciudadanos, ancianos o enfermos, que no puedan valerse por sí mismos. Se olvida deliberadamente, por otro lado, que en condiciones normales el feto es siempre viable: su viabilidad consiste precisamente en permanecer ahí dentro hasta que le llegue el momento de salir. Un feto no es una pre-vida: es una vida cuya circunstancia específica se desenvuelve en el interior de la madre.
En el aborto hay un conflicto de intereses entre la madre y el niño no nacido, dice la ministra Aído. ¿“Intereses”? Aceptémoslo, pero ¿hay en nuestra sociedad algún otro caso de “conflicto de intereses” que se resuelva suprimiendo la vida de una de las partes? No. En consecuencia, si se reconoce tal conflicto, lo más sensato sería solucionarlo por la vía menos cruenta. Un buen camino podría consistir en prestar asistencia psicológica a esa madre para que resuelva su “conflicto”. ¿Acaso no se hace lo mismo, y con cargo al erario público, cuando un adolescente tiene conflictos con sus padres, o cuando un trabajador tiene conflictos con su jefe? Otro buen camino podría consistir en ayudar a la mujer a terminar ese embarazo y después dar el niño en adopción; en España hay miles de familias que tienen que marcharse a China o a Etiopía para adoptar a un niño. ¿Por qué no ponérselo más fácil?
Intelectualmente hablando, todo esto no hay por dónde cogerlo. La reforma de la ley del aborto que se propone este Gobierno es puro nihilismo. Niega la evidencia científica –la existencia de una vida singular en el embrión–, destruye un principio elemental del derecho –no puedes acabar libremente con la vida del prójimo–, convierte un mal objetivo en un derecho subjetivo, lleva la voracidad del Estado hasta el mismo vientre de las madres y crea un vacío moral. De paso, descarga el peso del fardo sobre unas mujeres que, hoy más que nunca, tienen sobradas razones para pensar que los demagogos las manipulan por puro interés político.
Ese Manifiesto de los Mil es el testimonio de una sociedad que no ha perdido el juicio, y es también la voz de la inteligencia contra la arbitrariedad sectaria de los dogmáticos. Los dogmáticos tienen hoy la fuerza, pero la razón está en la otra parte.
AUTOR:JOSÉ JAVIER ESPARZA
Fuente: Elmanifiesto.com-aborto:razonesparaunno.
Biólogos, juristas, psiquiatras, pediatras, ginecólogos, filósofos, doctores, catedráticos y profesores universitarios recuerdan en el Manifiesto que hay sobrada evidencia científica de que la vida humana empieza en el momento de la fecundación; que el aborto es un acto cruel de interrupción de la vida humana y que la nueva ley que prepara el Gobierno es una tragedia para el nasciturus, la madre y toda la sociedad.
Según informa HazteOir.org, "todos los firmantes se han posicionado en contra de las conclusiones de la Subcomisión parlamentaria creada para modificar la legislación vigente así como de las propuestas del Comité de asesores de la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, que como han denunciado los firmantes del Manifiesto, no ha consultado a nadie de la élite científica que defienda el derecho a la vida desde el seno materno".
Los científicos -entre los que figuran más de doscientos miembros de las Reales Academias- consideran que "el aborto es además una tragedia para la sociedad. Una sociedad indiferente a la matanza de 120.000 bebés al año es una sociedad fracasada y enferma".
Uno de los puntos más polémicos de la propuesta del Gobierno es permitir a menores de edad -con más de 16 años- la posibilidad de abortar sin consentimiento paterno.
José Andrés Gallego, del Centro de Estudios Históricos del CSIC, explicó que obligar a una joven a decidir sola a tan temprana edad es una "irresponsabilidad" y una "forma clara de violencia contra la mujer".
El Manifiesto de Madrid demanda información clara para que las mujeres puedan adoptar "libremente su decisión", tanto del procedimiento como de las consecuencias que esta intervención tendrá para ellas, sin omitir el cuadro psicopatológico conocido como "Síndrome Postaborto".
Los expertos consideran que disminuir el número de abortos pasa por establecer nuevas medidas de apoyo a las mujeres, para que puedan continuar con su embarazo, así como facilitar la adopción de menores.
Los firmantes subrayaron que el aborto es un drama con dos víctimas: "una muere y la otra sobrevive, y sufre a diario las consecuencias de una decisión dramática e irreparable". También solicitan, en defensa de los médicos que se oponen a destruir vidas, "la libertad de objeción de conciencia en esta materia, puesto que no se puede obligar a nadie a actuar en contra de ella".
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