miércoles, 14 de octubre de 2009

SANTIAGO APÓSTOL



Santiago el Mayor fue el tercero en la vocación apostólica; pero fue el primero de los Doce en la vocación al martirio. Patrón de las Españas, en las que sembró, él primero, la semilla de la fe; ha sido, desde hace siglos, el capitán de esa fe impaciente y militar de la Estirpe que no sabe aguardar a la Historia, sino que se le anticipa en las grandes adivinaciones del porvenir, en la rápida elección de sendero en los momentos de encrucijada, porque –para que se cumpla el desiderátum de la propia Historia-, quiere adelantar en el reloj del Tiempo la hora en que el género humano, en plenitud, tenga presente su destino de eternidad.

Su impaciencia ganóle la primacía en el martirio, dentro del Colegio de los Apóstoles. Su inmolación, fue signada por el filo de la espada decapitadora. Por eso la Cruz de su Orden –que ha venido a ser la Cruz de la Estirpe, asume las líneas de impaciencia de una espada: la Espada que desde la empuñadura hasta la punta se enrojece con la sangre de todos los apostolados.

La Cruz de Santiago, el “hijo del trueno”, es, por antonomasia, la Cruz-Espada. Es el emblema –entre todos, el mejor logrado-, del alma de los pueblos hispánicos: mitad frailes, mitad soldados, robustecidos espíritu y músculos por la doble ascesis de la santidad y del heroísmo. Señor Santiago selló así nuestra geografía, múltiple y disímbola, con la marca unitaria de la casa misional -¡oh, convento queretano de la Cruz!-, y del puesto militar.

Tal es la razón de que la nuestra sea una fe de misioneros y soldados, en que mutuamente se trasfunden lo guerrero y lo evangelizador. Por eso Cortés pone en su estandarte –vencedor del diabólico Huichilobos, destructor de la “checa” roja del gran teocali-, la imagen de Aquella que la Iglesia proclama Reina de los Apóstoles y de quien la Escritura afirma ser terrible como un ejército puesto en orden de batalla, cuyo pie renueva, en el devenir histórico, el machacar de la cabeza de la Serpiente… Por eso, el templo de San Francisco, en la misional ciudad de Querétaro, luce en el frontispicio, en pétreo relieve, al Apóstol que en el día natal de la urbe cabalgó por los aires para manifestar su protección y capitanía a los indios cristianizados que querían reducir a la civilización de Occidente a los indios, aun gentiles, de la región.

Y si Bernal Díaz nos declara que en los combates de la epopeya cortesiana no alcanzó a ver, con materiales ojos, la nívea cabalgadura y la espada de Santiago centelleando sobre los cielos de Anáhuac, no obstante lo sabía presente, batalladoramente presente como en los campos peninsulares que fueron testigos de la Reconquista.

.


Temas relacionados: NUESTRA SEÑORA DE COVADONGA ; DOCE DE OCTUBRE: HISPANIDAD Y RAZA ; LA RECONQUISTA CRISTIANA DE ESPAÑA

-----------------------------------------------------------------------------------------

No hay comentarios:

Publicar un comentario