domingo, 7 de noviembre de 2010

LOS SANTOS PADRES Y EL ECUMENISMO

El tema del ecumenismo con los cristianos no católicos y con las otras religiones no cristinas, también encuentra eco en los Santos Padres a lo largo de la historia de la Iglesia, y aunque en tiempos pretéritos no utilizaban este concepto, en cambio, si definían cual era el tipo de relación más ortodoxo que había que mantener respecto a estos.

En cuanto a las relaciones con los no cristianos, el concepto clave y primordial es la CONVERSIÓN.

Es convicción unánime de los Padres que fuera de la Iglesia no es posible conseguir la salvación.

Este principio no solamente se aplica con respecto a los paganos, sino también en relación con los herejes y cismáticos.

Así pues, la CONVERSIÓN de los no cristianos y el RETORNO de herejes y cismáticos, son las líneas maestras en el campo ecuménico de los Santos Padres y otros ilustres pensadores.

Orígenes enuncia formalmente esta proposición: “Fuera de la Iglesia ninguno se salva” (In Iesu Nave hom. 3, 5).

San Cipriano se expresa de manera parecida: “Fuera de la iglesia no hay salvación”; (Ep. 73, 21). “No hay salvación fuera de la Iglesia” (De eccl. Cath. Unit. 6).

San Ireneo enseña que “en la operación del Espíritu no tienen participación todos aquellos que no corren a la Iglesia, sino que se defraudan así mismos privándose de la vida por su mala doctrina y su pésima conducta. Porque donde esta la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí están la Iglesia y todas las gracias” (Adv. Haer. III 24, 1).

Los Santos Padres (v.g., Cipriano, Jerónimo, Agustín, Fulgencio) ven en el Antiguo Testamento algunos tipos que significan espiritualmente la necesidad de pertenecer a la Iglesia. Tales son, entre otros, el Arca de Noé para escapar al diluvio y la casa de Rahab (Josué 2, 18 ss.).

Santo Tomás enseña, con la tradición, la necesidad de pertenecer a la Iglesia para salvarse (Expos. Symb., a. 9). Por otra parte, concede la posibilidad de justificarse extrasacramentalmente por el votum baptismi, y con ello la posibilidad de salvarse sin pertenecer actualmente a la Iglesia, por razón del votum Ecclesiae (S. Th. III, q. 68, a. 2.).

En cuanto a las relaciones con los herejes y cismáticos, la regla constante durante veinte siglos ha sido como último fin el RETORNO, al seno de la Iglesia Católica del cual salieron. Es convicción universal de la Tradición, que aquellos que se separan de la fe y la comunión de la Iglesia, cesan de ser miembros suyos. Ya ordenó San Pablo que se evitase a “un hereje” después de una y otra amonestación (Títo 3, 10).

En su lucha contra la herejía, los Santos Padres acentúan con gran insistencia la unidad de la fe; y, en su lucha contra el cisma, la unidad de la comunión.

Según San Cipriano, solamente aquellos que permanecen en la casa de Dios constituyen la Iglesia, mientras que los herejes y cismáticos quedan fuera de ella (Ep. 59, 7).

San Agustín compara a los herejes con un miembro seccionado del cuerpo (Sermo 267, 4, 4). Al explicar el símbolo, dice: “Ni los herejes ni los cismáticos pertenecen a la Iglesia Católica” (De Fide et símbolo 10, 21).

Otro tema controvertido últimamente es el de la posibilidad de conceder el estatus de mártir a los herejes.

Respecto al “martirio” de los herejes, San Cipriano comenta en De Unitate Ecclesiae: “el hereje si fuese matado estando fuera de la Iglesia, no puede alcanzar los premios, que ten sólo a la Iglesia fueron prometidos” (19).

Abundando en el tema, afirma el obispo de Cartago contundentemente: “Estos tales aunque los matasen al proclamar su fe cristiana, no borrarían esa mancha ni con su sangre, porque la culpa inexpiable y grave de la discordia no se lava con el martirio. No puede ser mártir quien no está con la Iglesia: o puede llegar al reino el que despreció a la que está destinada a reinar. (…) Aunque ardan en las llamas y, arrojados al fuego o echados a las fieras, pierdan sus vidas, no será su muerte corona de la fe, sino castigo de perfidia: ni gloriosa meta de virtud religiosa, sino muerte sin esperanza alguna. Ese tal puede ser matado, pero no por eso será coronado. Podrá proclamarse cristiano, pero también el demonio se presenta engañosamente como Cristo” (14).

Una enseñanza tan nítida que huelgan los comentarios.
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Otro tema controvertido, es el de la supuesta falta de caridad al exponer toda la Verdad en las relaciones con quienes profesan otra religión o confesión cristiana no católica.

San Agustín comenta al respecto: “No creáis (…) que amáis al prójimo sólo porque no le corrijáis en absoluto. Esta no es caridad, sino lenidad. La caridad es una fuerza que apremia a corregir y a elevar a otros. La caridad se deleita con la buena conducta y se esfuerza por elevar y enmendar la mala. No améis el error, sino al hombre. (…) Si amas verdaderamente al hombre, lo corregirás. Aunque a veces debas mostrarte algo duro, hazlo por amor al mayor bien del prójimo” (In I Ioh. Tr.).

El profeta Ezequiel, comenta de los que intentan acomodarse con todos, los que están en la verdad y los que están en el error: “¡ay de los que hacen cojines para todo codo y almohadas para toda cabeza!” (Ez. 13, 18).
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Y es que no puede haber verdadera caridad sin la verdad.

Por último, unos pasajes de los Santos Padres sobre lo que opinan del trato con la herejía y el cisma:

San Ignacio de Antioquia (siglo I): “Si los que obran estas cosas según la carne merecen la muerte, cuanto más el que corrompe la fe en Dios con mala doctrina, por la que fue crucificado Jesucristo; el tal impuro irá al fuego inextinguible e igualmente el que lo escucha” (Carta a los Efesios 16, 1-2).

San Ireneo de Lyón (siglo II): “En cuanto a todos los demás que se separan de la sucesión original (apostólica) y se reúnen en cualquier parte, hay que tenerlos por sospechosos, estos son: los herejes de falso espíritu, o cismáticos llenos de orgullo, o incluso los hipócritas que obran por el lucro y la gloria vana. Todos estos se apartan de la verdad: los herejes aportando un fuego extraño al altar de Dios, esto es doctrinas extrañas, serán consumidas por el fuego del cielo, como Nadab y Abiud” (Adversus haereses, IV, 26, 2).

San Cipriano de Cartago (siglo III): “¿Será posible que crea que está con Cristo, el que se aparta de su clero y de la unidad de su pueblo? Ese tal esgrime sus armas contra la Iglesia, combate el ordenamiento de Dios. Enemigo del altar, rebelde contra el sacrificio de Cristo, renegado de la fe, sacrílego contra la religión, siervo traidor, hijo impío, fratricida, que despreciando a los obispos y sacerdotes de Dios, osa edificar otro altar y formular con ilícitas palabras una plegaria distinta, profanar la verdadera y divina hostia con falsos sacrificios, sin pensar que el que se esfuerza contra lo establecido por Dios, será castigado con la ira divina por la audacia de su temeridad” (De Unitate Ecclesiae, 17).

San Atanasio (siglo IV): “Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y el que no la guardare íntegra e inviolable, sin duda perecerá para siempre”.

San Martín I, Papa (siglo VII): “Por la intercesión de San Pedro, establezca (Dios) los corazones de los hombres en la fe ortodoxa, hoy les haga firmes contra todo hereje y enemigo de la Iglesia. Dé fuerza al pastor que gobierna ahora. De tal suerte que, sin ceder en ningún punto, ni siquiera mínimo, y sin someterse en parte secundaria alguna, conserven íntegra la fe profesada ante Dios y ante los ángeles santos”.

San Pedro Canisio advertencia: “El error protestante medra, por el arrinconamiento de desprecio de la escolástica de Santo Tomás y los Santos Padres”.

Toda la caridad que se debe en el trato con las personas, se debe de tener de intransigencia ante el error.

San Agustín expresaba: “In necesariis unitas, in dubiis libertas, in ómnibus cáritas”, (en lo necesario unidad; en lo dudoso libertad; y en todo caridad).

Autor: José Andrés Segura Espada

Fuente: Revista Tradición Católica nº 189
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