lunes, 4 de junio de 2012

¿SABEMOS ESCUCHAR O NUESTRA ATENCIÓN ES SOLAMENTE EGOÍSTA E INTERESADA?


Recientemente un bloguero comentaba la siguiente anécdota:
Dos amigos van andando, en pleno bullicio de una gran ciudad, el buen tiempo que siempre hace, incita más a la gente, a pasear y sentarse en las terrazas de los bares. De pronto uno de los dos, se para y le dice al otro: "¿Oyes el canto de ese jilguero?" El cuestionado se detiene también y pone atención para escuchar. Pasado un breve momento contesta: "Yo no oigo nada, salvo el ruido de la gente y los coches que pasan, como se nota que te gusta la ornitología y que por tu amor a ella, hayas ejercitado tu oído". El amigo ornitólogo, no le contestó nada; simplemente dejó caer al suelo unas monedas. Al ruido de éstas inmediatamente varias personas que pasaban por ahí, unas se pararon y otras se volvieron para mirar y determinar si las podían levantar. El amigo ornitólogo, le dijo al otro: "¿Ves?, oímos lo que queremos oír y oímos mejor cuando el ruido lo produce algo que nos interesa."
Sin duda, el dinero a todos interesa. En éste y en otros casos somos muy, pero muy interesados y sí estamos prestos para oír.

Generalmente sólo atendemos y percibimos lo que nos importa, lo que consideramos que nos va a traer algún beneficio material inmediato. Pero, ¿escuchamos a Dios?. ¿Realmente nos interesa oírlo?. ¿Sabemos, en realidad, cómo escucharlo?

Dios se vale de tantos medios para hablar y muchas veces ni siquiera los advertimos.

Por poner algunos ejemplos: Dios habla por medio de los sucesos que nos hacen adivinar su Voluntad o a través de la lectura de un buen libro o mediante la explicación de una buena homilía...Dios habla en la intimidad de la oración bien hecha; su voz está presente en el buen consejo de un padre o un sacerdote; también se le encuentra al reflexionar las meditaciones de los santos o en las mociones internas que nos envía, esto es por la súbita llegada de un buen pensamiento o una idea que favorecerá nuestra vida y nuestro progreso espiritual. Está ahí en las orientaciones de un buen confesor o mediante la voz de la propia conciencia que nos reprocha algo. Dios se comunica con nosotros por medio de su Palabra escrita en las Sagradas Escrituras y por el Magisterio infalible de la Iglesia; por supuesto, también por la Tradición que custodia la Institución por Él fundada. A veces por las reflexiones que realizamos luego de leer un buen post o de ponernos a meditar en aspectos espirituales. ¡Su voz nos llega de tantas formas!. Más aún: nos habla más claro -aunque parezca paradójico- por medio del silencio. Fuera del bullicio, en la quietud, en la ausencia de ruido, en la soledad. Ahí, muchas veces, son más claras sus mociones. En la paz y silencio de un templo, ante su Presencia Real expuesta en la custodia o en el sigilo de la naturaleza o, bien, en el que dulcemente acompaña a la majestad de la noche.

Sin caer en el error del panteísmo, San Francisco de Asís veía el reflejo de Dios en todas sus criaturas y les llamaba con el calificativo de hermanos y hermanas. Así... al astro rey lo denominaba "hermano sol" y a las otras criaturas igual: "hermano lobo", "hermana agua", "hermana luna", etc. Otro santo -San Ignacio- les decía a las flores: "ya sé de lo que están hablando". Sí, Dios nos habla a través de la naturaleza y por medio de sus criaturas, también. Todo nos habla de Dios y Dios nos habla por su medio. Dios vio que era bueno todo lo que había creado, como enseña el Génesis. Y todo eso, que es bueno, nos habla de la Bondad suma de su Creador. El asunto es que generalmente nosotros no escuchamos, como tampoco oía el amigo de la anécdota arriba referida, pues no suenan esas voces como monedas, que parecen ser de las pocas cosas a las que abrimos nuestros oídos.

Recordemos que después de explicarle a la gente la parábola del sembrador, el Señor les dijo:

 “El que tenga oídos, que oiga. Acercándosele los discípulos, le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas? Y les respondió diciendo: A vosotros os ha sido dado a conocer los misterios del reino de los cielos; pero a esos, no. Porque al que tiene se le dará más y abundará; y al que no tiene, aun aquello que tiene le será quitado. Por esto les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden; y se cumple con ellos la profecía de Isaías que dice: “Cierto oiréis y no entenderéis, veréis y no conoceréis. Porque se ha endurecido el corazón de este pueblo, y se han hecho duros de oídos, y han cerrado sus ojos, para no ver con sus ojos y no oír con sus oídos, y para no entender en su corazón y convertirse, que yo los curaría”. ¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues en verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron”. (Mt 13,9-17).
Pidamos, pues, al Señor ser de los que oyen, de los que sí lo escuchan. Que no se hagan duros nuestros oídos ni se cierren nuestros ojos. Roguémosle entender en nuestro corazón para convertirnos. Escucharlo y, así, que Él nos cure, pues sin Dios estamos enfermos.

¡Escuchemos la voz de Dios! Atendamos su Palabra. Ejercitemos nuestro oído por amor a Él. Nos habla de muchos modos, siempre para nuestro propio bien. No seamos de los que viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden. Ésta sería nuestra peor desgracia.

Además, la atención a la voz de Dios se debe extender, en el católico, a todos sus hermanos. El cristiano atiende también la voz del necesitado. Escucha al amigo en problemas o urgido de una orientación positiva. Le importa realmente lo que atañe y preocupa a los demás. Dialoga atendiendo a lo que el prójimo desea e interesa. Sabe escuchar a su cónyuge, a sus padres, a sus hijos... Esto es, a sus amigos, parientes y conocidos en general. En fin, sabe oír y entender a todos. No se encierra en su egoísmo, ni oye sin escuchar. Atiende realmente al prójimo y le importa éste.

Así debe ser. Pero, ¿en verdad actuamos así o sólo escuchamos lo que nos reporta un beneficio material exclusivo para nosotros? ¿Tenemos esa generosidad de alma o nos encerramos en nuestro egoísmo sin escuchar ni la voz de Dios ni la del prójimo?

¡Señor: Tú que curaste a los sordos, abre nuestros oídos que están cerrados a tu voz y a las necesidades del prójimo! ¡Que nuestros ojos vean y nuestros oídos entiendan! Te lo suplicamos. No queremos ser sordos voluntarios. Cúranos, por piedad, de nuestra sordera.


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