viernes, 7 de marzo de 2014

LA LUJURIA: Plaga del carácter – Por Mons. Fulton J. Sheen


La lujuria es un excesivo amor por los placeres de la carne. Es la prostitución del amor, la extensión del amor a sí mismo hasta un punto donde el ego se proyecta en otra persona y la ama bajo la ilusión que es el tú amado. El verdadero amor está dirigido hacia una persona, la cual es vista como irreemplazable y única, pero la lujuria excluye toda consideración personal en favor de una experiencia de los sentidos. El yo coloca de forma equivocada rótulos modernos sobre la lujuria pretendiendo que éste es un pecado necesario para la “salud” o para una “vida plena” o para “expresar la personalidad”. El fervoroso intento de otorgarle una garantía científica a esta conducta es, en sí mismo, una indicación de cuán grande es la renuencia que normalmente siente la gente a considerar esta ruptura de la ley moral como el pecado que en realidad es. Hoy en día, los hombres y mujeres están aburridos y descontentos; se vuelven entonces hacia la lujuria para compensar su aflicción interior, sólo para, al final encontrarse hundidos en una mayor desesperanza. Como dice San Agustín: “Dios no obliga al hombre a ser puro; deja solos exclusivamente a quienes merecen ser olvidados”.

La lujuria es una desviación del centro de la personalidad del espíritu a la carne, del yo al ego. En algunas instancias, sus excesos nacen de una conciencia intranquila y del deseo de escapar de su persona hacia otras. Algunas veces existe el deseo contrario de hacer del yo algo supremo a través de la subordinación de otras personas a él. En sus etapas posteriores, el libertino encuentra que ni la liberación de su ser ni la idolatría son posibles por un tiempo demasiado prolongado; el alma es llevada de vuelta a su ser y, por lo tanto, a un infierno interior. El efecto de la lujuria en la voluntad se manifiesta como un odio a Dios y la negación de la inmortalidad. Asimismo, los excesos vacían la fuente de la energía espiritual hasta el grado tal que finalmente uno se vuelve incapaz de emitir un juicio sereno en ningún otro campo.

Lujuria no es igual a sexo, porque el sexo es puramente biológico y una capacidad otorgada por Dios. Tampoco es amor, que encuentra en el sexo una de sus expresiones legítimas. La lujuria es el aislamiento del sexo, del verdadero amor. No hay pasión que lleve más rápidamente a la esclavitud como la lujuria, así como no hay una cuyas perversiones destruyan más rápidamente el poder del intelecto y de la voluntad. Los excesos afectan a la razón de cuatro modos: pervirtiendo el entendimiento, de manera que uno se vuelve intelectualmente ciego e incapaz de ver la verdad; debilitando la prudencia y el sentido de los valores, por lo que se desemboca en la temeridad; vigorizando el amor propio y hasta generar la irreflexión; debilitando la voluntad hasta que el poder de decisión se pierde y uno se vuelve víctima de la inconstancia de carácter.

Los efectos sobre la voluntad y la razón son desastrosos. En aquellos que se entregan repetidas veces a los excesos, es posible que haya un odio a Dios y a la religión y una negación de la inmortalidad. El odio a lo divino viene porque Dios es visto como un obstáculo para la autogratificación. Los libertinos niegan a Dios porque su omnipresencia significa que su conducta ha sido observada por Aquel que la reprobará. Hasta tanto esos individuos abandonen su animalidad egocéntrica, deben insistir en ser ateos, ya que sólo un ateo es capaz de imaginar que nadie lo observa.

La negación de la inmortalidad es un efecto secundario de la lujuria. Puesto que el ególatra vive cada vez en la carne, la idea de un juicio se le vuelve más y más desagradable. Para aquietar sus temores, adopta la creencia de que nunca habrá un Juicio. Aceptar la inmortalidad significaría una responsabilidad que el lujurioso ego del libertino teme enfrentar, ya que, si lo hiciera, lo forzaría a transformar su vida entera. La mera mención de una vida futura puede llevar a esta persona a un furioso cinismo; que le recuerden la posibilidad del juicio aumenta su angustiosa ansiedad. Todo intento de salvar a una persona así es visto por ella como un ataque a su felicidad.

La creencia en Dios y en la inmortalidad haría que el ego libertino deseara ser un yo, pero cuando no está listo para abandonar su vicio, debe negarse a mantener ese tipo de pensamiento. Sería bueno que los defensores de la religión, al tratar con ególatras que están momentáneamente perdidos en los lodazales de la lujuria, aprendieran que debe existir una voluntad de cambio previo a un cambio en la creencia religiosa. Una vez que el libertino abandona el mal, buscará la Verdad, porque ya no necesita temerle.

La lujuria no tiene relación con la lícita expresión del sexo dentro de un matrimonio legítimo. El amor matrimonial es la formación del “nosotros”, que es la extinción del ego-centrismo. En el amor matrimonial, el yo busca el crecimiento completo del Tú, de la personalidad opuesta al yo. No existe momento más sagrado que aquel en que el ego se rinde a otra personalidad, de manera tal que la necesidad de poseer desaparece en la alegría de amar a la otra persona. Estos amantes nunca están solos, porque se necesitan tres y no dos para hacer el amor, y ese tercero es Dios. Un ego ama a otro ego por lo que éste da, pero el yo ama a otro yo por lo que es. El amor es la unión de dos pobrezas que dan surgimiento a una gran riqueza.

El divorcio, la infidelidad, la ausencia planeada de hijos, los matrimonios no válidos, son otras tantas parodias y herejías contra el amor, y aquello que es enemigo del amor, es enemigo de la vida y la felicidad.

Fulton J. Sheen “Eleva tu corazón”. Ed. Lumen Bs.As.-México 2003. Págs, 97-99

1 comentario:

  1. Aprueban milagro del venerable Arzobispo Fulton Sheen

    WASHINGTON D.C., 06 Mar. 14 / 07:05 pm (ACI/EWTN Noticias ).- El Obispo de Peoria (Estados Unidos), Mons. Daniel Jenky, informó que hoy un panel médico del Vaticano aprobó por unanimidad un milagro atribuido al Siervo de Dios Arzobispo Fulton Sheen.

    Mons. Jenky indicó hoy que si bien “hay muchos pasos por delante y se necesitan más oraciones. Sin embargo hoy es una buena razón para alegrarse”.

    “Hoy se da un significativo paso en la Causa de Beatificación y Canonización de nuestro amado Fulton Sheen”, aseguró, indicando que el sacerdote se dedicó “a cambiar el mundo”.

    La aprobación vino de un grupo de siete expertos médicos, que asesoran a la Congregación para las Causas de los Santos, informó la Diócesis de Peoria.

    El milagro reconocido es el de la curación inexplicable de James Fulton Engstrom, un niño nacido aparentemente muerto en setiembre de 2010, hijo de Bonnie y Travis Engstrom, en el pueblo de Goodfield, en la zona de Peoria.

    El pequeño James no mostró signos de vida cuando los profesionales médicos trataron de revivirlo, por lo que sus padres pidieron al Siervo de Dios que lo cure.

    A pesar de que el bebé no presentó pulso durante una hora después de su nacimiento, su corazón comenzó a latir otra vez.

    El panel de asesores médicos del Vaticano determinó que no hay explicación médica para la curación del bebé. Tras esta resolución, un equipo de teólogos revisará el caso. Si lo aprueban, esta consideración podría pasar a los Cardenales y Obispos que aconsejan al Papa Francisco en materia de beatificaciones.

    El Arzobispo Sheen nació el 8 de mayo de 1895 en El Paso, en el estado de Illinois (Estados Unidos), cerca de Peoria. Su familia se mudó a Peoria y él creció en la parroquia de la Catedral de Santa María, donde fue un servidor del altar.


    Fue ordenado sacerdote en esa catedral en 1919, y fue profesor de filosofía y religión en la Universidad Católica de América, antes de convertirse en una popular personalidad de la radio, en la década de 1930.


    El Arzobispo fue anfitrión del programa radial “Hora Católica y del programa televisivo “La Vida vale la pena vivirla”, ganador del Emmy, y llegó a una audiencia de millones durante su carrera en los medios de comunicación.


    El Siervo de Dios Fulton Sheen fue autor de muchos libros y dirigió la Sociedad para la Propagación de la Fe en Estados Unidos.

    Las ganancias de sus libros, el Arzobispo Sheen las dedicó a las misiones en el extranjero. El trabajo de Sheen ha ayudado a crear 9 mil clínicas, 10 mil orfanatos y mil doscientas escuelas. Las instituciones a las que ayudaron sus donaciones ahora educan a 80 mil seminaristas y 9 mil religiosas.

    El Siervo de Dios continuó siendo una figura líder del catolicismo en Estados Unidos hasta su muerte, en 1979, a la edad de 84 años, en la entrada a la capilla privada de su departamento en Nueva York.

    Mons. Jenky abrió la causa de canonización del Arzobispo Sheen en 2002. En junio de 2012, el hoy Obispo emérito de Roma Benedicto XVI reconoció que Fulton Sheen tenía virtudes heroicas.

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