miércoles, 12 de marzo de 2014

VIDA INFELIZ DEL PECADOR Y VIDA FELIZ DEL JUSTO por san Alfonso María de Ligorio


La semilla caída entre espinas son los que escucharon la palabra de Dios; pero con los cuidados y las riquezas y delicias de la vida, al cabo la sofocan, y nunca llega a dar fruto. (Luc. VIII, 14).


En la parábola del Evangelio se dice, que habiendo salido el labrador a sembrar en el campo, parte de las semillas cayeron entre las espinas. Luego declaró el Salvador que la semilla significa la divina palabra, y las espinas el apego que tienen los hombres a las riquezas y a los placeres terrenos, que son las espinas que hacen se pierda el fruto de la palabra de Dios, no solamente en la vida futura, sino también en la presente. ¡Oh desgracia de los desventurados pecadores! En virtud de sus culpas, no solamente se condenan a penar eternamente en la otra vida, sino que también en este mundo arrastran una vida infeliz. Esto quiero demostrar en el presente discurso:

Punto 1º Vida infeliz que llevan los pecadores.
Punto 2º Vida feliz de los que aman a Dios.

PUNTO 1
VIDA INFELIZ QUE LLEVAN LOS PECADORES

1. Engaña el demonio a los hombres haciéndoles creer, que pasarán una vida deliciosa y tendrán paz, satisfaciendo sus apetitos sensuales: pero no hay, ni puede haber paz a los que ofenden a Dios: Non est pax impiis, dicit Dominus (Ps. XLVIII, 22). Dios dice que sus enemigos nunca conocieron el sendero de la paz llevando una vida infeliz: Contrito et infelicitas in viis eorum, et viam pacis non cognoverenunt. (Ps. XIII, 3).

2. Las bestias que fueron creadas para este mundo, hallan paz en los gustos sensuales. En efecto, dad un hueso a un perro, y le veréis alegre. Dad un haz de hierba a un jumento, y veréis que está satisfecho y nada más desea. Más el hombre, creado por Dios para amarle y estar unido a Él, sólo puede ser satisfecho por Dios, no por el mundo, aun cuando éste enriquezca con toda especie de bienes. ¿Y a que se reducen todos los bienes mundanos? A deleites de los sentidos, riquezas y honores, como dice San Juan: Omnes quod est in mundo concupiscentia oculorum, et superbia vitæ. (I. II, 16). San Bernardo afirma, que el hombre puede ser rico en todos los bienes mundanos, pero jamás quedará contento y saciado con ellos. Podrán deslumbrarle, pero nunca saciarle: Inflari potest, satiari non potest. Y ¿cómo han de saciar al hombre jamás la terra, el viento y el estiércol? Pues tierra, viento y estiércol son todos los bienes de este mundo. Escribiendo después el mismo Santo sobre aquellas palabras de San Pedro: Ecce nos reliquimus omnia, y dice: que vió en el mundo diferentes clases de necios, y que todos ellos padecían hambre muy grande, por lo que unos se llenaban el vientre de tierra, como los avaros; otros de viento, como los ambiciosos de honores y alabanzas; otros que se veían alrededor de un horno, tragaban por la boca las pavesas que salían de él, como los iracundos y vengativos; otros finalmente, bebían el agua turbia de un lago pestilente, y éstos eran los deshonestos. Luego el Santo les dirige la palabra, y les dice: ¿No veis insensatos, que todas esas cosas que tragáis no hacen más que irritar la hambre en lugar de calmarla? Alejandro Magno nos presenta un buen ejemplo de esta verdad; después de haber conquistado la mitad del mundo con sus victorias, gemía porque no era dueño de todo el universo.

Alejandro Magno
3. Muchos esperan hallar paz en la acumulación de las riquezas; pero ¿cómo han de poder saciarlos la tierra? La abundancia de dinero, dice San Agustín, no sacia la avaricia, sino que la acrecienta; o en otras palabras: la avaricia no disminuye el hambre, sino que la excita: Humiliata es usque ad inferos; in multitudine vitæ tuæ laborasti, nec dixisti, quiescam. (Is. LVII, 9 et 10). ¡Pobres amadores del mundo, que se fatigan y sufren por amontonar la mayor cantidad de dinero y de bienes que pueden! Pero el reposo huye de ellos; y cuanto más amontonan, más crecen sus ansiedades y sus tormentos: Divites equerunt, et esturierunt; inquirentes autem Dominum non minuentur omni bono (Ps. XXXIII, 11). Los ricos de este mundo son los más desgraciados de todos los hombres; porque cuanto más poseen, más quieren poseer; y como no pueden adquirir todo lo que desean, son siempre más pobres que los hombres virtuosos, que no buscan sino a Dios. Estos sí que son verdaderamente ricos, puesto que viven contentos con sus suerte, y encuentran en Dios todos sus bienes: Iuquirentes Dominum non minuentur omnio bono. Nada les falta a éstos porque tienen a Dios; pero a los ricos del mundo, como que están privados de Dios, les falta todo, porque les falta la paz del alma. Con razón, pues, fue llamado insensato aquel rico del Evangelio de San Lucas (XII, 19), que teniendo una buena cosecha recogida en sus campos, decía: “Oh alma mía! Ya tienes muchos bienes de repuesto para muchísimos años; descansa, come, bebe, goza. Y ¿Porqué fue llamado insensato? Porque creía hallar contento y paz comiendo, bebiendo y vistiendo con magnificencia. Por eso le reprende San Basilio de Seleucia, diciéndole: “¿Tienes acaso alma de puerco?”. Numquid animam porcinam habes? ¿Pretendes, acaso, contentarla, comiendo y bebiendo, como las bestias?

4. Y yo pregunto: ¿quedan por ventura contentos los que ambicionan honores terrenos, cuando los consiguen? Si todos los honores del mundo no son otra cosa que humo y viento, como dice Oseas (XII, 2), ¿cómo han de poder contentarles el viento y el humo? Dice David: Superbia eorum ascendit semper. (Psalm. LXXXV, 23). Los ambiciosos no quedan saciados cuando obtienen estos honores, sino que antes crece en ellos la ambición y la soberbia, y con ellas crecen también las ansiedades, la envidia y los temores.

5. Pues los que viven enfangados en el vicio deshonesto, ¿de que otra cosa se alimentan sino del estiércol, Qui vescebantur voluptuose amplexati stercora, dice Jeremías (Thren VI, 3). Y ¿cómo puede saciar y dar paz al alma el estiércol? ¿Que paz pueden disfrutar los pecadores estando reñidos con Dios? Los infelices tendrán aquellos bienes, aquellos honores, aquellos deleites, pero no tendrán jamás paz. Porque no puede faltar la palabra de Dios, que dice “No hay paz para sus enemigos: Non est pax impiis (Isa. XLVIII, 22). ¡Pobres pecadores! dice el Crisóstomo: ellos llevan encima el verdugo, esto es, su mala conciencia, que los atormenta: Pecattor conscientiam quasi carnificem circumgestat (Serm. 10, de Laz.). San Isidro dice, que no hay pena más cruel que la mala conciencia; y luego añade, que ninguno que viven bien, está triste jamás: Nulla pœna gravior pœna consientœ: vis nunquam esse tristiis: bene vive. (Lib. 2, Silt.).

6. El Espíritu Santo describe el estado deplorable de esos infelices, diciendo: que los impíos son son como un mar alborotado, que no puede estar en calma. Impii quasi mare fervens, quod quiescere non potest. (Isa. LVII, 20). Una ola llega, otra viene, pero todas son olas de amarguras y de rencores, puesto que cuanto se opone a su voluntad los turba y los irrita, como turban al mar los vientos encontrados. Si uno se encontrase en medio de un festín, entre bailes y músicas, pero atado de los pies con la cabeza hacia abajo, ¿podría éste tal estar contento en aquel festín? Tal es el estado del pecador. El está con el alma vuelta hacia abajo: en vez de estar unido a Dios y separado de las criaturas, está unido a las criaturas y separado de Dios. Pero las criaturas, como dice San Vicente Ferrer, están fuera del corazón y no pueden contentarle: Non intrant illuc, ubi est sitis. Sucede al pecador lo que acontecería a uno que, hallándose en medio de un estanque, se sintiera abrasado de sed: las aguas bañarían su cuerpo; pero sin beber de ellas, no le saciarían la sed.

7. Explicando el rey David la vida infeliz mientras vivía en pecado dijo, “Mis lágrimas me han servido de alimento día y noche, desde que me están diciendo continuamente: y tu Dios, ¿dónde está? Ubi est Deus tuus? (Psal. XLI, 4). Iba él para aliviar su pena al campo, a los jardines, a las músicas; pero todas las criaturas le decían: David ¿quieres acaso que nosotras te aliviemos? Te engañas: Ubi est Deus tuus? Marcha, busca a tu Dios, a quien has perdido, porque sólo Él puede restituirte la paz. Y por eso confiesa el mismo David, que enmedio de las riquezas y de los placeres no hallaba reposo, y lloraba de día y de noche: Oigamos ahora a su hijo Salomón, quien confiesa, que nunca negó a sus sentidos nada de lo que desearon: Et omnia quœ desideravenrtun oculi mei, non negavi eis (Eccles. II, 10). Sin embargo con todo eso exclama: Todo aquello era venidad de vanidades y aflicción de espíritu. Vanitas vanitatum… et ecce universa vanitas et aflictio spiritus (Eccles. I, 2, 14). Advertid, que no solamente dice, que todas las cosas de este mundo son pura vanidad, sino que son además aflicción de espíritu. Y esto lo acredita cada día la experiencia, puesto que el pecado lleva consigo el temor de la divina venganza. Cuando tenemos un enemigo poderoso, no podemos estar tranquilos un instante. ¿Cómo pues, podrá estarlo quien tiene por enemigo a Dios? El que comete un pecado mortal, se siente asaltado repentinamente de un gran pavor: cada cada árbol que se mueve, le aterra: siempre está pensando en la fuga, sin que nadie le persiga. No le perseguirán los hombres, pero le persigue su mismo pecado, como sucedió a Caín, el cual, después de haber muerto a su hermano Abel, decía lleno de temor: Cualquiera que me hallare me matará (Gen. IV, 14). Y aunque el Señor le aseguró que ninguno le ofendería, Caín, sin embargo, perseguido de su pecado, como dice la Escritura, anduvo siempre errante y fugitivo sobre la tierra. Habitavit profugus in terra (v. 16).

8. Además del pecado lleva consigo el pecador el remordimiento de la conciencia, esto es, aquel gusano roedor que nunca muere. Va el pecador al festín, a la comedia, al banquete; pero en medio de esas diversiones, la conciencia le acusa y le dice: ¡Ay de ti, que has perdido a Dios! si ahora murieses, ¿a dónde irías? El remordimiento de la conciencia es, aun en esta vida, un tormento tan acerbo, que algunos se han dado muerte por librarse de él, como lo hizo Judas, que se ahorcó de un árbol lleno de desesperación.

9. De la injusticia que hacen los pecadores a Dios, abandonando a Él, que es la fuente de todo consuelo, por acogerse a las criaturas, que no pueden suministrarles ninguna paz, se lamenta el mismo Dios diciendo: “Dos maldades ha cometido mi pueblo: me han abandonado a mí, que soy fuente de agua viva, y han ido a fabricarse aljibes rotos, que no pueden retener las aguas. (Jer. II, 13). Dios dice: ¿No has querido servirme en paz a mí, que soy tu Dios? ¡Desventurado! servirás a tu enemigo, padeciendo el hambre, la sed, la desnudez y la falta de todas las cosas. (Deuter. XXVIII, 48). Y esto lo experimentan ya los pecadores. ¿Cuánto no sufre el hombre vengativo después que se vengó, matando a su enemigo? Va huyendo de los deudos del muerto y de los ministros de la justicia, pobre, afligido y abandonado de todo el mundo, ¿Cuánto padece el hombre deshonesto para conseguir sus malos deseos? ¿Cuánto padece el avaro para adquirir lo que posee? Si padecieran por Dios lo que padecen para satisfacer sus pasiones, amontonarían grandes méritos para la otra vida, y vivirían contentos en ésta. Más estando en pecado, llevan una vida infeliz en este mundo, para pasar a otra más infeliz en el otro. Y de esto se quejan los condenados en el Infierno, repitiendo sin cesar en aquella cárcel obscura de tormentos. ¡Ay de nosotros! hemos corrido sobre la tierra por caminos difíciles y sembrados de espinas: nos hemos fatigado andando de iniquidad en iniquidad: hemos sudado sangre y agua: nuestra existencia inquieta se sació de hiel y de veneno: pero ¿con que objeto? Para venir a este abismo de fuego, donde sufriremos horribles tormentos por toda la eternidad.

PUNTO 2
VIDA FELIZ DE LOS QUE AMAN A DIOS

10. En toda alma en la cual reside la justicia, reside también la paz, como dice David: Justita et pax osculatoe sunt (Psal. LXXXIV, 27). Y en efecto, dimanando la paz del alma de la tranquilidad de la conciencia, y estando tan tranquila la del justo por obrar siempre conforme a la voluntad de su Dios, es consiguiente que la paz y la justicia reinen en su corazón. El mismo David dice: Recréate en el Señor, y Él saciará tu corazón: Delectare in Domino, et dabit tibi petitiones cordis tui (Ps. XXXVI, 4). Para entender bien este texto conviene reflexionar, que el hombre mundano pretende satisfacer los apetitos de su corazón con los bienes del mundo; más, como estos bienes no pueden saciarle, por eso el corazón cada día pretende acrecentarlos: con todo, por muchos bienes mundanos que consiga, nunca quedará contento. Por eso el real Profeta le exhorta a que coloque todo su deleite en el Señor, como si le dijera; deja las criaturas de este mundo, deja tus deleites de apetitos sensuales, que no te pueden contentar, y busca en el Señor la verdadera alegría del alma, porque Él sólo puede dártela.

Agustín de Hipona
11. Esto cabalmente sucedió a San Agustín, quien no halló paz mientras se deleitaba con las criaturas; luego el Señor, exclamó: Dura sunt omnia, et tu solus requies; como si dijera: ahora conozco, Señor, mi necedad: yo quería hallar mi felicidad en los placeres terrenos, pero ya conozco que ellos no son sino vanidad y aflicción, y que Vos solo sois la paz y la alegría de nuestros corazones.

12. El Apóstol dice que: la paz que hace disfrutar el Señor a los que le aman, excede en suavidad a todos los deleites sensuales que pueden gozarse en la tierra. (Philip. IV, 7). Y si no preguntádselo a San Francisco de Asís, que con solo decir “Tú eres mi Dios, mi todo” gozaba acá en la tierra un Paraíso anticipado. Preguntádselo a San Francisco Javier, que estando predicando en la India la fe de Jesucristo, le llenaba el Señor tanto de las dulzuras divinas, que se veía precisado a decirle: Basta Señor, basta. Pregunto yo ahora: ¿cuándo se ha hallado jamás ninguno entre los mundanos, tan rico de bienes del mundo, que se haya precisado a decir Basta mundo, basta, que no quiero más riquezas, ni honores, ni aplausos, ni placeres? No, no se ha hallado todavía ni uno sólo, porque los mundanos están siempre anhelando más honores, más riquezas, y más deleites; porque, cuanto más tienen, más desean tener, más ansiosos y famélicos se hallan.

13. En fin, es necesario que nos convenzamos de esta verdad: que sólo Dios puede contentarnos. Los mundanos no quieren determinarse a servir a Dios por el temor de llevar una vida dura y amarga; más yo les digo con el real Profeta: “Gustad y veréis cuan suave es el Señor” Gustate et videte,quoniam suavis est Dominus (Psal. XXXIII, 9) ¡Desventurados! ¿Porqué despreciáis y llamáis infeliz a una vida que no habéis probado todavía? Gustate et videte, probadla, oid Misa todos los días, visitad al Santísimo Sacramento, orad, comulgad una vez al menos cada mes, evitad las malas conversaciones, hablad siempre con Dios, y veréis como el Señor os hace gozar tales dulzuras y tal paz, que el mundo no ha podido daros hasta ahora, con todos los deleites que os ha proporcionado.

Fuente: SERMÓN PARA LA DOMINICA DE SEXAGÉSIMA

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