"...su castidad se proyecta.." |
sábado, 21 de abril de 2012
"NUNCA FUERA CABALLERO DE DAMAS TAN BIEN SERVIDO..."
EL HONOR QUE REDIME
Más al caer de este primer día de su carrera de gloria, Don Quijote “vió no lejos del camino por donde iba, una venta”, llegando a ella “a tiempo que anochecía”. Y las primeras personas con que topó en el mundo fueron “dos mujeres mozas, destas que llaman del partido”; encuentro con dos pobres rameras fue su primer encuentro en su ministerio heroico. Mas a él le parecieron “dos hermosas doncellas o dos graciosas damas, que delante de la puerta del castillo” –pues por tal tuvo a la venta– “se estaban solazando”. ¡Oh poder redentor de la locura! A los ojos del héroe las mozas del partido aparecieron como hermosas doncellas; su castidad se proyecta a ellas y las castiga y depura. La limpieza de Dulcinea las cubre y limpia a los ojos de Don Quijote. Y en esto un porquero tocó un cuerno para recoger sus puercos, y lo tomó Don Quijote por señal de algún enano, y se llegó a la venta y a las trasfiguradas mozas. Llenas éstas de miedo -¿y qué sino miedo ha de criar en ellas su desventurado oficio?– se iban a entrar en la venta, cuando el Caballero, alzada la visera de papelón y descubierto el seco y polvoroso rostro, les habló “con gentil talante y voz reposada” llamándolas doncellas. ¡Doncellas! ¡Santa limosna de la palabra! Pero ellas, al oírse llamar cosa “tan fuera de su profesión, no pudieron tener la risa, y fue de manera que Don Quijote vino a correrse”. He aquí la primera aventura del hidalgo, cuando responde la risa a su cándida inocencia, cuando al verter sobre el mundo su corazón la pureza de que estaba henchido, recibe de rechazo la risa, matadora de todo generoso anhelo. Y ved que las desgracias se ríen precisamente del mayor honor que pudiera hacérseles. Y él, corrido, les reprendió su sandez, y arreciaron a reír de ellas, y él a enojarse, y salió el ventero, “hombre que por ser muy gordo era muy pacífico”, y le ofreció posada. Y ante la humildad del ventero humillóse Don Quijote y se apeó. Y las mozas, reconciliadas con él, pusiéronse a desarmarle. Dos mozas del partido hechas por Don Quijote doncellas, ¡oh poder de su locura redentora!, fueron las primeras en servirle con desinteresado cariño.
"Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido..."
Recordad a María Magdalena lavando y ungiendo los pies del Señor y enjugándoselos con su cabellera acariciada tantas veces en el pecado; a aquella gloriosa Magdalena de que tan devota era Teresa de Jesús, según ella misma nos lo cuenta en el capítulo IX de su VIDA, y a la que se encomendaba para que le alcanzase el perdón. El Caballero manifestó sus deseos de cumplir hazañas en servicio de aquellas pobres mozas, que aún aguardan el Don Quijote que enderece su entuerto. “Pero tiempo vendrá –les dijo– en que las vuestras señorías me manden y yo obedezca.” Y las mozas, que “no estaban hechas a oír semejantes retóricas” y sí soeces groserías, “no respondían palabra”; sólo le preguntaron “si quería comer alguna cosa”. Cesó la risa; sintiéronse mujeres las “doncellas mozas del partido”, y le preguntaron si quería comer. “Si quería comer…” Hay todo un misterio de la más sencilla ternura en este rasgo que Cervantes nos ha transmitido. Las pobres mozas comprendieron al Caballero calando hasta el fondo su niñez de espíritu, su inocencia heroica, y le preguntaron si quería comer. Fueron dos pobres pecadoras de por fuerza las primeras que se cuidaron de mantener la vida del heroico loco. Las adoncelladas mozas, al ver a tan extraño Caballero, debieron de sentirse conmovidas en lo más hondo de sus injuriadas entrañas, en sus entrañas de maternidad, y al sentirse madres, viendo en Don Quijote al niño, como las madres a sus hijos le preguntaron maternalmente si quería comer. Toda caridad de mujer, todo beneficio, toda limosna que rinde, lo hacen por sentirse madres. Con alma de madres preguntaron las mozas del partido a Don Quijote si quería comer. Ved, pues, si las adoncelló con su locura, pues que toda mujer, cuando se siente madre, se adoncella.
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