domingo, 10 de noviembre de 2013

EL CRISTO EN EL QUE CREEMOS



“El que crea se salvará, el que no crea se condenará” (Mc 16, 1-20). Frente a Jesucristo y su Evangelio, no hay disyuntiva ni tintes intermedios: o se está con Él o contra Él; o se cree en Él, o no se cree en Él; o se salva quien cree en Él, o se condena quien no cree en Él. La razón de esta drástica separación y distinción es que Él ha sido enviado por Dios como el Único Salvador del mundo; fuera de Él, “no hay otro nombre en el que se encuentre la salvación” (cfr. Hch 4, 12).

Ahora bien, el problema está en que muchos sectarios toman este versículo y dicen creer en Cristo, pero en la práctica resulta un Cristo falso, adaptado a la mentalidad, a los gustos e incluso a los caprichos personales de los fundadores de sectas. Incluso dentro de la Iglesia Católica puede suceder que se piensa que se “cree en Cristo”, pero en realidad se está creyendo en un Cristo imaginario, un Cristo construido a la medida de mi entendimiento y de mi gusto personal. Muchos católicos hacen lo mismo que Lutero: toman de Cristo Jesús lo que les conviene, y dejan de lado lo que no les conviene.

Así, creen en un Cristo que es pura misericordia, incapaz de juzgar y condenar el mal, sin justicia, con lo cual es en realidad un Cristo injusto, porque si no castiga y corrige el mal, es injusto; muchos creen en un Cristo moldeable y maleable, que puede adaptarse a cuanta corriente ideológica aparezca, y así es que muchos creen en un Cristo pobre que manda odiar a los ricos, como la Teología de la Liberación, o en un Cristo rico que manda enriquecerse materialmente a toda costa, como la falsa teología de la prosperidad, lo cual es radicalmente falso, porque Cristo nos manda a ser pobres y ricos a la vez: nos manda ser pobres con la pobreza de la Cruz, que es despojarnos de los bienes materiales que no nos conduzcan al cielo, y nos manda ser ricos con la riqueza de la Cruz, que es poseer el tesoro más grande de todos los tesoros del mundo, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. Otro Cristo radicalmente falso es el de la Nueva Era o Conspiración de Acuario: un Cristo que es la encarnación de Maitreya, o un Cristo que habita en un lejano planeta y se desplaza en naves espaciales. Así como estos, hay muchísimos otros ejemplos de falsos cristos que han sido inventados a lo largo de la historia por la imaginación y fantasía de los hombres, dentro y fuera de la Iglesia.

“El que crea se salvará, el que no crea se condenará”. “Creer en Cristo” implica creer no en cualquier Cristo, no en el Cristo revolucionario, no en el Cristo de los pobres sin Dios que odian a los ricos, no en el Cristo de los ricos que odian a los pobres, no en el Cristo reformador y protestante, no en el Cristo cósmico y pagano de la Nueva Era; creer en Cristo implica creer en el Cristo del Credo de la Santa Iglesia Católica, que es el Cristo por quien dieron la vida los santos a lo largo de los siglos; es el Cristo que por el bautismo nos incorpora a su Cruz y muerte y a su gloria y resurrección, es el Cristo que nos manda negarnos a nosotros mismos todos los días y cargar la Cruz para seguirlo a Él camino del Calvario, único modo de llegar al Reino de los cielos; es el Cristo que conmovió el corazón de Zaqueo, por quien Zaqueo prometió devolver cuatro veces más a los que hubiera perjudicado: “Señor, ahora mismo voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más” (Lc 19, 1-10); es el Cristo Cordero a quien adoran los ángeles y los santos en el cielo; es el Cristo Dios que está Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía. Es en este Cristo y no otro, en el cual creemos y al cual amamos y adoramos en el tiempo, en su Presencia Eucarística, y al cual, por gracia y misericordia suya, si somos fieles hasta el fin, amaremos y adoraremos en la eternidad en los cielos.

Por el Padre Alvaro

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