"...Guarda el depósito, evitando las profanas novedades de palabras y las contradicciones de la ciencia que falsamente se llama tal, ciencia que profesándola algunos, se extraviaron en la fe" (I Tim., 6, 20-21).
La situación actual en el mundo católico es semejante a un hombre que recibió una herencia, en monedas de oro. Lleno de ánimo y júbilo por la misma, realizó con ella diversos tratos y compromisos comerciales, pero al vencimiento de éstos, al pagar con las monedas heredadas, fue advertido por sus acreedores que gran parte de las mismas eran falsas. Estando en tal situación, que comprometía seriamente sus finanzas y su futuro económico, para evitar gastos, ordenó interrumpir la remodelación de su antigua finca, pero estando por terminar los trabajos, encontró escondido entre las paredes un viejo arcón que encerraba una inmensa fortuna, también en monedas de oro. Ahí, junto al tesoro, halló un pergamino que explicaba el origen de esa fortuna. Ésta, se había acumulado durante muchas generaciones y siglos, por antepasados suyos. Grande fue su regocijo, pues no sólo podría cumplir con ella sus actuales compromisos y evitar su ruina económica, sino que a simple vista de lo cuantioso de las monedas, advirtió que podría crear un gran emporio comercial.
Tal estado de ánimo, fue interrumpido por su asesor que, envidioso del hallazgo, lo engañó diciéndole que las monedas del arcón eran tan antiguas en su acuñación que no tenían ningún otro valor que no fuera el estimativo, ocultándole que a pesar del mal estado, por el desuso, eran monedas de oro puro. Decepcionado por la falsa noticia, fue presa de una gran tribulación y, completamente abatido, volvió a enterrar el tesoro.
Para salir de sus compromisos y de su angustiante situación, influenciado por su asesor, empezó a viajar y, con diversos nombres, a engañar a varios comerciantes, que no advirtieron que las monedas -de su primera herencia- con las que pagaba eran falsas, pues las había recubierto de oro y mezclado con las verdaderas. Cuando alguno lo notaba, él ya había desaparecido de esa comarca. Cuando más se sentía satisfecho de su habilidad e ingenio, fue atrapado por las autoridades que lo condenaron a prisión perpetua por defraudador.
Ya estando en prisión y destruido su porvenir, a sus hijos les fue prohibido hablar con él por órdenes de la autoridad. Enterados del infortunio de su padre por desechar el tesoro enterrado, los hijos se dedicaron a buscar éste afanosamente; al poco tiempo, recuperaron el viejo arcón y se asombraron de su enorme y cuantiosa valía, que les permitió vivir en la opulencia, no sólo a ellos, sino también a sus siguientes generaciones.
La explicación de esta parábola es sencilla:
-La herencia con mezcla de monedas auténticas con falsas consiste en la predicación de la fe genuinamente católica, mezclada con gravísimos errores doctrinales e, incluso, viejísimas y muy sobadas herejías que hoy se quieren presentar como "avances teológicos". También consiste en la predicación de ambigüedades y en el silencio sobre aquellas verdades de fe que puedan incomodar a otros o, incluso, en la simulación y silencio ante los errores doctrinales. Esta herencia está constituida por las tesis de aquellos que limitan el magisterio a los últimos treinta y cinco años, desasociándolo de la tradición y de las doctrinas de todos los papas y concilios. Toman una partícula de las enseñanzas recientes, lo unen a lineamientos pastorales no infalibles y a nuevas opiniones teológicas particulares, a ello agregan sus personalísimas interpretaciones; olvidan, además, todo lo que a ese respecto ha dicho la Iglesia en dos mil años, y, ya está, han creado un nuevo y diferente cuerpo doctrinal, que se multiplica en un sinnúmero de doctrinas tan variadas como intérpretes existan. Por eso, para ellos resulta un anacronismo citar la doctrina de los demás Pontífices y concilios, como si la Verdad pudiera cambiar con las épocas. Toda esta mezcla de nuevas tesis e interpretaciones constituye esta primera herencia, que contraviene, además, por sus ambigüedades, la orden del Señor de hablar siempre con un "sí, sí" o un "no, no", porque, como explica el mismo Jesucristo, todo lo contrario a este modo de obrar, proviene del maligno.
-El arcón con una grandísima fortuna en oro, con monedas de antigua acuñación que habían sido acumuladas por los antepasados durante generaciones y siglos, se refiere al MAGISTERIO DE LA IGLESIA, que ha definido, en el transcurso de veinte siglos, infaliblemente el contenido de la revelación de Dios en sus dos fuentes: la Sagrada Escritura y la Tradición. Este tesoro es el depósito de la fe custodiado por Pedro y sus sucesores, que nadie puede rechazar sin dejar de ser infiel a Dios mismo, porque fue la Veracidad infinita quien lo reveló y lo dejó a la Iglesia como una legado inmutable, que no puede nunca contradecirse ni modificarse. Cristo lo dijo: "Los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".
-El asesor financiero es el demonio (y todo aquel que participa de sus obras) que, como padre de la mentira, busca relegar al olvido la riqueza de ese MAGISTERIO infalible, para imponer y difundir falsas doctrinas (las falsas monedas) mezcladas con verdaderas, que al diluirse, de esta manera, producen una doctrina globalmente errónea y mentirosa. En su astucia, el Maligno sabe que la verdad mezclada con el error hace digerible a éste, por ello ataca principalmente a la Tradición (con mayúscula), que quiere que sea desconocida como fuente de revelación. Por ello, también combate las tradiciones (con minúscula), que son el conjunto de riquezas que mediante el progreso y el transcurso de los siglos ha acumulado la Iglesia. Y astutamente lo hace en nombre mismo del progreso, cuando lo que intenta es precisamente destruir todo ese progreso que en "lo humano" ha logrado la Esposa de Cristo (la Iglesia Católica, Apostólica y Romana), para ello enarbola el pretexto de volver a lo primitivo, a los inicios del cristianismo. ¿Habrá un argumento más retrógrada? Y sin embargo, ¡cuántos son víctimas de ese engaño!
-El hombre que recibió las herencias es el hombre actual, el católico de la segunda mitad del siglo veinte y principios del veintiuno. Ha escuchado muchas verdades mezcladas con ambigüedades, errores, herejías y omisiones (la primera herencia). Las escucha por todas partes desde los medios de comunicación hasta, en ocasiones, en el mismo templo, desde el texto impío o la cátedra racionalista hasta en algunas tesis de teólogos y eclesiásticos, o incluso, en libros y prensa que se dice católica. En su mayoría, este católico no ha sabido distinguir unas doctrinas de otras. No ha tenido una medida de discernimiento (el Magisterio de la Iglesia) para diferenciar la verdad y el error. Cuando ha tenido oportunidad de descubrir la Verdad, por su falta de reflexión y profundidad, por su espíritu acomodaticio, por su falta de preparación intelectual y espiritualidad, ha preferido la doctrina fácil y falsa, o sea, la más cómoda y adaptada al espíritu del mundo. Por ello, en la parábola, el demonio lo engaña con gran facilidad, haciéndolo ignorar el valor del arcón hallado (el Magisterio de la Iglesia que custodia el depósito de la fe). Tiene en sus manos el más grande tesoro, que lo salvaría y resolvería su existencia misma, y lo vuelve a arrumbar. Prefiere recurrir a la primera herencia. Piensa: "son monedas actuales, las antiguas, no valen". No le importa que estén mezcladas las falsas con las verdaderas, son las vigentes. Desconoce, por su espíritu superficial, el valor acumulado de lo antiguo: las del arcón son monedas verdaderas (de oro) y poseen un agregado valor histórico. Del mismo modo, hoy se desecha el Magisterio continuo y permanente de la Iglesia, mismo que ha avanzado, en el trascurso de los siglos, en la profundización y definición de la Verdad revelada, que no cambia, porque como toda verdad absoluta, es perenne. Hay un momento (o varios momentos) en la vida de todo hombre, que Dios le permite tener ante sí la Verdad. En su mayoría, el hombre actual, el católico acomodaticio, ha preferido, en ese momento, a Belial que a la Verdad. Ha hecho un dios y una religión a su gusto y medida. La comodidad ha traicionado a la Verdad. Ha preferido estar a tono con el signo de los tiempos. Ha optado por elegir al Mundo sobre Dios y a convertirse en un ciego -de los que nos habla Jesucristo- guiado por otros ciegos, para caer, de este modo, todos al hoyo. Por ello, la perpetua prisión de la parábola es el INFIERNO, lugar cuya existencia es dogma de fe, pero que hoy se ignora o se niega. El hombre que es aprisionado de manera perpetua y separado de cualquier consuelo, prefirió hacer uso del mismo engaño del que había sido víctima (fue el primer sorprendido por las monedas falsas, pero luego aprendió a hacerlas circular para su conveniencia y beneficio), por ello fue condenado para siempre. El que, conociéndolo, rechaza al MAGISTERIO se condena a sí mismo, aún cuando inicialmente haya sido engañado por otros. De ahí que cobren una actual y perpetúa vigencia las palabras de San Agustín: "Yo no creería en el Evangelio, si no me moviera (para ello) la autoridad de la Iglesia Católica". El uso de varios nombres, en la parábola, para engañar al prójimo, debe entenderse como referencia a las diversas denominaciones de herejías y errores, hoy tan en boga.
-Por último, surge una gran esperanza en la parábola. El arcón con el gran tesoro es reencontrado por los hijos del heredero y valorado en toda su dimensión. Es la época en que terminará la actual crisis de fe y obediencia al Magisterio. Los hijos saben que sólo hay un camino: Cristo; una sola Verdad: su palabra custodiada e interpretada por la única Iglesia verdadera -la Católica Romana- que nos conduce a la Vida, es decir al encuentro eterno con Cristo-Dios. La parábola nos señala que de nuevo, la Verdad será proclamada por todos en su límpida integridad, que el Magisterio de la Iglesia, es decir, la fe y la moral, conforme al depósito de la Revelación, definido y custodiado por la Iglesia, será reconocido por todos los católicos creyentes, pastores y fieles. María vencerá y se hará patente el cumplimiento de su profecía en Fátima: "Finalmente, mi Corazón Inmaculado triunfará". Ciertamente, las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia. Cristo lo prometió. Es palabra de Dios.
Esperemos, pues, ese triunfo, aferrados al Magisterio infalible de la Iglesia Católica, única medida segura de discernimiento de la Verdad revelada, sin apartarnos "un ápice del sentir manifiesto de nuestros Santos Padres y antepasados" como enseña San Vicente de Lerins ("Conmonitorio" Cap. II ).
Por ello, este mismo santo habla del depósito de la fe, en total armonía con el mensaje de la parábola, en estos términos: "Lo que se te ha confiado en ti permanezca y por ti sea transmitido. Oro has recibido; entrega oro. No quiero que desvergonzada y fraudulentamente pongas plomo o bronce en vez de oro; no quiero apariencia de oro, sino oro puro...(el depósito de la fe es) algo que ha llegado hasta ti, pero que tú no has producido; algo de lo que no eres autor sino custodio; no fundador, sino seguidor; no conductor, sino conducido" ("Conmonitorio" Cap. XXII ).
Si la Iglesia aplica esta doctrina al Romano Pontífice, con más razón debemos tenerla presente y acatarla sus demás miembros: "El Romano Pontífice, como todos los fieles, está subordinado a la Palabra de Dios, a la fe católica, y es garante de la obediencia de la Iglesia y, en este sentido, "servus servorum". No decide según su arbitrio, sino que es portavoz de la voluntad del Señor, que habla al hombre en la Escritura vivida e interpretada por la Tradición; en otras palabras, la "episkopé" del Primado tiene los límites que proceden de la ley divina y de la inviolable constitución divina de la Iglesia contenida en la Revelación". Tomado del documento "EL PRIMADO DEL SUCESOR DE PEDRO EN EL MISTERIO DE LA IGLESIA", texto decisivo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, firmado por el entonces Cardenal Joseph Ratzinger.
Por otro lado, es paradójico que los mismos enemigos de Dios y de su Iglesia, diagnostiquen de manera tan certera el mal por el que atravesamos. Paolo Flores dArcais, que se considera orgullosamente uno de los últimos jacobinos, en una polémica pública sobre el ateísmo (22-IX-2000), le dijo al entonces Cardenal Ratzinger: "¡Cuánto os habéis dejado contaminar como Iglesia por el mundo laicista!" Y, desgraciadamente, es verdad: el secularismo, la desacralización, el relativismo doctrinal, la adaptación al mundo, el olvido de la Verdad revelada inmutable que es custodiada y definida por la única y verdadera Iglesia (pues esta Verdad contraviene ese mundo laicista que ensalzan) y el sincretismo, son las notas características de nuestro tiempo. Nuestro catolicismo se ha convertido, para muchos, en una religión de una hora -los domingos- en el templo, desasociado de nuestra vida cotidiana. Una religión hecha a nuestra medida y gusto, donde las verdades de fe y las normas de moral que nos gustan las escogemos como bufete, para rechazar las que nos estorban. Una religión que la hemos adaptado a ese mundo laicista, a ese mundo que es considerado por la genuina doctrina católica, como uno de los tres enemigos del alma.
Los últimos Pontífices han realizado el diagnóstico exacto. Pablo VI, señaló: "Creíamos que el Concilio traería días soleados para la historia de la Iglesia. Por el contrario son días repletos de nubes, tormentosos, con niebla, días de ansiedad e incertidumbre" (Alocución del 29-06-72). Juan Pablo II dijo alarmado: "Hoy en día los cristianos se sienten, en gran parte, dispersos, confusos, perplejos, y hasta incluso desilusionados; han sido difundidas las ideas más contrarias a la verdad revelada y siempre enseñada; se han propagado verdaderas herejías en los terrenos del dogma y de la moral...tampoco la liturgia ha sido respetada" (Discurso en el Congreso de las Misiones: 06-02-81). Pablo VI llamó al proceso de crisis de la Iglesia como una "AUTODEMOLICION". Ante este terrible diagnóstico, que sólo los ciegos voluntarios o los optimistas ingenuamente irredentos no ven, sólo queda un camino, un remedio que aún no se implementa: volver al TESORO OLVIDADO. Poner todos los católicos -a todos los niveles- de nuevo los ojos en ese arcón que encierra el mayor tesoro: el depósito de la fe custodiado y enseñado por el MAGISTERIO INFALIBLE DE LA IGLESIA. No es nuestro propósito señalar aquí, las causas, el origen y el desarrollo del legado fraudulento. Sólo pretendemos, a partir de un diagnóstico y un hecho incontrovertible (el proceso de "autodemolición"), señalar el camino, la verdadera vía de solución a esta crisis, conforme al pensamiento de los santos y doctores de la Iglesia.
Es tiempo ya de descontaminarnos de ese mundo laicista. Es el momento de adaptarnos, como hombres, hacia lo que Dios quiere y enseña, y no de querer adaptar a Dios a nuestros caprichos y circunstancias. Es urgente recuperar una mentalidad teocéntrica, vertical, que ascienda hacia el único Camino, la única Verdad y la única Vida. Urge proclamar de nuevo el reinado social de Cristo en las naciones, en la sociedad, en la familia y en cada persona. Es imperioso que se recupere el espíritu misionero y proselitista intrínseco al cristianismo. No es asunto de oportunidad y conveniencia sino una exigencia de caridad. El "diálogo" que no busca la conversión del errado a la verdadera religión, es una traición a Cristo y un perverso daño al prójimo. No podemos diferir más el recurso de la apologética para proclamar y defender las verdades de fe, en particular, el dogma de que sólo la Iglesia Católica es la única verdadera. La defensa y proclamación de la Verdad y el señalamiento del mal y el error no pueden ser cosas del pasado, sino una brújula indispensable, actual y vigente que opere en la vida espiritual del hombre del siglo veintiuno. La caridad no puede ser contraria a la Verdad sino un instrumento de ella. Es también urgente la desprotestantización: muchos han caído en grandes errores al tomar la Biblia aislada de la interpretación del Magisterio y la Tradición o implementando elementos en la liturgia, en el canto y en la oración, así como en otros aspectos, nacidos de las sectas. La Verdad no requiere de elementos engendrados del error. Hemos recibido dos legados: uno fraudulento con oro y plomo. Otro con oro puro. El primero viene del maligno, el segundo de Dios. Rechacemos el primero y recobremos el segundo. Empecemos ¡ya! proclamando ese depósito ÍNTEGRO de la fe conforme al Magisterio Infalible de la Iglesia. Devolvamos oro por oro. El tiempo apremia. La salvación nuestra y de muchos se encuentra comprometida en esta empresa.
Si, como hemos visto, la Iglesia enseña que ni el Papa debe decidir según su arbitrio, sino que está subordinado a la fe católica, a la Sagrada Escritura interpretada por la Tradición, con mayor razón debemos aplicar esta doctrina a la obligación que tienen de esa subordinación los inferiores: la demás jerarquía y los seglares.
(*) La metodología didáctica de las parábolas en el cristianismo, es de origen evangélico. La parábola es una alegoría, es decir una metáfora que se continúa en una serie de comparaciones. Hoy la retomamos, con todo el debido respeto y sin ninguna falsa pretensión, para transmitir un mensaje de suma urgencia en el mundo católico: acudir al magisterio infalible de la Iglesia como única medida de discernimiento para conocer la Verdad revelada y vivir en conformidad con ella.
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