martes, 18 de agosto de 2009

EL DESEO DEL ESPÍRITU SANTO



Extracto de un Sermón de San Juan de Ávila


No vendrá el Espíritu Santo a ti si no tienes hambre de Él, si no tienes deseo de Él. Y los deseos que tienes de Dios, aposentadores son de Dios, y señal es que si tienes deseos de Dios, que presto vendrá a ti. No te canses de desearlo, que, aunque te parezca que lo esperas y no viene y aunque te parezca que lo llamas y no te responde, persevera siempre en el deseo y no te faltará.

Hermano, ten confianza en Él. Porque debes, hermano mío, asentar en tu corazón que, si estás desconsolado y llamas al Espíritu Santo y no viene, es porque aún no tienes el deseo que conviene para recibir tal Huésped. Y si no viene, no es porque no quiere venir, no es porque lo tiene olvidado, sino para que perseveres en el deseo, y perseverando hacerte capaz de Él, ensancharte ese corazón, hacer que crezca la confianza, que de Su parte te certifico que nadie lo llama que se salga vacío de Su consolación.

¡Y cómo dice esto el real profeta David! El deseo de los pobres no lo menospreció Dios, oyólo el Señor (Sal 21,25) ¿Quién es pobre? Pobre es aquél que desconfía de sí mismo y confía sólo en Dios; pobre es aquel que desconfía de su parecer propio y fuerzas, de su hacienda, de su saber, de su poder; aquel es pobre que conoce su bajeza, su gran poquedad; que conoce ser un gusano, una podredumbre, y pone juntamente con esto su arrimo en sólo Dios y confía que es tanta Su Misericordia, que no le dejará vacío de Su consolación. Los deseos de estos tales oye Dios.

San Juan de Ávila, “Sermones del Espíritu Santo” (Primer sermón, Domingo infraoctava de la Ascensión).

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ORACIÓN PARA ALCANZAR LOS SIETE DONES DEL ESPÍRITU SANTO

DEL BEATO TOMÁS DE KEMPIS

Venid, venid Santo Espíritu con todos vuestros dones, y apartad de mí a satanás con todos sus pensamientos, que tantas veces me distrae en mis oraciones y devotas meditaciones.

Venid suavísimo viento y encended en el huerto de mi corazón el ardientísimo fuego de vuestro amor, extinguiendo en mí todo carnal afecto; para que corran aromas de gracias, con avenidas de lágrimas, por la gran compunción de mis pecados, y con la dulce memoria de todos vuestros beneficios.

Venid consolador grande, y con el resplandor de la interior alegría, levantadme del sepulcro de mi nublada tristeza, con esperanza de eterno descanso por tan pequeño trabajo.

Contra el hastío de mi alma, confirmadme con vuestras palabras de los himnos y salmos.

Contra el movimiento de la ira, dadme Dios mío, escudo de paciencia.

Contra el temor de la soberbia, representadme el miedo de la muerte y del eterno fuego.

¿Quién pues no temerá la potestad de vuestra ira, y una pena sin fin?

Contra la vanagloria y arrogancia, haced que atienda a mi propia flaqueza y a las virtudes de los otros.

Contra la liviandad de las palabras, enseñadme a guardar silencio.

Contra la disoluta risa, sacad de mis ojos llanto con gemidos, porque es mejor llorar con dolor, que reír sin propósito.

Contra el curioso y divertido mirar, ponedme delante a Jesús, por mí crucificado.

Contra el adorno de los vestidos, mostradme la corrupción de los gusanos.

Contra el apetito de la carne, abridme las sepulturas de los muertos.

Contra las bebidas del vino, dadme a beber hiel y vinagre (como lo hicieron con) Cristo.

Contra los vanos rumores del siglo, contadme las divinas palabras.

Contra las largas fábulas cerradme presto los oídos, para que no entre el veneno por las ventanas.

Contra los paseos por las lonjas y plazas, atad mis pies y manos con las prisiones de vuestro temor, para que no caiga en varias tentaciones.

Contra la tristeza y mala pereza, infundid en mi la santa unción de vuestra gracia.

Contra la siniestra sospecha de alguno, inspiradme la mejor estimación de mi prójimo.

Contra la injuria que me hicieren, dadme sufrimiento y que me guarde de la venganza, para que no pierda en la gloria del Cielo la corona prometida a los sufridos.

Contra varias enfermedades de mi alma, dadme saludables especies de vuestras virtudes y flores de vuestros Santos Doctores.

Contra mi mala costumbre, dadme fuerzas, para hacer violencia a la naturaleza por la vida eterna.

Contra el peso de los trabajos, concededme tranquilidad de corazón, por medio de la devota oración.

Contra la desconfianza en muchas adversidades, comunicadme gran confianza de vuestra grande piedad y merecimientos de los Santos.

Oh benigno y Santo Espíritu ayudador en las tribulaciones. Amén.

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