viernes, 9 de marzo de 2012

DE LA OBEDIENCIA: EN GENERAL, DE LA RELIGIOSA Y EN EL MATRIMONIO


  • Un excelente escrito sobre qué es la autoridad, cómo ejercerla y cuáles son sus límites.
  • "Algo no es bueno por estar mandado, sino que está mandado porque es bueno".


LA OBEDIENCIA EN GENERAL

Nos explica el Padre Ismael Box:

 "Para Sto. Tomás la obediencia es la “oblación razonable firmada por voto de sujetar la propia voluntad a otro por sujetarla a Dios y EN ORDEN A LA PERFECCIÓN”.

Si la obediencia es virtud, ha de caminar entre dos extremos: la insumisión y la sujeción servil.

Pereza de pensar, cobardía de ser persona: una verdadera abominación.

Cuando la filosofía escolástica habla de la potencia obediencial, entiende por ella una cierta capacidad de educir de la materia una forma superior.

Y se pone el clásico ejemplo de un bloque de mármol del cual puede educirse una forma superior a sí: ser transformado por la mano del artista en una escultura a la que se siente impulsado, como Buonarotti, al decirle “parla” (a su estatua de Moisés).

Un superior puede sacar de los supuestos bloques de mármol que les son entregados para tallarlos un David o un W.C.

¿Qué cosa hace buena la obediencia?

¿Una cosa es buena porque está mandada o está mandada porque es buena?

A quienes tienen la pasión por el breakfast dogma (la devoción por desayunarse cada mañana con un nuevo dogma) por la mera ocasión de ejercitarse en la virtud del acatamiento, casi siempre la bondad de una determinada acción les viene del hecho de “estar mandado”, sin que se planteen demasiado, o casi nada, el bien objetivo que tal acción comportaría.

Para ciertas mentes débiles, la obediencia es un recurso de pereza intelectual y operativa: incapaces de una actividad pensante y una acción comprometida, siempre prefieren que les digan qué, cómo y cuándo deben hacerlo todo.

Dios manda obedecerle porque lo que manda es bueno. Un bien objetivo.

Y aunque ese bien no se vea demasiado claramente, por ser Dios quien es y haberlo mandado quien es la Suma Verdad y la Suma Bondad, la voluntad del hombre se somete libremente (con gusto o sin él) a la Voluntad divina.

Tratándose de un mandato humano, la cosa cambia.

Algo no es bueno por estar mandado, sino que está mandado porque es bueno.

La bondad objetiva de la cosas no puede cambiar ni por voluntad del superior gobernante, ni por el devenir histórico, ni por cualquier otra razón.

Lo que ha sido bueno antes, sigue siendo bueno ahora; y lo que antes era malo, también ahora lo es.

“Un árbol bueno, produce frutos buenos…”

Un buen superior no puede (no debe) mandar otra cosa que lo bueno.

Pero la historia vieja y la contemporánea nos demuestran que muchos buenos mentecatos (mens, mentis, captus = el que tiene capturada la mente, o el alma) creyendo hacer el bien, por obediencia, terminan causando grandes males.

El principio de cierta claridad sobre un asunto tan complicado nos lo ofrece el mismo Evangelio:

"Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo?" (Lc 6, 39 ss).

Es muy cierto que “Los que llevados de cualquier pasión, o por ignorancia o por malicia, sabiéndolo o no sabiéndolo, quieren hacer un “cadáver” literal de sus súbditos, o bien se sujetan al superior con el servilismo inerte de estólidos “bastones”; pecan, abusan del don de Dios, desacreditan a Cristo” (P. Leonardo Castellani, op.cit. “Cristo y los fariseos”).

La obligación de la obediencia, cesa por incumplimiento por parte de uno de los “contratantes” (en aquello que el superior manda mal o abusa de su autoridad).

Genicot, sostiene que el súbdito que notase en el superior señales inequívocas y habituales de hostilidad o enemistad, no estaría obligado a obedecerle en los mandatos donde no se vea temor, pues un enemigo nos desea de suyo la destrucción…

Podríamos enumerar una larga lista de santos y doctores “desobedientes” que a la larga, sacaron a la Iglesia de ese estado de modorra o sueño profundo que fue aprovechado por sus enemigos para sembrar la cizaña:

Atanasio el Grande, Eusebio, Juan Crisóstomo, Catalina de Siena...

“El que obedece no se equivoca”, me dice Mentecato. Una media verdad…

Le respondo: “Si un ciego guía a otro ciego; ¿no caerán ambos en la fosa?”. Verdad del Evangelio.

De la media verdad y de la verdad podemos inferir, sin demasiadas pretensiones lógicas, que ambos se equivocan: mandando y obedeciendo.

Pero el que manda tiene mayor culpa:

“El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo. Pero aquél que, sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más”. (Cf Lc 12, 47. 48).

Dice el Apóstol: “Todos han de someterse a las potestades superiores; porque no hay potestad que no esté bajo Dios, y las que hay han sido ordenadas por Dios. Por donde el que resiste a la potestad, resiste a la ordenación de Dios; y los que resisten se hacen reos de juicio” (Rom 13, 1,2)

Encarece Pablo la obediencia a las legítimas autoridades temporales, base de toda convivencia y orden.

Esto supuesta la racionabilidad del mandato en orden al bien común.

Innumerables textos de la Sagrada Escritura señalan el altísimo y sublime valor de la obediencia, a la que exaltan por encima de todos los holocaustos y sacrificios.

OBEDIENCIA RELIGIOSA

Y la obediencia religiosa seguirá siendo fuente de santificación.

Tratándose de la gloria de Dios, nada debe amedrentar al súbdito en el seguimiento fidelísimo de lo dispuesto por los superiores.

De la gloria de Dios. No de la gloria, el capricho o la locura de los mismos.

Porque es igualmente cierto que: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres…” (Hech 5)

Los votos hacen al religioso una cosa sagrada.

Según la mayoría de los teólogos usar del mandato BAJO SANTA OBEDIENCIA de cualquier manera, para cosas absurdas, irrazonables, fútiles, inútiles, inconsideradas o simplemente menores en volumen o ridículas en importancia, ES PECADO GRAVE.

El ejemplo de los mártires y los nuevos mártires:

Cuando la Iglesia Apostólica se lanzó al mundo pagano, insertándose en él, no para mundanizarse, sino para convertirlo, tuvo muy claro, bajo la enseñanza de sus Columnas, que había de someterse a toda humana autoridad, a ejemplo de Cristo, que no vino a ser servido sino a servir.

Su servicio fue el servicio a la Verdad de Cristo. Su reinado fue someterse a Cristo y someter a su imperio moral la vida de los hombres y la tierra misma.

En ningún momento, como hemos visto, los Apóstoles incitaron a los cristianos a desobedecer a quienes estaban constituidos en autoridad, al contrario.


Del mismo modo, en el seno de la naciente Iglesia, cuidaron que se prestara igual obediencia a sus sucesores, a quienes constituyeron en testigos de la Verdad, previniéndoles sobre la aparición de falsos pastores y hombres necios que no resistirían la sana doctrina.

Pero aquellos cristianos, además de buenos y santos, eran inteligentes.

Se dieron cuenta de lo que se quería decir y qué cosas debían obedecer… No eran mentecatos.

Los mártires, fueron tales, por desobedecer a los perseguidores de la Iglesia quienes les mandaban sacrificar a los falsos dioses.

La cosa estaba suficientemente clara, ninguno de ellos entró en conflicto o escrúpulo porque el que mandaba era Diocleciano, Decio o Nerón, soberanos emperadores constituidos en autoridad.

Como tampoco entraron en conflicto, avanzada la historia, otros mártires que sufrieron el destierro o la muerte, por oponerse a obispos y prelados herejes que les ordenaban obedecer sus mandatos.

En síntesis: que en materia que afecte a la fe y a los mandamientos de Dios, siempre se ha tenido claro –por todos, en todo tiempo y en todas partes-* que el valor de referencia para obedecer es la continuidad de lo mandado con la Tradición de la Iglesia...

Rota la continuidad, se rompe la obediencia.

Para el Padre Leonardo Castellani (“Cristo y los fariseos”) la obediencia religiosa está enderezada a la perfección evangélica; sólo puede producirse en el clima de la caridad; y el abuso de la autoridad no solamente la hace imposible sino que constituye una especie de profanación o sacrilegio.

EL EJEMPLO DE SANTO TOMÁS MORO

Recogemos los testimonios documentados del final del proceso a Tomás Moro (que fue preso y posteriormente decapitado por oponerse al cisma de Enrique VIII). Parte de su diálogo con Norfolk y Audeley.

Audeley remite por enésima vez al argumento de los votos de los obispos, de los eruditos y de las universidades, el ex Canciller responde:

“Dudo de que no sea más cierto que, quizá no en este reino, pero sí en toda la cristiandad**, la mayor parte de los obispos eruditos y de los hombres virtuosos que aún están en vida son en este asunto de la misma opinión que yo. Y si tuviera que hablar de los que ya murieron, estoy completamente seguro de que la mayoría de ellos pensaban exactamente de la misma manera que yo ahora. Por eso no estoy obligado, Mylord, a adaptar mi conciencia, en contra del concilio universal de los cristianos, al concilio de únicamente un reino. Pues de dichos santos obispos puedo contraponer más de cien a cada uno de los Vuestros; y en contra de Vuestro Concilio o Parlamento –Dios sabe qué es- están todos los concilios que se han celebrado en los últimos mil años. Y contra este reino están todos los demás reinos cristianos… Por eso invoco a Dios, cuya mirada es la única que penetra en las profundidades del corazón humano, para que Él sea mi testigo. Pero sea como sea: No buscáis mi sangre tanto por esta supremacía, como porque no he querido aprobar el matrimonio (el falso matrimonio de Enrique VIII)”.


Audeley: “Maestro Moro, Vos queréis que se os tenga por más sabio y con mejor conciencia que todos los obispos y nobles, que todo el reino entero”.

Norfolk: “Ahora, Moro, se evidencia claramente vuestra maldad”.

Moro: “Mylord, lo que digo aquí es necesario tanto para revelar mi conciencia como para tranquilizar mi alma, y para eso pongo a Dios por testigo, que es el único que conoce los corazones de los hombres”.

Es sabido que la ironía irrita a los santulones. También lo supo Moro, quien la tuvo en el grado más fino y más justo, como la tuvo hasta el mismo Cristo a quien le dijeron los “doctores”: “Maestro, hablando así, también nos ultrajas a nosotros…”

Pro bono pacis, como se dice, y siempre obedeciendo, hemos llegado a situaciones que debieran avergonzarnos cuando leemos la vida de los santos.

Vistas así las cosas, me impugnará Mentecato:

“Cuando no puedas alabar, has de callar”

Y sigue mi amigo con las medias verdades.

Si esa hubiera sido la máxima de Cristo, el Bautista, los Apóstoles y los Mártires, por no llamar raza de víboras, sepulcros blanqueados, guías ciegos, hipócritas y toda la letanía de piropos que no mezquinaron a los constituidos en autoridad, comportándose como correctos escolares, no habría ni Evangelio, ni fe sobre la tierra… La poca que queda… Lo dice el Señor, no yo.

¿Se dan hoy estas situaciones, así tan extremas como Mentecato piensa que las describo?

¿Estamos condenando la desobediencia que no es de nuestro signo y justificando la que nos conviene?

Cuando algo va directamente en contra de las verdades de la Fe, la Ley de Dios y su Culto, todo ello tal como lo ha interpretado y vivido la Tradición y las tradiciones de la Iglesia, su seguimiento, lejos de ser un acto virtuoso, por más piadosamente que se obedezca, es una falta grave.

Claro que es más cómodo callarse y obedecer cuando ponen en manos de un catequista un catecismo que distorsiona las verdades reveladas; cuando se militariza uniformando cierta comunidad (porque todos debemos hacer lo mismo); cuando en una casa de altos estudios (católica, por supuesto) se ignora la doctrina social de la Iglesia no reconociendo los derechos sociales de sus “empleados”; cuando –jugándose los intereses personales de ascenso- siempre se dice sí a lo que venga…

Es más cómodo ser obediente. Total uno obedeciendo, nunca se equivoca (como afirman los que hacen de una media verdad un dogma)…"

Texto tomado del escrito: "Obediencia, la virtud peligrosa" del P. Ismael Box . Notas abajo del post.

"Esposa te doy y no sierva", dice la liturgia.
La autoridad que posee el marido es para buscar
el bien del matrimonio, de su esposa e hijos y no
para ejercerla arbitraria y despóticamente para
su propio egoísmo y vanagloria.


 LA OBEDIENCIA EN EL MATRIMONIO

I. ¿CÓMO DEBE TRATAR A SU MUJER Y EJERCER SU AUTORIDAD EL ESPOSO?

El Apóstol San Pablo dijo: «Hombres, amad a vuestras esposas como Cristo amó a su Iglesia; a la cual ciertamente amó con aquel amor suyo infinito, NO POR SU BIEN PROPIO, SINO PROPONIÉNDOSE EXCLUSIVAMENTE EL BIEN DE LA ESPOSA»

II. ¿QUÉ DICE LA IGLESIA AL ESPOSO DURANTE EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO?

"Esposa te doy, y no sierva"

III. ¿CUÁL DEBE SER LA ACTITUD DE LA ESPOSA CON RESPECTO DE SU MARIDO?

Dice San Pablo: "Estén sujetas las mujeres a sus maridos como al Señor, pues que el varón es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia".

IV. ¿LOS FUNDAMENTOS GENERALES SEÑALADOS EN LA PRIMERA PARTE DE ESTE POST APLICAN TAMBIÉN PARA EL MATRIMONIO?

Por supuesto, pues son principios para cualquier autoridad. La autoridad del esposo debe ser ejercida con caridad genuina, buscando exclusivamente el bien de la esposa y del matrimonio como tal. El marido no debe imponer de cualquier manera una plena autoridad "para cosas absurdas, irrazonables, fútiles, inútiles, inconsideradas o simplemente menores en volumen o ridículas en importancia", como explica el P. Ismael Box respecto de la autoridad en asuntos eclesiásticos, pues estos principios aplican para toda autoridad. Mucho menos tiene derecho de ejercerla en aspectos que dañen -de cualquier manera- a su esposa o sus hijos, o sean contrarios a la voluntad de Dios. La autoridad debe ejercerse sólo para edificación y no para destrucción. Si San Pablo habla que el esposo debe buscar exclusivamente el bien de la esposa y no el bien propio, la autoridad no puede imponerse con violencia verbal y mucho menos física, pues ésta es más grave y vil cuando quien la ejerce es la parte fuerte que debería, por el contrario, ser no sólo la parte proveedora sino también la protectora. El marido que emplea la violencia -por mínima que sea- contra su esposa, se deshonra gravemente y se degrada a sí mismo. El mandato evangélico es claro: "amad a vuestras esposas como Cristo amó a su Iglesia". La mujer ciertamente debe estar sujeta al marido, pues éste es su cabeza, pero la sujeción no implica servidumbre. Bien lo dice la liturgia: "Esposa te doy, y no sierva".

V. ¿QUÉ MALES SE PRESENTAN EN LA ACTUALIDAD?

Principalmente tres: 

a) La "liberación" de la mujer, que implica su desfeminización, su rebeldía a todo principio moral y su desconocimiento de la legítima autoridad de su esposo como cabeza de la familia.

b) Paradójicamente se presentan los dos polos opuestos en el hombre: El grave abuso de autoridad por parte de algunos esposos o la abdicación de su papel como cabeza de la familia, en otros.

c) Por ambos cónyuges: La facilidad para destruir un matrimonio ante cualquier dificultad seria que se presente. Muestran una gran debilidad. Habiéndo jurado amarse y respetarse hasta que la muerte los separe, no tienen la conciencia de su obligación de hacer que su matrimonio no fracase y en vez de emplear todos los medios, se rinden con facilidad ante las desavenencias serias que se llegan a sucitar. ¿Dónde dejan aquello de que lo que Dios une no puede separarlo el hombre?. Ciertamente habrá casos en los que un cónyuge pone gravemente en riesgo la estabilidad del matrimonio por su culpa, en tal caso deberá modificar radical y realmente su actitud y pedir perdón al otro cónyuge -insistiendo y dando el tiempo necesario para obtenerlo-, mostrándose humilde y sinceramente contrito, y demostrando con los hechos su propósito de enmienda. Hay que considerar, además, que en casos muy graves y extremos la Iglesia permite la separación de los cónyuges, pero esto no les permite contraer de nuevo nupcias, pues el vínculo matrimonial persiste.

VI. ¿QUÉ DICE PÍO XI?

LA OBEDIENCIA (Tomado de su Encíclica ‘Casti Connubii’ Sobre el Matrimonio Cristiano. Excelente para estudiar este sacramento):
"25. Por este mismo amor deben ir informados los restantes derechos y deberes del matrimonio, de modo que no sólo sea ley de justicia, sino también norma de caridad, aquello del Apóstol: Satisfaga el marido su débito a la mujer; e igualmente, la mujer al marido.

26. Consolidada, por último, la sociedad doméstica con el vínculo de este amor, es necesario que florezca en ella lo que San Agustín llama jerarquía del amor. Jerarquía que comprende tanto la primacía del varón sobre la esposa y los hijos cuanto la diligente sujeción y obediencia de la mujer, que recomienda el Apóstol en estas palabras: Estén sujetas las mujeres a sus maridos como al Señor, pues que el varón es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia.

27. Esta obediencia no niega, sin embargo, ni suprime la libertad que con pleno derecho corresponde a la mujer, tanto por la dignidad de la persona humana, cuanto por sus nobilísimas funciones de esposa, de madre y de compañera; ni la obliga a dar satisfacción a cualesquiera apetencias del marido, menos conformes acaso con la condición y dignidad de esposa; ni, finalmente, enseña que la mujer haya de estar equiparada a las personas calificadas en derecho de menores, a las que no suele concederse el libre ejercicio de sus derechos o por insuficiente madurez de juicio o por desconocimiento de los asuntos humanos; sino que prohíbe aquella exagerada licencia que no se cuida del bien de la familia, prohíbe que en este cuerpo de la familia se separe el corazón de la cabeza con grave daño y con próximo peligro de ruina. Porque, si el varón es la cabeza, la mujer es el corazón, y como aquél tiene la primacía del gobierno, ésta puede y debe reivindicar para sí como propia la primacía del amor.

28. Esta obediencia de la esposa al marido, además, puede ser diversa cuanto al grado y al modo, conforme las diversas circunstancias de personas, lugares y tiempos; es más, si el marido faltare a sus obligaciones, corresponde a la esposa hacer sus veces en la dirección de la familia. Pero torcer o destruir la estructura misma de la familia y su ley principal, constituida y confirmada por Dios, eso no es lícito ni tiempo ni en lugar alguno.

29. Muy sabiamente enseña nuestro predecesor León XIII sobre el mantenimiento de este orden entre la esposa y el marido, en su citada encíclica sobre el matrimonio cristiano: «El varón es el jefe de la familia y cabeza de la mujer; la cual, sin embargo, puesto que es carne de su carne y hueso de sus huesos, deberá someterse y obedecer al marido NO COMO ESCLAVA, SINO COMO COMPAÑERA, de modo que jamás estén ausentes de la prestación de esta obediencia ni la honestidad ni la dignidad. Sea el amor divino el perpetuo moderador del deber de cada uno, tanto del que manda cuanto de la que obedece, ya que ambos son imágenes, el uno de Cristo y la otra de la Iglesia» .

30. En el bien de la fidelidad, por consiguiente, van implicadas unidad, castidad, amor y obediencia noble y honesta, que en la diversidad de sus nombres encierra otros tantos beneficios de los cónyuges y del matrimonio, y en los cuales se sustenta sobre seguro y se desarrollan la paz, la dignidad y la felicidad conyugal. No es extraño, por tanto, que la fidelidad se haya contado siempre entre los más excelsos y peculiares bienes del matrimonio."

* San Vicente de Lerins.
**Cuando todavía existía.
Subtítulos y paréntesis de CATOLICIDAD.
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