sábado, 31 de mayo de 2025

ACUSO AL INFIERNO



Seguramente muchos habrán escuchado la famosa frase que se atribuye al poeta Charles Pierre Baudelaire, esa de: "el gran engaño del demonio es hacer creer que no existe". Si a eso le agregamos que es de lo más común oír “no estés viendo al demonio en todos lados”, y también que es de lo más común desear cada vez más y en grandes dosis el confort, el conformismo, resulta que el hombre vive en una indiferencia gravísima y asaz dañina sobre la realidad del infierno.

Quien haya inventado el “no estés viendo el demonio en todos lados”, dudo mucho que haya tenido argumentos sólidos para sostener su afirmación. San Pedro enseñó algo diametralmente opuesto y nos exhortó: “Sed sobrios, y vigilad, porque vuestro adversario el diablo, cual león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”. Allá, en el infierno, no se duerme. Hasta la consumación de los tiempos los demonios merodean por este mundo, intentando, sin descanso, ganar personas para llevarlas al infierno donde será el llanto y el rechinar de dientes. Las tentaciones diarias nos dan cuenta de la existencia de los seres angélicos caídos: están ahí, nos tientan, nos molestan, nos sugieren malas cosas, buscan perdernos. San Pablo en su carta a los de Éfeso habló de las potestades malignas que se mueven en los aires, y nos indicó que tenemos una lucha diaria y constante contra ellos: “la lucha no es contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los poderes mundanos de estas tinieblas, contra los espíritus de la maldad en lo celestial”; mi lucha es pelear para que los demonios no me hundan. Si bien se aprecia, a su vez la potestad angélica del mal se sirve de lo mundano que está en las tinieblas. El mundo de hoy, no temo decirlo, se ha transformado como jamás se dio, en una feria gratuita de pecados, al por mayor y de variadísima gama, que se nos ofrecen con el visto bueno de la aprobación social conformista. La caída es tan fácil, la lucha tan ardua. 

Principalmente los demonios acechan y tientan sin cuartel a las almas religiosas y a las almas que hacen defensa pública de la fe: contra ellas lanzan finísimos ataques y elaboran complejas estrategias para lograr las caídas. Cualquier general busca con los suyos abatir si pudieran a los más bravíos hombres de las tropas que tiene por enemigas; y si eso hace en buena lógica un general humano, ¿qué no hará el Príncipe de este mundo contra las almas que quieren vivir amigas de Dios y defendiendo la fe?

Andan como “león rugiente”. No es que uno los vea en todos lados, es que por más que alguien no quiera verlos ellos seguirán manifestándose por doquier. La indiferencia no los ahuyenta, les da más campo de acción. El alma dada a la oración y a la vigilancia sí puede mantener a raya a los espíritus malignos, a distancia si se quiere, pero ellos no dejan de intentar sus invasiones. Recordemos la anécdota del monje que se fue de compras a una ciudad: a cierta distancia de esta última, tuvo una visión en la que vio cantidad de demonios dormidos sobre ella; mas al regresar al monasterio, volvió a tener visión y vio cómo cantidad de demonios buscaban la caída de los monjes. Descansaban en la ciudad revelando así que ya tenían liquidadas aquellas almas, que habían de alguna manera alcanzado su objetivo, mas combatían en el monasterio mostrando la rabia contra los varones amigos de Dios. 

Y ante la caída buscar levantarse. Acudir siempre a la Santísima Virgen María y a San José. San Juan Clímaco predicaba: “Que tengan ánimo los que soportaron la humillación de estar sometidos a las pasiones. Incluso si caen en todos los precipicios, si se dejan capturar en todas las trampas o si son alcanzados por todas las enfermedades, cuando recobra la salud, llegan a ser médicos, faros, lámparas y pilotos para todos, enseñando los síntomas de cada enfermedad; su propia experiencia los vuelve capaces de impedir a los otros que caigan”. Y cómo no memorar aquellas tan alentadoras palabras del Doctor Melifluo, San Bernardo, de las que solo cito algunas: “Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María. Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María. Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María. Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.” 

Hay algo sutilmente muy fino que ha logrado Satán además de hacer creer a los hombres que él no existe. Y ese logro es este: “Que ha hecho creer que, en el diario vivir, no hay ninguna lucha espiritual que librar en orden a la salvación eterna”.  El hombre gasta todos sus esfuerzos en obtener una vida cómoda, en el máximo confort. Desprecia la cruz. Preguntando a las personas cuáles son los tres enemigos contra los que debemos luchar, miran raro, como diciendo: “¿de qué me estás hablando?” Uno respondió: “Inglaterra, los políticos corruptos…”. Pocos saben que esos tres enemigos que bregan para nuestra perdición eterna son “el demonio, el mundo y la carne”.  En resumidas cuentas, “un gran engaño del demonio es haber logrado la indiferencia del hombre moderno en la lucha por ganar la vida eterna.”

Autor: Tomás I. González Pondal

viernes, 30 de mayo de 2025

LA BATALLA DE LOS SIGNOS



Lo que el alma acepta sin saber y el infierno celebra en silencio


I. EL SIGNO NO PIDE PERMISO

El alma humana no ha sido hecha para la neutralidad. O adora, o cae. Y sin embargo, hoy el hombre moderno —tan práctico, tan ilustrado— se ha acostumbrado a vestir signos que no entiende, a repetir gestos que no eligió, a cantar palabras que niegan lo que finge no creer.

Lleva cruces invertidas como si fueran adornos. Se envuelve en calaveras festivas. Decora su casa con ídolos orientales. Y todo lo hace diciendo que “no significa nada”, mientras su alma se va empapando —gota a gota— del contenido que ese “nada” realmente contiene.

El signo actúa. Aunque la conciencia duerma. Porque el símbolo no es solo un dibujo: es una semilla. No es un accesorio: es un lenguaje silencioso que forma el alma, como el clima forma un paisaje.

Y en esta civilización que presume haber superado las formas, la batalla más sutil —y más decisiva— ya no se libra en tratados: se libra en signos.


II. LA LENGUA DE DIOS: CUANDO LO INVISIBLE SE HACE VISIBLE

Dios habla. Pero no lo hace como los hombres. Su pedagogía es antigua, pero viva: Él enseña con fuego, con agua, con pan, con sangre. No explica: revela. No teoriza: se muestra. Y por eso su verdad no solo se escucha, sino que se toca, se huele, se saborea.

El cristianismo es la única religión donde la verdad se hizo cuerpo. Y un cuerpo necesita gestos, formas, tiempo, color. Por eso la Iglesia —madre sabia— no dejó que su fe se disolviera en abstracciones, sino que la tejió con signos: la cruz, el altar, la genuflexión, el incienso, el ayuno, el silencio. Todo lo que la modernidad llama “superfluo” es, en realidad, el alfabeto del alma redimida.

Los sacramentos —signos eficaces instituidos por Cristo— contienen y causan la gracia. Los sacramentales, bendecidos por la Iglesia, disponen al alma, elevan la mente, protegen el cuerpo. Y más allá de ellos, hay un universo de signos santos que, sin causar nada por sí mismos, enseñan, preparan, custodian.

Santo Tomás lo enseña sin rodeos:

“El hombre necesita de lo sensible para elevarse a lo espiritual.”

Y san Gregorio Magno completa:

“Lo que la Escritura enseña con palabras, la liturgia lo proclama con signos.”


III. ESCUDOS VISIBLES, VÍNCULOS INVISIBLES

Un crucifijo no es una figura: es una proclamación. El Rosario no es rutina: es resistencia. El escapulario no es tela: es pertenencia. El agua bendita no es adorno: es una trinchera invisible.

Los signos santos, cuando son bendecidos y usados con fe, no contienen a Dios como el Sacramento, pero hacen presente su memoria, disponen el alma, y ejercen una protección verdadera. Son escudos morales. Son pedagogía silenciosa. Son llamados a la conversión.

Por eso los santos los usaron como armas. San Benito trazaba la cruz sobre el veneno y lo vencía. Santa Teresa de Jesús humillaba al demonio con una gota de agua bendita. El Cura de Ars dormía entre signos que el diablo odiaba. San Pío de Pietrelcina discernía lo bendito de lo profanado como quien reconoce el perfume del cielo.

Nada era accesorio para ellos. Porque sabían que Dios habla también por las formas, y que quien custodia sus signos, custodia su Reino.


IV. LOS SIGNOS DE LA CONTRARRELIGIÓN

El demonio no puede crear, pero sabe imitar. Y cuando lo hace, invierte.

Así se ha infiltrado la liturgia del enemigo en camisetas, videoclips, festivales, tatuajes, modas y bisutería. Pentagramas, calaveras, cruces invertidas, ojos ocultistas, saludos rituales, invocaciones disfrazadas de diseño, letras cargadas de blasfemia, imágenes profanadas. Todo presentado como arte. Todo consumido como entretenimiento. Pero todo sembrado con precisión.

Basta mirar alrededor: símbolos santeros vendidos como cultura; playeras de bandas que glorifican el suicidio; posters que mezclan paganismo y política; veladoras con santos falsificados; cantos que repiten herejías con ritmo de fiesta.

Y más sutil aún: los ídolos orientales convertidos en decoración; los mandalas como terapia; los mudras como gesto elegante; las estatuas de Buda presidiendo comedores católicos; las posturas de yoga —nacidas como ofrendas a divinidades paganas— convertidas en gimnasia espiritual para almas que ya no saben quién las redimió.

No, no son neutrales. Porque todo signo tiene dueño.
Y el alma que acepta un signo, aunque lo ignore, entra en la esfera de influencia de aquello que ese signo proclama.

San Agustín, que conocía los engaños del infierno, lo resumió con lucidez:

“El demonio no puede crear, pero imita y pervierte todo lo que Dios hizo.”

Y los santos actuaron en consecuencia: San Patricio destruyó los signos druídicos. San Bonifacio taló el árbol de Thor. San Cipriano, que antes fue mago, confesó que los signos impíos que usaba eran reales instrumentos del demonio. Y cuando conoció la cruz, todo lo anterior se quebró.


V. INFLUENCIA DEMONÍACA Y PUERTAS ABIERTAS

El demonio no necesita poseer para reinar. Le basta que el alma baje la guardia.

La posesión es extraordinaria. La influencia, en cambio, es cotidiana. Se cuela por gestos, hábitos, objetos, música, símbolos. Se manifiesta como resistencia a la oración, turbación sin causa, alergia al silencio, repulsión hacia lo sagrado. Y muchas veces, todo comenzó con un símbolo aceptado sin pensar.

Porque el símbolo, incluso sin intención, educa el alma. Y cuando el alma se acostumbra a lo oscuro, termina diciendo que la oscuridad es solo otra forma de luz.

El padre Amorth lo decía sin adornos:

“El demonio entra por las puertas que se le abren. Y un símbolo puede ser una de esas puertas.”


VI. VIVIR ENVUELTO EN LA LUZ

Por eso, el alma católica debe rodearse de signos santos como quien levanta una fortaleza.
No por superstición, sino por fidelidad. No por miedo, sino por identidad.

Un crucifijo visible. Un escapulario bendito. Agua santa en el hogar. Imágenes verdaderas. Música que eleve. Palabras que no hieran lo sagrado. Ropa que no contradiga la fe que se profesa.

No es rigidez. Es coherencia.

San Cirilo de Jerusalén, preparando a los catecúmenos del siglo IV, lo dijo sin poesía:

“Cada gesto cristiano es escudo del alma.”

Y la Iglesia lo ha enseñado siempre: Lex orandi, lex credendi, lex vivendi. La forma de orar enseña la fe. Y la fe modela la vida.


VII. LA GUERRA DEL SILENCIO Y DE LOS SIGNOS

No estamos en un debate: estamos en una guerra.
Y esta guerra no se libra ya solo en libros, sino en símbolos.
No se da solo en los parlamentos, sino en los closets, en los cuerpos, en los perfiles, en las fiestas, en las canciones.

Hoy se expulsa el crucifijo y se venera la calavera. Se ríe del incienso y se aplaude la blasfemia. Se censura la sotana y se celebra la desnudez.

Y quien no elige conscientemente los signos del Reino, acabará vistiendo sin saber la marca del enemigo.

San Juan Damasceno lo decía con precisión teológica y fuego en la sangre:

“No venero la materia, sino al Creador de la materia, que se hizo materia por mí.”

Nosotros lo decimos hoy, frente a las sombras que avanzan:

No adoramos los signos. Pero no los despreciamos.
Porque quien pierde el lenguaje de los signos santos, pronto hablará —sin saberlo— la lengua del infierno.

OMO




lunes, 26 de mayo de 2025

¿DÓNDE ESTÁ TU COMPAÑERA DE SALVACIÓN?



El juicio personal y el peso eterno del amor conyugal

“Al final, el amor será pesado.
Y solo el amor que salva tendrá peso de eternidad.”

I. EL UMBRAL DONDE CAERÁN TODOS LOS ESPEJOS

Vendrá la hora.
Lo sabemos. Aunque llenemos los días con palabras, con risas o con silencios, lo sabemos.

Vendrá la hora en que todo lo que fue apariencia caerá.
En que cada sonrisa, cada indiferencia, cada acto y cada omisión serán llamados por su nombre verdadero.

El juicio personal.

No será un interrogatorio frío ni una lista burocrática de errores.
Será la revelación total de lo que fuimos, de lo que hicimos con el amor que Dios nos confió.

Y entonces, para el esposo —y también para la esposa— habrá una pregunta que resonará con una gravedad imposible de imaginar ahora:

”¿Dónde está tu compañera de salvación?”

No:
”¿Dónde está tu compañera de afectos?”
Ni:
”¿Dónde está tu cómplice de alegrías?”

Sino:

”¿Dónde está el alma que puse bajo tu custodia?
¿Dónde está la mujer cuyo destino eterno te confié?”

Porque el matrimonio, que para el mundo es solo un contrato o una historia de sentimientos, para Dios es una alianza de redención.

II. MATRIMONIO: NO COMPAÑÍA, SINO CUSTODIA DEL ALMA

El día que un hombre y una mujer dicen “sí” —ante el altar y bajo el cielo que también es testigo—, sellan una alianza que no entiende de modas ni de emociones fugaces.

Prometen fidelidad.
Pero esa fidelidad no es solo compañía física ni constancia emocional.
Es una fidelidad al alma del otro.

“Te recibo como esposa…” no significa: “Te acompañaré mientras sea fácil.”
Significa: “Asumiré la custodia de tu alma incluso cuando el amor se vuelva cruz.”

San Juan Crisóstomo lo dijo con la fuerza de los que ven más allá de la tierra:
El esposo debe amar a su esposa como Cristo amó a la Iglesia: hasta el sacrificio, hasta la santificación, hasta la entrega total.

San Francisco de Sales, con la dulzura que solo poseen los fuertes, añadió:
El verdadero amor conyugal no busca solo hacer la vida más agradable. Busca conducir al otro hacia Dios.

Y Santo Tomás de Aquino no habló de afectos pasajeros, sino de mutuum adiutorium: la ayuda mutua no solo en lo terreno, sino en lo que pesa eternamente: el destino del alma.

El gran moralista Antonio Royo Marín lo sintetizó con claridad rotunda:
Procurar la salvación del cónyuge no es un consejo piadoso. Es una obligación grave. Ignorarla es pecado de omisión.

III. LA FALSA MEDIDA DEL AMOR: EL VENENO ELEGANTE DE LA MEDIOCRIDAD

Hoy, el mundo ha inventado medidas falsas del amor:

“La hice feliz.”
“La dejé ser libre.”
“No la juzgué.”

Son frases que suenan maduras y razonables.
Pero muchas veces son máscaras del miedo o de la pereza disfrazadas de virtud.

El amor que nunca corrige, nunca exhorta, nunca incomoda, nunca sufre… no es amor. Es indiferencia disfrazada de respeto.

San Francisco de Sales advirtió:
No hay neutralidad en el matrimonio. O el esposo y la esposa se ayudan a salvarse, o se arrastran uno al otro hacia la tibieza, que es antesala de la ruina espiritual.

IV. LAS OMISIONES PESARÁN MÁS QUE LOS PECADOS

En ese juicio personal, no serán los pecados los que más pesen.
Serán las omisiones:

— Las veces que callaste cuando tu esposa abandonaba la oración.
— Las veces que no corregiste por miedo a disgustarla.
— Las veces que preferiste tu comodidad al sacrificio de guiarla.
— Las veces que no rezaste por ella porque pensaste que “ya no escucharía”.
— Las veces que no fuiste ejemplo porque creíste que “era demasiado tarde”.

Cada silencio tendrá su peso.
Cada cobardía tendrá su nombre.
Cada omisión será llamada al centro del tribunal.

El Cardenal Robert Sarah lo expresó con la gravedad de quien contempla muchas almas perdidas y algunas redimidas:
Dios nos confiará el alma del otro. Y nos preguntará qué hicimos con ella.

V. LA GRAN PREGUNTA Y LA ESPERANZA DE LOS QUE LUCHAN

”¿Dónde está tu compañera de salvación?”

No será una metáfora.
Será el resumen de toda tu vida conyugal.

Y no habrá espacio para decir:

“Señor, no quise imponer.”
“Señor, respeté su libertad.”
“Señor, cada uno tenía su camino.”

Porque el matrimonio no es coexistencia de libertades individuales bajo el mismo techo.
Es unidad de destino y corresponsabilidad mutua en el camino hacia el Cielo.

Pío XI lo proclamó con firmeza en Casti Connubii:
“Dios ha instituido el matrimonio no solo para la propagación y educación de los hijos, sino para que los esposos se ayuden mutuamente a alcanzar la vida eterna.”

VI. CUANDO LA PREGUNTA SE VUELVA MÁS ÍNTIMA: “¿AMASTE A TU ESPOSA COMO YO AMÉ A MI IGLESIA?”

El día del juicio, esa gran pregunta no será solo:

”¿Dónde está tu compañera de salvación?”

Sino que, en el fondo del alma, resonará otra aún más temible y luminosa:

”¿Amaste a tu esposa como Yo amé a mi Iglesia?”

No será un reproche.
Será la medida con que se pesa al esposo cristiano.

“Maridos, amad a vuestras esposas como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella.” (Ef 5, 25).

No se nos pedirá haber amado “como pudimos”.
No se nos preguntará si fuimos amables o pacientes a ratos.
Se nos medirá con el amor crucificado de Cristo:

— Un amor que tuvo paciencia ante las infidelidades.
— Que corrigió con caridad y enseñó con verdad.
— Que se sacrificó sin esperar recompensa.
— Que perdonó incluso cuando fue herido.
— Y que dio la vida para salvar.

El esposo que ama así, aunque con imperfección humana, se convierte en imagen viva del amor redentor.

VII. EL ROSTRO QUE PREGUNTA SERÁ TAMBIÉN EL ROSTRO QUE SONRÍE

Pero ese juicio no será solo peso y temor.

El mismo Dios que preguntará es el que dio la gracia suficiente para cumplir la misión.

Y si puedes decir —con humildad y lágrimas—:

“Señor, aquí está la compañera que me diste.
No fui perfecto.
Caí muchas veces.
Pero oré por ella.
La corregí con amor cuando pude.
La sostuve en sus flaquezas.
Me sacrifiqué por su bien espiritual.
Y cuando no supe qué hacer, te la confié a Ti, en mis oraciones y en mi cansancio.”

Entonces —como enseñaba Fulton Sheen— el juicio no será una condena, sino una glorificación.

El rostro que pregunta será también el rostro que sonríe.
Porque el amor que salva, aunque imperfecto y luchado, es el único amor que cuenta cuando el tiempo ha terminado.

VIII. NO SE COMPARTE LA ETERNIDAD COMO ESPOSOS, SINO COMO ALMAS QUE SE AYUDARON A ALCANZARLA

El matrimonio cristiano no permanece en el cielo.
“En la resurrección ni se casarán ni se darán en matrimonio.” (Mt 22, 30).
El vínculo sacramental, como todos los sacramentos, es camino, no destino.
Cumplida su misión, cesa.

Pero los esposos que lucharon por la salvación del otro se reconocerán eternamente como las almas que colaboraron con la gracia para llevarse mutuamente a la gloria.

“No compartirán la eternidad como esposos,
pero se contemplarán en la bienaventuranza como instrumentos del amor redentor que los condujo hasta Dios.”

Y esa será su alegría suprema:
no haber compartido solo una vida, sino haber colaborado en la salvación que los hizo eternos.

”¿Dónde está tu compañera de salvación?”

Que podamos responder con verdad y esperanza:

“Señor, aquí está.
Y aunque el camino fue difícil y yo imperfecto,
nunca dejé de luchar por su alma.”

Entonces comprenderemos que el matrimonio fue —como enseña la tradición cristiana— la forma más alta en que el amor humano natural puede participar en la obra redentora de Cristo.

El sacerdocio y la virginidad consagrada, que son más altos en el orden de la gracia, habrán brillado ya en su plenitud celestial.

Pero el amor conyugal que colaboró a la salvación del otro será coronado por Dios con una gloria propia:
haber sido, en esta tierra, imagen imperfecta pero verdadera del Amor que no abandona y que no teme al sacrificio.

OMO

sábado, 24 de mayo de 2025

TODA OJOS


"María es todos ojos para compadecerse de nosotros y socorrernos. San Epifanio llama a María “la de los muchos ojos”; la que es todo ojos para ver de socorrer a los necesitados. Exorcizaban a un poseído por el demonio; y al preguntarle el exorcista qué hacía María, respondió el poseso: “baja y sube”. Quería decir, que esta benignísima Señora no hace otra cosa más que bajar a la tierra para traer gracias a los hombres, y subir al cielo para obtener el divino beneplácito para nuestras súplicas. Con razón san Andrés Avelino llama a la Virgen la administradora del Paraíso que de continuo se ocupa de obtener misericordia, impetrando gracias para todos, tanto justos como pecadores. la madre no sólo mira porque su hijo no caiga, sino para que, habiendo caído, lo pueda levantar".

San Alfonso María de Ligorio

jueves, 22 de mayo de 2025

ORACIÓN POR LOS SACERDOTES


 ¡Oh Jesús, Pontífice 

eterno, Pastor bueno, Fuente de 

vida!, que por singular 

magnificencia de tu dulcísimo 

Corazón nos diste a nuestros 

Sacerdotes para que cumplieran 

en nosotros aquellos designios 

de santificación que tu gracia 

inspira a nuestros corazones; te 

suplicamos les ayudes con tu 

misericordioso auxilio. 


 Que la fe, ¡oh Jesús!, 

vivifique en ellos sus obras; que 

la esperanza sea indestructible 

en sus pruebas, que la caridad 

sea ardiente en sus propósitos. Tu 

palabra, rayo de la eterna Sabiduría, 

sea, por la continua meditación, el 

alimento perenne de su vida interior; 

que los ejemplos de tu Vida y Pasión se 

renueven en su conducta y en sus 

sufrimientos para enseñanza nuestra, 

para luz y aliento en nuestros corazones. 


 Haz, ¡oh Señor!, que nuestros 

Sacerdotes, desprendidos de todo 

interés humano y únicamente celosos 

por tu gloria, permanezcan fieles a su 

deber, con pura conciencia, hasta

el último aliento. 


Y cuando, por la muerte del cuerpo, 

pongan en tus manos la bien cumplida 

tarea, hallen en Ti, Señor Jesús, que 

fuiste su Maestro en la tierra, el premio 

eterno de la corona de justicia en el 

esplendor de los santos. Amén.

miércoles, 21 de mayo de 2025

LA CIENCIA REVELA EL VERDADERO ROSTRO DE SANTA TERESA DE ÁVILA



Ávila 20 Mayo 2025. Un equipo internacional de expertos ha reconstruido el rostro de Santa Teresa de Ávila (1515-1582) utilizando tecnologías digitales de vanguardia y datos históricos. Esta iniciativa, presentada el 28 de marzo de 2025, día del 510º aniversario de su nacimiento, permitió recrear con precisión el rostro original de Santa Teresa de Jesús cuando tenía alrededor de cincuenta años, según informa el sitio español Religión Digital.

 El equipo, dirigido por el antropólogo italiano Luigi Capasso, de la Universidad Gabriele d'Annunzio de Chieti-Pescara, ha trabajado con la profesora Jennifer Mann, del Victorian Institute of Forensic Medicine de la Universidad Monash de Australia. 

 El profesor italiano se encargó de la exhumación y el estudio de las reliquias de Santa Teresa de Ávila, conservadas en el monasterio de la Anunciación de Nuestra Señora en Alba de Tormes (España). 

 El proceso de reconstrucción facial se basó en un estudio exhaustivo de los restos mortales de la santa, conservados en diversos lugares: el cuerpo, el brazo izquierdo y el corazón en Alba de Tormes (Salamanca); la mano izquierda en Ronda (Málaga) y el pie derecho en Roma. 

 La profesora Jennifer Mann modeló "la representación más precisa" de la apariencia de Santa Teresa, a partir de los datos obtenidos en Alba de Tormes durante la apertura de la tumba. Los investigadores utilizaron técnicas forenses avanzadas, como radiografías, mediciones antropomórficas y software de reconstrucción facial en 3D. 

 También se basaron en fuentes históricas del retrato realizado por el fraile Juan de la Miseria (1526-1616) y en descripciones detalladas de contemporáneos, entre ellos la madre María de San José: "En su juventud tenía fama de ser muy bella y hasta su última edad se mostró así; su rostro no era en absoluto común, sino extraordinario, y de un tipo que no se puede decir redondo ni aguileño, con los tercios iguales, la frente ancha y uniforme, y muy hermosa". 

 La imagen obtenida muestra a Santa Teresa de Jesús a los 50 años, al comienzo de su reforma del Carmelo. Sus rasgos revelan a una mujer de baja estatura, pero de gran fuerza. Los tres lunares que adornaban su rostro se han incorporado fielmente a la reconstrucción. 

 El estudio no solo reveló el aspecto de Santa Teresa, sino que también puso de manifiesto su estado de salud y su condición física. Los análisis indican que la santa padecía diversas afecciones, como osteoporosis, una deformación de la columna vertebral, artrosis en ambas rodillas e inflamación del arco plantar. 

 Estas afecciones explicarían su postura encorvada y las dificultades de movilidad que sufrió en los últimos años de su vida, según relató ella misma y sus contemporáneos. A pesar de estas dificultades físicas, Santa Teresa demostró una fuerza inquebrantable que le permitió llevar a cabo su labor reformadora.




 Fuentes: cath.ch/religion digital/DICI n°455 – Fsspx.Actualités. Imagen: DR y OM.

martes, 20 de mayo de 2025

TU ALMA ESTÁ OLVIDANDO QUIÉN ERES



No peques: porque fuiste creado para la luz.


Antes de hablar del pecado, tenemos que hablar de ti.
No de lo que opinas, ni de lo que sientes.
No de tus logros, ni de tus heridas.
Pero de lo que eres.

Porque si no sabes quién eres, jamás entenderás por qué el pecado no solo te hiere… te desfigura.

Tú tienes un alma.
Y no es una metáfora, ni un símbolo, ni un estado emocional.
Es tu centro, tu raíz, tu forma invisible pero eterna.
Tu alma es lo que en ti permanece cuando todo cambia.
Lo que te busca cuando tú te olvidas.
Lo que te acusa en silencio cuando haces lo que sabías que no debías.
Lo que todavía llora por ti, incluso cuando tú ya no lloras por ti mismo.


Tu alma fue creada por Dios.
Y no como quien fabrica cosas en serie, sino como quien forma algo único, irrepetible y amado.
Fuiste creado con belleza, con un orden interior, con una vocación altísima: reflejar la luz del Creador.

Fuiste creado para vivir en la verdad,
para amar sin doblez,
para elevarte por encima de tus impulsos,
para ser libre de verdad,
para adorar con gozo,
para morir como un santo y vivir para siempre.


Y por eso, pecar no es simplemente portarse mal.
Se vuelve contra uno mismo.
Es romper tu forma.
Se apaga tu lámpara.
Es negar que tienes alma, y ​​empezar a vivir como si no la tuvieras.

El pecado te ofrece intensidad, pero te quita sustancia.
Te ofrece placer… pero a cambio de tu paz.
Te ofrece libertad... pero te encadena desde dentro.
Y tú lo sabes.
Porque cuando pecas —aunque nadie te lo diga— algo dentro de ti se vuelve más opaco.
Más frío.
Más falso.


Cada pecado es una traición a tu propia forma eterna.
Es como una estrella que reniega de su luz.
Como un fuego que se alimenta de cenizas.
Como un templo que decide derrumbarse desde dentro.

Y cuanto más pecas, más te acostumbras.
Y cuanto más te acostumbras, más olvidas.
Y un día, sin darte cuenta, ya no recuerdas qué era ser tú.
Ya no recuerdas qué se sentía estar limpio.
Ya no sabes cómo se escucha la voz de Dios.

Y el demonio no necesita hacer nada más.
Porque ya lograste que no quieras volver.


Por eso no peques.
No por miedo.
Sino por amor a lo que eres.
No solo porque “es prohibido”.
Pero porque es indignante de ti.

No solo porque te van a castigar.
Sino porque ya estás hecho para algo infinitamente mejor.


Fuiste creado para la luz.
No para arrastrarte, sino para arder.
No para esconderte, sino para brillar.
No para poseer cosas, sino para darte entero.

Y si algún día vuelves —porque todos caemos—, y levantas la vista, y clamas desde el fondo, y le dices a Dios:
“Señor, he olvidado quién soy, recuérdamelo Tú”…

Entonces descubrirás algo más hermoso aún:

Que Él nunca dejó de verte como lo que eras.
Y que su misericordia no restaure pecadores,
sino templos.

¿Por qué pecamos, si sabemos que nos hace daño?

La pregunta es simple, y sin embargo pocos se atreven a contestarla con honestidad:
¿Por qué el hombre, creado para el bien, elige lo que lo destruye?

Muchos jóvenes no pecan por odio, sino por hambre.
Hambre de belleza, de amor, de algo que llena, de algo que duela menos que el vacío.
Pero si no se les enseña a distinguir entre la miel y el veneno, tarde o temprano beberán lo que mata.
Y llamarán a ese veneno “experiencia”.

Nadie peca por aburrimiento.
Uno peca porque cree que va a encontrar algo mejor.
Nadie elige el mal diciendo: “quiero arruinarme”.
Lo elige porque lo confunde con un bien.

Y ahí empieza la trampa.


San Agustín, que conoció el alma desde dentro porque primero la había perdido, dijo que el alma humana es como un vaso inmenso que solo puede llenarse con Dios, pero que —en su desorden— intenta llenarse de cualquier cosa.

Y Santo Tomás, con su precisión luminosa, enseñó que el pecado nace cuando la inteligencia se oscurece y la voluntad se tuerce. No de golpe. No en un instante. Sino por una secuencia que se repite como un mecanismo perfecto.

La tentación tiene pasos. Tiene método. Tiene lógica.

Y entenderla es empezar a vencerla.


Los cinco pasos de la tentación

1. La sugerencia
Todo comienza con una imagen, una emoción, un deseo.
No es pecado sentirlo. Pero ya es una llamada.
Una idea toca la puerta.
Y tú decides si la deja entrar.

2. El diálogo interior
Aquí el alma no cae, pero negocia.
No lo rechaces. Tampoco se rinde. Conversar en solitario.
Y en ese diálogo, la mentira comienza a tomar forma.
Empieza la justificación:
“No es tan grave.”
“Solo por esta vez.”
“Después me confío.”

Y poco a poco, la razón se debilita.
La voluntad se inclina.
Y lo que antes parecía impensable, ahora parece razonable.

3. El consentimiento
Aquí ya no hay confusión.
La voluntad se entrega.
Aunque sea en lo más secreto, aunque nadie vea:
Ya hay pecado.

El alma ha dicho que sí.
Y aunque Dios no deja de amarla, ella ha dado la espalda a la luz.

4. La repetición
Una caída, sin arrepentimiento, busca otra. Y otra.
Y otra.

Y entonces el pecado, que al principio dolía, ahora se vuelve costumbre.
Y lo que ayer ofendía la conciencia, hoy apenas se nota.
Y la lámpara del alma, aún encendida, ya no alumbra.

5. La ceguera o la desesperación

Aquí el demonio se sienta a contemplar su obra.

Porque si logra que el alma se desespere, pensará que ya no vale la pena luchar.
Y si logra que el alma presuma, pensará que no necesita luchar.

Ambas cosas son letales.
En ambas, el alma deja de caminar.
Y en ambas, el pecado ya no es solo acto: es estado.

Pero aún entonces, si el alma recuerda, si clama, si se humilla…
puede volver a levantarse.

Porque por más profunda que sea la caída,
La gracia puede más.

Cuando el alma se acostumbra a la sombra: la psicología del pecado en el joven actual

Antes, el pecado se cometía con vergüenza.
Hoy, se justifica con discursos.
Ayer, el alma caía y temblaba.
Hoy, cae y aplaude.
Y no porque el alma haya cambiado, sino porque el mundo ha aprendido a anestesiarla.

El joven moderno —ese que eres tú, o que podrías serlo— no peca por maldad directa.
Peca por hambre y por ruido.
Hambre de sentido. Ruido que lo distrae de escucharse.
Y cuando el alma tiene hambre y está distraída,
Acepta cualquier cosa como si fuera pan.


1. Vacío: cuando el alma ya no sabe qué busca

Muchos jóvenes viven saturados de estímulos, pero desnutridos de sentido.
Tienen acceso a todo, excepto a lo que los sacia.

Saben lo que sienten, pero no saben para qué existen.
Conocen el placer, pero desconocen la paz.
Han probado de todo… y, sin embargo, siguen buscando.

Y en ese vacío, el pecado entra como oferta rápida:
una emoción, un escape, una pertenencia falsa.

Pero al final, queda lo mismo:
el hueco, ahora más hondo.


2. Ruido: el gran enemigo del silencio interior

La conciencia necesita silencio para hablar.
Y hoy todo está diseñado para evitarlo.

Auriculares, pantallas, notificaciones, distracciones.
La voz de Dios, que suele ser suave, queda sepultada entre sonidos y luces.
Y entonces, no es que el joven no tenga alma.
Es que ya no la escucho.

La culpa no se ha ido.
Pero ha sido silenciada.
Y cuando la conciencia ya no duele, el alma no es libre:
está dormida


3. La cultura del deseo: todo está permitido… menos la verdad

Hoy se celebra todo menos la pureza.
Se premia todo menos la fidelidad.
Se promueve todo menos la humildad.
Todo se puede redefinir… excepto la santidad.

Si un joven quiere entregarse al desorden, el mundo le aplaude.
Pero si quiere vivir casto, o rezar el Rosario, o confesarse, le llaman anticuado, represivo o ridículo.

Y, sin embargo, esa pureza despreciada es lo único que lo salvaría.


4. Cuando el pecado ya no duele: el alma habituada

El mayor triunfo del mal no es que caigas.
Es que te acostumbres.

Que ya no sientas la mancha.
Que ya no llores tu miseria.
Que ya no deseas volver a la luz.

Y así, poco a poco, el alma que fue creada para arder, se vuelve tibia.

Y la tibieza no es media virtud:
es medio infierno


¿Y entonces por qué?

Entonces es necesario despertar.
Volver al silencio.
Reconocer la sed.
Mirar el alma.
Volver a la verdad.

No la verdad que cambia según modas, sino la que te dice:
Tú no naciste para esto. Tú naciste para más.

Y aunque estés caído, aunque te sientas frío, aunque te hayas perdido…aún puedes volver.

Cómo resistir la tentación: el combate interior que define quién eres

Una vez que sabes lo que eres, una vez que entiendes que tienes alma, y ​​que el pecado es una deformación de tu forma eterna, la siguiente pregunta es inevitable:

¿Cómo se resiste el mal?

Porque el mal viene.
Con sutileza o con estruendo, con dulzura o con furia.
A veces con disfraz de deseo, otras con el argumento más “razonable” del siglo.
Y lo curioso es que el pecado rara vez se presenta como algo horrible.
Generalmente se presenta como algo urgente, necesario, comprensible, humano, legítimo, “tuyo”.

Y entonces, cuando el alma vacila, comienza el combate.
No el que se libra con espadas, sino el que se libra con lágrimas.
No el que tiene ruido, sino el que tiene eco.
El combate más decisivo de tu existencia.


1. La vigilancia

El primer paso no es correr, sino abrir los ojos.
El demonio no necesita gritar si tú vas con los ojos cerrados.

Por eso Cristo dijo: “Velad y orad”.
Velad, porque el enemigo no duerme.
Orad, porque tú no puedes vencerlo solo.

Hay cosas que te hacen débil: evítalas.
Hay ambientes que te apagan: sal de ellos.
Hay personas que arrastran: ama su alma, pero guarda la tuya.

Y sobre todo: vigila tu interior.
Nadie cae por sorpresa.
Primero se descuida.


2. La oración

La tentación susurra.
Y la única manera de reconocer su voz… es acostumbrarte a otra más alta.

Rezar no es hablar con el aire.
Es afinar el oído del alma.
Es respirar gracia.
Es recordarte quién eres… ya quién perteneces.

El que no ora, cae.
No por mala suerte.
Sino porque entró en batalla sin escudo.

Y si no sabes qué decir, entonces calla.
Dios escucha igual.
A veces el silencio que no se rinde ya es oración.


3. Los sacramentos

¿Quieres resistir al pecado con tu sola fuerza?
Buena suerte. También lo intentaron Adán, David, Pedro.

Pero ¿quieres resistir con la fuerza de Dios dentro de ti?
Entonces comulga.
Confiesa.
Vuelve a la gracia como quien vuelve al hogar.

La confesión limpia.
La Eucaristía se fortalece.
La gracia transforma.

Y un alma en gracia no es perfecta,
pero es invencible en su fragilidad confiada.


4. Las virtudes

No se vence al pecado solo con decirle “no”.
Hay que decirle “sí” a algo mejor.

La castidad no es represión.
Hay libertad interior.
Es amar con el cuerpo ordenado por el alma.
Es mirar con limpieza lo que el mundo ha vuelto objeto.

La humildad no es humillación.
Es fuerza que no se vanagloria.
Es saber que eres hijo, no Dios.

La templanza no es frialdad.
Es fuego bien encauzado.

Y la fortaleza no es insensibilidad,
sino amor que no se rinde en la batalla.


5. La esperanza

Aquí está lo más importante.

Porque si el demonio no logra hacerte caer, querrás convencerte de que no puedes levantarte.

Y entonces viene el susurro fatal:
“Ya es tarde.”
“Ya lo hiciste.”
“Ya no puedes cambiar.”

Pero he aquí la verdad que el infierno detesta:
Dios ama levantar.
Y tú puedes volver.

La esperanza no es ilusión.
Es certeza sobrenatural.
Certeza de que Cristo venció.
De que su gracia no se agota.
Y de que tu miseria no es más fuerte que su misericordia.

La esperanza es la voz que dice, aun desde el barro:
“Estoy herido, pero soy hijo”.
“Estoy débil, pero no estoy solo”.
“Estoy caído… pero me levanto”.


Y si luchas, si resistes, si caes y vuelves a luchar,
Puedes estar seguro de algo:
el infierno tiembla.

Porque el alma que no se rinde, aunque esté herida, ya está venciendo.
Recuerda quién eres: la dignidad del alma y la gloria de volver a Dios (por María)

El alma no fue creada para soportar la vida.
Ni para adaptarse a lo mediocre, ni para arrastrarse por los pasillos del pecado justificándose con frases inteligentes.
El alma fue creada para cantar.
Para brillar.
Para amar con todo su ser, y ser amada hasta el fondo.

Y sin embargo, qué fácil es olvidarlo.

Se puede vivir años sin recordar que se tiene alma.
Se puede caminar mucho sin saber que se camina hacia ningún lado.
Y el mundo moderno ha logrado una proeza espantosa: convencer a millones de que la tibieza es sensatez.

Pero no.
El alma no fue hecha para lo gris.
Fue hecha para la gloria.
Para la forma.
Para el fuego.

Y cuando pecas, no solo fallas.
Te achicas.
Te desordenaste.
Te alejas del diseño que te hace tú.

Pecar es como dibujar con tinta sobre un vitral.
La forma sigue ahí… pero ya no deja pasar la luz.


Y sin embargo —he aquí la buena noticia que el demonio quisiera borrar de toda biblioteca—:
Puedes volver.

Puedes volver a la gracia.
Volver a la forma.
Volver al Dios que no solo te perdona,
sino que te recuerda quién eras antes de ensuciarte.

Y si quieres que ese regreso sea rápido, suave, ardiente y seguro…
Tengo una Ella.


María.

No es una figura decorativa.
Ni una emoción dulce.
Es el camino corto entre tu miseria y la gloria de Cristo.

Ella no es una versión femenina de Dios.
Es la criatura en la que Dios mostró lo que puede hacer cuando no se le pone resistencia.

No serás como Ella —no puedes—, pero en Ella puedes ver tu esperanza reflejada sin sombra.

Ella no es tu forma. Pero es la que jamás la perdió.


El demonio odia a María por eso:
Porque ella no discute.
Ella es.
Y todo lo que es, es perfectamente ordenado.
Y donde hay orden, él no puede entrar.

Ella no grita, no se impone, no manipula.
Solo dice: “Hagan lo que Él les diga”.
Y con eso basta para que el infierno empiece a crujir.


Así que si no sabes cómo volver, si estás muy sucio para mirar a Cristo, si te has olvidado hasta del lenguaje del alma…di su nombre.
María.

Y la forma empezará a volver.
El alma comenzará a respirar.
Y el pecado, que parecía invencible, será vencido
por una Mujer que ni siquiera discutió con la serpiente.
Sólo la aplastó.


No naciste para la sombra.
Y Ella —la que brilla sin mancha— no dejará que vivas como si no tuvieras forma.

Vuelve a la luz.
Vuelve al alma.
Vuelve por María.

OMO