miércoles, 16 de noviembre de 2011

LA FALTA DE INTERIORIDAD


Lo primero que advertimos en el hombre de nuestro tiempo -refiriéndonos a ambos sexos- es su escasa interioridad, una insuficiencia de vida interior que, paradójicamente, puede ir unida con un marcado subjetivismo. Al decir interioridad, nos estamos refiriendo a aquel fondo recóndito del alma que es el afectado cuando decimos que algo se nos ha entrañado en el corazón, que algo nos ha impresionado, conmovido o sobrecogido, como suele acontecer al tratarse de algo que se refiere a la admiración, el amor, la adoración, la emoción artística o el asombro metafísico.

El hombre dominado por las vicisitudes de la vida, zarandeado en su vorágine, ha perdido la capacidad de recogimiento y de concentración. La meditación y el silencio, que constituyen algo así como el marco de la vida interior, le son totalmente extrañas. A lo largo del día se vuelca fuera de sí mismo y a la noche se encuentra vacío. […] No en vano escribió Thomas Merton que el hombre ha perdido “la capacidad de estar a solas consigo”.

Marcel de Corte ha observado en el hombre actual una clara tendencia a identificar su ser con sus funciones, lo que trae consigo, juntamente con una desmesurada actividad exterior, una lamentable pérdida de energía interior, una incapacidad de vivir en sí mismo, de habitarse, de ahondar en la propia interioridad, abocándose con la totalidad de su ser a las sucesivas y numerosas actividades por las que entra en comunicación con el mundo exterior. El hombre se percibe como un conglomerado de funciones: función biológica, función sexual, función social, función política…, como si no tuviera una naturaleza humana, un ser profundo, con arraigos esenciales en Dios y en los demás.

A esta “funcionalización” del hombre se une el ritmo de su vida, cada vez más vertiginoso, así como la velocidad de los movimientos y de los traslados en general. Todo ello le dificulta acoger el mundo en el recinto de su interioridad. El viajero de antaño podía entregarse a la contemplación del paisaje, que sólo comienza a develar sus secretos a quien consiente en demorarse frente a él. La contemplación reposada, serena y acogedora que hace posible la comunión con el entorno, ha quedado exiliada por lo que Ortega llamó “el culto a la pura velocidad”. La celeridad vertiginosa trivializa la capacidad de reflexión, al rebasar el ritmo vital que las impresiones recibidas necesitan para entrañarse, para dar pábulo a una maduración en la intimidad.

Pero dicho ritmo no se limita a los traslados de un lugar al otro, sino que es extiende a todo lo que vemos, oímos y leemos […] Algo semejante sucede en el trabajo cotidiano. Nuestras actividades se limitan a despachar los asuntos lo antes posible. La vida entera va tomando el carácter de trámite y expediente, lo cual contribuye, evidentemente, a una creciente desinteriorización.

Lo que predomina es el culto de la cantidad, de la extensión, la avidez de noticias, de novedades, sobre todo de las últimas novedades. A este respecto ha escrito Philipp Lersh: “El hombre moderno, montado en el engranaje de la organización racionalizada de la vida, vive cuantitativamente, no cualitativamente; mide los contenidos de sus vidas por masas y extensiones expresables en números, no por profundidades en las que el hombre se siente tocado y que están más allá de lo mensurable. Este culto de la cantidad acarrea forzosamente la desinteriorización del hombre. En efecto, todo lo cuantitativo es algo externo; la voluntad orientada hacia lo cuantitativo, que es en definitiva voluntad de dominio, sigue un camino diametralmente opuesto al de la interioridad. En el culto de la cantidad, el hombre se extravierte y derrama sobre la amplitud del mundo en vez de traer inmediatamente el mundo a lo hondo de su propia interioridad".

P. Alfredo Sáenz, en “El Hombre Moderno”, 1998.
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1 comentario:

  1. Felicitaciones por este buen artículo, infelizmente esta hambre de poder, de dinero, de aparecer, de sobresalir pisoteando cualquier uno es como un virus que se extiende y se ramifica cada vez más rápido con la ayuda de los medios de comunicación modernos Y SOBRE TODO CON LA VALIOSA AYUDA DE NUESTRA INDIFERENCIA DELANTE DEL PROBLEMA.

    No nos dejemos abatir, antes mejor luchar con fuerza y corage, como buenos cristianianos hijos de la luz y con el estandarte de nuestro Dios en lo más alto.

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