viernes, 8 de mayo de 2009

EL FINO AMOR


Por Oscar Méndez Cervantes

Hogaño, el materialismo subversor y la divulgación de las teorías pansexualistas de Freud han suscitado fuertes corrientes mentales y prácticas que amenazan desnaturalizar, del modo más grosero y degradante, las fuentes de la vida y la misma institución matrimonial. Para vergüenza de Occidente, es sobre todo en las sociedades de linaje cristiano que cobra ímpetu y descaro esta ola que resucita las más sucias abyecciones del paganismo.


Quieren éstas, ahora, justificarse con apelaciones y nefandos consejos de la chabacanería o de la maldad disfrazada de ciencia. He aquí lo que la ciencia verdadera dice en palabras de René Biot, ex-secretario del Grupo Lionés de Estudios Médicos Filosóficos y Biológicos, de las nefandas prácticas neomaltusianas:


“La observación demuestra cada vez con mayor elocuencia que un factor capital de la buena salud de la mujer, cuanto ésta se entrega, consiste en la reabsorción en sí misma de los elementos fecundantes. Aún en los casos (en que no se llega) al nacimiento de una nueva vida… la lealtad ante la obra de la carne se revela como beneficiosa… En nombre de la biología, nos vemos forzados a condenar los fraudes neomaltusianos”.


Por su parte, el doctor Leon Goedseels, quien fuera secretario de la Sociedad Médica Belga de Saint Luc, observó sobre el mismo tema:


“En el hogar, los niños vendrán a consagrar, fortificar y consolidar la unión que los esposos han afirmado en el acto del amor. Y estos mismos niños serán un lazo de unión, TANTO MÁS PODEROSO CUANTO MÁS ARMONIOSA, FÍSICA Y MORALMENTE, SEA LA VIDA CONYUGAL QUE LOS HA CREADO. Las condiciones mismas de su nacimiento purificarán y elevarán el amor de los padres. EL HIJO PURIFICA EL HOGAR, AYUDA A DAR A LA VIDA SEXUAL SU SIGNIFICACIÓN Y SU LUGAR EXACTO”.


La reacción, pues, se impone. Hay que devolver al amor su limpia poesía, su delicadeza, el nimbo de cosa grande y trascendente que le es propio. Oiga, el que se nombra cristiano, la iluminadora advertencia de Emilio Mersch: “El amor, origen de la humanidad y una de las partes más importantes de la personalidad, no debe ser vuelto contra ti mismo… Es preciso penar y sangrar para purificar y espiritualizar lentamente esas regiones entenebrecidas en las cuales, tanto el pasado de nuestra especie como nosotros mismos, hemos dejado hundirse demasiadas malas raíces. Pero nuestra dignidad de hombres y cristianos, la dignidad de nuestros cuerpos, cañas pensantes, de esos nuestros cuerpos convertidos por el bautismo en templos de Dios; en resumen, nuestro valor natural y moral tiene ese precio”.


En ciertos ambientes, los triángulos amorosos, el divorcio, el “birth control” y demás cosas del mismo jaez, son, por hoy, una gangrenosa rutina. Lo cierto es que todo eso ya suena monótono. Y aunque sea en un principio por prurito de originalidad, quienes viven en tales ambientes podrían interesarse un poco en las excelencias del amor leal y espiritualizado. Enterarse, al menos, de que ha existido y existe. Y, si gustan de las referencias históricas, detenerse en reflexiones como la que nos hace Gustave Cohen en su “La Grande Clarté du Moyen Age”:


“El amor es un gran descubrimiento de la Edad Media… Antes de esta época no tiene el mismo sabor de eternidad y de espiritualidad… Para que se encontrara la fórmula, ha sido necesario el encuentro de la mística cristiana y del ensueño céltico…: Dios protege a los finos amadores…”


“Dieu protège les fins amants…” Frase de oro. Díganlo tantos de nuestros padres y abuelos que fincaron el cariño en fina devoción recíproca, en hondura de amor familiar. Que en el noviazgo no supieron de turbiedades de cóctel; de culpables penumbras cinematográficas; del moderno celestinaje del paseo en auto. Menos aún, después, de la complicidad en el asesinato que es -en muchos casos- el control de la natalidad, pues ahora a los anovulatorios se les agrega un efecto secundario microabortivo (otro tanto puede decirse de medios mecánicos como el D.I.U., que también evita la implantación y desarrollo del óvulo ya fecundado, en el que ya hay vida humana).


Dios protege el fino amor. Ese fino y verdadero amor de la tradición castiza de México. Y con cuánta razón –digámoslo de paso- los que aman esta clase de amor pueden repetir lo del propio Gustave Cohen, al evocar sus raíces medievales: “La Edad Media lo mismo ha disertado sobre el amor divino que ha escrito sobre el amor humano. Conoció hasta el fondo las delicias de uno y otro. La Edad Media ha sido toda amor, y es por eso que la amamos”.

El paréntesis es de CATOLICIDAD.

521006nov

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