viernes, 22 de mayo de 2009

LA VIRIL CASTIDAD Y EL CELIBATO DEL SACERDOTE

Fuente de la Templanza: Dominio sobre la bestia (Méx.)
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Por Alfonso Junco
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Muchas incomprensiones y ligerezas suelen decirse acerca de la cuestión trascendental del Celibato de los Sacerdotes. Vamos a examinarla concisamente, con objetividad de hombres laicos que, exentos por ello de interés o compromiso personal, no tenemos otro propósito que entender y justificar las cosas.
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Por libre y voluntaria determinación, el Sacerdote católico renuncia a sus derechos de paternidad humana, para entregarse íntegramente a su paternidad espiritual; para engendrar y nutrir almas, con fervor absorbente y exclusivo, sin las trabas de los cuidados domésticos; para ensanchar, exenta de fronteras, su solicitud paternal, de suerte que todos puedan llamarle por antonomasia Padre.
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.Sacrificio heroico. ¿Qué es lo que lo inspira y lo sustenta?
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En lugar primerísimo, el ejemplo sublime de Jesús, célibe perfecto. También su palabra en loa de la virginidad. (S. Mateo, Cap. XIX, 11/12). Asimismo el ejemplo y la declaración reiterada y categórica de San Pablo sobre la supremacía espiritual del celibato (Primera carta a los Corintios, Cap. VII). Y virgen es Juan, el discípulo predilecto. Y la Madre de Dios condensa en sí todos los aromas de la pureza, y hace propio el nombre genérico, y los siglos la conocen y aclaman por la Virgen. .
Pero ¿cómo podremos estimar y sentir estas cosas si todo lo vemos con mirada carnal y andamos sumergidos en el lodo? Muchos, asfixiados en sus mezquinos horizontes, declaran que la castidad es absurda e imposible. Más fácil resulta declararla así que intentarla virilmente. Y aquí cabría recordar una palabra del propio Jesús: "NO arrojéis margaritas a los puercos".
Quienes no conocen ni tratan a los sacerdotes, quienes a todos los engloban, desde lejos y a ciegas, bajo un nombre cargado para ellos de prestigios tenebrosos y fantasmales: el clero, ésos son los que se alarman del peligro y truenan contra las costumbres eclesiásticas, queriendo por remedio que se casen los sacerdotes (como si el estado civil diera virtud y no estuviéramos hartos de maridos adúlteros y licenciosos).
Quienes conocemos y tratamos a los sacerdotes, sabemos cómo son en su inmensa mayoría abnegados y rectos, y cómo muchos tocan las cimas del heroísmo y la santidad. Y podemos suscribir el testimonio insospechable de Renán, que precisamente en el Seminario aprendió la, castidad de que más tarde se gloriaba. "Según mi propia experiencia, lo que se dice de las costumbres clericales carece de todo fundamento, Yo he pasado trece años de mi vida en manos de sacerdotes y no he visto ni la sombra de un escándalo; no he conocido más que buenos sacerdotes".
(Souvenirs d'enfance et de Jeunesse. 111).
.Bien podía clamar Lacordaire desde la egregia cátedra de Nuestra Señora de París. "Somos fuertes porque poseemos esta virtud, y bien saben lo que hacen aquellos que atacan el celibato eclesiástico, aureola del sacerdocio cristiano. Las sectas heréticas lo han abolido entre ellas; es el termómetro de la herejía: a cada grado de error corresponde un grado, si no de desprecio, al menos de disminución de esta virtud celeste".
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No mutilación, sino plenitud.

Descendamos a lo que todo hombre de razón puede entender. ¿Os figuráis nada más tristemente risible que un ministro buscando novia, o embebido con ella en coloquios y arrumacos, escenitas de celos, pleitos y reconciliaciones? ¿No quedarán así mermadísimos la seriedad, el vigor, la fecundidad de su ministerio?
¿Y el ministro papá, pendiente de la señora y de los niños, con obligación de proveer al sustento de todos? O habrá de trabajar en cosas profanas para sostener a los suyos, y entonces el ministerio quedará postergado o anulado, o bien se dedicará íntegramente al servicio religioso y entonces pesará sobra los fieles la carga económica de toda la familia ministerial.
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Y en cualquier caso, no podrá ser más de lo que son los ministros sinceros y honrados: un hombre estimable y bueno, como puede serlo un buen católico laico, que dedique parte de su tiempo a labores benéficas o apostólicas. Pero la pasión por Dios, el ímpetu exclusivo por Dios, el glorioso desasimiento de todas las criaturas, el heroico asistir a enfermos contagiosos o a soldados en batalla, el lanzarse a misiones con abandono de todo y peligro de la vida ¿dónde estará?. ¿Se habrá casado el ministro para desamparar a su familia, o la cargará consigo a los rincones del Africa salvaje?.
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No: no puede sostenerse, ante un examen desinteresado e imparcial, que en el sacerdote sea mejor el matrimonio que el celibato. Ilustres escritores profanos lo han reconocido. Ya lo confesaba el francés Michelet; ya entre nosotros López Velarde, en una página de "El minutero"; ya lo proclamaba Víctor Hugo en Los trabajadores del mar: "Las religiones que prescriben el celibato a sus sacerdotes saben bien lo que hacen. Nada destruye tanto el sello sacerdotal como amar a una mujer". (3a. parte, libro III, Cap. II).
Y, si se me permite un toque humorístico en tema tan grave, recordaré que en el Evangelio se afirma que "no se puede servir a dos señores". Pues si no se puede servir a dos señores, ¿qué será el querer servir al mismo tiempo al Señor... y a la señora? .
Cristo expresamente pide, a los escogidos que quieren seguirle más de cerca, que dejen sus bienes, que o abandonen todo, que tomen su cruz y que lo sigan. Pide un amor exclusivo y total, un "corazón indiviso", como escribe San Pablo. Y ¿cómo no ha de ser así para el amor divino, si para el amor humano lo exigimos, según canta la copla? "Corazones partidos yo no los quiero; cuando yo doy el mío lo doy entero". .
En suma. La Iglesia Católica, al implantar el celibato para los que libremente lo eligen al elegir el sacerdocio, no es sólo santa, a imitación de Jesús: es también sabia. Y si espiritualmente se mira la excelsitud y grandeza del ministerio, el celibato sacerdotal no es mutilación, sino plenitud.
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Lo que dice el Concilio.
.El cristianismo es siempre nuevo, pero nunca novelero. Y se ha desatado ahora una racha de novelerías, que con grave ignorancia o ligereza se achacan al Concilio Vaticano II. Pero si va uno a la fuente, como se debe ir, encuentra que el Concilio nada dispone sobre aquello, o expresamente dispone lo contrario de lo que se le atribuye. .¿Qué dice sobre el celibato sacerdotal?, ¿Es cierto, como se propaló terca y ruidosamente por los periódicos, que el Concilio deja esto en suspenso o lo pone en términos borrosos? Nada de eso. He aquí su dictamen categórico: .
"El celibato, que primero sólo se recomendaba a los sacerdotes, fue luego impuesto por ley en la Iglesia Latina... Esta legislación, por lo que atañe a quienes se destinan al presbiterado, LA APRUEBA Y CONFIRMA DE NUEVO ESTE SACROSANTO CONCILIO"..
Así textualmente consta en el Decreto sobre el ministerio de los presbíteros, número 16, donde se dice, con belleza profunda, que "el celibato está en múltiple armonía con el sacerdocio", y se exponen conceptos como los que siguen:
"La perfecta y perpetua continencia por amor del reino de los cielos, recomendada por Cristo Señor, aceptada de buen grado y laudablemente guardada en el decurso del tiempo y aun en nuestros días por no pocos fieles, ha sido siempre altamente estimada por la Iglesia, de manera especial para la vida sacerdotal. Ella es, en efecto, signo y estímulo al propio tiempo, de la caridad pastoral, y fuente particular de fecundidad espiritual en el mundo"...
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En consecuencia:
"Exhorta este sagrado Concilio a todos los presbíteros que, confiados en la gracia de Dios, aceptaron el sagrado celibato por libre voluntad a ejemplo de Cristo, a que, abrazándolo magnánimamente y de todo corazón y perseverando fielmente en este estado, reconozcan ese preclaro don que les ha sido hecho por el Padre y tan claramente es exaltado por el Señor". .
Nada de actitudes negativas o ambiguas; afirmación resuelta y luminosa. Pero se aluda a las mundanas objeciones:
"Y cuanto más imposible se reputa por no pocos hombres la perfecta continencia en el mundo del tiempo actual, tanto más humilde y perseverantemente pedirán los presbíteros, a una con la Iglesia, la gracia de la fidelidad, que nunca se niega a los que la piden, empleando, a par, todos los subsidios sobrenaturales y naturales, que están al alcance de todos. No dejen de seguir, señaladamente, las normas ascéticas que están probadas por la experiencia de la Iglesia...".
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Finalmente, no ya a los sacerdotes sino a todos los cristianos nos pide el Concilio la sobrenatural estimación y el invencible afecto a esta virtud celeste:
"Ruega, por ende, este sacrosanto Concilio no sólo a los sacerdotes, sino también a todos los fieles, que amen de corazón este precioso don del celibato sacerdotal..."
.LA VIRIL CASTIDAD.
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Y aquí es donde parece oportuno que enfoquemos, ya en su aspecto más amplío y general, este problema palpitante: la castidad varonil. Demasiado sé que en la hora de hoy, mientras no zambullimos en el fango como en una piscina, puede sonar a estrafalario hablar de castidad varonil; mas precisamente por eso hay que hablar, franca, directa, masculinamente. .
¡La viril castidad! Virtud de hombres. No de cobardes, no de apocados, no de enfermizos, no de rutinarios, virtud de hombres, que comprenden cuan cargada de experimentadísimo saber está aquella ecuación del victorioso mariscal Foch: "Victoria: igual a: Voluntad". .
Mas para poner el peso todo de la voluntad en esta batalla y traducir la guerra en victoria, es forzoso ganar primero el entendimiento. Deshacer prejuicios lanzados por la pereza, la concupiscencia, el interés vergonzante: "La castidad se dice en triples objeciones: es antinatural; la castidad es nociva a la salud; la castidad es imposible". .
Hay que barrer, con chorros de luz, toda esta sombra de conspiración, y, seguros de que la pureza es un ideal no sólo hermoso, sino natural, salutífero, vigorizante, trocado en práctica por muchas almas limpias, entrar de lleno en la pelea, y aplicar a la salvaguarda y conquista de la pureza, todo el brío, toda la sagacidad, todo el tesón y toda la alegría.
Siempre he creído que la fe es una castidad. Y creo también que la castidad es una fe. Sin fe en ella, sin la certidumbre y el ímpetu propios de la fe, la castidad será ilusoria o precaria. Hay que enraizar esta certeza, y luego, echarla a florecer en actos. .
Nosotros, los varones, exigimos pureza en la mujer. No estamos todavía tan prostituidos como para aceptar en la hermana, en la novia, en la esposa, en la hija, el deshonor. Y si somos, con plena justicia, exigentes, y no pensamos que en la mujer sea antinatural, ni nociva, ni imposible la pureza ¿por qué ha de serlo en el hombre? Del mismo barro estamos hechos y nuestros organismos son recíprocos. .
Cierto es que ruge más bronco el huracán en el hombre y exige mucho más brava resistencia. Cierto que la caída de la mujer tiene repercusiones infinitamente más subversivas y dramáticas en el hogar y en la sociedad. Pero la moral es una para todos; el decálogo rige para mujeres y varones por igual.
.Y, para el cristiano, esa norma igual es firme y diáfana. Continencia absoluta en el célibe; fidelidad perfecta en el casado. Y, dentro del matrimonio, nada que artificialmente frustre el designio de la naturaleza: la vida que puede venir. .
Norma austera y sagrada. Norma de salud y pujanza en lo personal y en lo social. Norma que defiende precisamente los fueros y propósitos de la naturaleza, vivificándolos y enriqueciéndolos de savia sobrenatural. .
Ni antinatural, ni nociva, ni imposible... .
Fisiológicamente, la dualidad de sexos se encamina a la perpetuación de la especie. Esta es su razón directa, patente, indubitable. Los animales, que no pueden alcanzar las cumbres humanas, pero tampoco sus abyectas degeneraciones, aquí nos dan lección, obedeciendo la ley natural. Toda acción que burle el fecundo propósito de la naturaleza, va contra la naturaleza. Y, para el hombre, la perpetuación de la especie sólo es digna, legítima, cumplidora de su sentido no únicamente animal sino moral, en la santidad del matrimonio. ¿Por qué? Porque el vástago humano necesita, aparte el cuidado físico - mayor y más prolongado que en las especies inferiores -, el desarrollo intelectual, la formación del carácter, el apercibimiento del espíritu, la educación en suma, que de manera natural también, pide y requiere la acción conjunta del padre y de la madre: fuerza y dulzura, sostén exterior y delicadeza íntima , abrazados por firme vínculo en la unidad del hogar. Por eso es la orfandad una de las desgracias más hondas, y contra ella hay que elevar asilos o instituciones que remeden y traten de suplir el hogar insustituible. Pero ¿hay cosa más antinatural, más viciosa, más enemiga de lo que exigen la razón y el bien, que dejar al hijo huérfano en vida de los padres, o porque ellos se aparten para nuevas uniones, o porque los lleve la concupiscencia a regar vástagos al azar, con descuido de sus primarias obligaciones paternas? .
Quiere, pues, la pureza, que se respeten las normas de nuestra naturaleza fisiológica y de nuestra naturaleza racional.
.¿Lo que acata esas leyes naturales, será nocivo a la salud?
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La razón, la experiencia, la ciencia, claman que no. Es, en cambio, patente el estrago que en la salud consuman los descarríos sexuales. Agotamientos prematuros, desajustes nerviosos, enfermedades inmundas, lacras hereditarias. ¿Y no sabe a estólido sarcasmo, que se invoque la salud para defender tal catástrofe de la salud?
Pero, sin llegar al extremo, ¿no nos consta, por experiencias cotidianas, que la continencia es parte esencial en el buen entrenamiento del pugilista, del torero, del atleta, del deportista?, ¿Qué quiere esto decir sino que la incontinencia es enemigo del vigor, y la continencia su aliada?
.¿No sabemos, otro dato a la vista cómo el hombre suele imponer forzada abstención a animales que intenta precisamente llevar y lleva así a un máximo desarrollo y crecimientos.
Es que el licor de la vida no tiene por único objeto comunicarla, sino también fortalecerla y aumentarla en el organismo propio. Si la actividad exterior se limita por la sobriedad o se suprime por la abstención, aquella vital substancia se aprovecha en lo personal, e "intensifica nuestras actividades fisiológicas, mentales y espirituales". Estas últimas son palabras de un sabio, el insigne doctor Alexis Carrel, en su libro "L'homme, cet inconnu". Y ésta y otras verdades convergentes, son conocidas y proclamadas por todos los positivamente serios hombres de ciencia, cuyos testimonios sería fácil tarea entretejer.
¿A qué se debe el hecho, notorio hoy día como a lo largo de muchos siglos, del nervio físico y mental, de la longevidad fecunda tan frecuente en monjas y religiosos, sino a una vida sobria y ordenada que tiene por primordial cimiento la castidad?
Y luego decir que lo que va de acuerdo con las leyes de la naturaleza, que lo que favorece y vigoriza la salud, no es ni podría ser imposible. Difícil, sí, Difícil como todo lo excelso. Como todo lo que en el hombre intenta domeñar el apetito e imponer el señorío de la razón. Difícil aquí, singularmente, por lo universal e imperativo de la propensión que tiende al desbocamiento; difícil, por la errónea mentalidad que en esto prevalece y actúa con fuerza de atmósfera social; difícil, finalmente, porque en torno nuestro todo conspira hipócrita o descaradamente contra la pureza, en vez de tender a preservarla, fortalecería y educarla. .
Nos incumbe, por tanto, enderezar nuestro juicio, robustecer nuestro propósito, y trabajar después, en lo personal y en lo social, en el orden de las ideas y en el orden de las costumbres, por todo lo que respete, salvaguarde, corrobore, estimule la pureza.
Atletismo espiritual.
Claro que si el pensamiento se ensucia a la continua, si los ojos van tras la imagen provocadora y el espectáculo lascivo, si conversaciones y lecturas mueven la imaginación y familiarizan en la torpeza, si los bailes suscitan y exacerban inclinaciones inconfesables, si en todo y por todo la sensualidad reina y se cultiva y desboca, nadie podrá súbitamente pararse a la mitad del resbaladero. El que no quiero caer, no se entrega a la pendiente. Quien se arroja a la catarata que se despeña, no podrá remontarla. .
Pero quien pone los medios, logra el fin. Quien vigila sus sentidos, quien aparta lo que mancha o perturba, quien selecciona y orienta sus pláticas, lecturas, amistades y actividades hacia la generosidad y la limpieza; quien llena su vida de ocupaciones y aspiraciones superiores, letras, arte, ciencia, apostolado; quien emprende, en suma, la educación de la castidad, vence en su empeño.
La pureza es perfectamente posible. La pureza es un hecho, pero un hecho glorioso que requiere hombría. No en balde nuestro egregio castellano la llama, en su plenitud, "entereza".
Decretar imposible lo que no se tiene la virilidad de acometer, es subterfugio de cobardes. Imposibles parecen las proezas de fuerza y agilidad en los atletas. Pero el triunfo que presenciamos es la coronación de un esforzado, tesonero, severísimo entrenamiento. Sin éste, el atletismo es imposible. Y la castidad es atletismo espiritual.
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En conclusión: virtud perfectamente natural, perfectamente salutífero, perfectamente posible, es la pureza.
Fuente de bienestar y poderío en el organismo personal y en el organismo social, hay que buscarla y defenderla con ímpetu viril, con ágil talento, con jubilosa fe.
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El derrotismo es aquí, como en todo, causa de abajamiento y postración. Quien ha luchado bravamente, sabe que el triunfo es tan alcanzable como hermoso. Sabe que la victoria de hoy prepara y facilita la victoria de mañana. Y que esa sucesión de victorias, vuelta costumbre y ley, tonifica el espíritu y el cuerpo, y da a la totalidad del hombre como a la totalidad colectiva, pujanza, elevación y plenitud.
.La aventura cristiana.

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Esforcémonos en nuestra propia purificación y en la purificación de la atmósfera social. No es alarma de espantadizos mojigatos: la ola de fango crece de tal modo y anega tales praderas, que aun los más despreocupados despiertan ya y recapacitan. Todos tenemos sitio que nos reclama con apremio en esta campaña. Nos toca defender el sonriente decoro de nuestras mujeres y la santidad de nuestros hogares, que han sido gloria y dulzura de México aun en medio de sus ásperos cataclismos. Nos toca, singularmente a nosotros, varones católicos, hablar con el ejemplo.

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No hay, sin ejemplo, salvadora eficacia. No hay apostolado fecundo sin pureza. Mirad: Sólo de la pureza de María pudo Cristo nacer; sólo la pureza es divinamente fecunda.
Nuestra moral es austera, varonil, exigente. Pero somos y debemos ser, sarmientos pegados a la Vid. Y de ella brota el Vino que da, a raudales, la fortaleza que exige. Repudiar lo mediocre, amar lo heroico, pedir sublimidades: propia definición de juventud; propia definición de cristianismo.
.Por eso el cristianismo es joven siempre. Y hoy, que fango pagano hierve y crece con nueva furia en torno nuestro, tócanos redoblar el ímpetu y vivir esa juventud plenariamente. Saber, y sentir, y proclamar con obras, que no somos cristianos para llevar vida fácil, sino vida egregia. Y que el cristianismo es hoy, como en su primera aparición, acometimiento y aventura; no asunto de rutina, sino de hazaña; no empresa de burgueses, sino de apóstoles.
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7 comentarios:

  1. CON LA MIRADA LIMPIA

    — La guarda de la vista.

    — En medio del mundo, sin ser mundanos.

    — Un cristiano no asiste a lugares o espectáculos que desdicen de su condición de discípulo de Cristo.

    I. Llegó Jesús a Betsaida con sus discípulos, y enseguida le llevaron un ciego para que lo tocara. El Señor tomó de la mano al ciego y lo sacó fuera de la aldea, y allí hizo lodo con saliva y lo puso en sus ojos; a continuación le impuso las manos y le preguntó si veía algo. El ciego, alzando la mirada, dijo: Veo a los hombres como árboles que andan. Y después de imponerle de nuevo las manos, el ciego comenzó a ver, de manera que veía con claridad todas las cosas1.

    Las curaciones del Señor solían ser instantáneas. Esta, sin embargo, tuvo un pequeño proceso, porque quizá la fe del ciego al comienzo era débil, y Jesús quería curar a la vez alma y cuerpo2. Ayudó a este hombre, al que con tanta piedad tomó de la mano, para que su fe se fortaleciera. Pasar de no tener luz alguna a ver algo borroso ya era algo, pero el Maestro quería darle una mirada clara y penetrante para que pudiera contemplar las maravillas de la creación. Muy probablemente, lo primero que vio con claridad aquel ciego fue el rostro de Jesús, que le miraba complacido.

    Lo sucedido con este hombre ciego para las cosas materiales nos puede servir para considerar la ceguera espiritual; con frecuencia nos encontramos a muchos ciegos espirituales que no ven lo esencial: el rostro de Cristo, presente en la vida del mundo. El Señor habló muchas veces de este tipo de ceguera, cuando decía a los fariseos que eran ciegos3 o cuando se refería a quienes tienen los ojos abiertos pero no ven4. Es un gran don de Dios mantener la mirada limpia para el bien, para encontrar a Dios en medio de los propios quehaceres, para ver a los hombres como hijos de Dios, para penetrar en lo que verdaderamente vale la pena..., incluso para contemplar, junto a Dios y desde Dios, la belleza divina que dejó como un rastro en las obras de la creación. Por otra parte, es necesario tener la mirada limpia para que el corazón pueda amar, para mantenerlo joven, como Dios desea.

    Muchos hombres no están ciegos del todo, pero tienen una fe muy débil y una mirada apagada para el bien, que apenas vislumbran en el horizonte de su vida. Estos cristianos apenas se dan cuenta del valor de la presencia de Cristo en la Sagrada Eucaristía, el inmenso bien del sacramento de la Penitencia, el valor infinito de una sola Misa, la belleza del celibato apostólico... Les falta limpieza de alma y una mayor vigilancia en la guarda de los sentidos –que son como las puertas del alma–, y de modo particular de la vista.

    El alma que comienza a tener vida interior aprecia el tesoro que lleva en su corazón y cada día evita con más esmero la entrada en el alma de imágenes que imposibiliten o entorpezcan el trato con Dios. No se trata de «no ver» –porque necesitamos la vista para andar en medio del mundo, para trabajar, para relacionarnos–, sino de «no mirar» lo que no se debe mirar, de ser limpios de corazón, de vivir sin rarezas el necesario recogimiento. Y esto al ir por la calle, en el ambiente en el que nos movemos, en las relaciones sociales. Mirada limpia no solo en aquello que se refiere directamente a la lujuria –que ciega para los bienes sobrenaturales, e incluso para los auténticos valores humanos–, sino en otros campos que también caen dentro de la «concupiscencia de los ojos»: afán de poseer ropas, objetos, determinadas comidas o bebidas... La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo estará iluminado. Pero si tu ojo es malicioso, todo tu cuerpo estará en tinieblas5.

    ¡Qué pena si alguna vez –por no haber sido delicadamente fieles en esta materia– en vez de ver el rostro de Cristo con claridad vislumbráramos solo una imagen desdibujada y lejana! Examinemos hoy en nuestra oración cómo vivimos esa «guarda de la vista», tan necesaria para la vida sobrenatural, para ver a Dios. Quien no tiene esa mirada limpia, su visión es borrosa y frecuentemente deforme.

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  2. II. El cristiano ha de saber –poniendo los medios necesarios– quedar a salvo de esa gran ola de sensualidad y consumismo que parece querer arrasarlo todo. No tenemos miedo al mundo porque en él hemos recibido nuestra llamada a la santidad, ni tampoco podemos desertar, porque el Señor nos quiere como fermento y levadura; los cristianos «somos una inyección intravenosa puesta en el torrente circulatorio de la sociedad»6. Pero estar en medio del mundo no quiere decir ser frívolos y mundanos: no te pido que los saques del mundo -pidió Jesús al Padre-, sino que los preserves del mal7. Debemos estar vigilantes, con una auténtica vida de oración y sin olvidar que las pequeñas mortificaciones –y las grandes, cuando lleguen y cuando el Señor las pida– han de mantenernos siempre en guardia, como el soldado que no se deja vencer por el sueño, porque es mucho lo que depende de su vigilia.

    Los Apóstoles alertaron a quienes se convertían a la fe para que vivieran la doctrina y la moral de Cristo, en un ambiente pagano bastante parecido al que en estos tiempos nos rodea8. Si alguno no luchara de una manera decidida sería arrastrado por ese clima de materialismo y de permisivismo. Incluso en los países de honda tradición cristiana es patente cómo se han extendido modos de vivir y de pensar en oposición abierta con las exigencias morales de la fe cristiana y hasta de la misma ley natural.

    Los propagadores del nuevo paganismo han encontrado un eficaz aliado en esas diversiones de masas, que ejercen un gran influjo en el ánimo de los espectadores. Con mayor abundancia en los últimos años, proliferan estos espectáculos que, bajo las más variadas excusas o sin excusa alguna, fomentan la concupiscencia y un estado interior de impureza que da lugar a muchos pecados internos y externos contra la castidad. A un alma que viviera en ese clima sensual le sería imposible seguir a Cristo de cerca... y quizá tampoco de lejos. No es raro que, junto a la procacidad e impureza en la forma o en el fondo, esas representaciones traten de ridiculizar la religión y las verdades más santas del Cristianismo, y hagan alarde de irreligiosidad y de ateísmo, con un lenguaje blasfemo o unas actitudes irreverentes.

    Los Santos Padres utilizaron en su predicación palabras duras para apartar a los primeros cristianos de los espectáculos y diversiones inmorales9. Y aquellos fieles supieron prescindir –con soltura, porque así lo pedían los nuevos ideales que habían encontrado al conocer a Cristo– de los esparcimientos que podían desdecir de su afán de santidad o poner en peligro su alma, hasta el punto de que, no pocas veces, los paganos se daban cuenta de la conversión de un amigo, de un pariente o de un vecino porque dejaba de asistir a aquellos espectáculos10, poco coherentes o abiertamente opuestos a la delicadeza de conciencia de una persona que ha encontrado en su vida a Cristo.

    ¿Ocurre con nosotros algo semejante? ¿Sabemos cortar con diversiones, o dejamos de asistir a lugares que desdicen de un cristiano? ¿Cuidamos la fe y la santa pureza de los hijos, de los hermanos más pequeños, por ejemplo cuando un programa de televisión es inconveniente? Pidamos al Señor una delicada conciencia para apartar con firmeza, sin titubeos, lo que nos separe de Él o enfríe nuestro afán de seguirle.

    III. El Cristianismo no ha cambiado: Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y siempre11, y nos pide la misma fidelidad, fortaleza y ejemplaridad que pedía a los primeros discípulos. También ahora deberemos navegar contra corriente en muchas ocasiones; y pueden darse situaciones que quizá nuestros amigos no entiendan en un primer momento, pero que frecuentemente son el primer paso para acercarlos al Señor y para que se decidan a vivir una honda vida cristiana.

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  3. Nuestra lealtad con Dios nos ha de llevar a evitar las ocasiones de peligro para el alma. Por esto, antes de ver la televisión o de acudir a una diversión hay que tener la seguridad de que no será ocasión de pecado. En la duda debemos prescindir de esos entretenimientos, y si –por estar mal informados– se asistiera a un espectáculo que desdice de la moral, la conducta que sigue un buen cristiano es levantarse y marcharse: si tu ojo derecho te es ocasión de escándalo, arráncatelo y tíralo lejos de ti12. No asistir o marcharse, sin miedo a «parecer raros» o poco naturales, pues lo poco natural en un seguidor de Jesucristo es precisamente lo contrario.

    Para vivir como verdaderos cristianos debemos pedir al Señor la virtud de la fortaleza, de no transigir con nosotros mismos y saber hablar con claridad a los demás, sin miedo al qué dirán, aunque parezca que no van a entender lo que les decimos. Las palabras, acompañadas del ejemplo y de una actitud llena de seguridad y de alegría, les ayudarán a comprender y a buscar una vida más firme, una mejor formación. Y si alguno objetara que está inmune al influjo de esas diversiones, cuando sea oportuno le podremos recordar cómo, de modo imperceptible, se va creando en el alma una corteza que impide el trato con Dios y la delicadeza y respeto que exige todo amor humano verdadero. Cuando alguien dice que no le hace daño asistir a esos lugares o ver esos programas, quizá es señal precisamente de que él necesita más que otros abstenerse de ellos. Posiblemente tiene ya el alma endurecida y los ojos nublados para el bien.

    Además de no asistir, de no contribuir ni con una sola moneda al mal, y poner de su parte, cada uno según sus posibilidades, los medios para evitarlo, los cristianos deben contribuir positivamente a que existan espectáculos y diversiones sanas y limpias que sirvan para descansar del trabajo, para relacionarse y conocerse, para cultivar amenamente el espíritu, etc.

    San José, fiel a su vocación de custodio y protector de Jesús y de María, los amó con amor purísimo. Pidámosle hoy que sepamos nosotros, con fortaleza, poner los medios que sean necesarios para poder contemplar a Dios con una mirada clara y penetrante; que sepamos amar a las criaturas con hondura y limpieza, según la peculiar vocación recibida de Dios.

    1 Cfr. Mc 8, 22-26. — 2 Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, 2ª ed., Pamplona 1985, nota a Mc 8, 22-26. — 3 Mt 15, 14. — 4 Cfr. Mc 4, 12; Jn 9, 39. — 5 Mt 6, 22-23. — 6 S JMaE, Carta 19-III-1934. — 7 Jn 17, 15. — 8 Cfr. Rom 13, 12-14. — 9 Cfr. San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, 6, 7. — 10 Cfr. Tertuliano, Sobre los espectáculos, 24. — 11 Cfr. Heb 13, 8. — 12 Mt 5, 29.

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  4. Hola!!! puede un joven que ya ah tenido relaciones sexuales ser sacerdote???

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    1. Siempre que viva una vida totalmente casta, luego de haber cometido ese error. Naturalmente, pasará un tiempo en el seminario y deberá demostrarlo.

      Atte
      CATOLICIDAD

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  5. Gracias, Dios los Bendiga!!! y disculpa la pregunta ¿que "fuente" consultaste para responder?

    Paz y Bien

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