miércoles, 27 de mayo de 2009

¿Qué nos pasa?





"¿COMPROMETERME...YO?"






Los padres de familia se inquietan muy a menudo y con razón, respecto del futuro de sus hijos. Bien sabemos que la educación forma parte del fin primario del matrimonio y que la obra de la educación es una tarea larga y difícil. ¡Nada nuevo bajo el sol! Lo que sí es nuevo, es una enfermedad que se está presentando entre los jóvenes cada vez con mayor frecuencia. La enfermedad consiste en la dificultad para comprometerse, ya sea en el estado conyugal, ya sea en la vida consagrada. Dicho padecimiento se manifiesta por una serie de síntomas o signos.
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¿CUALES SON ESOS SINTOMAS?
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¡Se trata de jóvenes que llegan a los 30 años y todavía no han escogido un estado de vida! Son estudiantes perpetuos, hijos de familia que viven muy a gusto con papá y mamá. Quizás tienen una novia, pero sin el menor deseo de concretizar con ella una unión estable y definitiva. No son flojos ni ociosos, pues es frecuente que tengan un trabajo regular y no dependan económicamente de sus padres. Sin embargo, no eligen un estado de vida ni quieren asumir las responsabilidades correspondientes.
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Otro síntoma es su debilidad ante las dificultades, una debilidad que está en ellos mismos. Cuando se casan, a la primera dificultad en la vida conyugal, a la primera ocasión en que uno de los dos tiene que renunciar a su capricho en aras del bien común, mejor deciden separarse y volver a la vida libre y sin compromisos de los solteros.
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La falta de madurez, la dificultad para tomar un compromiso definitivo y la debilidad frente a las incógnitas de la vida futura se manifiestan también en el ámbito de la vida consagrada. Un sacerdote dedicado a la obra de las escuelas católicas, decía, que hoy en día eran raros los casos de estudiantes de bachillerato que entraban en el seminario saliendo de la Preparatoria. De algunos se podía suponer que tenían vocación sacerdotal y sin embargo, no se les mandaba en seguida al seminario porque sucumbirían en pocos meses. Mejor se les aconsejaba estudiar en una buena universidad y dedicarse un poco al apostolado entre la juventud para entrar tres o cuatro años después, con mayor madurez, con más convicción, con un equilibrio psicológico más estable.
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LAS CAUSAS
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Este problema tan frecuente entre la juventud de hoy, ¿a qué se debe?No es fácil dar una respuesta a semejante pregunta. Algunos opinan que se debe a la falta de convicciones, otros a los defectos de la voluntad, otros más a las pasiones desatadas. De hecho, el pecado original y sus cuatro heridas siguen siendo las mismas desde la caída de Adán. No creo que por allí vayamos a encontrar una respuesta decisiva al problema actual.
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Lo que sí ha cambiado en la vida de la juventud actual es el alejamiento, cada día más grande, de una vida sana y conforme al orden natural.
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El subjetivismo que invade las mentes, desde Descartes y todos sus herederos (los idealistas y los sensualistas) desarrolla cada día más lejos y más profundo sus consecuencias.
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El hombre se vuelve el centro y la medida de todo. Todo lo que pasa, todas las decisiones que hay que tomar, todos los acontecimientos se miden siempre en relación con las consecuencias para el sujeto.La objetividad del bien común, la realidad del mundo exterior, la conformidad con la voluntad divina expresada a través de las circunstancias: todo esto ya no es la norma para actuar.
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De ahí que a la primera contradicción, a la primera resistencia de la realidad a nuestro capricho, al primer sacrificio del bien propio en pro del bien común, el joven de hoy se desanima, se descompone y abandona lo que estaba haciendo.
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Asumir el compromiso del matrimonio o el de la vida consagrada es responsabilizarse ante Dios, ante la Iglesia y ante los demás. Emprender una vida común, sea en la vida conyugal o en la vida consagrada, significa someterse a un superior, a un orden, a la primacía del bien común.
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Pero si el hombre es centro y medida de todo, entonces cada decisión del superior será analizada según los gustos del sujeto, la ordenación de la persona al bien común será cumplida únicamente si le cae bien al sujeto, etc. Lo cual vuelve imposible toda vida en común. Existe un círculo vicioso, pues: o priva la realidad exterior, la verdad objetiva y el bien común, o reina el hombre con su subjetividad.
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Por otra parte, hay que mencionar también los estragos que causa la vida relativamente fácil y cómoda de la gente de hoy, especialmente la juventud que no ha conocido otra cosa.
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Se trata de esas generaciones que no han conocido la guerra, que han recibido sin mayor esfuerzo comida, vestido, alojamiento, educación, diversiones. Todo se nos debe, pues todo es fácil y está a nuestro alcance.
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Hemos perdido la costumbre de vivir en la austeridad, de ahorrar, de vivir con poco, de contentarnos con lo que tenemos y debemos a la bondad de Dios.
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Tomemos un ejemplo de la vida cotidiana. Cuántas veces se cambia un aparato electrodoméstico, no porque dejó de funcionar, sino porque ya no nos gusta su color o su forma, o porque salieron modelos más modernos! Como tenemos el dinero para poder comprar un aparato nuevo, no nos da pena tirar a la basura algo que todavía sirve pero que pasó un poco de moda.
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Otro ejemplo: la mala costumbre de tirar la comida. Antes de guisar otra cosa, hay que terminar los restos. Dios no bendice a los que malgastan los bienes y talentos que Él nos regala en su bondad. Y el hábito de no volver a servir dos veces lo mismo es una mala costumbre, si al final se tira la comida no consumida a la basura.
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Para terminar, debemos tomar nota de la primacía dada a la técnica en detrimento de la reflexión y de la contemplación. ¿Quién puede vivir sin su celular? ¿Quién puede trabajar sin una computadora, un escáner y una fotocopiadora? ¿Quién no ha abusado de la luz eléctrica para poder trabajar de noche, aunque tuviera que dormir al día siguiente cuando ya está la luz del día?Vivimos estresados por la cantidad de información que sale a la luz, por la velocidad de las comunicaciones, por la facilidad de las mismas.
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Todo eso dificulta la simple reflexión. Veamos cómo los niños de hoy cumplen con su tarea de la escuela. Sea cual sea el tema, el niño se conecta con Internet, programa el buscador, imprime un montón de datos, los engrapa y los entrega al maestro: ¡tarea cumplida!
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Aquí no se necesita ni inteligencia ni reflexión: son tareas meramente mecánicas que no requieren ni discernimiento (para seleccionar los documentos útiles entre el montón que se imprimió) ni orden intelectual (para ordenar la información y desarrollar un razonamiento o una exposición coherente).
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Pobres niños que vienen totalmente alejados de la naturaleza tal y como salió de las manos del Dios creador. No pueden creer que la leche que toman por la mañana provenga de la vaca, pues para ellos sale de la fábrica en latas de cartón o de plástico. Una vaca, ¡qué horror! Ni que decir de esos niños que para pintar un pescado dibujan un cuadrito pues así es como han visto al único pescado que conocen: congelado y empanizado, en su plato.
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Eso sí, lo saben todo acerca de computación, de "game boy", de "play station", pero de cosas tan simples y tan hermosas como la naturaleza creada por Dios todo lo ignoran.
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Todo eso nos aleja también de la contemplación, la cual consiste en echar una mirada apacible sobre Dios y sus misterios. Cuando se contempla no se tiene prisa, ni se buscan novedades: lo único que se busca es estar con él Amado y disfrutar de su presencia, sin tener ninguna visión utilitaria. Y la técnica contemporánea impide eso.
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LOS REMEDIOS
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Si queremos ayudar a nuestros hijos a desarrollarse tanto en lo humano como en lo espiritual, tendremos que poner remedio a los tres puntos mencionados en el análisis de las posibles causas.
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Primero, volver a la objetividad. El mundo exterior no depende de mí, la realidad se impone a uno, la verdad no es cuestión de gusto o de capricho, el bien común priva sobre el bien individual: he aquí algunas pistas que habrá que seguir de manera paciente y perseverante.
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Los padres de familia deben de tratar de inculcar en sus hijos la primacía del bien común, la necesidad de sacrificar a veces sus gustos para el bien de toda la familia o todo el salón de clase. Sería muy lamentable que les permitiesen salirse con sus caprichos, sobre todo si éstos van en contra del bien común.
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Las buenas costumbres son el fruto de la repetición de los actos buenos. No se pueden adquirir buenas costumbres si se hacen a veces actos buenos y otras tantas lo contrario.
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En segundo lugar tenemos que acostumbrar a nuestros hijos a una vida austera, sea cual sea nuestro nivel socioeconómico. La virtud de pobreza y la austeridad de vida no son obligaciones exclusivas de los religiosos franciscanos.
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El dinero, los bienes muebles o inmuebles, los vehículos, el teléfono, la luz eléctrica son medios para poder cumplir mejor y quizás con más facilidad con nuestras obligaciones. No son fines, no son objetivos. Poco importa tener un coche último modelo si el que tenemos sirve.
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El hombre bien formado no depende del monto de dinero que puede ganar o ahorrar. Le es indiferente ser pobre o rico, pues sabe que la verdadera riqueza es interior. Si gana bien su vida no será para despilfarrar el dinero, sino para dar limosnas más grandes y más numerosas.
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Finalmente, hay que acostumbrar a nuestros hijos a vivir en la realidad, a reflexionar y a contemplar la verdad.
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Utilicemos lo menos que se pueda todos estos instrumentos técnicos, muy útiles si son dominados, pero sumamente dañinos si dominan al hombre. Tenemos que vivir en el mundo real, no en un mundo virtual fabricado a la medida de la pequeñez y de las pasiones humanas.
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Favorezcamos siempre el contacto con la naturaleza, la reflexión y la contemplación. Toda la naturaleza refleja algo de Dios: su bondad, su orden, su sabiduría, su inteligencia. ¡Cuántas almas se han acercado a Dios en el desierto! Veamos el ejemplo del Venerable Carlos de Foucault.
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Hagamos reflexionar a nuestros hijos sobre la actualidad cuando se presenta un hecho o una circunstancia interesante, para que no se vuelvan esclavos de los que hablan en la televisión o de los que escriben en los periódicos.
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LA GRANDEZA DE UN RETO
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Seguramente que lo que propusimos a nuestros lectores es todo un reto. ¡Hay que poner manos a la obra! Pues si queremos que nuestros hijos estén bien formados mañana y asuman sus responsabilidades ante Dios, la Iglesia y la sociedad, es hoy que tenemos que actuar. Mañana será demasiado tarde.
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Que no se alarmen los padres de familia por las otras influencias que seguramente afectarán a sus hijos. Parte es evitable y los padres de familia atentos lo evitarán. Parte es inevitable y será como la prueba del fuego para ver si la educación dada en familia es la adecuada y suficiente.
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¡Que cuenten con la gracia de Dios que nunca falta y menos a los esposos cristianos que ante Dios se comprometieron el día de su boda! Dios es fiel y nos dará la gracia que necesitamos para cumplir con nuestros compromisos.
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Reproducido con autorización de Familia Católica. Escrito publicado en su número 17. Hemos modificado el título original. Puede reproducirse citando las fuentes.
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