(...) Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria. Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime Más, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad — al que de por sí va unida la comunión de bienes - se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella.
domingo, 30 de enero de 2011
ENCÍCLICA "QUAMQUAM PLURIES" DE LEÓN XIII (FRAGMENTO)
SOBRE LA DEVOCIÓN A SAN JOSÉ
(...) Las razones por las que el bienaventurado José debe ser considerado especial patrono de la Iglesia, y por las que a su vez la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que él es el esposo de María y padre putativo de Jesús. De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria. Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime Más, porque entre la beatísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad — al que de por sí va unida la comunión de bienes - se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella.
Él se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propios padres.
De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia. Y durante el curso entero de su vida cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. Él se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño. Regularmente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos, protegió al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio. En las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús.
Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia.
Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención. Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus hermanos.
Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celestial patrocinio a la Iglesia de Cristo.
Ustedes comprenden bien, Venerables Hermanos, que estas consideraciones se encuentran confirmadas por la opinión sostenida por un gran número de los Padres, y que la sagrada liturgia reafirma, que el José de los tiempos antiguos, hijo del patriarca Jacob, era tipo de San José, y el primero por su gloria prefiguró la grandeza del futuro custodio de la Sagrada Familia. Y ciertamente, más allá del hecho de haber recibido el mismo nombre — un punto cuya relevancia no ha sido jamás negada — , ustedes conocen bien las semejanzas que existen entre ellos; principalmente, que el primer José se ganó el favor y la especial benevolencia de su maestro, y que gracias a la administración de José su familia alcanzó la prosperidad y la riqueza; que — todavía más importante — presidió sobre el reino con gran poder y, en un momento en que las cosechas fracasaron, proveyó por todas las necesidades de los egipcios con tanta sabiduría que el Rey decretó para él el título de "Salvador del mundo".
Por esto es que nos podemos prefigurar al nuevo en el antiguo patriarca. Y así como el primero fue causa de la prosperidad de los intereses domésticos de su amo y al vez brindó grandes servicios al reino entero, así también el segundo, destinado a ser el custodio de la religión cristiana, debe ser tenido como el protector y el defensor de la Iglesia, que es verdaderamente la casa del Señor y el reino de Dios en la tierra.
Estas son las razones por las que hombres de todo tipo y nación han de acercarse a la confianza y tutela del bienaventurado José. Los padres de familia encuentran en José la mejor personificación de la paternal solicitud y vigilancia; los esposos, un perfecto de amor, de paz, de fidelidad conyugal; las vírgenes a la vez encuentran en él el modelo y protector de la integridad virginal. Los nobles de nacimiento aprenderán de José cómo custodiar su dignidad incluso en las desgracias; los ricos entenderán, por sus lecciones, cuáles son los bienes que han de ser deseados y obtenidos con el precio de su trabajo.
León XIII. Roma, 15 agosto 1889
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León XIII escribió la primera y magistral Encíclica dedicada a san José, Quamquam pluries, y después publicó el Breve Neminem fugit, por medio del cual pedía a los hogares cristianos que se consagraran a la Sagrada Familia de Nazaret, «ejemplo perfectísimo de la Sociedad doméstica, al mismo tiempo que modelo de toda virtud y de toda santidad».
ResponderEliminarEn ella enseña el papel de san José en la Iglesia: «La Sagrada Familia, que san José gobernó como investido de autoridad paterna, contenía en germen a la Iglesia. La Santísima Virgen María, al mismo tiempo que Madre de Jesucristo, es también Madre de todos los cristianos... Asimismo, Jesucristo es como el primogénito de los cristianos, que son sus hermanos de adopción y de redención. Estas son las razones por las que san José mismo se da cuenta de que la multitud de los cristianos le ha sido confiada de una manera muy particular. Esta multitud es la Iglesia, familia inmensa extendida por toda la tierra. Él tiene sobre ella la autoridad paterna, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesús. Es lógico que José cubra ahora a la Iglesia con su celestial patronazgo, como en otros tiempos atendía a las necesidades de la Sagrada Familia». Y para subrayar todavía más su deseo de ver a los fieles unir a José y a María en sus oraciones, pide que se termine el rezo del Santo Rosario con la invocación a san José: «Recurrimos a Vos en nuestra tribulación, bienaventurado José...».
Los 25 años que duró el Pontificado de León XIII, nos introducen ya en el siglo XX. Su magisterio desarrollado a través de sus grandes encíclicas fue de gran importancia, y un particular valor tuvo para la renovación del pensamiento cristiano la solemne restauración de la filosofía tomista. El anciano Papa acabó ganándose el respeto del mundo entero.