martes, 20 de septiembre de 2011

LO QUE HOY CRISTO TE DICE...¿TÚ QUÉ LE RESPONDES?

"Entrad por la puerta angosta; porque la puerta ancha y el camino espacioso conducen a la perdición, siendo muchos los que entran por él. ¡Oh!, ¡qué angosta es la puerta y cuán estrecha la senda que conduce a la vida! ¡Y cuán pocos los que atinan con ella!” (Mt. 7, 13-14)." 

Cristo te mira con dulzura y te dice:

"Hijo mío, si eres condenado, sólo te puedes culpar a ti mismo: tu condenación proviene de ti. Alza tus ojos y mira todas las gracias con las que te he enriquecido para asegurar tu salvación eterna. Te podría haber hecho nacer en un país pagano, pero yo te hice nacer en la Iglesia Católica, llena de auxilios espirituales y Maestra de la verdadera enseñanza. Si eres condenado a pesar de esto, ¿quién tiene la culpa? Tu propia culpa es, Hijo mío, tu propia culpa: Tu condenación proviene de ti.

"Yo te podía haber echado en el infierno después del primer pecado mortal que cometiste, sin esperar al segundo...pero fui paciente contigo, te esperé durante muchos largos años. Todavía estoy esperando de ti hoy en la penitencia. Si eres condenado, a pesar de todo eso, ¿de quién es la culpa? Tu culpa es, Hijo mio, tu propia culpa: Tu condena proviene de ti. Tú sabes cuántos han muerto ante tus propios ojos y son condenados, esta era una advertencia para ti. Tu sabes cuántos otros he puesto por el buen camino para darte un ejemplo. ¿Recuerdas lo que ese excelente confesor te dijo? Yo soy el que hice que lo dijera. ¿No te ordenó cambiar tu vida, para hacer una buena confesión? Yo soy el que le inspiró. ¿Recuerdas aquel sermón que tocó tu corazón? Yo soy el que te llevó allí. Y lo que pasó entre tú y yo en el secreto de tu corazón...que nunca puedes olvidar.

"Esas inspiraciones interiores, ese conocimiento claro, ese constante remordimiento de conciencia, ¿te atreves a negarlos? Todas estas fueron tantas ayudas de mi gracia, porque quería salvarte...te las di a ti porque te amo tiernamente... Y tú me das la espalda. Escucha lo que te voy a decir, y estas son mis últimas palabras: Tú me has costado mi sangre, si deseas ser condenado a pesar de la sangre que derrame por ti, no me culpes, sólo a ti mismo puedes acusar, y por toda la eternidad, no olvides que si eres condenado, a pesar de mí, eres condenado porque quieres ser condenado: Tu condena proviene de ti."

¿Y tú, qué respondes a esa amorosa admonición? Recordemos que Dios no puede ser burlado, y que alguien que vive habitualmente en el estado de pecado mortal está en el camino a la condenación eterna. Hay milagros de último minuto, pero a menos que sostengamos erróneamente que los milagros son la generalidad de los casos, estamos obligados a aceptar que para la mayoría de las personas que viven en el estado de pecado mortal, la condenación final es la posibilidad más probable. ¿Tendrás otra oportunidad? ¡Quién sabe!

Pues bien, échate a los pies de Jesucristo, prométele hacer una BUENA confesión y dile, con lágrimas en los ojos y el corazón contrito: "Señor, confieso que hasta ahora no he vivido como cristiano. No soy digno de ser contado entre tus elegidos . Reconozco que merezco ser condenado, pero tu misericordia es grande y lleno de confianza en tu gracia, te digo que quiero salvar mi alma, aunque tenga que sacrificar mi fortuna, mi honor, y hasta mi vida, con tal que sea salvado. Si he sido infiel hasta ahora, me arrepiento, deploro, detesto mi infidelidad, te pido humildemente que me perdones por ello. Perdóname, buen Jesús, y también fortaléceme, para que pueda ser salvado. Te pido no la riqueza, ni el honor ni la prosperidad, te pido una sola cosa, que salves mi alma. Quiero verte y amarte durante la eternidad. ¡Auxíliame para que no rechace más tus gracias y por mi culpa me condene! Redentor y Juez mío, te amo con todo mi corazón."
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2 comentarios:

  1. ¡Realmente excelente esta publicaciòn!, solo caben el silencio de los labios, y la voz de la conciencia que nos habla al corazòn. (gracias por este articulo.)

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  2. En verdad me dejó pensando mucho...es para meditar esto con frecuencia y distribuirlo con todos los conocidos. Hagamos cadenas por mail (en vez de tantas cosas sin importancia que reenviamos) de esta aleccionadora admonición de Jesucristo. Quizá algunos recapacitemos y por esto lleguemos a salvar nuestra alma. ¿Habrá algo más importante?

    José

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