martes, 22 de junio de 2010

AMAR LA TRADICIÓN


Todos debemos amar la Tradición, y si preciso fuera, morir en su defensa. Esa actitud tradicional de nuestra vida religiosa, nos ha de diferenciar de toda otra actitud que aun llamándose católica, vive de espaldas a la tradición católica, y se entrega a un utópico modernismo sin raíces tradicionales.

La Iglesia es nuestra Madre, la Iglesia que, además de Una, Santa, Católica y Apostólica, es toda Ella Tradicional. La Iglesia es el Reino de Jesucristo en la tierra que se va transmitiendo en tradición viva de generación en generación. Sus enseñanzas no son innovaciones para cada época de la Humanidad, con diferentes posiciones, para cada pueblo, para cada color, de la historia humana. Nuestra fe de hoy, la fe de la Iglesia, hoy como ayer, enseña a todos los hombres, es la misma fe de San Pedro y San Pablo, la misma fe de los circos romanos, de las catacumbas, la misma fe que predicaron San Metodio, San Columbano, San Francisco Javier, el beato Diego de San Vítores, y los obispos y sacerdotes mártires de la persecución religiosa en España en 1936. La doctrina de la Iglesia no está sujeta a modificaciones, a incrementos de verdades que Ella enseña. Nada tiene que ver con el aumento de los contenidos científicos. Que hacen a las ciencias humanas cada vez más dilatadas, más evolucionadas, en el contenido de sus verdades científicas, abandonadas unas en el hoy, y que se consideraron tal vez intangibles en el ayer. No hay evolución, no hay cambio, sino la enseñanza de una misma fe, de la misma sabiduría, de la misma doctrina de salvación.

En medio de un mundo cambiante, con paso efímero de pueblos, civilizaciones, culturas e imperios, la Iglesia permanece siempre coherente consigo misma desde el primer día hasta la más actual modernidad. Los cambios que algunos dicen se han dado en Ella no son más que falsos enfoques de su realidad sobrenatural, porque de hecho las diferentes dimensiones de la cultura y de la evolución humana en todas sus variantes y complejos aspectos, son los que iluminan la Iglesia con su misma luz. Al reflejar esa luz, las cosas de los hombres toman colores y formas diferentes. Pero son las cosas de los hombres las que cambian, porque la luz es siempre la misma. Como la luz del sol ilumina cada nuevo día, cielos y tierras, que aparecen siempre renovados, la luz de la Iglesia ilumina todos los amaneceres humanos y todas las mutaciones de todos los siglos, siempre con su misma luz que penetra hasta los más recónditos entresijos de las creaciones de los hombres. Las circunstancias y las obras humanas cambian; pero la luz de la Iglesia no cambia al iluminarlas todas con su claridad.

La Iglesia es Tradición, amor al tesoro de los siglos, amor a todas las palabras que a lo largo de los siglos ha ido pronunciando la Iglesia para enseñar su doctrina de salvación. No "modernizar", no "acomodar" la Iglesia a las cambiantes situaciones. El esfuerzo de los hijos de la Iglesia se ha de situar en acomodar la cultura, el trabajo, la civilización del momento a las enseñanzas permanentes de la Iglesia y a su Magisterio tradicional. Novedades, no gracias. Tradición viva, sí.


Padre José María Alba Cereceda, S.J.

Tomado de: Las Cruces de las Espadas
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